miércoles, 25 de noviembre de 2015

TIEMPO DE ADVIENTO

Lc 21, 25-28 y 34-36
En la iglesia católica, el año litúrgico empieza con el tiempo de Adviento, unas cuatro semanas antes de la celebración de la Navidad.
Literalmente, “adviento” (adventus) significa “venida”. Y aunque hace alusión directa al nacimiento de Jesús en Belén –él fue quien “vino” de los cielos-, siempre se ha solido presentar como una invitación a fortalecer la esperanza en aquel que “va a venir” en gloria al final de los tiempos.
El lenguaje de la mente oscila siempre entre el pasado y el futuro. Y eso hace que vivamos permanentemente vueltos hacia atrás, para apoyarnos en lo que fue, o proyectados hacia adelante, para consolarnos con la expectativa de algo mejor de lo que ahora tenemos.
La mente religiosa no escapa a esa dinámica: fácilmente se queda celebrando el pasado o esperando el futuro.
Es necesario acallar la mente para poder ver con claridad. Y ahí es donde percibimos que el único lugar de la vida es el presente. Y que el presente, en el plano profundo, es pleno. Por eso, lo que llamamos “venida” es ya “llegada”: todo es Ahora.
Ese “Ahora” no es un lapso de tiempo, efímero, entre el que se fue y el que está llegando. Es, más bien, el no-tiempo, la atemporalidad. Porque el Presente no es algo cronológico, sino aquello que contiene al tiempo.
Ahora bien, la Realidad es multidimensional: se nos hace presente, como aprecia incluso la misma física moderna, en diferentes niveles o dimensiones. Eso explica que afirmaciones aparentemente contradictorias puedan ser todas verdaderas…, cada una en su propio nivel.
En lo que se refiere al tema que nos ocupa, para la mente –en el nivel mental, aparente, del mundo de las formas- todo es lineal y secuencial: pasado, presente y futuro constituyen momentos diferentes que se suceden sin cesar.
En ese mismo nivel, todo se percibe como separado: la mente es dual porque es separadora por su propia naturaleza. Se comprende que, desde ella, el “Adviento” se viva en clave de pasado y de futuro: Jesús vino y otra vez vendrá
Para quien se halla identificado con lo que ocurre, puede sonar ridículo, sarcástico o incluso injuriante afirmar que “todo es ahora”. Porque, en el nivel mental –de las apariencias- todo es secuencial: la mente lee todo como una sucesión de eventos, a la vez que espera que el próximo sea más agradable que el actual. En ese nivel no es posible otro modo de ver.
Sin embargo, la trampa reside precisamente en la identificación con lo que ocurre. Porque, en realidad, no somos nada de lo que ocurre, sino la Consciencia en la que todo ocurre. Quien se identifica con las nubes sentirá que se mueve con ellas; quien se reconoce como “cielo” verá que lo que se mueve es solo aparente.
Las nubes pasan secuencialmente; el cielo permanece siempre en un ahora atemporal. Ciertamente, para quien vive, no identificado con lo que sucede, sino en la consciencia de lo que sucede, todo es Ahora.
La imagen de la nube queda magníficamente expresada en estas palabras sabias de Nisargadatta: “Compare usted la conciencia y su contenido con una nube. Usted está dentro de la nube, mientras que yo la miro. Está usted perdido en ella, casi incapaz de ver la punta de sus dedos, mientras que yo veo la nube y otras muchas nubes y también el cielo azul, el sol, la luna y las estrellas. La realidad es una para nosotros dos, pero para usted es una prisión y para mí un hogar”.
En ese nivel profundo en el que vive el sabio, más allá de la mente, se percibe que todo lo que nos llega por los sentidos es solo una “representación” –el “sueño” o el “teatro del mundo”, de que hablaba Calderón de la Barca-, un despliegue admirable y complejo de formas que están brotando de la Consciencia una.
En el nivel profundo, Todo es Ahora. Lo que somos, no es la “forma” (yo, ego, personalidad, personaje) que nuestra mente piensa, sino aquella Consciencia, que es la identidad última de todo lo que es. No somos un “objeto” de la consciencia (yo), sino la Consciencia que contiene y abraza –y de la que están surgiendo- todos los objetos.
Desde esta perspectiva, cambia el modo de comprender el “Adviento”, porque “venida” y “llegada” son lo mismo –solo eran distintas para la mente-. Y por más que el pensamiento siga haciendo una lectura secuencial –pasado, presente, futuro-, sabemos que basta silenciar la mente para que emerja la Presencia –otro nombre de la Consciencia- en la que reconocemos nuestra verdadera identidad.
¿Y Jesús? Para los cristianos, es el “centro de la historia”. Eso significa, más allá de una lectura literalista que sería fuente de fanatismo, que en él reconocemos lo que somos todos–cristianos o no, creyentes o ateos-, porque lo percibimos como la plenitud del Ser (“Hijo de Dios”).
“Adviento”, por tanto, es una invitación a “volver a casa”, es decir, a salir de cavilaciones mentales y movimientos egoicos, para reconocernos en la Consciencia o Presencia que tiene sabor a Comunión y Plenitud.
Y esto no obedece solo a un recuerdo –el nacimiento de Jesús-, ni es una nueva creencia a la que aferrarnos. Se trata de algo que toda persona puede experimentar como certeza o evidencia en cuanto, acallando la mente, en este mismo momento, conecta con Aquello que no tiene nombre, que no puede ser pensado, pero que, sin embargo, es lo único que permanece, el Fondo que abraza todo lo demás, el “Padre” (Abba) del que hablaba Jesús. Esa es nuestra casa. La sabiduría consiste en experimentarla y vivir en y desde ella.
En el caso cristiano, Jesús es la referencia íntima de aquella misma y única identidad. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28). Dicho desde el nivel profundo: dejad de identificaros con la mente, aquietad el pensamiento egocentrado, venid a la Presencia –a “casa”- y experimentaréis la Plenitud.
Poned presencia en todo lo que hacéis, vivid en conexión con Aquello que es estable y se halla siempre a salvo. Y, en cualquier caso, no olvides que, como dice Pema Chödrön, “tú eres el cielo; todo lo demás es el clima”. De ahí la sabiduría que encierra esta clave pedagógica: “Deja de buscar y déjate encontrar”.
¡Feliz tiempo de “Adviento”, es decir, de Presencia, que es Paz y Gozo!

