miércoles, 31 de julio de 2013

MENSAJE DE JESUS FRENTE A LA INSENSATEZ DE LOS HOMBRES

Lc 12, 13-21
Cada vez sabemos más de la situación social y económica que Jesús conoció en la Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Los campesinos se quedaban sin tierras y los terratenientes construían silos y graneros cada vez más grandes.
En un pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más humano para todos. No narra esta parábola para denunciar los abusos y atropellos que cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la insensatez en que viven instalados.
Un rico terrateniente se ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar tanta abundancia. "¿Qué haré?". Su monólogo nos descubre la lógica insensata de los poderosos que solo viven para acaparar riqueza y bienestar, excluyendo de su horizonte a los necesitados.
El rico de la parábola planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos graneros y construirá otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede acumular bienes para muchos años. En adelante, solo vivirá para disfrutar:"túmbate, come, bebe y date buena vida". De forma inesperada, Dios interrumpe sus proyectos: "Imbécil, esta misma noche, te van a exigir tu vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?".
Este hombre reduce su existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el centro de su vida está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los jornaleros que trabajan sus tierras no existen. Las familias de las aldeas que luchan contra el hambre no cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta vida solo es necedad e insensatez.
En estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano: "los ricos, sobre todo los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más pobres, se van haciendo mucho más pobres" (Zygmunt Bauman).
Este hecho no es algo normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la insensatez más grave que estamos cometiendo los humanos: sustituir la cooperación amistosa, la solidaridad y la búsqueda del bien común de la Humanidad por la competición, la rivalidad y el acaparamiento de bienes en manos de los más poderosos del Planeta.
Desde la Iglesia de Jesús, presente en toda la Tierra, se debería escuchar el clamor de sus seguidores contra tanta insensatez, y la reacción contra el modelo que guía hoy la historia humana.

José Antonio Pagola
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jueves, 25 de julio de 2013

CÓMO ENTENDER EL "PADRE NUESTRO"

Lc 11, 1-13
Podría decirse que, en gran medida, la oración se ha identificado habitualmente con la petición. Aunque las tradiciones religiosas hayan conocido otras formas –alabanza o gratitud-, en el imaginario colectivo, orar aparecía como sinónimo de pedir a Dios algún bien.
La oración de petición cuajó fácilmente desde la consciencia –en ocasiones, dramática- de la propia necesidad, y desde la proyección de la imagen de un Dios que aparecía –tampoco es casualidad- como "Padre Todopoderoso", en el que, finalmente, iban a encontrar respuesta cumplida los sueños infantiles de omnipotencia, que nos acompañan a los humanos desde la niñez.
Ese parecido con nuestros sueños infantiles debería habernos hecho sospechar de este tipo de oración, en el que inadvertidamente se podía fabricar un dios a nuestra medida..., convencidos de que fuera el Dios verdadero.
El resultado no podía ser otro que el que fue: la oración de petición se convertiría en una eficaz "fábrica de ateos". Y no solo porque, con mucha frecuencia, la petición quedara sin respuesta y el orante no entendiera su frustración, sino por la misma imagen de Dios que daba por supuesta.
En efecto, esa forma de oración "colaba", de un modo sutil, la idea de que Dios podría ser mejor de lo que es. ¿Por qué no lo era? Solo cabían dos razones: o no estaba enterado de la situación o tenía el corazón endurecido. Es decir, pareciera como si orante estuviera más informado o fuera más sensible a las necesidades humanas. En definitiva, era fácil terminar pensando que Dios no era mejor que nosotros.
Recuerdo aún con cierta pena el comentario de un niño a quien su mamá, desde el día mismo en que el gobierno norteamericano desató la guerra contra Irak, le dijo que cada noche pedirían a Dios para que concediera la paz a la zona. Tras algunas semanas, el niño me decía con tristeza: "Dios no debe ser muy bueno. Hace días que le pedimos la paz... y no la quiere dar".
Me parece claro que la oración de petición encierra tres intuiciones válidas: 1) la consciencia de la propia fragilidad, 2) la consciencia de que podemos "alcanzar" a los otros desde nuestro corazón, 3) la certeza de que el Fondo de lo real (Dios) es bondadoso.
Pero, aun siendo ciertas, habría que encontrar un modo de "traducirlas" a nuestro "idioma cultural" para evitar aquella deformación del rostro de Dios. Y eso no se soluciona aludiendo a la literalidad del texto que leemos hoy ("Jesús nos insta a pedir a Dios"), sino captando la sabiduría que ese texto contiene más allá del literalismo.
Desde una perspectiva no-dual, todo está en todo y, en su dimensión más profunda, todo está bien. Por eso Jesús habla con verdad: "Quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre". Eso ya es así. ¿Qué es lo que recibimos o hallamos?, ¿qué se nos abre? La Plenitud de lo que somos. Por eso también, la conclusión es tajante: "Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden".
Es muy significativo que, en el texto paralelo de Mateo (7,11), se diga: "Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan". La diferencia no es menor: la única "cosa buena" es el Espíritu. Y eso es algo que ya tenemos –más exactamente, somos- todos. Pedir cualquier otra cosa no es eficaz, porque no sirve sino para engordar el ego.
Ahora bien, cuando deseamos de corazón el Espíritu y estamos dispuestos a desapropiarnos del ego, caemos en la cuenta de que somos ya lo que nuestro corazón anhelaba. No hay ninguna distancia entre lo que somos y lo que anhelamos, excepto la ignorancia que nos impide verlo. Y desde esa identidad profunda, la "intercesión" funciona: somos una gran Red, y todo repercute en todo. Por eso, la "oración" siempre llega a las personas por quienes oramos.

