miércoles, 28 de octubre de 2015

EL VERDADERO CAMINO A LA FELICIDAD

Fiesta de Todos los Santos
1 noviembre 2015

Evangelio de Mateo 5, 1-12a 

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos. Y él se puso a hablar enseñándoles: 
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. 
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. 
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “los hijos de Dios”.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. 
Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. 

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LA COMPRENSIÓN QUE TRANSFORMA RADICALMENTE


Mateo convierte la proclamación de las Bienaventuranzas en ocho actitudes u opciones de vida que son fuente de dicha y de libertad.
A ojos de la cultura dominante –y del ego, que rige en ella-, parecen un sinsentido, porque chocan frontalmente con el modo de funcionar del yo, que persigue objetivos radicalmente opuestos. 
Lo primero que destaca, por tanto, en esta proclamación es el carácter paradójico de la felicidad que anuncian. Aquí se ve como dicha lo que para el yo es desgracia. ¿Dónde está la clave?
Digamos de entrada que la lectura adecuada no es la dolorista, que ensalza el dolor como algo bueno en sí mismo, o absolutiza el sacrificio y la renuncia. 
Es un mensaje de sabiduría, que se enmarca en aquel principio básico de Jesús, según el cual el interés por salvar el yo equivale, en realidad, a perder la vida. 
El ser humano no puede negar su sed de felicidad y de plenitud. Pero el error consiste en que, al creer que somos el yo particular, las buscamos como si fueran “objetos” y nos las apropiamos. Y, paradójicamente, es la apropiación la que nos esclaviza, introduciéndonos en una noria hedonista, que empieza y termina en la frustración. 
A partir de la sensación de carencia inicial, buscamos apropiarnos de algo que creemos que nos hará felices…, y desembocamos en la frustración. Porque el ego es incapaz de felicidad y de plenitud. Vivir para él significa hundirse cada vez más en el vacío.

La felicidad y la plenitud no es “algo” y, sin embargo, es lo que somos. El ego no puede pretender ser feliz –en su reino, todo es impermanente e incluso ficticio, como él mismo-; pero, en cuanto se quita de en medio, emerge la plenitud que somos
¿Y qué vive la persona, cuando “ha quitado” a su ego de en medio? Esas son las actitudes que Mateo nombra en sus Bienaventuranzas. 
Si se entiende bien, habría que decir que no es feliz la persona porque viva esas actitudes, sino más bien que las vive porque es feliz, es decir, porque ha descubierto su verdad más profunda.
Quien se halla conectado a su verdad, elige ser pobre, es capaz de asumir el dolor y el llanto, busca la justicia, vive la compasión, tiene un corazón limpio, trabaja por la paz y, aun sin buscarlo, de un modo u otro será “perseguido”. 
Mateo, por tanto, nos ofrece un “modo de vivir” que apreciamos en las personas sabias, aquellas que han descubierto que la plenitud y la felicidad no es “algo” a poseer, sino nuestra verdadera naturaleza. Esta es la comprensión que modifica todo la existencia.

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domingo, 25 de octubre de 2015

Domingo 25 de octubre de 2015
Domingo 30º ordinario
Frutos, Engracia y Valentín (s. VIII)
 