Enrique Martínez Lozano

CUIDADO! NO NOS ACOSTUMBREMOS A VIVIR CON EL CORAZÓN ENDURECIDO

Lc 21, 25-28 y 34-36
Los discursos apocalípticos recogidos en los evangelios reflejan los miedos y la incertidumbre de aquellas primeras comunidades cristianas, frágiles y vulnerables, que vivían en medio del vasto Imperio romano, entre conflictos y persecuciones, con un futuro incierto, sin saber cuándo llegaría Jesús, su amado Señor.
También las exhortaciones de esos discursos representan, en buena parte, las exhortaciones que se hacían unos a otros, aquellos cristianos, recordando el mensaje de Jesús. Esa llamada a vivir despiertos cuidando la oración y la confianza es un rasgo original y característico de su Evangelio y de su oración.
Por eso, las palabras que escuchamos hoy, después de muchos siglos, no están dirigidas a otros destinatarios. Son llamadas que hemos de escuchar los que vivimos ahora en la Iglesia de Jesús, en medio de las dificultades e incertidumbres de estos tiempos.
La Iglesia actual marcha a veces como una anciana «encorvada» por el peso de los siglos, las luchas y trabajos del pasado. «Con la cabeza baja», consciente de sus errores y pecados, sin poder mostrar con orgullo la gloria y el poder de otros tiempos.
Es el momento de escuchar la llamada que Jesús nos hace a todos.
«Levantaos», animaos unos a otros. «Alzad la cabeza» con confianza. No miréis al futuro solo desde vuestros cálculos y previsiones. «Se acerca vuestra liberación». Un día ya no viviréis encorvados, oprimidos ni tentados por el desaliento. Jesucristo es vuestro Liberador.
Pero hay maneras de vivir que impiden a muchos caminar con la cabeza levantada confiando en esa liberación definitiva. Por eso, «tened cuidado de que no se os embote la mente». No os acostumbréis a vivir con un corazón insensible y endurecido, buscando llenar vuestra vida de bienestar y placer, de espaldas al Padre del Cielo y a sus hijos que sufren en la tierra. Ese estilo de vida os hará cada vez menos humanos.
«Estad siempre despiertos». Despertad la fe en vuestras comunidades. Estad más atentos a mi Evangelio. Cuidad mejor mi presencia en medio de vosotros. No seáis comunidades dormidas. Vivid «pidiendo fuerza». ¿Cómo seguiremos los pasos de Jesús si el Padre no nos sostiene? ¿Cómo podremos «mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre»?

