miércoles, 4 de diciembre de 2013

Encíclica del Papa Francisco

En el link la encontrarán completa.

http://www.atrio.org/2013/11/evangelii-gaudium-el-programa-de-francisco/

lunes, 2 de diciembre de 2013

QUÉ DIOS ESTÁS ESPERANDO? por Fray Marcos

Mt 24, 37-42
Hoy, comenzamos un nuevo año litúrgico. El tiempo de adviento se caracteriza por su complicada estructura. Por una parte recordamos el largísimo tiempo de adviento que precedió a la venida del Mesías. Esta es la causa de que encontremos en el AT tantos textos bellísimos sobre el tema. Fue un tiempo de sucesivas expectativas, porque las promesas nunca terminaban de cumplirse. Esas expectativas eran claramente equivocadas, porque suponían una intervención directa, externa y puntual de Dios a favor de un pueblo. Todas las lecturas del AT van en este sentido y pueden despistarnos.
Por otra parte, tenemos la aparición histórica de Jesús. Aunque no sabemos ni el día ni el año de su nacimiento, se trata del punto de partida imprescindible para comprender nuestras expectativas como cristianos. Jesús hizo presente el Reino de Dios en su persona, a través de su trayectoria humana. La primera e imprescindible referencia para nosotros, es su vida terrena, por eso empieza el año litúrgico ocupándose de su nacimiento. La preocupación por el "Jesús histórico", que se ha despertado en nuestro tiempo con tanta fuerza, es el punto de partida para todo lo que podemos decir de Jesús teológicamente.
Jesús no sólo hizo presente el Reino, sino que hizo una propuesta a todos los hombres de todas las naciones, de todas las culturas, de todas las religiones. Se trata de una oferta de salvación definitiva para el hombre. Él quiso indicar, a todos los seres humanos, el camino de la verdadera salvación. Celebrar el adviento hoy sería tomar conciencia de esta propuesta de salvación y hacerla realidad.
Esa posibilidad de plenitud humana, tendría que ser nuestra verdadera preocupación. Ebeling decía: lo más real de lo real no es la realidad misma, sino sus posibilidades. Jesús, viviendo a tope una vida humana, desplegó todas las posibilidades encerradas en cada ser humano y propuso esa misma meta para todos.
Hay otro aspecto del adviento que es necesario tener muy claro. Al constatar, siglo tras siglo en la historia de Israel, que las expectativas no se cumplían, se fue retrasando el momento de su ejecución, hasta que se llegó a colocarlo en el final de los tiempos. Surgió así la escatología, un genero literario que nos dice muy poco hoy día. Es sorprendente que ni siquiera la venida de Jesús se consideró definitiva para los cristianos. Por eso los cristianos sintieron la necesidad de inventar una segunda venida que sí traería la salvación que esperaron y todavía hoy todos esperamos. Es la mejor prueba de que la salvación que él propuso no nos convence.
Armonizar estas perspectivas es muy complicado para nosotros hoy. El tiempo anterior a Jesús, la vida terrena de Jesús, nuestra propia realidad histórica y el hipotético futuro escatológico nos puede llevar a una dispersión que convierta el adviento en un batiburrillo que nos impida enfocar bien su celebración. Creo que lo más urgente para nosotros hoy, es centrarnos en hacer nuestro el mensaje de Jesús y vivir esa posibilidad de plenitud que él vivió y propuso. Partiendo de su vida, debemos tratar de dar sentido a la nuestra.
La visión de Isaías (Is 2,1-5) está muy lejos de ser una realidad. Es la utopía que puede mantenernos firmes dentro de una realidad que sigue siendo sangrante. La realidad no debe eliminar la esperanza de un mundo más humano. Debemos aferrarnos a la utopía de que otro mundo es posible. La esperanza se funda en que Dios no nos puede abandonar ni retirar la oferta de esa plenitud que anhelamos. Esa esperanza, a la que nos invitan las lecturas, no es de futuro sino de presente. La percibimos como de futuro, porque todavía no hemos hecho nuestras todas las posibilidades que tenemos a nuestro alcance.
Pablo nos repite (Rom 13,11-14) que ya va siendo hora de espabilarse, pero seguimos portándonos como verdaderos insensatos. Seguimos caminando en una dirección equivo¬cada. Las advertencias que hace Pablo a los romanos, son las mismas que tendríamos que hacer hoy: nada de comilonas y borracheras, lujuria y desenfre¬no, riñas y pendencias. El excesivo cuidado de nuestro cuerpo, fomentará los malos deseos. El hedonismo que pretende el placer inmediato, terminará por aniquilar nuestro verdadero ser.
El evangelio nos invita a estar vigilantes. Estar despiertos es la condición mínima para desarrollar nuestra humanidad. Creo que estamos bien despiertos para todo lo terreno y material. Esa excesiva preocupación por lo material, es lo que la Escritura llama "estar dormido".
Hoy empezamos el Adviento, preparación para la Navidad, pero los grandes almacenes, y todos los medios de comunicación ya hace casi un mes que han empezado su preparación. Menos de un 15 % de nuestra sociedad escuchará unos minutos cada domingo el anuncio de que Jesús nace, frente a las muchísimas horas que va a soportar la propaganda consumista. ¿Será suficiente para contrarrestar su efecto devastador?
Crecer en la parte verdaderamente humana de nuestro ser, exige esfuerzo y superación. Halagar la parte instintiva es mucho más fácil que espolear el espíritu. Los emperadores romanos ofrecían pan y circo a las masas para que no exigieran otras cosas. Hoy la oferta tranquilizante es fútbol y tele.
Nuestra religión, olvidando el evangelio, ha caído también en la trampa de una salvación acomodada a las apetencias de la mayoría, ofreciendo al hombre la eliminación del dolor, el pecado, la muerte. Como eso es imposible aquí y ahora, porque son inherentes a nuestra naturaleza, se ha proyectado la salvación para un más allá. Dios quiere la plenitud para todos, aquí y ahora, mientras aún somos humanos.
Adviento no es solo la preparación para celebrar dignamente un acontecimiento que se produjo hace más de veinte siglos. El adviento debe ser un tiempo de reflexión profunda, que me lleve a ver más claro el sentido que debo dar a toda mi existencia. No hay tiempos más propicios que otros para afrontar un tema determinado. Soy yo el que tengo que acotar el tiempo que debo dedicar a los asuntos que más me interesan. Y lo que más me debería interesar, tal como nos lo advierte la liturgia, es mi verdadero ser, no mi falso ser.
Dios está viniendo en todo instante, pero solo el que está verdaderamente despierto se dará cuenta de esa presencia. Si no descubro esa presencia, mi vida puede transcurrir sin enterarme de la mayor riqueza que está a mi alcance. Dios no tiene que venir en ningún momento ni de ninguna parte, porque es la base y fundamento de mi ser y si se separara de mí un solo instante, mi ser volvería a la nada. Lo que llamamos Dios está en mí como fundamento aunque yo no descubra su presencia. Pero como ser humano, mi más alta posibilidad de plenitud consiste precisamente en descubrir y vivir conscientemente esa realidad. Dios está en todo, pero solo el hombre puede ser consciente de esa presencia.
No tengo que esperar tiempos mejores para poder realizar mi proyecto humano. Si tengo que esperar a que Dios cambie algo o cambien los demás para encontrar mi salvación, no he descubierto lo que soy ni lo que es Dios. La salvación que Jesús propuso, no está condicionada por circunstancias externas. Aún en las situaciones más adversas, está siempre a nuestro alcance. En cualquier momento puedo hacer mía esa salvación. En cualquier instante de mi vida puedo descubrir la plenitud. Si no soy capaz de descubrir mi salvación en esta situación en que hoy me encuentro, no seré capaz de descubrirla nunca.
El error en el que estamos instalados, es esperar que esa salvación venga de fuera en un próximo futuro, Dios no tiene futuro y está viniendo siempre y desde dentro. Aquí puede que esté la clave para cambiar nuestra mentalidad. Pero preferimos seguir pensando en el Dios todopoderoso que actúa a capricho y desde fuera. De esa manera no hay forma de hacer nuestro el Reino de Dios que está ya dentro de nosotros. Hoy el evangelio nos advierte: si el encuentro no se produce es porque seguimos dormidos.

