Mt 14, 22-33
Como el domingo pasado vemos una parábola en acción. No es fácil
imaginar lo que en realidad pudo pasar, si es que hubo un episodio real,
que diera pie a este relato. En este relato, lo que pasó tiene poca
importancia; todo él está lleno de símbolos que nos quieren llevar más
allá de una información de sucesos puntuales.
Este relato se parece más a los relatos de apariciones pascuales.
Algunos exegetas sugieren que puede tratarse de un relato de Jesús
resucitado, que han colocado más tarde en el contexto de la vida real.
También hoy es la primera lectura la que nos empuja a una
interpretación espiritual. Tanto Elías como Pedro reciben una magistral
lección. Los dos habían hecho un Dios a su imagen y semejanza. La
experiencia les enseña que Dios no se puede meter en conceptos y que es
siempre más de lo que creemos. Nunca se identifica con lo que pensamos
de Él.
Además de Mateo, lo narran Marcos y Juan. Los tres lo sitúan después
de la multiplicación de los panes. Los tres presentan a Jesús subiendo a
la montaña para orar. En los tres relatos, Jesús camina sobre el agua.
También coinciden en señalar el miedo de los discípulos; Mateo y Marcos
dicen que gritaron. La respuesta de Jesús es la misma:
Soy yo, no tengáis miedo.
En Marcos y Mateo, Jesús manda a los discípulos embarcar y marchar a
la otra orilla; pero el verbo griego, deja entrever cierta imposición.
En Juan, la iniciativa es de los discípulos y se deja entender que lo
hacen despechados porque Jesús no acepta ser proclamarlo rey.
En el AT, el monte es el lugar de la divinidad. Jesús, después de un
día ajetreado, se eleva al ámbito de lo divino. Como Moisés la segunda
vez que sube al Sinaí, va solo. Nadie le sigue en esa cercanía a la
esfera de lo divino. La multitud solo piensa en comer. Los apóstoles
piensan en medrar. Para la tentación, Jesús se pone a orar. Es muy
interesante descubrir que Jesús necesita de la oración, desbaratando
así, la idea simplista que tenemos, de que él era Dios sin más. Jesús
tiene necesidad de momentos de auténtica contemplación.
Jesús
sube a lo más alto. Los discípulos
bajan
hasta el nivel más bajo, el mar. Creen que van a encontrar allí las
seguridades que Jesús les niega al no aceptar la gloria humana. En
realidad encuentran la oscuridad, la zozobra, el miedo. Las aguas
turbulentas representan las fuerzas del mal. Son el signo del caos, de
la destrucción, de la muerte.
Jesús camina sobre todo esto. En el AT se dice expresamente que solo
Dios puede caminar sobre el dorso del océano. Al caminar Jesús sobre las
aguas, se están diciendo dos cosas: que domina sobre las fuerzas del
mal y que es Dios.
En el relato se aprecia la visión que de Jesús tenía aquella primera comunidad. Era
verdadero hombre
y como tal, tenía necesidad de la oración para descubrir lo que era y
superar la tentación de quedarse en lo material. Al caminar sobre el
mar, está demostrando que era también
verdadero Dios.
La confesión final es la confirmación de esta experiencia. Esta
confesión apunta también a un relato pascual, porque solo después de la
experiencia de la resurrección, confesaron los apóstoles la divinidad de
Jesús.
La barca es símbolo de la nueva comunidad. Las dificultades que
atraviesan los apóstoles, son consecuencia del alejamiento de Jesús.
Esto se aprecia mejor en el evangelio de Juan, que deja muy claro que
fueron ellos los que decidieron marcharse sin esperar a Jesús. Se alejan
malhumorados porque Jesús no aceptó las aclamaciones de la gente
saciada.
Pero Jesús no les abandona a ellos y va en su busca. Para ellos Jesús
es un “fantasma”; está en las nubes y no pisa tierra. No responde a sus
intereses y es incompatible con sus pretensiones. Su cercanía, sin
embargo, les hace descubrir el verdadero Jesús.
El miedo es el primer efecto de toda teofanía. El ser humano no se
encuentra a gusto en presencia de lo divino. Hay algo en esa presencia
de Dios que le inquieta. La presencia del Dios auténtico no da
seguridades, sino zozobra; seguramente porque el verdadero Dios no se
deja manipular, es incontrolable y nos desborda.
