viernes, 28 de marzo de 2014

JESUS NOS PIDE QUE PASEMOS DEL CREER AL VER

Jn 9, 1-41
En el capítulo 9 del cuarto evangelio, se ofrece una catequesis cristológica, que trata de señalar todo el proceso de adhesión a la persona de Jesús, según los parámetros de las primeras comunidades joánicas.
Los elementos básicos de dicha catequesis parecen ser los siguientes:
• "ungido" = bautizado;
• Jesús, luz para las personas, "luz del mundo" (Jn 8,12);
• el hombre reconoce a Jesús como "profeta";
• persecución por parte de la autoridad judía y riesgo de excomunión (es lo que vivieron los miembros de la comunidad joánica, a partir de los años 80);
• discusión –catequética o apologética- con la autoridad judía;
• Jesús se vuelve a hacer presente en esa circunstancia de persecución;
• proclamación de fe: "Creo, Señor".... "Y se postró ante él";
• Conclusión: el problema consiste en que, estando ciegos, pensamos que vemos.
El tema de la luz –y todos los relacionados con él: iluminación, visión, despertar...- ocupa un lugar absolutamente central en la literatura espiritual.
El motivo es simple: todo el proceso de crecimiento y transformación de la persona arranca con la comprensión de quienes somos. Solo a partir de esta claridad, es posible vivir coherentemente.
Así entendida, la comprensión –o la visión- es lo opuesto a la creencia. Esta última es apenas un "objeto mental" que, en el mejor de los casos, sirve únicamente para apuntar o señalar hacia la verdad mayor, que siempre escapará a cualquier razonamiento.
Con frecuencia, sin embargo, todavía es peor: la creencia –cualquier idea que podamos tener- se absolutiza y, de ese modo, se interpone e impide abrirse a la verdad.
La "visión" permanece oculta a la mente. Esta no es herramienta adecuada para tal fin. Su enorme capacidad funciona adecuadamente en el mundo de los objetos, pero se ciega ante todo lo que es inobjetivable, es decir, las realidades más importantes de la vida.
La mente puede acometer aún con éxito otra tarea: la de poner a prueba e incluso desenmascarar planteamientos o posturas irracionales y/o nocivos. Hablamos entonces de la "razón crítica", como un logro irrenunciable que necesitaremos cultivar.
Sin embargo, cuando se habla de "visión", no se está propugnando la irracionalidad, sino –es algo muy distinto- la transracionalidad. Se valora toda la función de la mente, pero se ha descubierto que existe otro modo de conocer que es previo y más "fundamental" que la razón. Es el conocimiento inmediato, experiencial, intuitivo... Lo que se ha llamado el "conocimiento místico".
Característica de esa forma de conocer es la no-dualidad. La mente es separadora; el conocimiento místico "ve" la no-separación de todo, advirtiendo la naturaleza última, común y compartida, de todo lo que es.
En esa visión, la persona capta el núcleo de lo real y, simultáneamente, comprende su verdadera identidad. A partir de ahí, podrá decir como decía Jesús en el cuarto evangelio –y como dice el propio ciego-: "Yo Soy". Nos hemos reencontrado en la Verdad de lo que somos, más allá de las ideas, creencias o juicios de cada cual. Por decirlo en lenguaje cristiano, hemos sido "ungidos", somos "otros Cristos", compartimos la misma visión de Jesús. Hemos pasado de "tener creencias" a "ver".
Sin embargo, a la autoridad religiosa únicamente le importa una cosa: que se actúe conforme a la ley. El relato de la investigación que llevan a cabo con el ciego y con sus padres pone de manifiesto un comportamiento patético: han perdido todo el interés por la persona del ciego, no les interesa si ve o no ve; se aferran solo a la posible alteración de la legalidad.
No es difícil advertir, detrás de ese comportamiento, la necesidad de mantener el poder, gracias a un control férreo sobre la norma. Suele ser el modo de funcionar autoritario: desinterés hacia las personas, exigencia legalista a ultranza.
Jesús se había situado justo en el extremo opuesto: "No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre" (Mc 2,27). Este es, sin duda, el "juicio para el que he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos".
No se trata de una amenaza, sino de una constatación: quienes creen ver, porque han identificado las cosas con sus pensamientos, en realidad permanecen ciegos; se pierden la verdad de lo que es. Por el contrario, quienes quieren ver, porque son conscientes y sufren a causa de su "ceguera", encuentran el camino de la visión.