Meditación-contemplación

"Daos cuenta del momento en que vivís".
Se trata de despertar, de tomar conciencia de las posibilidades.
Soy un ser humano, no simple biología.
Mi meta, mi plenitud está más allá de toda materialidad.
...............

"Comían, bebían, se casaban..." ¿Qué hay de malo en ellos?
Lo único malo es poner el objetivo de tu vida en comilonas y borracheras.
Ni siquiera es preciso hacer daño a otros para impedir la plenitud.
El fallo está en vivir enredado en las cosas de este mundo.
..................

"¡Caminemos a la luz del Señor!"
Aún desde las tinieblas, podemos vislumbrar la luz.
La muerte es la noche hacia la que encamino mientras vivo.
Al contrario, desde la noche nos encaminamos hacia el día.

INVITACION DEL PAPA FRANCISCO A TODOS LOS HOMBRES Y MUJERES PARA QUE SE DEJEN ENCONTRAR POR JESUS

EVANGELII GAUDIUM (fragmento)
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS
A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
Y A LOS FIELES LAICOS
SOBRE EL ANUNCIO DEL EVANGELIO
 Alegría que se renueva y se comunica
El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.

Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque « nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor ».1 Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos.

martes, 19 de noviembre de 2013

VIDA PERDON Y CONFIANZA

Domingo XXXIV Tiempo Ordinario
24 noviembre 2013

Evangelio de Lucas 23, 35-43

En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo:
― A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.
Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:
― Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
― ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.
Pero el otro lo increpaba:
― ¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado en nada.
Y decía:
― Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
Jesús le respondió:
― Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.

