viernes, 25 de abril de 2014

QUÉ HACE FALTA PARA QUITARNOS LAS VENDAS DE LOS OJOS?

DE PALACIOS, CATEDRALES Y FAVELAS

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"...si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida" (Papa Francisco)
27 de abril, II domingo de Pascua
Hch 2, 42-47
-"Eran asiduos en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la solidaridad, en la fracción del pan y en las oraciones".
-A diario acudían fielmente y unánimes al templo; en sus casas partían el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera".
El pan sigue abundante, pero la fracción compartida y la alegría rondan los límites de la miseria. Los han rondado siempre, excepto cuando, como sugiere la Evangelii Gaudium, rompemos la paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres, alcanzando con ello plenitud. Un drama griego cósmico de Macroeconomía Social que los potentados de la tierra –laicos y sagrados- no quieren reconocer y a cuya representación se niegan a asistir.
Su título: "De Palacios, Catedrales y favelas", escrita por el Homo Sapiens del siglo XXI. El Argumento alcanza toda la historia de la Humanidad, desde las inmediaciones de Altamira a nuestros días. El Prólogo es un grito de apremio a los potentados de palacios y catedrales para una toma de conciencia de los hechos... que no quieren escuchar. Los Actos que siguen, explayan con contundencia la realidad de un mundo de favelas en cuyos interiores y aledaños apenas superviven plantas, animales y personas.
¿Y el Epílogo? Un trágico final del que solo Palacios, Catedrales y favelas unidos –la responsabilidad es unitaria- podrán revertirlo en un desenlace feliz. Pero esto no será viable mientras esos rostros desfigurados de crucificados de la tierra nos abofetean con el rostro torturado y deformado de Jesús en el Monte de la Calavera. Como nos abofetean las fisonomías orondas de palacios y catedrales depredadoras del pan de los pobres. ¡Qué bien les sentaría a modo de leyenda en sus frontispicios, el consejo de Idomeneo a su hijo Idamante: "Si quieres aprender el arte de reinar comienza por preocuparte de sostener al pobre"!
De esta manera plenamente evangélica lo han entendido muchos cristianos y no cristianos. Un botón de muestra, el de Vicente Ferrer. De él dice uno de los protagonistas en su reciente película, que "Enseguida se dio cuenta de que su tarea más urgente no era evangelizar, sino ayudar a los campesinos más pobres a salir de su miseria". Y cuando un periodista le pregunta sobre su próximo destino, el todavía jesuita le responde sin titubear: "Donde haya gente que me necesite para vivir con dignidad". Porque, como le manifiesta sin ambajes a su superior: "La razón de mi presencia aquí no es decir la misa, es paliar la miseria".
Resultado: un Proyecto social para una vida más digna de los intocables, con escuelas, hospitales, pozos de agua, campos de cultivo, ilusiones en el corazón, etc, que hoy beneficia a más de dos millones de personas en Anantapur, una de las regiones más pobres de la India.
Un sueño hecho realidad, como el que imaginó Vittorio de Sica en Milagro en Milán, donde la magia hace que los desheredados milaneses sobrevuelen los altivos capiteles de su ostentosa catedral gótica. Cabalgan en mágicas escobas hasta perderse en el horizonte del cielo mientras corean su austera felicidad: Nos basta una casita para vivir y dormir. Nos basta un poco de tierra para vivir y morir...
Es el triunfo final de los excluidos. De los seres anónimos a quienes se les retira con violencia el carnet de todo derecho humano. Inocentes oprimidos hasta la muerte con falsos pretextos, como el cordero por el lobo en la fábula de Esopo. El psiquiatra y filósofo Frantz Fanon lo denuncia cerrando su obra Los condenados de la tierra, con esta conclusión: "Por Europa, por nosotros mismos y por la humanidad, compañeros, hay que cambiar de piel, desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de crear un hombre nuevo".
Abajo, pegados a la tierra, las fisonomías orondas de Catedrales y Palacios. Arriba, pero también pegados a la tierra, los demacrados semblantes de favelas. Tragedia para todos al fin... difícil de entender desde este terrenal patio de butacas. Entretanto, y para cada uno de nosotros, la invitación del Papa de los pobres: "...si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida".


sábado, 19 de abril de 2014

MIRAR EL FUTURO CON OPTIMISMO

¿Podemos todavía sonreír en medio del miedo y la consternación de nuestro tiempo?