José Antonio Pagola

sábado, 21 de noviembre de 2015

SEGUIR A JESUS ES PONERSE AL SERVICIO DE LOS DEMAS

Jn 18, 33-37
Es muy importante que tengamos una pequeña idea del momento y el por qué motivo se instituyó esta fiesta. Fue Pío XI en 1925, cuando la Iglesia estaba perdiendo su poder y su prestigio acosada por la modernidad. Con esta fiesta se intentó recuperar el terreno perdido ante un mundo secular, laicista y descreído. En la encíclica se dan las razones para instituir la fiesta: “recuperar el reinado de Cristo y de su Iglesia”. Para un Papa de aquella época, era inaceptable que las naciones hicieran sus leyes al margen de la Iglesia y sin tener en cuenta su poder y sus directrices.
Ha sido para mí una gran alegría y esperanza el descubrir en una homilía sobre esta fiesta del papa Francisco, una visión mucho más de acuerdo con el evangelio. Pio XI habla de recuperar el poder de Cristo y de su Iglesia. El papa Francisco habla, una y otra vez, de Jesús poniéndose al servicio de los más desfavorecidos. No se trata sólo de un cambio de lenguaje. Se trata de una superación de la idea de poder en el que la Iglesia ha vivido durante demasiados siglos. El cambio es radical y debía ser aceptado y promovido por todos los cristianos, desde los monaguillos a los cardenales.
El contexto del evangelio que hemos leído, es el proceso ante Pilato, a continuación de las negaciones de Pedro, donde queda claro, que Pedro ni fue rey de sí mismo ni fue sincero. Es muy poco probable que el diálogo  sea histórico, pero nos está transmitiendo lo que una comunidad muy avanzada de finales del s. I pensaba sobre Jesús. Dos breves frases puestas en boca de Jesús nos pueden dar la pauta de reflexión: “mi Reino no es de este mundo” y “yo para eso he venido, para ser testigo de la verdad.
¿Qué significa un Reino, que no es de este mundo? Se trata de una expresión que no podemos “comprender” porque todos los conceptos que podemos utilizar son de este mundo. ¿En qué estamos pensando los cristianos cuando, después de estas palabras, nombramos a Cristo rey, no solo del mundo sino del universo? Con el evangelio en la mano no es fácil justificar el poder absoluto que la Iglesia ha ejercido durante siglos.
Tal vez encontremos una pista en la otra frase: “he venido para ser testigo de la verdad”.Pero sólo si no entendemos la verdad como verdad lógica (adecuación de una formulación racional a la realidad) sino entendiéndola como verdad ontológica, es decir, como la adecuación de un ser a lo que debe ser según su naturaleza. Jesús siendo auténtico, siendo verdad, es verdadero Rey. Pero lo que le pide su verdadero ser (Dios) es ponerse al servicio de todo aquel que le necesite, no imponer nada a los demás.
No se trata de morir por defender una doctrina teórica. Se trata de morir por el hombre. Se trata de dar testimonio de lo que es el hombre en su verdadera realidad. El “Hijo de hombre” (único título que Jesús se aplica a sí mismo), nos da la clave para entender lo que pensaba de sí mismo. Se considera el hombre auténtico, el modelo de hombre, el hombre acabado, el hombre verdad. Su intención es que todos lleguen a identificarse con él. Jesús es la última referencia para todo el que quiera llegar a manifestar en su vida la verdadera calidad humana.
Poco después del párrafo que hemos leído, Pilato saca afuera a Jesús, después de ser azotado, y dice a la multitud: “Este es el hombre”. Jesús no sólo es el modelo de hombre, sino que exige a sus seguidores que demuestren con su vida, que responden al modelo que ven en él. Jesús dice: “soy rey”, no: soy el rey. Indicando así que todo el que se identifique con él, será también rey. Esa es la meta que Dios quiere para todos los seres humanos. Rey de poder solo puede haber uno. Reyes servidores debemos ser todos. No se trata de que un hombre reine sobre otro, sino de un Reino donde todos se sientan reyes porque todos están al servicio de todos.