******

VIDA, PERDÓN, CONFIANZA

Cada uno de los evangelistas pone en boca de Jesús, ya en la cruz, alguna palabra que, según ellos, reflejaría el estado del propio maestro. De las tres expresionespropias y exclusivas del evangelio de Lucas, leemos una profundamente significativa: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.
La expresión “Te lo aseguro” evoca el “amén” hebreo y otorga seguridad absoluta a la frase que continúa. Es como una promesa o un juramento firme y fiable.
Y lo que se le promete es que hoy mismo tendrá vida. Sabemos que el “hoy” de Lucas es sinónimo del presente eterno, del ahora atemporal. Por eso, siempre es hoy; no puede ser otra cosa.
Al asegurarle el “paraíso” al compañero moribundo, le está diciendo que es vida y que está a salvo: la vida no conoce la muerte; esta última no es sino una “forma” más que adopta aquella en su despliegue. Por eso, podemos verla como un “paso” –si nuestra mente lo quiere leer así-, como un “cambio de forma”, como le ocurre al gusano en el estado de crisálida: tiene que pasar por él para salir transformado en mariposa.
Quienes no ven, entienden la salvación como una victoria del yo: creen que un yo “destruido” es sinónimo de vida acabada. Por eso, en tono de burla, le dicen a Jesús que se salve bajando de la cruz.
Olvidan que nadie tiene que salvarse, porque ya estamos todos salvados. Lo que realmente somos no está a merced de las circunstancias, no se ve afectado ni siquiera cuando alguien pende agónico de una cruz. No es cuestión, por tanto de modificar las circunstancias, sino de aprender a ver, de caer en la cuenta y de permanecer conectados a nuestra verdadera identidad.

Por eso, porque Jesús “ha visto”, podemos entender la expresión que venimos comentando, así como las otras dos que aparecen en el mismo texto de Lucas.
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Quien se vive conectado a su verdadera identidad –desde ese nuevo estado de consciencia- percibe dos cosas: que todos compartimos la misma identidad de fondo y que quienes hacen daño, lo hacen por ignorancia.
La ignorancia es el desconocimiento de la verdadera naturaleza de las cosas. Consiste en tomar como verdaderas las proyecciones que hace nuestra mente, en lugar de ver la verdad de lo que es. Detrás de tal engaño, se esconde el principio, también erróneo, que nos hace creer que “mis pensamientos son la realidad”.
Visto así, no cabe duda de que todo el mal que se puede hacer es siempre fruto de la ignorancia, tanto más radical cuando mayor sea el mal cometido.

Junto con el perdón, de Jesús brota una palabra de confianza, que es abandono o rendición al Misterio que no solo lo sostiene en todo momento, sino que lo constituye, como a nosotros, en su núcleo más íntimo: porque el Misterio (o Dios) y nosotros somos no-separados, no-dos.
Cuando Jesús dice: “Padre, a tus manos confío mi espíritu”, no se está dirigiendo a un ser separado, sino a la Mismidad de todo lo que es –más allá de nuestros conceptos y de nuestras palabras-, que, al mismo tiempo, constituye el corazón de todo lo que existe, como tal Mismidad, como abrazo de todas las diferencias, como luz en toda oscuridad, como vida en toda apariencia de muerte…
Por eso se puede morir –dar el paso- de una manera confiada, porque vamos al encuentro de nuestro verdadero Ser. Como el arroyo que, después de un camino serpenteante y dificultoso, alcanza a ver el Mar, la misma agua que él también es.
Vida, perdón, confianza: todo se da la mano, todo fluye al unísono, en cuanto empezamos a ver.

www.enriquemartinezlozano.com

viernes, 8 de noviembre de 2013


comentario editorial

10 de noviembre, domingo 32 del TO
Lc 20, 27-38
"Y que los muertos resucitan lo indica también Moisés, en lo de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abrahan y Dios de Isaac y Dios de Jacob.
No es Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos viven".
En otro texto del NT (Jn 10, 10) se mencionan las siguientes palabras del Rabí de Nazaret: "Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia". Con ellas explicitó el discípulo amante la verdadera causa de su existencia y Fray Marcos lo razona con certeros criterios en su publicación de la Colección feadulta, Jesús vivió por nosotros.
Este es el gran proyecto de la Creación, Dios incluído. De este modo lo entendió el Libro de la Sabiduría: "Señor, amigo de la vida. Todos llevan tu soplo incorruptible" (Sab 11, 26 y 12, 1). Y de esta manera –Dios de la Vida: de toda la vida- le avizoró el Águila de Patmos con visión universal de nuestros días: la Palabra era Dios, en ella había vida, y la vida era la luz de todos los hombres. Y aún más: Se hizo hombre y acampó entre nosotros. Permitió que todos fuéramos Palabra, con lo que nos revela lo que es la perfección humana: una plenitud que se despliega en múltiples hábitos, más allá del político y del religioso.
El recado de Juan encierra una dimensión de bondad hacia todos les seres. Son nuestros compañeros de viaje en la existencia. Su entidad es savia que alimenta y determina la nuestra. El concepto Amor me parece grandilocuente y confieso que me desborda. Tiene excesivas connotaciones románticas, místicas y religiosas, y es solo atribuible a las personas. El término Bondad es menos territorial, se extiende a todas las criaturas, sugiere proximidad, compasión y atención en la práctica a las mismas. Esta es la Religión del Amor -la Religión de la Bondad en la Vida- la que todo el mundo entiende porque es "una prosa en román paladino, con el qual suele el pueblo fablar a su veçino", como cantó Gonzalo de Berceo.
La abundancia de vida que oferta Jesús no solo es la espiritualmente teológica, como tradicionalmente nos la han interpretado, sino también –y en podio preferente- la material, la imprescindible para cubrir las necesidades fisiológicas y las de seguridad y protección de la pirámide de Maslow: alimento, vestido, salud, educación, vivienda...etc. Sin ellas, aunque igualmente necesarias, todas las demás pueden sonar a música celestial en los oídos del pobre.
Como a Falstaf, en la ópera de Verdi, al ser humano le redimen más las fuerzas dionisíacas -las de Dionisios, dios de la vida y la alegría desbordante- que las apolíneas: las de Apolo, divinidad del orden y las normas.
Ese fue el mensaje de palabra y acción de Jesús en el transcurso de toda su vida. Confucio lo había esculpido quinientos años antes en una bella sentencia: "¿Me preguntas por qué compro arroz y flores? Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir".
Dios no está lejos del hombre. Está en el hombre, un ser inmerso en el Cosmos de la existencia. Así le predicó San Pablo a los atenienses: "en él vivimos, nos movemos y existimos". Lo dijo recordando a uno de sus poetas, Aratus: "De Zeus somos descendientes".