18/04/2014
En mi ya larga trayectoria teológica, desde el principio, en los años 69 del siglo pasado, han sido siempre centrales dos temas que representan singularidades propias del cristianismo: la concepción societaria de Dios (Trinidad) y la idea de la resurrección en la muerte. Si dejásemos fuera estos dos temas, no cambiaría casi nada en el cristianismo tradicional. Éste predica fundamentalmente el monoteísmo (un solo Dios) como si fuésemos judíos o musulmanes. Y en lugar de la resurrección prefirió el tema platónico de la inmortalidad del alma. Es una pérdida lamentable, porque dejamos de profesar algo especial, diría casi exclusivo del cristianismo, cargado de jovialidad, de esperanza y de un sentido innovador del futuro.
Dios no es la soledad del uno, terror de los filósofos y de los teólogos. Es la comunión de tres Únicos, que por ser únicos no son números sino un movimiento dinámico de relaciones entre diversos igualmente eternos e infinitos, relaciones tan íntimas y entrelazadas que impide que haya tres dioses, sino un solo Dios-amor-comunión-inter-retro-comunicación. El nuestro es un monoteísmo trinitario y no atrinitario o pre-trinitario. En esto nos distinguimos de los judíos y de los musulmanes y de otras tradiciones monoteístas.
Decir que Dios es relación y comunión de amor infinito y que de Él se derivan todas las cosas es permitirnos entender lo que la física cuántica viene afirmando desde hace ya casi un siglo: todo en el universo es relación, entrelazamiento de todos con todos, formando una red intrincadísima de conexiones que forman el único y mismo universo. Él es, efectivamente, a imagen y semejanza del Creador, fuente de interrelaciones infinitas entre diversos, que vienen bajo la representación de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta concepción quita el fundamento a todo y cualquier centralismo, monarquismo, autoritarismo y patriarcalismo, que encontraba en un único Dios y único Señor su justificación, como algunos teólogos críticos ya observaron. El Dios societario, proporciona, sin embargo, el soporte metafísico a todo tipo de socialidad, de participación y de democracia.
Pero como los predicadores por lo general no se refieren a la Trinidad, sino solo a Dios (solitario y único) se pierde una fuente de crítica, de creatividad y de transformaciones sociales en la línea de la democracia y de la participación abierta y sin fin.
Algo semejante ocurre con el tema de la resurrección. Esta constituye el núcleo central del cristianismo, su point d’honneur. Lo que volvió a reunir a la comunidad de los apóstoles después de la ejecución de Jesús de Nazaret en la cruz (todos estaban regresando, desesperanzados, a sus casas) fue el testimonio de las mujeres diciendo: “ese Jesús que fue muerto y sepultado vive y ha resucitado”. La resurrección no es una especie de reanimación de un cadáver como el de Lázaro que luego acabó muriendo como todos, sino la revelación del novissimus Adam en la feliz expresión de Pablo: la irrupción del Adán definitivo, del ser humano nuevo, como si el fin bueno de todo el proceso de la antropogénesis y de la cosmogénesis se hubiese anticipado. Por lo tanto, una revolución en la evolución.
El cristianismo de los primeros tiempos vivía de esta fe en la resurrección resumida por san Pablo al decir: “Si Cristo no resucitó nuestra predicación es vacía y vana nuestra fe” (1Cor 15,14). En tal caso sería mejor pensar: “comamos y bebamos porque mañana moriremos” (15,22). Pero si Jesús resucitó, todo cambia. Nosotros también vamos a resucitar, pues él es el primero entre muchos hermanos y hermanas, “las primicias de los que murieron” (1Cor 15,20). En otras palabras, y esto vale contra todos los que nos dicen que somos seres-para-la-muerte, nosotros morimos, sí, pero morimos para resucitar, para dar un salto hacia el término de la evolución y anticiparla en el aquí y el ahora de nuestra temporalidad.
No conozco ningún mensaje más esperanzador que este. Los cristianos deberían anunciarlo y vivirlo en todas partes. Pero lo dejan de lado y se quedan con el anuncio platónico de la inmortalidad del alma. Otros, como ya observaba irónicamente Nietzsche, son tristes y taciturnos como si no hubiese redención ni resurrección. El Papa Francisco dice que son “cristianos de cuaresma sin resurrección”, con “cara de funeral”, tan tristes que parece que van a su propio entierro.
Cuando alguien muere, llega para esa persona el fin del mundo. En ese momento, en la muerte, es cuando sucede la resurrección: inaugura el tiempo sin tiempo, la eternidad bienaventurada.
En una época como la nuestra, de desagregación general de las relaciones sociales y de amenazas de devastación de la vida en sus diferentes formas y hasta con peligro de desaparición de nuestra especie humana, vale la pena apostar por estas dos iluminaciones: Que Dios es comunión de tres que son relación de amor, y que la vida no está destinada a la muerte personal y colectiva sino a más vida todavía. Los cristianos apuntan hacia una anticipación de esta apuesta: el Crucificado que fue Transfigurado. Guarda las señales de su paso doloroso entre nosotros, las marcas de la tortura y de la crucifixión, pero, ahora transfigurado, las potencialidades de lo humano escondidas en él se realizaron plenamente. Por eso lo anunciamos como el ser nuevo entre nosotros.
La Pascua no quiere celebrar otra cosa que esta feliz realidad que nos concede sonreír y mirar el futuro sin miedo ni pesimismo.
Leonardo Boff escribió Nuestra resurrección en la muerte, Sal Terrae 2005.
Traducción de Mª José Gavito Milano