Cuando los hebreos (nómadas) entran en contacto con la gente que vivía en ciudades, descubren las ventajas de aquella estructura social y piden a Dios un rey. Esto fue interpretado por los profetas como una traición (el único rey de Israel es Dios); pero al final tienen que ceder. El rey era el que cuidaba de una ciudad o un pequeño grupo de pueblos. Tenía la responsabilidad de que hubiera orden en las relaciones sociales. Les defendía de los enemigos, se preocupaba de los alimentos, impartía justicia, etc. A lo largo del AT, se va espiritualizando esa idea del rey, llegándose a identificar con la del Mesías.
Sólo en este contexto podemos entender la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios. Sin embargo el contenido que él  le da, es más profundo. En tiempo de Jesús, el futuro Reino de Dios se entendía como una victoria del pueblo judío sobre los gentiles y una victoria de los buenos sobre los malos. Jesús predica un Reino de Dios muy distinto; un Reino del que nadie va a quedar excluido, y del que forman parte las prostitu­tas, los pecadores, los marginados. También los gentiles están llamados, pero muchos judíos se quedarán fuera. El Reino que Jesús anuncia no tiene nada que ver con las expectativas de los judíos de la época. Por desgracia tampoco tiene nada que ver con las expectativas de los cristianos.
Hay otros datos que pueden darnos luz. Jesús, en el desierto, percibió el poder como una tentación: “Te daré todo el poder de estos reinos y su gloria”. En Jn, después de la multiplicación de los panes, la multitud quiere proclamarle rey, pero él se escapa a la montaña, él solo. Toda la predicación de Jesús gira entorno al “Reino”; pero no se trata de un reino suyo, sino de “el Reino de Dios”. Jesús nunca se propuso él mismo como objeto de su predicación. Es un error confundir el “reino de Dios” con el reino de Jesús. La encíclica dice: “a Cristo le compete en sentido propio y estricto, como hombre, el título de Rey”.
La característica fundamental del Reino predicado por Jesús es que ya está aquí, aunque no se identifica con las realidades mundanas. No hay que esperar a un tiempo escatológico, sino que ha comenzado ya. "No se dirá, está aquí o está allá, porque mirad: el reino de Dios está dentro de vosotros”. No se trata de preparar un reino para Dios, se trata de un reino que es Dios. Cuando decimos “reina la paz”, no estamos diciendo que la paz tenga un reino. Se trata de hacer presente a Dios entre nosotros, siendo lo que tenemos que ser. No es un reino de personas físicas, sino de actitudes vitales. Cuando me acerco al que me necesita y le ayudo a superar su situación de angustia, hago presente a Dios y su Reino.
¿Es éste el sentido que le damos a la fiesta? Cualquier connotación que el título tenga con el poder, tergiversa el mensaje de Jesús. Una corona de oro en la cabeza y un cetro de brillantes en las manos de Jesús, son mucho más denigrantes que la corona de espinas y la caña que le pusieron los soldados. Si no nos damos cuenta de esto, es que estamos proyectando sobre Dios y sobre Jesús nuestros propios anhelos de poder. Ni el “Dios todopoderoso” ni el “Cristo del Gran Poder” tienen absolutamente nada que ver con el evangelio. El Dios de Jesús es el “Abba”, padre y madre que cuida de nosotros entregándonos todo lo que  Él es en cada instante. Ni se impone ni nos gobierna ni nos domina. Es esta realidad la que tenemos que descubrir y hacer presente en nuestra vida.
Hace unos domingos nos decía Jesús que el que quiera ser primero, sea el último y el que quiera ser grande, sea el servidor. Ese afán de identificar a Jesús con el poder y la gloria, ¿no será una manera de justificar nuestro afán de poder y de estar por encima de los demás? Como no nos gusta lo que dice Jesús, tratamos por todos los medios de hacerle decir lo que a nosotros nos interesa y nos quedamos tan anchos.