Pulse en cualquier punto del recuadro para ver los textos.
Jer 31,7-9:
 Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos
Salmo 125: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres
Heb 5,1-6: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec
Mc 10,46-52Maestro, haz que pueda ver
El libro de Jeremías nos muestra un aspecto de la manifestación de Dios al que no estamos acostumbrados: la ternura. Dios nos ama sin importar si vamos por la vida como ciegos o cojos, es decir, si a duras penas podemos caminar o si apenas vemos o presentimos por dónde vamos. Dios nos ama, así estemos en un estado de vulnerabilidad o debilidad absoluta, como lo puede estar una mujer encinta o una madre que recién ha alumbrado a su hija. Dios nos ama incluso si hemos huido de él y nos hemos refugiado en el último confín de la tierra. Y la razón de ese amor no es otra que la de sentirnos hijos suyos, la de habernos engendrado por su amor, la de hacernos partícipes de su reino. Una de las insistencias de Jesús era la de vivir la experiencia amorosa de Dios como la esencia sobre la que se funda y funde nuestra vida; y no porque ello estuviera a tono con la sensibilidad religiosa de su tiempo.
El salmo empalma bien con la primera lectura y nos muestra cómo la magnificencia de Dios consiste en el rescate y redención de su pueblo. La experiencia del exilio ya no es la de vivir en un país extranjero, sino la de sentir que ningún lugar del mundo es extraño al proyecto transformador de Dios.
La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, afianza y confirma esa dimensión del poder de Dios manifestado como compasión y misericordia. Jesús consagra nuestra vida a Dios por medio de su vida y su Palabra. Él redime nuestras faltas y nos encamina por una experiencia en la que convertimos en fortalezas nuestras infaltables debilidades humanas. Él nos ofrece un camino de redención que supera el puro precepto religioso, la simple justificación sentimental o un vacío racionalismo abstracto. Dios es el que llama, y nosotros somos quienes podemos responderle. Ya no queremos un gurú o un experto en religión, sino un hermano o una hermana que camine con nosotros y nos ayude a realizar esa vocación por la cual nos hemos hecho cristianos.
El evangelio de Marcos narra la curación del ciego Bartimeo, el último “milagro” de Jesús narrado por Marcos. Tradicionalmente este pasaje se ha incluido en el género “milagro”, pero si se lo examina bien, carece de algunos elementos típicos de este género, como por ejemplo el gesto de curación o la palabra sanadora. Estamos, más bien, ante un relato, basado tal vez en un hecho histórico, que sobre todo quiere acentuar la importancia de la fe como fundamento del discipulado. 
El relato, dentro de su sobriedad, está «cargado de detalles», que, sin duda, han sido puestos en el relato con segunda intención, para facilitar una interpretación y aplicación concreta. Marcos nos indica el lugar donde sucede este episodio: a la salida de Jericó, la ciudad de las palmeras en medio del desierto de Judá, la puerta de entrada en la tierra prometida (cf Dt 32,49; 34,1), paso obligado para los peregrinos que venían de Galilea, por el camino del Jordán, a Jerusalén, ciudad de la que dista algo más de 30 kilómetros. La Jericó del tiempo de Jesús estaba situada al suroeste de la mencionada en el AT. Había surgido en torno a la lujosa residencia invernal construida por Herodes. 
Hay, además, una alusión explícita –aunque suene un tanto genérica– al nombre del ciego: Bar-timeo, el «hijo de Timeo»; Mateo y Lucas no mencionarán este detalle. Junto con el de Jairo es el único nombre propio que aparece en Marcos antes de iniciar el relato de la pasión. Algunos piensan que esto es debido al hecho de que probablemente este hombre formó parte de la comunidad cristiana palestinense.
El protagonista es un hombre ciego, doblemente pobre, por tanto. Lv 19,14, Dt 27,18, Is 59,9 son textos que nos ayudan a comprender la situación de los ciegos en Israel. La liturgia ha establecido un nexo entre este evangelio y la primera lectura de Jeremías porque en ambos casos se habla de un acontecimiento gozoso para los ciegos.
El diálogo comienza con una petición de Bartimeo, de hondo trasfondo veterotestamentario (cf Os 6,6), y que la liturgia eucarística ha incorporado en el acto penitencial: “Ten compasión de mí”. La petición va precedida por el título mesiánico de hijo de David. Esta es la única vez que aparece este título en el evangelio. Posteriormente el ciego le llamará “rabbuní” (término que solemos traducir por “maestro” y que el original de Marcos no traduce). 
La gente lo manda callar para que no moleste. Este mandato no tiene nada que ver con el “secreto mesiánico” tan típico de Marcos, ya que aquí quien manda callar no es Jesús sino la gente. Cuando el ciego se entera de que Jesús lo llama, “soltó el manto” y, de un salto, se acercó a Jesús. Este detalle aparece también en 2Re 7,15. Es una manera de indicar el interés que produce el acontecimiento. 
El diálogo posterior se narra de una manera esquemática: pregunta (¿Qué quieres que haga por ti?), petición (“Maestro, que pueda ver”) y respuesta (“Anda, tu fe te ha curado”). Como ya se indicó antes, faltan el gesto y las palabras de la curación. El acento recae en la fuerza de la fe. Esta es la que permite pasar de la tiniebla a la luz, del borde del camino al interior del camino, de la pasividad de quien mendiga a la actividad de quien sigue a Jesús hasta el final.
Hoy se habla mucho de las terapias sanadoras a través de la medicina natural, de las técnicas psicológicas, de las tradiciones budistas, de los flujos de energía... y de los problemas sicosomáticos, que se curan de un modo también psico-somático... Los milagros se desnudan y se nos hacen mucho más explicables, mucho más del día a día. La vida está llena de «milagros» para quien sabe llevarla, por quien la lleva con coraje, con «fe». La «inteligencia emocional» (cfr. Daniel Goleman), la «inteligencia ecológica» (del mismo autor), la «inteligencia espiritual» (cfr. Danah Zohar), el holismo, la sinergia... nos trasladan a un «realismo mágico» nada inaccesible. La fe mueve montañas, ya lo dijo Jesús. Los milagros de nuestra fe no tienen por qué ser milagros-milagros, estrictamente sobrenaturales... Al menos, muchos de los de Jesús de Nazaret parece que no lo fueron, y los nuestros de hoy día es más difícil que lo sean. Tal vez necesitemos simplemente «educar los ojos» con esa inteligencia emocional, ecológica, espiritual (no en la visión lineal en la que nos educaron en el viejo paradigma)... y volver a echar mano de la fe, del «coraje de existir» (Tillich).
El evangelio de hoy no está dramatizado en la serie «Un tal Jesús». 