PARENTESCO CON LAS COSAS

Jung, sobre el final de su vida: "La edad avanzada es una limitación. Y, sin embargo hay tantas cosas que me colman de alegría: las plantas, los animales, las nubes, el día, la noche y lo eterno en el hombre.
Cuanto más inseguro me siento respecto de mí mismo, más se incrementa en mí el sentimiento de parentesco con las cosas.
Sí, es como si este sentimiento de cosa ajena que me había separado tanto tiempo del mundo hubiera ocupado plaza ahora en mi mundo interior, revelándome a mí mismo una dimensión desconocida e inesperada de mí".

Jung: Ma vie

Vicente Martínez

miércoles, 16 de octubre de 2013

CÓMO ENTENDER LAS ESCRITURAS Y A DIOS

DIOS NO TIENE QUE HACER JUSTICIA HUMANA

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Lc 18, 1-8
Comentar las lecturas de hoy es complicado porque partiendo de ellas, tenemos que concluir literalmente lo contrario de lo que dicen.
La primera: el mito de la elección. El Dios de Jesús no puede estar en contra de nadie. Amalec es para Dios tan querido como el pueblo israelita, aunque los judíos sigan pensando otra cosa.
La segunda: El mito de la inspiración. No toda la Escritura es útil para enseñar. Recordad las palabras de Jesús: habéis oído que se dijo... pero yo os digo...
La tercera: el mito de la justicia de Dios. Ni ahora ni después, ni al que se lo pida con insistencia ni al que no se lo pida, Dios va a hacer justicia humana de ninguna manera.
La Escritura es fruto de una experiencia religiosa, pero está expresada en conceptos que corresponden a una visión mítica del mundo. Al entenderla y juzgarla desde nuestra mentalidad, que ya no es mítica, distorsionamos el mensaje. Debemos tener la valentía de separar el mensaje del envoltorio en que ha sido transmitido.
Nuestra teología ha sido un intento de convertir el mito en logos. La racionalización del mito nos impide descubrir su valor y nos lleva a una falsificación de la verdad que en él se contiene. A este proceso que ha durado veinte siglos, le podíamos llamar mitologización. Por eso desde Bultmann se habla de desmitologizar, no desmitifcar, porque el mito no se puede desmitificar, pero sí podemos y debemos arrancar al mito su verdad que no es racionalizable, y tratar de verterla en un lenguaje que fuera comprensible para una cosmovisión que ya no es mítica.
La modernidad cometió el error de lanzar por la borda la increíble riqueza de la experiencia religiosa, porque confundió el embalaje mítico en que venía presentada con la verdad que quería trasmitir. Con el agua del baño hemos tirado por la ventana al niño.
Pero las religiones, sobre todo la nuestra, sigue manteniendo el error de no querer prescindir del envoltorio porque después de tanto tiempo insistiendo en que había que mantener a toda costa el mito, ahora no tiene la valentía de proponer la verdad separada del mismo mito.
También hoy es imprescindible atender al contexto para entender el texto. A continuación del relato de los diez leprosos que hemos leído el domingo pasado, le preguntan a Jesús los fariseos sobre cuándo llegará el Reino de Dios. Jesús responde con afirmaciones sobre el Reino de Dios y sobre la última venida del Hijo del hombre. Con la perspectiva de ese pequeño apocalipsis, el relato de hoy cobra su verdadero sentido. No se trata de la oración en general, sino de la manifestación de una esperanza en la acción definitiva de Dios al final de los tiempos. No trata de prevenir cualquier desánimo, sino del peligro de caer en el desaliento porque la parusía se retrasaba demasiado. Recordemos que la expectativa de un final inmediato, era el ambiente en que se vivió el primer cristianismo.
La parábola del juez y la viuda no tiene aplicación posible desde nuestra religiosidad actual. No se trata solo de no confundir al juez injusto con Dios. Es que ni siquiera podemos esperar que haga justicia. Hoy sabemos que Dios no puede tener ahora una postura y otra para dentro de una hora o para el final de los tiempos. Dios es siempre el mismo y no puede cambiar para amoldarse a una petición. No tenemos que esperar al final del tiempo para descubrir la bondad de Dios sino que hemos de descubrir a Dios presente, incluso en todas las calamidades, injusticias y sufrimientos que los hombres nos causamos unos a otros.
El tema es de máxima importancia, porque la oración, en cualquiera de sus formas, es una de las manifestaciones religiosas que más nos dice sobre nuestra manera de entender a Dios y al hombre. En concreto, lo que esperamos de la oración de petición nos puede servir de test para comprender el estadio en que se encuentra nuestra religiosidad.
Agustín con su genialidad nos ha metido por un callejón sin salida cuando afirmó que la oración no era eficaz, quia malum, quia mala, quia male. Que quiere decir: porque soy malo, porque pido cosas malas, porque las pido de mala manera. Este razonamiento es insostenible, porque, constatado que Dios no responde, nos las arreglamos para dejar a salvo a Dios, pues la culpa la tenemos siempre nosotros.
De manera menos lapidaria yo me atrevo a decir: Si rezamos, esperando que Dios cambie la realidad: malo. Si esperamos que cambien los demás, malo, malo. Si pedimos, esperando que el mismo Dios cambie: malo, malo, malo. Y si terminamos creyendo que Dios me ha hecho caso y me ha concedido lo que le pedía: rematadamente malo.
Cualquier argucia es buena, con tal de no vernos obligados a hacer lo único que es posible y además, está en nuestras manos: cambiar nosotros.
No es tarea de Dios impartir justicia humana, y la justicia divina se está realizando en todo momento. Para Él todo está en orden en cada instante. No tiene que reparar ningún desequilibrio porque para Dios el injusto se daña a sí mismo en la misma medida que hace daño al otro. Pero, además, el que es objeto de injusticia no será afectado en su verdadero ser si él no se deja arrastrar por la misma injusticia.