Meditación-contemplación
Dijo Jesús: yo he venido para ser testigo de la verdad.
Está hablando de la verdad ontológica.
No se refiere a verdades doctrinales o científicas.
Está hablando de la autenticidad de su ser,
…………

Ser verdadero es lo contrario de ser falso.
Falso es todo aquello que aparenta ser una cosa
y en realidad es lo opuesto.
Ser Verdad es ser lo que somos sin falsearlo.
……………

Lo que los demás ven en mí,
¿es lo que soy en lo hondo del mi ser?
El objetivo de tu vida, es descubrir tu verdadero ser
y manifestarlo en todo momento.
……………


Fray Marcos

sábado, 14 de noviembre de 2015

LOS ORÍGENES DE JESÚS

Una charla magistral de José Arregui

http://www.feadulta.com/es/effa/92-sec5cat/2977-sec5col1.html

CÓMO ENTENDER HOY EL MENSAJE APOCALÍPTICO

Mc 13, 24-32
Estamos en el c. 13 de Mc, dedicado todo él al discurso escatológico. Este capítulo hace de puente entre la vida de Jesús y la Pasión. Los tres sinópticos relatan un discurso parecido, lo cual hace suponer que algo tiene que ver con el Jesús histórico. Pero las diferencias entre ellos son tan grandes, que presupone también una elaboración de las primeras comunidades. Es imposible saber hasta qué punto Jesús hizo suyas esas ideas. En el evangelio se habla del Reino de Dios como futuro y como presente a la vez…
Estamos ante una manera de hablar que no nos dice nada hoy. Pero si prescindimos de la apocalíptica, dejamos fuera de nuestra consideración una parte nada despreciable de la Escritura, tanto del AT como del NT. No se trata solo del lenguaje como en otras ocasiones. Aquí son las ideas las que están trasnochadas y no admiten ninguna traducción a un lenguaje actual. Cuantos siglos más tendrán que pasar para darnos cuenta.
El lenguaje apocalíptico y escatológico corresponde a un modo mítico de ver el mundo, a Dios y al hombre. Tanto en el AT como en el NT, el pueblo de Dios está volcado sobre el porvenir. Esta actitud le distingue de los pueblos circundan­tes cerrados en el continuo devenir de los ciclos naturales. Israel se encuentra siempre en tensión hacia la salvación que ha de venir. Desde Abrahán, a quien Dios le dice: "sal de tu tierra", pasando por el éxodo hacia la tierra prometida; y terminando por la espera del Mesías, Israel vivió siempre con la esperanza de que Dios le iba a salvar dándole algo mejor que lo que tenía.
Los profetas fueron los encargados de mantener viva esta expectativa de salvación total. En principio, el día de esa salvación debía ser un día de alegría, de felicidad, de luz; pero a causa de las infidelidades del pueblo, los profetas empiezan a anunciarlo como día de sufrimiento, de tinieblas para la mayoría de los hombres que no hacen caso a Dios. Será el día de Yahvé (intervención de Dios para juzgar) en que castigará a los infieles y salvará al resto. Se trataba de ver el futuro como criterio de valoración juiciosa del presente.
La apocalíptica es una actitud vital y un género literario. La palabra en griego significa “desvelar”. Escudriña el futuro partiendo de la palabra de Dios. Nace en los ambientes sapienciales y desciende del profetismo. Desarrolla una visión pesimista del mundo, que no tiene arreglo; por eso, tiene que ser destruido y sustituido por otro de nueva creación. Invita, no a cambiar el mundo sino a huir de él.El mundo futuro no tendrá ninguna relación con el presente. El objetivo es alentar a la gente en tiempo de crisis para que aguante el chaparrón. El resto que se conserve fiel, reinará con Él. Todo lo demás será aniquilado.
Escatología, procede de la palabra griega "esjatón", que significa “lo último”. Su origen es también la palabra de Dios, y su objetivo, descubrir lo que va a suceder al final de los tiempos, pero no por curiosidad, sino por un intento de acrecentar la confianza. El futuro está en manos de Dios, pero ese futuro llegará como progresión del presente, que también está en manos de Dios, y es positivo a pesar de todo. Este mundo no será consumido sino consumado. Dios reserva una plenitud de sentido para la creación. Dios salvará un día definitiva­mente, pero esa salvación ya ha comenzado aquí y ahora