Para la revisión de vida 
¿En qué sentido puedo o debo decir yo también, como el ciego Bartimeo: "Maestro, que pueda ver"…? ¿Qué necesidades fundamentales de mi vida podría expresar en mí esa oración? Voy a hacer esa oración en ese sentido, en profundidad…

Para la reunión de grupo
- ¿Cuáles son hoy las mediaciones a través de las cuales «Dios nos llama»? ¿Qué acontecimientos transparentan hoy para nosotros la presencia del misterio y de lo sagrado?

- ¿Cuáles son hoy nuestros gritos? ¿Demandamos misericordia o nos contentamos con luchar por una mejor calidad de vida?
Para la oración de los fieles
- Para que la luz de la verdad abra los ojos de todos los seres humanos y les ayude a caminar sin tropiezo por el camino de la vida, roguemos al Señor.

- Por todos los invidentes, para que se puedan integrar a la sociedad con respeto a sus derechos y sin ser relegados a puestos marginales…
- Para que todos los catequistas sepan unir a una buena preparación para ejercer su ministerio el testimonio de su propia vida…
- Para que cuantos viven sumidos en la duda, el temor o la intranquilidad se encuentren con Dios vivo y alcancen la luz y la paz que buscan y necesitan….
- Por cuantos buscan un mundo más justo y en paz, para que encuentren la recompensa a sus trabajos y desvelos…
Oración comunitaria
- Dios, Padre de bondad, que nos has creado para caminar, para salir al encuentro de los demás y de ti, y que abres para ello ante nosotros el camino que debemos recorrer. Te pedimos ilumines nuestros ojos para que podamos caminar sin tropiezo y ayudar a caminar a los demás. Por Jesucristo N.S.
 

CURARNOS DE LA CEGUERA

Mc 10, 46-52
¿Qué podemos hacer cuando la fe se va apagando en nuestro corazón? ¿Es posible reaccionar? ¿Podemos salir de la indiferencia? Marcos narra la curación del ciego Bartimeo para animar a sus lectores a vivir un proceso que pueda cambiar sus vidas.
No es difícil reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos a veces como «ciegos», sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús. «Sentados», instalados en una religión convencional, sin fuerza para seguir sus pasos. Descaminados, «al borde del camino» que lleva Jesús, sin tenerle como guía de nuestras comunidades cristianas.
¿Qué podemos hacer? A pesar de su ceguera, Bartimeo «se entera» de que, por su vida, está pasando Jesús. No puede dejar escapar la ocasión y comienza a gritar una y otra vez: «ten compasión de mí». Esto es siempre lo primero: abrirse a cualquier llamada o experiencia que nos invita a curar nuestra vida.
El ciego no sabe recitar oraciones hechas por otros. Solo sabe gritar y pedir compasión porque se siente mal. Este grito humilde y sincero, repetido desde el fondo del corazón, puede ser para nosotros el comienzo de una vida nueva. Jesús no pasará de largo.
El ciego sigue en el suelo, lejos de Jesús, pero escucha atentamente lo que le dicen sus enviados: «¡Ánimo! Levántate. Te está llamando». Primero, se deja animar abriendo un pequeño resquicio a la esperanza. Luego, escucha la llamada a levantarse y reaccionar. Por último, ya no se siente solo: Jesús lo está llamando. Esto lo cambia todo.
Bartimeo da tres pasos que van a cambiar su vida. «Arroja el manto» porque le estorba para encontrarse con Jesús. Luego, aunque todavía se mueve entre tinieblas, «da un salto» decidido. De esta manera «se acerca» a Jesús. Es lo que necesitamos muchos de nosotros: liberarnos de ataduras que ahogan nuestra fe; tomar, por fin, una decisión sin dejarla para más tarde; y ponernos ante Jesús con confianza sencilla y nueva.
Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, el ciego no duda. Sabe muy bien lo que necesita: «Maestro, que pueda ver». Es lo más importante. Cuando uno comienza a ver las cosas de manera nueva, su vida se transforma. Cuando una comunidad recibe luz de Jesús, se convierte.