La justicia humana se impone por el poder judicial. Cuando pedimos a Dios que imponga "justicia" le estamos pidiendo que actúe como los poderosos. Dios no puede actuar contra nadie por muchas fechorías que haya hecho. Dios está siempre con los oprimidos, pero nunca para concederles la revancha contra los opresores. Esta es la clave para entender al Dios de Jesús.
En la Biblia "hacer justicia" es liberar al oprimido. Ésta era la acción más propia de Dios. El pueblo de Israel interpretó los acontecimientos favorables como acción de Dios a su favor. Pero cuando las cosas le iban mal tenían que concluir que se debía a que no habían sido fieles a la Alianza.
La verdad es que ante las mayores injusticias de entonces y de ahora, Dios se calla. Es muy difícil armonizar este silencio de Dios con la insistencia en la eficacia de la oración. Dios no puede hacer justicia, tal como la entendemos los humanos. Algo tiene que cambiar en este discurso para no seguir haciendo el ridículo.
No se trata de la oración en general, sino de una oración muy concreta: la petición a Dios de justicia para los oprimidos. No tenemos que esperar en la acción puntual de Dios, sino descubrir su presencia en todo acontecer y en toda situación.
Es mucho más importante saber aguantar la injusticia que alcanzar nuestra justicia. Es mucho más importante ser siempre "justos" que conseguir justicia de otros. La justicia de Dios es una actitud que permite descubrir todo lo que puedo esperar en el momento actual, sin que Dios tenga que hacer nada, mucho menos teniendo que echar mano de su poder.
La oración no la hago para que la oiga Dios, sino para escucharla yo mismo y darme la ocasión de profundizar en el conocimiento de mí ser profundo. Todo ello me llevará a dar sentido al sinsentido aparente.
El silencio de Dios me obliga a profundizar en la realidad que me desborda y a buscar la verdadera salida, no la salida fácil de una solución externa del problema, sino la búsqueda del verdadero sentido de mi vida en esa circunstancia. Mi justicia la tengo que hacer yo en mí. La injusticia del otro no me debe hacer injusto a mí.
El final del relato es desconcertante: "Pero cuando venga el Hijo de hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" Parece que no viene a cuento, porque hace referencia al final del capítulo anterior, donde hablaba de la última venida del Hijo del hombre. Este capítulo 18 empezaba diciendo que la parábola tenía como objetivo enseñar a los discípulos, cómo tenían que orarsin desanimarse. Una vez más está en juego la fe-confianza. Una vez más, la oración y la fe-confianza se muestran inseparables.
La duda de Jesús no la pone en Dios, sino en los hombres. Dios no puede fallar, pero nosotros fallamos en las expectativas que ponemos en Él.
Una vez más se advierte el trasfondo de las dificultades de comprensión de la realidad por la que está atravesando la comunidad cuando se escribe el evangelio

EN LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA HAY DEMASIADOS CÁNTICOS Y POCOS GRITOS DE INDIGNACIÓN POR LA INJUSTICIA

29 Tiempo ordinario (C) Lucas, 18, 1-8
¿SEGUIMOS CREYENDO EN LA JUSTICIA?
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA16/10/13.- Lucas narra una breve parábola indicándonos que Jesús la contó para explicar a sus discípulos “cómo tenían que orar siempre sin desanimarse”. Este tema es muy querido al evangelista que, en varias ocasiones, repite la misma idea. Como es natural, la parábola ha sido leída casi siempre como una invitación a cuidar la perseverancia de nuestra oración a Dios.
Sin embargo, si observamos el contenido del relato y la conclusión del mismo Jesús, vemos que la clave de la parábola es la sed de justicia. Hasta cuatro veces se repite la expresión “hacer justicia”. Más que modelo de oración, la viuda del relato es ejemplo admirable de lucha por la justicia en medio de una sociedad corrupta que abusa de los más débiles.
El primer personaje de la parábola es un juez que “ni teme a Dios ni le importan los hombres”. Es la encarnación exacta de la corrupción que denuncian repetidamente los profetas: los poderosos no temen la justicia de Dios y no respetan la dignidad ni los derechos de los pobres. No son casos aislados. Los profetas denuncian la corrupción del sistema judicial en Israel y la estructura machista de aquella sociedad patriarcal.
El segundo personaje es una viuda indefensa en medio de una sociedad injusta. Por una parte, vive sufriendo los atropellos de un “adversario” más poderoso que ella. Por otra, es víctima de un juez al que no le importa en absoluto su persona ni su sufrimiento. Así viven millones de mujeres de todos los tiempos en la mayoría de los pueblos.
En la conclusión de la parábola, Jesús no habla de la oración. Antes que nada, pide confianza en la justicia de Dios: “¿No hará Dios justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?”. Estos elegidos no son “los miembros de la Iglesia” sino los pobres de todos los pueblos que claman pidiendo justicia. De ellos es el reino de Dios.
Luego, Jesús hace una pregunta que es todo un desafío para sus discípulos:“Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. No está pensando en la fe como adhesión doctrinal, sino en la fe que alienta la actuación de la viuda, modelo de indignación, resistencia activa y coraje para reclamar justicia a los corruptos.
¿Es esta la fe y la oración de los cristianos satisfechos de las sociedades del bienestar? Seguramente, tiene razón J. B. Metz cuando denuncia que en la espiritualidad cristiana hay demasiados cánticos y pocos gritos de indignación, demasiada complacencia y poca nostalgia de un mundo más humano, demasiado consuelo y poca hambre de justicia.