La referencia a los tiempos finales de los evangelios, no es apocalíptica sino más bien escatológica, aunque nos despiste bastante el hecho de que el NT usa el lenguaje apocalíp­tico, por que es muy sugerente y llama la atención. Uno de los logros de la apocalíptica fue enriquecer el lenguaje religioso con multitud de símbolos e imágenes. Los evangelistas, no pudieron librarse de esta mentalidad apocalíptica, muy desarrollada en aquella época.
Con demasiada frecuencia se ha hecho un mal uso de este modo de hablar. Parece que es una tentación constante el acudir al juicio final, para urgir a la gente a que se porte como Dios manda. En todas las épocas han proliferado los milenarismos de todo tipo; incluso en nuestro tiempo se predican calamidades como castigo de Dios porque los seres humanos no somos como debiéramos ser. La experiencia de la muerte nos obliga a unir tiempo y eternidad, contingencia y absoluto, lo divino y lo terreno, cielo y tierra.
Hoy debemos interpretar la realidad, a la luz de los nuevos conocimientos que tenemos de ella. Al final del relato de la creación, Dios “vio todo lo que había hecho, y era muy bueno”. Es ridículo pensar que la creación le salió mal a Dios y que ahora tiene que arreglarla de alguna manera. Mayor ridículo es creer que el hombre puede malograr la creación de Dios. Tal vez lo que tendríamos que hacer, sería dejarnos de especulaciones sobre como será el más allá y tomar la responsabilidad que nos toca en la marcha del más acá.
Para la escatología, Dios es el dueño absoluto del universo y de la historia. El hombre puede malograr la creación, pero no puede volver a enderezarla. Solo Dios puede salvarla. Al superar la idea del dios intervencionista, se nos plantea un dilema insuperable. Por una parte sabemos que Dios no tiene pasado ni futuro; que no está en el tiempo ni en el espacio sino en la eternidad. Por otro lado, el hombre no puede entender nada que no esté en el tiempo y el espacio. Meter a Dios en el tiempo para poderlo entender es un disparate mayúsculo. Por otra parte, sacar al hombre del tiempo y el espacio, es descoyuntarlo como criatura.     
En tiempo de Jesús se creía que esa intervención definitiva, iba a ser inminente. En este ambiente se desarrolla la predica­ción de Juan Bautista y de Jesús. También en la primera comunidad cristiana se vivió esta espera de la llegada inmediata de la parusía. Solamente en los últimos escritos del NT, es ya patente un cambio de actitud. Al no llegar el fin, se empieza a vivir la tensión entre la espera del fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente. Se sigue esperando el fin, pero la comunidad se prepara para la permanencia.
Creo que ha llegado el momento de abandonar este lenguaje. Hasta hace muy poco tiempo, la historia era exclusivamente cosa del pasado. En nuestros días parece que hemos descubierto la importancia que tiene esa historia no solo para nuestro presente, sino para nuestro futuro. El hombre se considera fruto de un pasado; sigue su curso en el presente y se encamina hacia el futuro. La escatología está implícita en la manera de entender la existencia, pero se trata de “lo último” dentro de la marcha del mundo, no más allá de él.
Para nosotros hoy, Dios no es un ser que está fuera del mundo dirigiéndolo y manipulándolo desde fuera. No podemos separar a Dios de la realidad que nos envuelve. Es la base y el fundamento de todo lo que existe. Dios ni puede ni tiene que “actuar” porque es acto puro, es decir, lo está haciendo todo en todo momento. Ante Dios todo es justo y bueno en cada momento. No tiene sentido amenazar con la ira de Dios. Esta mejor comprensión de la manera de actuar (no actuar) de Dios en la historia, hace superfluas las imágenes espectacula­res sobre el "exjatón", pero obliga a una reflexión sobre la importancia que el ser humano tiene a la hora de planifi­car su futuro.           
Hoy sabemos que el tiempo y el espacio son productos mentales, extraídos de la experiencia de un mundo terreno. ¿Qué sentido puede tener el hablar de tiempo y espacio más allá de lo material? Hablar de un “lugar” (cielo o infierno) más allá de este mundo, solo puede tener un sentido simbólico. Hablar de un “día del juicio”, cuando no puedan darse tiempo ni espacio, es un contrasentido. No hay inconveniente en seguir empleando ese lenguaje, pero sin olvidar que se trata de un lenguaje simbólico y no de realidades objetivas.