Enrique Martínez Lozano

miércoles, 10 de julio de 2013

A QUIÉN DEBO AMAR COMO PRÓJIMO?

¿Quién es mi prójimo? Mi prójimo es toda criatura –viva (personas, animales, plantas, etc)  o inerte (el agua, la luz, los minerales)- llamada a la existencia. Imposible amar a Dios sin el amor a ellas.

PARA JESUS LO IMPORTANTE ES LA ACTITUD



ECLESALIA10/07/13.- “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Esta es la herencia que Jesús ha dejado a la humanidad. Para comprender la revolución que quiere introducir en la historia, hemos de leer con atención su relato del “buen samaritano”. En él se nos describe la actitud que hemos de promover, más allá de nuestras creencias y posiciones ideológicas o religiosas, para construir un mundo más humano.
En la cuneta de un camino solitario yace un ser humano, robado, agredido, despojado de todo, medio muerto, abandonado a su suerte. En este herido sin nombre y sin patria resume Jesús la situación de tantas víctimas inocentes maltratadas injustamente y abandonadas en las cunetas de tantos caminos de la historia.
En el horizonte aparecen dos viajeros: primero un sacerdote, luego un levita. Los dos pertenecen al mundo respetado de la religión oficial de Jerusalén. Los dos actúan de manera idéntica: “ven al herido, dan un rodeo y pasan de largo”. Los dos cierran sus ojos y su corazón, aquel hombre no existe para ellos, pasan sin detenerse. Esta es la crítica radical de Jesús a toda religión incapaz de generar en sus miembros un corazón compasivo. ¿Qué sentido tiene una religión tan poco humana?
Por el camino viene un tercer personaje. No es sacerdote ni levita. Ni siquiera pertenece a la religión del Templo. Sin embargo, al llegar, “ve al herido, se conmueve y se acerca”. Luego, hace por aquel desconocido todo lo que puede para rescatarlo con vida y restaurar su dignidad. Esta es la dinámica que Jesús quiere introducir en el mundo.
Lo primero es no cerrar los ojos. Saber “mirar” de manera atenta y responsable al que sufre. Esta mirada nos puede liberar del egoísmo y la indiferencia que nos permiten vivir con la conciencia tranquila y la ilusión de inocencia en medio de tantas víctimas inocentes. Al mismo tiempo, “conmovernos” y dejar que su sufrimiento nos duela también a nosotros.
Lo decisivo es reaccionar y “acercarnos” al que sufre, no para preguntarnos si tengo o no alguna obligación de ayudarle, sino para descubrir de cerca que es un ser necesitado que nos está llamando. Nuestra actuación concreta nos revelará nuestra calidad humana.
Todo esto no es teoría. El samaritano del relato no se siente obligado a cumplir un determinado código religioso o moral. Sencillamente, responde a la situación del herido inventando toda clase de gestos prácticos orientados a aliviar su sufrimiento y restaurar su vida y su dignidad. Jesús concluye con estas palabras. “Vete y haz tú lo mismo”.