miércoles, 2 de octubre de 2013

VALE LA PENA LEER ESTA ENTREVISTA AL PAPA FRANCISCO

http://www.periodistadigital.com/religion/vaticano/2013/10/01/entrevista-del-papa-con-scalfari-iglesia-religion-francisco-dios-jesus-jesuitas.shtml

SOMOS CREYENTES?

Lc 17, 5-10
Jesús les había repetido en diversas ocasiones: "¡Qué pequeña es vuestra fe!". Los discípulos no protestan. Saben que tiene razón. Llevan bastante tiempo junto a él. Lo ven entregado totalmente al Proyecto de Dios; solo piensa en hacer el bien; solo vive para hacer la vida de todos más digna y más humana. ¿Lo podrán seguir hasta el final?
Según Lucas, en un momento determinado, los discípulos le dicen a Jesús: "Auméntanos la fe". Sienten que su fe es pequeña y débil. Necesitan confiar más en Dios y creer más en Jesús. No le entienden muy bien, pero no le discuten. Hacen justamente lo más importante: pedirle ayuda para que haga crecer su fe.
La crisis religiosa de nuestros días no respeta ni si quiera a los practicantes. Nosotros hablamos de creyentes y no creyentes, como si fueran dos grupos bien definidos: unos tienen fe, otros no. En realidad, no es así. Casi siempre, en el corazón humano hay, a la vez, un creyente y un no creyente. Por eso, también los que nos llamamos "cristianos" nos hemos de preguntar: ¿Somos realmente creyentes? ¿Quién es Dios para nosotros? ¿Lo amamos? ¿Es él quien dirige nuestra vida?
La fe puede debilitarse en nosotros sin que nunca nos haya asaltado una duda. Si no la cuidamos, puede irse diluyendo poco a poco en nuestro interior para quedar reducida sencillamente a una costumbre que no nos atrevemos a abandonar por si acaso. Distraídos por mil cosas, ya no acertamos a comunicarnos con Dios. Vivimos prácticamente sin él.
¿Qué podemos hacer? En realidad, no se necesitan grandes cosas. Es inútil que nos hagamos propósitos extraordinarios pues seguramente no los vamos a cumplir. Lo primero es rezar como aquel desconocido que un día se acercó a Jesús y le dijo: "Creo, Señor, pero ven en ayuda de mi incredulidad". Es bueno repetirlas con corazón sencillo.
Dios nos entiende. El despertará nuestra fe.
No hemos de hablar con Dios como si estuviera fuera de nosotros. Está dentro. Lo mejor es cerrar los ojos y quedarnos en silencio para sentir y acoger su Presencia. Tampoco nos hemos de entretener en pensar en él, como si estuviera solo en nuestra cabeza. Está en lo íntimo de nuestro ser. Lo hemos de buscar en nuestro corazón.
Lo importante es insistir hasta tener una primera experiencia, aunque sea pobre, aunque solo dure unos instantes. Si un día percibimos que no estamos solos en la vida, si captamos que somos amados por Dios sin merecerlo, todo cambiará. No importa que hayamos vivido olvidados de él. Creer en Dios, es, antes que nada, confiar en el amor que nos tiene.