Enrique Martínez Lozano

lunes, 24 de marzo de 2014

PAPA FRANCISCO: EL ENCUENTRO CON JESUS TE CAMBIA LA VIDA

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de hoy nos presenta el encuentro de Jesús con la samaritana, pasado Sicar, dónde iba diario para sacar el agua. Ese día, se encontró con Jesús, sentado, fatigados por el viaje. Jesús el dice: "Dame de beber". De esta manera supera las barreras de la hostilidad que existía entre judíos y samaritanos y rompe los patrones de los prejuicios contra las mujeres. La simple solicitud de Jesús es el comienzo de un diálogo sincero, a través del cual, con gran delicadeza, entra en el mundo interior de una persona a quien, según esquemas sociales, no debería haber puesto ni siquiera la palabra. Jesús le hace sentir y despierta en ella el deseo de ir más allá de la rutina.

Para Jesús no era tanta  la sed sino satisfacer a un alma marchitada. Jesús para abrir el corazón de la mujer samaritana le pide tomar agua para llevar a cabo la sed que había en ella misma. La mujer es tocada por este encuentro: apela a Jesús esas preguntas profundas que todos tenemos dentro, pero que a menudo se ignoran. -Nosotros también tenemos muchas preguntas que hacer, pero no encontramos el coraje para preguntarle a Jesús. La Cuaresma es el tiempo para investigar, llevar a cabo nuestra verdad espiritual que pide y necesita  la ayuda del Señor en la oración. El ejemplo de la mujer samaritana nos invita a expresarnos así como: "Dame el agua de tu sed para siempre".

En este evangelio también nos encontramos la necesidad de "dejar el ánfora", un símbolo de todo lo que es importante, pero al parecer eso pierde valor frente al 'amor de Dios' ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo (Rm 5,5). Estamos llamados a redescubrir la importancia y significado de nuestra vida cristiana, iniciadas en el bautismo y, como la mujer samaritana, a testificar a nuestros hermanos la alegría del encuentro con Jesús y las maravillas que hace su amor en nuestras vidas. Un encuentro con Jesús te cambia la vida y te llena de alegría.
sources: Radio Vaticano