viernes, 18 de abril de 2014

QUE QUIERE DECIR QUE JESUS MURIO POR NOSOTROS?

JESÚS NO NOS SALVÓ CON SU MUERTE SINO CON SU VIDA

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Jn 18, 1-19, 42
La celebración ayer de la última cena, la celebración hoy de la muerte y la celebración mañana de la resurrección, son tres aspectos de una misma realidad: la plenitud de un ser humano que llegó a identificarse con Dios que es Amor. Este es el punto de partida para que cualquier ser humano pueda desarrollar su verdadera humanidad. Pero el amor es la meta a la que llegó Jesús y a la que tenemos que llegar nosotros. Ese amor es lo más dinámico que podemos imaginar, porque es el motor de toda acción humana.
El recuerdo puramente litúrgico de la muerte de Jesús sin un compromiso de mantener en nuestra vida las mismas actitudes que le llevaron a la muerte, es un folclore vacío de contenido. Otro peligro que nos acecha en esta celebración, es caer en la sensiblería. Tal vez no podamos sustraernos a los sentimientos ante la descripción de una muerte tan brutal. El peligro estaría en quedarnos ahí y no tratar de vivir lo que estamos celebrando. Nos importan los datos históricos, pero sólo como medio de descubrir la cristología que en ellos se encierra: Jesús es para nosotros el modelo de lo humano y de lo divino.
No podemos presentar la muerte de Jesús como el colmo del sufrimiento. La vida de Jesús se desarrolló con relativa normalidad y con una cierta comodidad. Los sufrimientos duraron solo unas horas. Millones de personas, antes y después de Jesús, han sufrido mucho más en cantidad y en intensidad. No podemos seguir hablando de sus sufrimientos como si fueran los únicos. Fue una muerte cruel, sin duda, pero no podemos presentarla como el paradigma del dolor humano. El valor de la muerte de Jesús no está en el dolor, sino en la motivación de esa muerte, en la actitud de Jesús y de los que lo mataron.
Tenemos que entender bien, la idea de que "murió por nuestros pecados". El autor de la carta a los hebreos, (que seguramente no es de Pablo) lo que intenta es hacer ver a los judíos, que ya no tenía sentido el repetir los sacrificios que habían sido la base del culto en el templo, porque ya estaba cumplida en Jesús toda la labor de mediación. Esta idea es posible, solo desde la perspectiva del Dios del AT que premia y castiga; y exige el pago por nuestros pecados. Este Dios no tiene nada que ver con el Dios de Jesús, que nos ama a todos siempre e infinitamente y que, si pudiera tener alguna preferencia, sería para con los débiles o los pecadores.
¿Por qué le mataron? ¿Por qué murió? Si no hacemos esta distinción, entraremos en un callejón sin salida. Le mataron porque la idea de Dios que él predicó no coincidía con la idea que los judíos tenían de su Dios. El Dios de Jesús, como veíamos ayer, no es el soberano que quiere ser servido, sino Amor absoluto que se pone al servicio del hombre. Esta idea de Dios es demoledora para todos aquellos que pretenden utilizarlo como instrumento de dominio y esclavitud de los demás. Ningún poder establecido puede aceptar ese Dios, porque no es manipulable ni se puede utilizar en provecho propio. Esta idea de Dios es la que no pudieron aceptar los jefes religiosos judíos. Este Dios nunca será aceptado por los jefes religiosos de ninguna época.
Jesús murió por ser fiel a sí mismo y a Dios. No se pueden separar las respuestas a las dos preguntas. Jesús como todo ser humano tenía que morir, pero resulta que no murió, sino que le mataron. Esto último, tampoco hace de su muerte un hecho singular. La singularidad de esa muerte hay que buscarla en otra parte. La muerte de Jesús no fue un accidente, sino consecuencia de su manera de ser y de actuar. Creo que en la aceptación de las consecuen¬cias de su actuación está la clave de toda la vida de Jesús.