José Antonio Pagola

miércoles, 18 de septiembre de 2013

LA CRISIS QUE VIVE EL MUNDO HOY NO ES SOLO ECONÓMICA

Lc 16, 1-13
"No podéis servir a Dios y al Dinero". Estas palabras de Jesús no pueden ser olvidadas en estos momentos por quienes nos sentimos sus seguidores, pues encierran la advertencia más grave que ha dejado Jesús a la Humanidad. El Dinero, convertido en ídolo absoluto, es el gran enemigo para construir ese mundo más justo y fraterno, querido por Dios.
Desgraciadamente, la Riqueza se ha convertido en nuestro mundo globalizado en un ídolo de inmenso poder que, para subsistir, exige cada vez más víctimas y deshumaniza y empobrece cada vez más la historia humana. En estos momentos nos encontramos atrapados por una crisis generada en gran parte por el ansia de acumular.
Prácticamente, todo se organiza, se mueve y dinamiza desde esa lógica: buscar más productividad, más consumo, más bienestar, más energía, más poder sobre los demás... Esta lógica es imperialista. Si no la detenemos, puede poner en peligro al ser humano y al mismo Planeta.
Tal vez, lo primero es tomar conciencia de lo que está pasando. Esta no es solo una crisis económica. Es una crisis social y humana. En estos momentos tenemos ya datos suficientes en nuestro entorno y en el horizonte del mundo para percibir el drama humano en el que vivimos inmersos.
Cada vez es más patente ver que un sistema que conduce a una minoría de ricos a acumular cada vez más poder, abandonando en el hambre y la miseria a millones de seres humanos, es una insensatez insoportable. Inútil mirar a otra parte.
Ya ni las sociedades más progresistas son capaces de asegurar un trabajo digno a millones de ciudadanos. ¿Qué progreso es este que, lanzándonos a todos hacia el bienestar, deja a tantas familias sin recursos para vivir con dignidad?
La crisis está arruinando el sistema democrático. Presionados por las exigencias del Dinero, los gobernantes no pueden atender a las verdaderas necesidades de sus pueblos. ¿Qué es la política si ya no está al servicio del bien común?
La disminución de los gastos sociales en los diversos campos y la privatización interesada e indigna de servicios públicos como la sanidad seguirán golpeando a los más indefensos generando cada vez más exclusión, desigualdad vergonzosa y fractura social.
Los seguidores de Jesús no podemos vivir encerrados en una religión aislada de este drama humano. Las comunidades cristianas pueden ser en estos momentos un espacio de concienciación, discernimiento y compromiso. Nos hemos de ayudar a vivir con lucidez y responsabilidad. La crisis nos puede hacer más humanos y más cristianos.

José Antonio Pagola

miércoles, 11 de septiembre de 2013

DIOS ES AMOR, GRATUIDAD, GOZO

Domingo XXIV Tiempo Ordinario
15 septiembre 2013

Evangelio de Lucas 15, 1-10

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: ― Ese acoge a los pecadores y come con ellos.
Jesús les dijo esta parábola:
― Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, reúne a las vecinas para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.

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DIOS ES GOZO

Estas pequeñas parábolas hablan de alegría…, de la alegría de Dios. Se ha transmitido, durante generaciones y generaciones, la imagen de un Dios tan “serio” –severo, juez, castigador…- que cuesta reconocerlo en las parábolas que contaba Jesús. Con frecuencia, las palabras y los rostros de quienes hablan de Dios no muestran precisamente alegría. El cardenal Bossuet se atrevió a decir que Jesús no se había reído nunca, porque era “perfecto”.
Algo parecido les debió ocurrir a los oyentes del sabio de Nazaret. Acostumbrados a la retórica de los sacerdotes del templo y de los teólogos oficiales, pregonando a un Dios que discriminaba rotundamente entre “justos” y “pecadores”, les resultaría extraño que Jesús se refiriera a un Dios que es Gozo. O mejor, a un Dios cuyo gozo consiste en el encuentro con el ser humano.
Me parece que no es exagerado decir que las religiones no se han llevado bien con la alegría ni con el humor. Aparecen demasiado cargadas de solemnidad que, en la práctica, se traduce en severidad. Abundan los rostros serios y las palabras cortantes, los juicios y las condenas, propio todo ello de quien se encuentra en el estrado, es decir, en el poder. Porque quien está reñido con el humor –y con la humildad, y con lahumanidad (términos todos que provienen de la misma raíz: humus)-, no es tanto la religión, cuanto el poder. El poder sabe que el humor lo socava, y por eso lo demoniza, o apenas lo tolera. La religión se hace solemne cuando alcanza el poder y lucha por mantenerlo. Por eso, el gesto simple y normal de un Papa que sonríe –como es el caso de Francisco, como fue Juan XXIII- resulta, a la vez que insólito, contagiosamente cautivador para los creyentes.
En un lenguaje teísta, Jesús dice que Dios siente alegría “por un solo pecador que se convierta”. Pero, como la mente y la palabra son capaces de “retorcer” cualquier expresión hasta el punto de poder afirmar una cosa y la contraria, fácilmente la religión ha usado esas mismas palabras, en su origen liberadoras, para autojustificarse. De ese modo, quedaban desprovistas de toda su novedad y provocación.
Dios busca a la “oveja perdida”, afirma la religión. Pero se ha modificado el sentido de la palabra. Para la religión, “perdido” es el que no cumple con sus normas y critica sus creencias. Eso sería lo condenable. Con todo, Dios va en su busca. Y se alegra, pero solo cuando lo hace volver al redil, es decir, al cumplimiento de todo aquello de lo que se había alejado.
Si la novedad de Jesús fue la gratuidad de Dios y su alegría sin expectativas, la lectura religiosa de estas parábolas tergiversa el sentido original, hasta el punto de convertir la gratuidad en “mérito”. Una vez más, se ha proyectado en Dios la actitud interesada de los humanos: “voy a buscarte y me alegro contigo…, pero para que hagas lo que yo digo”.