Meditación-contemplación
Jesús nos dice que aprendamos de la higuera.
En los brotes que empiezan a moverse en la primavera,
tenemos que adivinar los futuros higos.
En cualquier fragmento de realidad está ya Dios plenamente
……………

La realidad que todos vemos por igual
está diciendo cosas distintas a cada uno.
El ser humano tiene que aprender a ver
mucho más de lo que le entra por los ojos.
………………

Hace cuatro mil años, los orientales descubrieron
que la realidad que vemos, no es más que apariencia.
La verdadera realidad hay que descubrirla
más allá y a pesar de lo que vemos y oímos.
………………


Fray Marcos

jueves, 5 de noviembre de 2015

BALANCE DEL SINODO

El Sínodo ha fortalecido al Papa, sin rupturas doctrinales ni herejías que huelan a cisma. La Iglesia procede, como siempre hizo a lo largo de su bimilenaria historia, con la técnica de los pequeños pasos. El Papa marca el camino de la misericordia hacia la gente (por muy pecadora que sea) y el Sínodo le sigue a regañadientes. Para abrir horizontes de esperanza. Para poner al día la doctrina y marcar tendencia. Las medidas concretas, sobre todo las más polémicas de la comunión a los divorciados o la situación de los gays, queda en manos del Papa, signo y garantía de comunión eclesial.
Éstas son las claves que pueden explicar el balance de este Sínodo:
1/ No hay vencedores ni vencidos. Ni la tesis de los principios innegociables ni la antítesis de 'hay que cambiarlo todo', sino la síntesis entre ambas sensibilidades. La doctrina se puede y se debe aggiornar, para que la Iglesia pueda seguir siendo lo que quiso su fundador: casa de la misericordia y hospital de campaña. O, como dice uno de los sinodales, el jesuita Padre Spadaro, “ha vencido el corazón pastoral de la Iglesia, el corazón de los que no quieren convertir el Evangelio en una ideología ni en una piedra para lanzar contra los otros”. “Porque no necesitan médico los sanos, sino los enfermos” (Lc. 5,31).
2/ Criterios para discernir cada situación, no soluciones ni recetas generales. Es la propuesta del cardenal Schonborn la que sale victoriosa del Sínodo. Una propuesta que, como buen dominico, el purpurado de Viena, buscó en Santo Tomás de Aquino. La doctrina del “fuero interno”, es decir que cada persona decida en función de su conciencia bien formada y que el obispo, tras escuchar a cada persona, tome las oportunas decisiones. Sin juicios, sin tener que recurrir a Roma y sin miedo a la misericordia. Eso sí, ya no se puede decir, como aseguran los rigoristas, que todos los divorciados vueltos a casar sean adúlteros. “Aquel de ustedes que esté libre de pecado que tire la primera piedra” (Jn. 8,7).
3/ Del Sínodo sale una Iglesia más democratizada. La vieja aspiración de los partidarios de descongelar el Concilio. Un Sínodo que demostró la sinodalidad en acto. Es decir, que el Papa está dispuesto a descentralizar el ejercicio del poder en la Iglesia e, incluso, a ceder competencias a los obispos. De hecho, al cederles ya competencias directas en la concesión de nulidades, el Papa realizó un profundo acto de reforma del papado. Hacía casi mil años que un Papa no cedía parte de sus poderes voluntariamente. Es el paso de una Iglesia piramidal a una Iglesia circular o, como dice el propio Francisco, de “pirámide invertida”. Mandas las bases y la jerarquía sirve. “El que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro servidor” (Mt. 20,26).
4/ La renovación conciliar llega a la moral familiar y sexual. Era la asignatura pendiente de la recepción y aplicación del Concilio Vaticano II. En este ámbito, reina un claro cisma silencioso: la gente vive de espaldas al rigorismo doctrinal eclesial. Una doctrina que ha colocado a la Iglesia durante todos estos años como aduana, como semáforo rojo y como enemiga del mundo. “Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas” (Mt. 23,4).
5/ Francisco y su primavera salen fortalecidos. A un Papa como éste, admirado y querido por la gente (católica o no), y máxima autoridad moral del planeta, le faltaba el reconocimiento de un sector de su propia jerarquía. Hasta ahora, tenía los 'enemigos' dentro, que, durante este Sínodo, quedaron tan en evidencia y con las vergüenzas al aire, que han tenido que plegarse al sentir de la mayoría. Y eso que intentaron maniobrar con todos los medios y envenenar la situación. Los cuervos y los buitres volvieron a extender sus negras alas sobre el Vaticano. “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados!” (Mt. 23,27)
6/ El Papa conoce a sus 'opositores' con nombres y apellidos. Y sabe que continuarán poniendo palos en la rueda de su revolución tranquila. Le sería muy fácil descabezarlos. Pero no lo hará. Quiere que también ellos le acompañen en el cambio. Aunque eso le cueste tiempo y dolores de cabeza. Sabe que sólo podrá cambiar la iglesia con prudencia y lentitud, porque un tercio de los obispos del mundo rema en su contra. Francisco seguirá siendo un Papa sinodal (caminando con todos), pero consciente de que tiene que tirar del carro. Porque el ala derecha sigue presa de sus inercias. De hecho, a pesar de no haber salido completamente derrotados, los conservadores fruncen el ceño y hablan de Sínodo con sabor agridulce y hasta de Sínodo convertido en sapo que se han tenido que tragar. “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt. 16,18).