El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir, ni de hacer lo que tenía que hacer, aunque sabía que eso le costaría la vida, es la clave para compren¬der que la muerte no fue un accidente, sino un hecho fundamental en su vida. El hecho de que le mataran, podía no tener mayor importancia, pero el hecho de que le importara más la defensa de sus convicciones, que la vida, nos da la verdadera profundi¬dad de su opción vital. Jesús fue mártir (testigo) en el sentido estricto de la palabra.
Las palabras y los gestos de Jesús en la última cena, sobre el servicio total a los demás, pueden significar la más elevada toma de conciencia de Jesús sobre el sentido de su vida. Tal vez en ese momento, cuando ya era inevitable su muerte, descubrió el verdadero sentido de una vida humana. Cuando un ser humano es capaz de consumirse por los demás, está alcanzando su plena consumación. En ese instante manifiesta un amor semejante al amor de Dios y puede decir: "Yo y el Padre somos uno". Dios está allí donde hay verdadero amor, aunque sea con sufrimiento y muerte. Si seguimos pensando en un dios de "gloria", será muy difícil comprender el sentido de la muerte de Jesús.
¿Qué tuvo que ver Dios en la muerte de Jesús? El gran interrogante que se plantea sobre esa muerte recae sobre Dios. No podemos pensar que planeó su muerte, ni que la exigió como pago de un recate por los pecados, ni que la permitió o la esperó. La paradoja está en que podemos decir que Dios no tuvo nada que ver en la muerte de Jesús, y podemos decir que fue precisamente Dios la causa de su muerte. Si pensamos que Dios era el motor de toda la vida de Jesús, de sus actitudes y de sus decisiones, entonces Él fue la causa de que Jesús fuera a la muerte.
La muerte de Jesús es una verdadero interrogante sobre Dios. Según todas las apariencias, Dios abandonó a Jesús a su suerte cuando le pedía a gritos que le ayudara. ¿Cómo podemos armonizar su silencio con la cercanía en el momento de morir? Aquí está la clave de comprensión del misterio Pascual. Dios no abandonó por un momento a Jesús para después reivindicarlo. Dios estuvo con Jesús en su muerte. Porque fue capaz de morir antes que fallarle, demuestra esa presencia de Dios como en ningún otro momento de su vida. En la entrega total se identificó totalmente con Dios y lo hizo presente. Cualquier otro intento de demostrar la presencia de Dios en Jesús (conocimientos, poder, milagros) es contrario a las enseñanzas más profundas de Jesús sobre Dios.
Creo que aún tenemos que reflexionar mucho sobre esa muerte para comprender el profundo significado que tuvo para él y para nosotros. Su muerte es el resumen de su actitud vital y por lo tanto, en ella podemos encontrar el verdadero sentido de su vida. Se trata de una muerte que manifiesta la verdadera Vida. Pero no se trata de la muerte física, sino de la muerte al "ego", y por lo tanto a todo egoísmo, que hizo posible una entrega a los demás hasta la muerte. Este es el mensaje que no queremos aceptar, por eso preferimos salir por peteneras y buscar soluciones que no nos exijan entrar en esa dinámica. Si nuestro "yo" sigue siendo el centro de nuestra existencia, no tiene sentido celebrar la muerte de Jesús; y tampoco celebrar su "resurrección".
Nosotros tenemos que separar la vida, la muerte y la resurrección de Jesús para intentar entenderlas, pero solamente las podremos entender si descubrimos la unidad de las tres realidades. La muerte fue consecuencia inevitable de su vida, pero en esa muerte ya estaba toda lo gloria que podía recibir Jesús. La trayectoria humana de Jesús terminó alcanzando la más alta meta: desplegar al máximo toda su humanidad, alcanzando y manifestando la plenitud de divinidad. Si no tenemos presente esto, podemos seguir echando balones fuera y sin descubrir lo que tiene de acicate para nosotros el darnos cuenta que un ser humano, en todo semejante a nosotros, pudo llegar a esa meta.