José Antonio Pagola

miércoles, 14 de octubre de 2015

EL EJEMPLO DE FRANCISCO

La Iglesia se humaniza cuando el Papa Francisco, su máximo representante, después de despedirse en Washington C.D. (24 de septiembre 2015) con un suculento discurso pronunciado ante el Congreso, salpicado de referencias a los pobres, se fue a comer con ellos en Caridades Católicas, un austero plato del día: pollo con fideos.
 Seguir a Jesús es ante todo una opción de vida, e instituyó el servicio como un requisito fundamental para considerarse cristiano: amar y servir son los signos.

LA TENTACIÓN Y LA TRAMPA DEL PODER

Mc 10, 35-45
Marcos es el evangelista que se muestra más duro frente a lo que califica como “ceguera y sordera” de los discípulos para ver y entender el mensaje de Jesús.
La contraposición con las actitudes del Maestro se pone de manifiesto, de un modo especial, en los llamados “anuncios de la pasión”. Mientras Jesús presenta su camino como “entrega” hasta el extremo, ellos son presa del miedo o discuten por cuestiones de poder o de “importancia” dentro del grupo.
El poder, en cualquiera de sus formas e intensidades, constituye una de las tentaciones más fuertes para el ser humano. El motivo es simple: nace de la necesidad del yo de autoafirmarse. Y a él se vinculan además sensaciones (aunque ilusorias) de seguridad y de libertad. En efecto, se tiene la creencia de que, al tener más poder, uno se sentirá más seguro y podrá hacer lo que le apetezca. Si tenemos en cuenta que la persecución de tales “ideales” constituye la esencia misma del yo, nos será fácil advertir que el poder aparezca como una de las tentaciones más intensas.
¿Dónde radica la trampa? Como en cualquier otro caso, en la mentira. Todo lo que nos aleja de la verdad que somos produce necesariamente confusión y sufrimiento. Lo cual es válido también en esta otra formulación: siempre que experimentamos confusión y sufrimiento es señal de que estamos desconectados (alejados) de la verdad que somos.
Mientras estamos “entretenidos” persiguiendo las expectativas del ego, seguimos reforzando la falsa creencia que nos reduce a él. Lo cual significa aumentar la esclavitud ante las necesidades y los miedos que se fueron programando en nosotros.
La sabiduría –la verdad- que conduce a la libertad no pasa por ceder a las exigencias del ego, sino por conectar con nuestro anhelo más profundo y vivir conscientemente anclados en nuestra verdadera identidad, donde nos sentimos siempre a salvo y uno con todos.
De esa comprensión nace también el comportamiento que propone el sabio Jesús, a partir de su propia práctica de servicio y entrega: “El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”.                