La respuesta de Jesús a los gritos es una clara alusión al episodio de Moisés ante la zarza. El
“ego eimi” (yo soy) en boca de Jesús es una clara alusión a su divinidad. Juan lo utiliza con mucha frecuencia.
El episodio de Pedro, merece una mención especial. Es muy probable
que sea una tradición, seguramente legendaria, exclusiva de esa
comunidad. Aunque así sea, tiene mucha miga. Pedro siente una curiosidad
inmensa al descubrir que su amigo Jesús se presenta con poderes
divinos, y quiere participar de ese mismo privilegio.
“Mándame ir hacia ti, andando sobre el agua”;
haz que yo partícipe del poder divino como tú. Pero Pedro quiere
lograrlo por arte de magia, no por una transformación personal. Jesús le
invita a entrar en la esfera de lo divino y participar de ese verdadero
ser:
ven.
Estamos hablando de la aspiración más profunda de todo ser humano
consciente. En todas las épocas ha habido hombres que han descubierto
esa presencia de Dios. Pedro representa aquí, a cada uno de los
discípulos que aún no han comprendido las exigencias del seguimiento.
Jesús no revindica para sí esa presencia divina, sino que da a entender
que todos estamos invitados a esa participación.
Pedro camina sobre el agua mientras está mirando a Jesús; se empieza a
hundir cuando mira a las olas. No está preparado para acceder a la
esfera de lo divino porque no es capaz de prescindir de las seguridades.
El verdadero Dios no puede llegar a nosotros desde fuera y a través
de los sentidos. No podemos verlo ni oírlo ni tocarlo, ni olerlo ni
gustarlo. Tampoco llegará a través de la especulación y los
razonamientos. Dios no tiene más que un camino para llegar a nosotros:
nuestro propio ser. Su acción no se puede “sentir”. Esa presencia de
Dios, solo puede ser vivida. El budismo tiene una frase, a primera vista
tremenda: “si te encuentras con el Buda, mátalo”. Si te encuentras con
dios, mátalo. Ese dios es falso, es una creación tuya; es un ídolo. Si
lo buscas fuera de ti, estás persiguiendo un fantasma.
También hoy, el viento es contrario, las olas son inmensas, las cosas
no salen bien y encima, es de noche y Jesús no está presente. Todo
apunta a la desesperanza. Pero resulta que Dios está donde menos lo
esperamos: en medio de las dificultades, en medio del caos y de las
olas, aunque nos cueste tanto reconocerlo.
La gran tentación ha sido siempre que se manifestara de forma
portentosa. Seguimos esperando de Dios el milagro. Dios no está en el
huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego. Es apenas un susurro.
Hoy tenemos que afrontar la misma disyuntiva. O mantener a toda costa
nuestro ídolo, o atrevernos a la búsqueda del verdadero Dios. La
tentación sigue siendo la misma: mantener el ídolo que hemos pulido y
alicatado desde la prehistoria. La consecuencia es clara: nunca
encontraremos al Dios verdadero. Esta es la causa de que se alejen de
las instituciones los que mejor dispuestos están. Los que no aceptan los
falsos dioses que nos empeñamos en venderles. Se encuentran, en
cambio, muy a gusto con ese “dios” los que no quieren perder las
seguridades que les dan los ídolos fabricados a nuestra medida.
El ser humano ha buscado siempre al Dios todopoderoso que hace y
deshace a capricho, que empleará esa omnipotencia en favor mío si cumplo
determinadas condiciones.
Si en la religión buscamos seguridades, estamos tergiversando la
verdadera fe-confianza. Dios no puede darme ni prometerme nada que no
sea Él mismo. Ni como Iglesia ni como individuos debemos poner nuestra
meta en las seguridades externas. Las seguridades que con tanto ahínco
busca nuestro yo, son el mayor peligro para llegar a Dios.
Meditación-contemplación
Mándame ir hacia ti… Ven.
El ansia de lo divino es una constante en el ser humano.
Es un anhelo positivo que está puesto ahí por Él.
La trampa es querer conseguirlo por un camino equivocado.
……………………
Lo divino forma parte de mí.
Es la parte sustancial y primigenia de mi ser.
Cuando descubro y vivo esa presencia,
despliego todas las posibilidades de ser que ya hay en mí.
…………………
El secreto está en la absoluta confianza en Él.
Si pretendo buscarle como un bien más de consumo,
solo me encontraré con seguridades ficticias.
Solo lanzándome sin “paracaídas” conseguiré aterrizar en Él
……………
FRAY MARCOS