lunes, 7 de abril de 2014

SER PERSONA VS TENER BIENES

"Todo organismo vivo cuenta con un dinamismo interno que le empuja en la dirección de su desarrollo, eficacia y plenitud". (Carl Rogers)
6 de abril, domingo V de Cuaresma
Jn 11, 1-45
Salió el muerto con los pies y las manos sujetos con vendas y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús les dijo:
-Desatadlo y dejadlo ir".
Todos los grandes Maestros de la Sabiduría de la Vida consideraron la alternativa entre tener y ser como el punto más importante de sus respectivos sistemas. Y propusieron una visión del vivir, predominantemente orientada al ser persona frente al tener bienes de cualquier orden. Confucio, Lao-tsé, Buda, Jesús, los místicos de todas las religiones... etc. Voces proféticas no acalladas hasta nuestros días que, como las de Juan el Bautista, no han cesado de gritar –también frecuentemente en el desierto- contra una sociedad desbocada, a punto de sumergirse en el abismo.
El Maestro Eckhart –místico alemán del s XIII- enseñó que no tener nada y permanecer abierto y "vacío", no permitiendo al ego ser un estorbo en nuestro camino, es la condición para lograr salud y fuerza espiritual. Marx –un humanista radical del XIX- enseñó que el lujo es un defecto, tanto como la pobreza, y que nuestra meta debe consistir en ser mucho, y no en tener mucho. El Psicoanalista Eric Fromm, nos conmina en sus obras "El corazón del hombre" y "Del tener al ser", que el hombre se ha convertido en un consumidor eterno, y el mundo para él no es más que un objeto para calmar su apetito. Y José L. Sampedro, economista y escritor humanista, que abogó por una economía «más humana, más solidaria, capaz de contribuir a desarrollar la dignidad de los pueblos».
Este fue sin duda el leitmotiv que, al menos en sus orígenes, se escuchó como básico en la partitura –letra y música, palabra y hechos- de la vida entera de Jesús. Con el paso del tiempo y la colaboración de quienes debían haber sido sus puristas guardianes, la página acabó desfigurada por melodías espurias, y el Evangelio, trufado a gusto del consumidor de la época: un sándwich repleto de doctrinas celestiales, al que hay que devolver su prístina naturaleza. Buda enseñó que para alcanzar la etapa más elevada del desarrollo humano, no debemos anhelar posesiones. Y Jesús dijo: "¿Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si se pierde o se malogra él?" (Luc 9, 25).
Las Iglesias oficiales han cometido pecado de incomparecencia en temas hoy candentes para el pueblo. O, en el mejor de los casos, sus pastores más inmediatos les han hablado de ellos por pinganillo; es decir, recibiendo instrucciones del realizador desde el control. Y eso, a pesar de que, como ya Carl Rogers expresó, "Todo organismo vivo cuenta con un dinamismo interno que le empuja en la dirección de su desarrollo, eficacia y plenitud". Una tarea en la que el Papa Francisco está seriamente comprometido, urgentemente acuciado por demanda de la sociedad entera.
Quizás ha llegado el momento de traducir el lema del Manifiesto de Marx en términos de "¡Hombres y mujeres del mundo entero, uníos!". Uníos ¿para qué?. Para alumbrar una nueva Sociedad donde la Paz y la Justicia sean aval fidedigno de felicidad y convivencia. Una Sociedad que permita a todo ser vivo vivir en libertad, y promueva en cada ser humano no tanto unas creencias religiosas cuanto una forma de vivir y desarrollarse humanamente en plenitud. Nuestro mundo necesita emprendedores dispuestos a crear más Multinacionales de Valores, que achiquen el Tráfico de Verdades y Teneres. El hombre padece hoy una deforestación de principios, que le priva del oxígeno necesario para su supervivencia personal y de la especie.