domingo, 23 de marzo de 2014

SENTIRNOS A GUSTO CON DIOS


A GUSTO CON DIOS

Escrito por  

JUAN 4, 5-42
La escena es cautivadora. Cansado del camino, Jesús se sienta junto al manantial de Jacob. Pronto llega una mujer a sacar agua. Pertenece a un pueblo semipagano, despreciado por los judíos. Con toda espontaneidad, Jesús inicia el diálogo. No sabe mirar a nadie con desprecio, sino con ternura grande. "Mujer, dame de beber".
La mujer queda sorprendida. ¿Cómo se atreve a entrar en contacto con una samaritana? ¿Cómo se rebaja a hablar con una mujer desconocida?. Las palabras de Jesús la sorprenderán todavía más: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría del agua de la vida".
Son muchas las personas que, a lo largo de estos años, se han ido alejando de Dios, sin apenas advertir lo que realmente estaba ocurriendo en su interior. Hoy Dios les resulta un "ser extraño". Todo lo que está relacionado con él, les parece vacío y sin sentido: un mundo infantil, cada vez más lejano.
Los entiendo. Sé lo que pueden sentir. También yo me he ido alejando poco a poco de aquel "Dios de mi infancia" que despertaba dentro de mí tantos miedos desazón y malestar. Probablemente, sin Jesús nunca me hubiera encontrado con un Dios que hoy es para mí un Misterio de bondad: una presencia amistosa y acogedora en quien puedo confiar siempre.
Nunca me ha atraído la tarea de verificar mi fe con pruebas científicas: creo que es un error tratar el misterio de Dios como si fuera un objeto de laboratorio. Tampoco los dogmas religiosos me han ayudado a encontrarme con Dios. Sencillamente me he dejado conducir por una confianza en Jesús que ha ido creciendo con los años.
No sabría decir exactamente cómo se sostiene hoy mi fe en medio de una crisis religiosa que me sacude también a mí como a todos. Solo diría que Jesús me ha traído a vivir la fe en Dios de manera sencilla desde el fondo de mi ser. Si yo escucho, Dios no se calla. Si yo me abro, él no se encierra. Si yo me confío, él me acoge. Si yo me entrego, él me sostiene. Si yo me hundo, él me levanta.
Creo que la experiencia primera y más importante es encontrarnos a gusto con Dios porque lo percibimos como una "presencia salvadora". Cuando una persona sabe lo que es vivir a gusto con Dios porque, a pesar de nuestra mediocridad, nuestros errores y egoísmos, él nos acoge tal como somos, y nos impulsa a enfrentarnos a la vida con paz, difícilmente abandonará la fe. Muchas personas están hoy abandonando a Dios antes de haberlo conocido. Si conocieran la experiencia de Dios que Jesús contagia, lo buscarían.
José Antonio Pagola
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viernes, 14 de marzo de 2014

Qué haría Jesus en mi lugar?

 Carta del Arzobispo a la comunidad
Montevideo, 9 de marzo de 2014
Queridos hermanos de la Arquidiócesis de Montevideo:
Al iniciar mi servicio como Arzobispo de Montevideo deseo llegar a cada uno de ustedes con mi saludo depadre, hermano y amigo. Espero, con la ayuda de la gracia, “servir al Señor con alegría”, poniéndome  a disposición de todos los que el Señor me ha encomendado.
Quiero expresar la gratitud de toda la Arquidiócesis por el servicio pastoral de Mons. Nicolás Cotugno, que nos ha guiado durante quince años. Siento la alegría de saber que en esta nueva misión estoy bien acompañado: por el obispo Auxiliar Mons. Milton Tróccoli, por los sacerdotes, los diáconos, los consagrados y los laicos. Juntos formamos el Pueblo de Dios que peregrina en Montevideo.
Hace dos años, en el retiro previo a la ordenación episcopal, me llamaron la atención estas palabras de la oración de consagración de obispos: “que por la mansedumbre y la pureza de corazón te sea grata su vida”.Les invito a que pidan al Señor esta gracia para mí. La mansedumbre y la pureza de corazón es la de quien“busca primero el Reino de Dios y su justicia”, en la seguridad que lo demás le “será dado por añadidura”.
Esta oración, a su vez, yo la hago por cada uno de ustedes. Cuando el Señor purifica nuestro corazón, nuestra vida se va haciendo más sencilla, más unificada, más transparente. El Espíritu Santo, que es el gran Maestro interior, nos va enseñando a ser cristianos, a asemejarnos a Cristo. Vamos así adquiriendo el hábito de pensar, sentir y actuar como Cristo. San Alberto Hurtado, santo chileno, sacerdote jesuita, se preguntaba y ayudaba a sus amigos a preguntarse: “¿qué haría Cristo en mi lugar?”
Ésta es la gran pregunta de un corazón cristiano unificado, que “busca primero el Reino de Dios y su justicia”. Es válida para todo cristiano. No como un peso que agobia, sino como una brisa fresca que renueva. Si soy un niño, un joven, un adulto, un anciano, hombre o mujer, casado o célibe, en la situación social en que me encuentre, es bueno que me pregunte: ¿Qué haría Cristo en mi lugar?
Sin duda la respuesta es personal, adecuada a la situación de cada uno y a las circunstancias de la propia vida. Pero es también comunitaria. Cada comunidad parroquial, cada grupo, cada movimiento, podría formulársela con sencillez en este comienzo del año: ¿Qué haría Cristo en nuestro lugar?
Vivimos una oportunidad histórica. Estamos llamados a discernir los signos de los tiempos. Gracias al Papa Francisco, sopla un viento favorable hacia la fe y la Iglesia. La carta que nos escribió: Evangelii Gaudium (“La alegría del Evangelio”), es una invitación a vivir nuestra fe con una fuerte carga misionera. En estos días se publicarán las “Orientaciones Pastorales” que los Obispos del Uruguay, después de muchas consultas, les proponemos para el quinquenio 2014-2019. Se titulan: “Jesús, fuente de agua viva”.  ¡Vaya si tenemos estímulos! ¿Nos ponemos en camino? ¿Qué haría Cristo en nuestro lugar?
En este tiempo de Cuaresma pidamos al Señor, por la intercesión de María y de nuestros Patronos San Felipe y Santiago, que caminemos juntos como Iglesia, en la esperanza de la Pascua cercana.
Con mi cariño y mi bendición.
                                                                                                                         + Daniel Sturla sdb                                                                                                                                                   Arzobispo de Montevideo