Enrique Martínez Lozano

jueves, 1 de octubre de 2015

DIOS CUESTIONA LA MANERA USUAL DE VER Y ENTENDER LAS COSAS

JESUS CURA A UN CIEGO DE NACIMIENTO
Al imaginarme la escena del lugar previo al paso de Jesús, me lo imagino como un pueblo o un barrio tranquilo. Un barrio con unas casas, una sinagoga, personas caminando, otras descansando o haciendo sus quehaceres, otras yendo y viniendo de sus trabajos. Y en esa escena también me lo imagino a un costado al mendigo, al hombre que era ciego de nacimiento… Quienes vivían allí tenían la vista y el corazón acostumbrados a ese paisaje.
En la vida acostumbramos a nuestra vista y corazones a muchas situaciones. De esa manera situaciones terribles –de exclusión, de discriminación, de miseria- pueden pasar a ser vistas y entendidas como normales. También pueden llevar a que esquivemos nuestras miradas, cerremos nuestros corazones y hagamos de cuenta como que no hemos visto ni sentido nada.
Nos hemos acostumbrado, nuestra sociedad, nuestras iglesias se han acostumbrado a un “paisaje” con gente viviendo en la calle, con gente que nunca va a poder acceder a determinados lugares, con gente excluida por algún tipo de discapacidad como si fuera normal. Nos hemos acostumbrado a ser una sociedad excluyente/discapacitante.
Y pareciera ser que en la época de Jesús esto no era diferente. Así comienza este pasaje en los versículos 9:1-2:
“Vio, al pasar, un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: Rabbí, ¿Quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?”
Jesús lo ve al pasar cuando iba caminando con sus discípulos. Y ellos realizan esa pregunta a Jesús. Una pregunta que es propia de quienes están acostumbrados a ver en el paisaje de los pueblos y barrios a mendigos, a personas excluidas, que saben que la sociedad tiene una explicación y justificación para todo eso, pero que de alguna manera sienten que eso no está bien. Ellos necesitaban escuchar del maestro la razón por la cual ese hombre era ciego.
Y Jesús, al responder esta pregunta no entra en la lógica de la misma. Él plantea otra lógica/ paradigma. Él saca del camino la justificación de esa situación a causa del pecado y coloca el foco en otro lugar, plantea otro modo de ver las cosas: las obras de Dios. Las obras de Dios como una clave diferente para poder ver una situación.
Los discípulos realizan la pregunta según la lógica existente, así como habían aprendido. Y esto es notable; a veces pensamos que nos hemos animado a salir de la visión según esa lógica, pero en el fondo no lo logramos si no hacemos el paso de quebrar el paradigma que la sustenta.
La pregunta de los discípulos no va al fondo de la cuestión, ella no logra romper con la lógica de exclusión porque el paradigma que la sustenta plantea la exclusión: El que está excluido, al margen de la sociedad, en cierta forma está ahí por su culpa o por la de sus padres. La respuesta que esperaban los discípulos, a pesar de sentir que eso no está bien, respondía a esa lógica.
Ante ello Jesús propone ver las cosas de una forma diferente. Una forma que tiene que ver con las obras de Dios.
Es interesante notar que en la narración, la obra de Dios trastoca la tranquilidad del barrio/pueblo. A partir de la acción de Jesús se arman una serie de confusiones y malestares. Primero el juicio de los vecinos, luego la interrogación de los fariseos, luego los padres del ciego que tienen miedo de decir claramente lo que deben decir, luego otra vez un interrogatorio al mendigo que culmina con su expulsión de la sinagoga, un segundo encuentro de Jesús con el mendigo y finalmente la conversación desafiante de Jesús con los fariseos. Hay gente que cuestiona, que delata al mendigo, encargados de la fe que se ven cuestionados en su autoridad y en sus creencias, que expulsan al mendigo y discuten con Jesús.
La obra de Dios produjo una conmoción, un revuelo, que si no hubiera sucedido, todo seguiría igual de tranquilo. La obra de Dios realiza algo que cuestiona la manera usual de ver y de entender las cosas. La pregunta por la culpabilidad de ese mendigo y su situación queda, a partir de la acción de Dios en Jesús, totalmente fuera de lugar.
Esa acción levanta una nueva pregunta: ¿dónde está cada uno en relación al mendigo? Ella revierte no solo la situación del mendigo, ella también cuestiona la manera en que las diversas relaciones sociales que vinculaban a ese mendigo con sus vecinos habían colaborado de una u otra forma a mantenerlo aislado, mendigando. La obra de Dios quiebra un paradigma de relaciones humanas excluyentes y propone un nuevo paradigma, un paradigma de inclusión.
Al imaginarme la escena del lugar después del paso de Jesús, quiero imaginármelo un poco diferente de lo que era al inicio, por lo menos con algunas personas cuya vista y corazón comenzaron a negarse al acostumbramiento frente a la exclusión. Es probable que algunas personas hayan revisado sus miradas y sus lugares sociales y que otras no. El mendigo pareciera ser que lo hizo (por reconocer a Jesús como el Señor, fue expulsado de la “sinagoga”). Pero no sabemos lo que hicieron los padres, los vecinos, los fariseos que cuestionaron al mendigo y que discutieron con Jesús, tampoco sabemos lo que hicieron los discípulos.
La narración abre varias preguntas, entre ellas la pregunta por nuestras propias miradas, por nuestros paradigmas. Así también la pregunta por nuestras comunidades e iglesias, por nuestros institutos/centros de formación teológica. ¿Qué hacemos? ¿Cuáles son los paradigmas que los sustentan?
Que nuestro buen Dios nos siga abriendo los ojos y corazones para no acostumbrarnos a las situaciones y a los paisajes dolorosos de exclusión en los cuales vivimos.
Que así sea. Amén.

Pedro Kalmbach
Eclesalia