La trampa religiosa no puede desactivarse desde la mente. Porque la mente, en su dualidad, no puede sino etiquetar todo lo que percibe como “bueno” o “malo”. A partir de esa catalogación, actuará en consecuencia.
La novedad y sabiduría del mensaje de Jesús se hacen patentes cuando nos aproximamos a él desde una perspectiva no-dual. Jesús no quería “convertir” a nadie, porque no le interesaba el proselitismo ni estaba preocupado por el número ni el poder. Por eso podía hablar con tanta libertad.
Comía a gusto con “pecadores y publicanos” para escándalo de fariseos y doctores. Y reconocía a Dios como Alegría sin límites, Gratuidad sin vuelta, Amor sin exclusiones.
Del mismo modo que nuestra peor creencia errónea es la de pensarnos separados, reducidos a nuestro yo, la más peligrosa trampa de las religiones es la de presentar a Dios también como un ser separado, creado a imagen de nuestra mente.
Dios no es un individuo separado que premia o castiga, mira bien o mira mal, discrimina entre justos y pecadores… Dios es el nombre que damos al Misterio último de lo real, que constituye todo lo que es y que nos constituye a nosotros mismos. Dios es, por tanto, nuestro Fondo último, la Mismidad consciente y amorosa de todo lo que es, y de la que no podemos estar jamás separados. Un Dios del que alguien pudiera separarse, aunque fuera por el instante mínimo de un respiro, sería sin duda solo un ídolo proyectado. Porque no puedes separarte de Aquello que eres. Y Eso que es, es Amor, Gratuidad, Gozo…, sin motivo y sin contraprestaciones
       www.enriquemartinezlozano.com

domingo, 8 de septiembre de 2013

EL CAMINO A LA FELICIDAD

8 de septiembre, domingo 23 del TO
Lucas 14, 25-33
-«Si alguien acude a mí y no me ama más que a su padre y a su madre, a su mujer y sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo".
La renuncia a sí mismo ha sido desde siempre una semilla generosamente sembrada en el campo del ascetismo moral cristiano. Renuncia, luego concretada en lo relativo a valores del hedonismo y terrenales. Pero siempre ha habido también voces discordantes –solos en el coro- que cantaron lo contrario. Los juglares del medievo –monjes mendicantes en su mayoría- compusieron y entonaron canciones cuajadas de felicidad, espiritualidad y erotismo.
Europa alumbra un primer renacimiento de carácter humanista. En el poema Cármina Burana, musicalizado en nuestros días por Carl Orff, se puede escuchar el díptico de una de las más bellas estrofas que justifica dicho erotismo y espiritualidad:
"Non est crimen amor, quia, si scelus esset amare,Nollet amore Deus etiam divina ligare".
(No es un crimen el amor; si amar fuera un delito, Dios no habría unido incluso lo divino con el amor).
La Iglesia oficial cerró filas en los siglos subsiguientes quebrando una tendencia de particular tolerancia a este respecto, en el discurrir histórico de todos los anteriores. No es la renuncia lo que nos salva, sino el desarrollo y logro de la plenitud de vida.
En El Friso de Beethoven, Gustav Klim reflejó plásticamente este anhelo de la Humanidad por alcanzar la Felicidad, camino y término de la vida del ser. En el segundo panel, Las Fuerzas del Mal que luchan para impedírselo. Entre las más combativas, las Instintivas: la Lujuria, la Impudicia y la Desmesura, representando el mundo elemental de los sentidos. La Humanidad no logra vencerlas en cruel batalla. Sería su propia derrota. Lo logra encauzando su poder al servicio del sentido de la vida.
El proyecto teológico de Lucas, particularmente manifestado en los Hechos, fue verificar que Dios está presente en el mundo, y ve la historia como un lugar donde "lo humano y lo divino se reencuentran", como apunta el teólogo calvinista F. Bovon. Solamente así podremos entender la radical –y contradictoria- afirmación de Jesús. Los signos de Dios no se pueden observar más allá de, sino en el interior de la historia.
La renuncia es siempre lícita y aconsejable –a veces forzada- cuando se hace por algo mejor, aunque nos quiebre los cimientos de la seguridad. Paulo Coelho retrata así a una de sus protagonistas: "No tenía miedo de a las dificultades: lo que la asustaba era la obligación de tener que escoger un camino. Escoger un camino significaba abandonar otros".
Lo que Jesús realmente nos pide es que seamos libres para seguir sin ataduras de pasados a ideas que nos impiden crecer según demandas personales. Entre otras, la de la felicidad en la tierra, cimiento de base para cualquier otra Felicidad.

PSEUDOMÍSTICA. MÍSTICA DE LA NEGACIÓN
Existe una mística urobórico, anticósmica y que incluso niega y desprecia el mundo. Si embargo, la verdadera mística, no solamente afirma el mundo y las personas, sino también el yo y el proceso histórico en su dimensión temporal, el más allá, el cielo. La plenitud se encuentra en el aquí y el ahora; está únicamente oculta. La 'visión beatífica? Es la experiencia de nacer y morir como proceso de la vida.
Lo creativo engendra y alumbra y, por este mismo hecho, su esencia más profunda constituye la afirmación del mundo. Gracias a la experiencia de esta realidad también el místico se vuelve creativo y es capaz de pronunciar un sí rotundo al mundo. La creatividad de Dios se va liberando en la persona. Dios se manifiesta 'verdadera, perfecta y enteramente tal y como es, y llena a la persona con tal abundancia que ésta se desborda y se sale de la plenitud abundantísima de Dios' (Eckehart).
De estos fundamentos básicos se deriva la responsabilidad de la persona con el mundo"
Wiligis Jäger

Vicente Martínez