miércoles, 12 de marzo de 2014

DIOS NOS HABLA A TRAVES DE JESUS

2. Cuaresma (A) Mateo 17, 1-9
ESCUCHAR A JESÚS
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA12/03/14.- El centro de ese relato complejo, llamado tradicionalmente “La transfiguración de Jesús”, lo ocupa una Voz que viene de una extraña “nube luminosa”, símbolo que se emplea en la Biblia para hablar de la presencia siempre misteriosa de Dios que se nos manifiesta y, al mismo tiempo, se nos oculta.
La Voz dice estas palabras: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”. Los discípulos no han de confundir a Jesús con nadie, ni siquiera con Moisés y Elías, representantes y testigos del Antiguo Testamento. Solo Jesús es el Hijo querido de Dios, el que tiene su rostro “resplandeciente como el sol”.
Pero la Voz añade algo más: “Escuchadlo”. En otros tiempos, Dios había revelado su voluntad por medio de los “diez mandatos” de la Ley. Ahora la voluntad de Dios se resume y concreta en un solo mandato: escuchad a Jesús. La escucha establece la verdadera relación entre los seguidores y Jesús.
Al oír esto, los discípulos caen por los suelos “llenos de espanto”. Están sobrecogidos por aquella experiencia tan cercana de Dios, pero también asustados por lo que han oído: ¿podrán vivir escuchando solo a Jesús, reconociendo solo en él la presencia misteriosa de Dios?
Entonces, Jesús “se acerca y, tocándolos, les dice: Levantaos. No tengáis miedo”. Sabe que necesitan experimentar su cercanía humana: el contacto de su mano, no solo el resplandor divino de su rostro. Siempre que escuchamos a Jesús en el silencio de nuestro ser, sus primeras palabras nos dicen: Levántate, no tengas miedo.
Muchas personas solo conocen a Jesús de oídas. Su nombre les resulta, tal vez, familiar, pero lo que saben de él no va más allá de algunos recuerdos e impresiones de la infancia. Incluso, aunque se llamen cristianos, viven sin escuchar en su interior a Jesús. Y, sin esa experiencia, no es posible conocer su paz inconfundible ni su fuerza para alentar y sostener nuestra vida.
Cuando un creyente se detiene a escuchar en silencio a Jesús, en el interior de su conciencia, escucha siempre algo como esto: “No tengas miedo. Abandónate con toda sencillez en el misterio de Dios. Tu poca fe basta. No te inquietes. Si me escuchas, descubrirás que el amor de Dios consiste en estar siempre perdonándote. Y, si crees esto, tu vida cambiará. Conocerás la paz del corazón”.
En el libro del Apocalipsis se puede leer así: “Mira, estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa”. Jesús llama a la puerta de cristianos y no cristianos. Le podemos abrir la puerta o lo podemos rechazar. Pero no es lo mismo vivir con Jesús que sin él.

martes, 4 de marzo de 2014

ACUMULAR O SER


Domingo I Cuaresma
9 marzo 2014
Evangelio de Mateo 41-11

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre.
Y el tentador se le acercó y le dijo:
— Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.
Pero él contestó diciendo:
— Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Entonces el diablo lo lleva a la Ciudad Santa, lo pone en el alero del templo y le dice:
— Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras.
Jesús le dijo:
— También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios.
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y mostrándole todos los reinos del mundo y su esplendor, le dijo:
— Todo esto te daré si te postras y me adoras.
Entonces le dijo Jesús:
— Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto.
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y lo servían.