miércoles, 2 de abril de 2014

LA MUERTE ES VIDA

Domingo V Cuaresma
6 abril 2014

Evangelio de Juan 111-45

En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro le mandaron recado a Jesús, diciendo:
— Señor, tu amigo está enfermo.
Jesús, al oírlo, dijo:
— Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Solo entonces dice a sus discípulos:
— Vamos otra vez a Judea.
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
— Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.
Jesús le dijo:
— Tu hermano resucitará.
Marta respondió:
— Sé que resucitará en la resurrección del último día.
Jesús le dice:
— Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?
Ella contestó:
— Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.
Jesús, muy conmovido, preguntó:
— ¿Dónde lo habéis enterrado?
Le contestaron:
— Señor, ven a verlo.
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
— ¡Cómo lo quería!
Pero algunos dijeron:
— Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera este?
Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba. (Era una cavidad cubierta con una losa).
Dijo Jesús:
— Quitad la losa.
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
— Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.
Jesús le dijo:
— ¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
— Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has enviado.
Y dicho esto, gritó con voz potente:
— Lázaro, ven afuera.
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
— Desatadlo y dejadlo andar.
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

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SOMOS NECESIDAD Y PLENITUD


La belleza y sabiduría del relato consiste en conjugar, en la misma persona de Jesús, una doble afirmación: “Se echó a llorar” y “Yo soy la resurrección y la vida”.
Esa es, justamente, nuestra paradoja: somos seres sensibles, a quienes nos afecta lo que sucede y, simultáneamente, somos Vida que se halla siempre a salvo.
Nos percibimos como pura necesidad y carencia –y, por tanto, vulnerables- pero, al mismo tiempo, somos plenitud a la que nada le falta.
Nuestro “doble rostro” no es sino expresión de las “dos caras” de lo Real: lo invisible y lo manifiesto, “lo implicado y lo explicado” (por utilizar los términos del físico David Bohm), el vacío y la forma…
Ambos aspectos son ciertos, si bien no en el mismo nivel. Por eso, en cierto modo, podría decirse que lo absoluto se manifiesta en lo (como) relativo.

La tradición cristiana ha personalizado este doble rostro de lo Real en la persona de Jesús, al afirmar simultáneamente su divinidad y su humanidad. La lectura adecuada de tal afirmación no habla de una suma o yuxtaposición de dos realidades separadas (Dios y hombre), sino del misterio de la Unidad, visto desde dos perspectivas diferentes. Por eso, la formulación menos inadecuada pudiera ser esta: lo humano es divino, y lo divino es humano. (Y probablemente fuera por aquí la intuición de Leonardo Boff cuando, al hablar de Jesús, afirmó que “alguien tan humano solo podía serlo Dios”).
Cuando se han entendido aquellas dos dimensiones en clave de yuxtaposición –una al lado de la otra-, se ha dado entrada a una serie interminable de pseudo-problemas que no conducen a ninguna parte.
Del mismo modo, cuando aquella afirmación se ciñó exclusivamente a Jesús, tuvo como resultado que se hiciera de él un “ídolo” separado y alejado de todos nosotros.
En realidad, lo que se afirma de Jesús se está diciendo también de todos nosotros. Y esto no es “rebajar” su figura –como leería una creencia mítica, o como temería un cristiano convencional-, sino justamente percibirla en toda su hondura y plenitud.
Parece claro que cualquier comparación nace de la mente y caracteriza el funcionamiento del ego, que vive precisamente del juicio y la comparación. Eso explica que, mientras se permanece en la mente y en el ego –como si esta fuera nuestra verdadera identidad-, la comparación sea inevitable, enfatizando, por encima de todo, las diferencias entre los egos.
Al silenciar y trascender la mente, se abre la perspectiva no-dual que, sin negar las diferencias manifiestas, sabe ver la unidad de fondo que las abraza, y que constituye realmente su identidad última.

Como Jesús, somos, a la vez, necesidad –por eso lloramos- y somos Vida. Y esto es lo que en la tradición cristiana se ha expresado con el término “resurrección”.
La resurrección –como la reencarnación, en otras culturas y latitudes- es un “mapa”, que apunta a la verdad de que somos Vida, que nada puede aniquilar.
Por eso, cuando Marta expresa la fe convencional judía –“sé que resucitará en la resurrección del último día”-, Jesús puntualiza: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.
La muerte –aunque nos haga llorar e incluso produzca gran temor a nuestra sensibilidad, porque somos seres sintientes- es únicamente una “forma” más que adopta la Vida, no muy diferente de aquella otra que es el nacimiento. En este y en aquella, La Vida solo cambia de forma. Y esa misma Vida, como bien sabía Jesús, es nuestra verdadera identidad; no la identidad de nuestro yo individual (o ego), sino del Yo Soyuniversal que, más allá de las diferencias, somos.