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¿ACUMULAR O SER?

En el relato de las tentaciones, quedan sabiamente reflejadas las apetencias más fuertes del ego. Es comprensible: nuestra primera y permanente tentación (engaño) no es otra que la de identificarnos con el ego y vivir para él.
Es un engaño, que conduce a la confusión y al sufrimiento, porque implica nada menos que olvidarnos de nuestra verdadera identidad y reducirnos a “algo” que nos esclaviza: el ego, en cuanto manojo de necesidades y de miedos, nubla nuestra visión y nos hace ver la realidad desde la reducida ranura de una mente absolutizada.
El ego se define a sí mismo por lo que acumula: posesiones, imagen, fama, títulos, poder, afectos, creencias… Y, preso de una insatisfacción constante, se dedica toda su vida a acumular: es su único modo de sentirse vivo.
Esa será, por tanto, nuestra tentación constante. Pero es importante advertir que no saldremos de ella a través de la lucha, sino gracias a la comprensión.
Esto parece recordarnos también el relato, al poner en boca de Jesús palabras de sabiduría, que le permiten sortear el engaño: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”.
El “Señor Dios” indica aquí justo lo opuesto al ego. Si este es únicamente un engaño, que nos encierra en su ficción, “Dios” es el fondo, la fuente y el núcleo de todo lo real, la Mismidad de todo lo que es. Eso lo único que merece adoración: porque esa es la verdad.
Ahora bien, la Mismidad de lo que es, constituye nuestra identidad más profunda: es la Presencia, que percibimos como pura consciencia de ser. Se trata de la identidad que se encuentra siempre a salvo, que trasciende el tiempo y el espacio, que reconocemos “compartida” con todo lo que es, y que es nuestro verdadero “hogar”, donde nos descubrimos no-separados de nadie ni de nada.

Si la pulsión del ego es acumular –por ahí van las “tentaciones”-, la Presencia no busca otra cosa que ser. “Solo ser. Nada más. Y basta. Es la absoluta dicha”, decía sabiamente Jorge Guillén.
Cuando la comprensión nos permite vivir en conexión con la Presencia que somos, nuestra vida es transformada. Eso es lo que apreciamos en Jesús: en él percibimos a un hombre libre, confiado, compasivo, ecuánime…
Quien se halla identificado con el ego (o yo mental), inevitablemente vivirá insatisfacción, soledad, miedo y ansiedad. Porque al ser una ficción, su percepción es de absoluta carencia y alteración: por más que lo intente negar, disimular o compensar, se sabe absolutamente vulnerable y, por tanto, amenazado.
Por el contrario, en quien se vive anclado en su verdadera identidad brotan la confianza, la serenidad, la paz, el amor… De hecho, todas estas dimensiones no son sino otros nombres de aquella misma única realidad.
Con motivo de los funerales de Nelson Mandela, releí el testimonio que, años atrás, el cardenal Martini había dado sobre él. En una ocasión en que se le preguntó acerca de la persona más especial que había conocido en su vida, Martini respondió con rapidez: Mandela; un hombre completamente en paz".
Por otro lado, solo la comprensión de nuestra verdadera identidad nos permite salir de la trampa del acumular incesante y ansioso en que se mueve el ego.
Y venimos a descubrir –Jesús también será un signo de ello- que no se trata de acumular, sino de participar en el movimiento de la Vida: dejar que la vida sea, porque nos vivimos alineados con ella, reconociéndola como nuestra identidad última, siempre a salvo: la única que merece toda adoración.

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