José Manuel  Vidal
Periodista Digital

LA RELIGION ES LO QUE TENEMOS, LA ESPIRITUALIDAD ES LO QUE SOMOS

Mc 12, 38-44
Corruptio optimi, pessima”, decía un antiguo adagio latino. Cuando lo mejor se corrompe, se convierte en lo más dañino y peligroso. Y eso ocurre con la religión, que se corrompe en el momento mismo en que se absolutiza y, con ella, los que detentan el poder dentro de la institución.
La explicación es sencilla: todo aquello de lo que el yo se apropia, se pervierte. Y cuanto más “elevado” es el objeto de su apropiación, tanto más peligro reviste.
Así, la religión, en cuanto construcción social que buscaba vehicular y potenciar el anhelo humano de plenitud, una vez apropiada por el yo, se convierte en instrumento de poder, al servicio de quienes se han constituido como “mediadores” del Absoluto.
Si todo poder otorga un estatus de superioridad, que se traduce en dominio sobre los otros, cuando al poder se le atribuye un origen divino, resulta incuestionable: no queda otra posibilidad que la sumisión. Y eso es lo que ha ocurrido, con demasiada frecuencia, en el campo religioso.
Quien se reviste de esa aureola de “poder sagrado” se ve fácilmente tentado por la pretensión de superioridad frente a los demás y, aun sin ser consciente, irá adoptando modos y maneras en los que aquella supuesta superioridad se haga manifiesta.
Y encontrará justificaciones para cualquier comportamiento: desde “pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, y buscar los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes”, hasta “devorar los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos”.
El engaño del poder –particularmente nefasto en el ámbito religioso- encuentra su remedio únicamente en lo que simboliza la imagen de la viuda, que aparece en este mismo relato. Entendida simbólicamente, esa figura representa la actitud de desprendimiento o desidentificación del yo: “Ha echado todo lo que tenía para vivir”.
Estas son realmente las personas que nos cautivan y despiertan nuestras más nobles aspiraciones: aquellas radicalmente desegocentradas, que manifiestan una confianza incondicional y una libertad contagiosa.
En esta misma clave simbólica, mientras los letrados simbolizan la religión absolutizada, de la que han hecho su medio de vida y de poder, la viuda representa la espiritualidad sabia, que constituye una dimensión fundamental del ser humano, caracterizada por la libertad.
La religión es un “mapa” que pretende orientar en el camino hacia el descubrimiento de quienes somos. Entonces se vive al servicio de la persona y de la espiritualidad. Sin embargo, cuando se absolutiza, se corrompe y confunde. La espiritualidad constituye aquella dimensión profunda de la persona, por la que clama nuestro anhelo más hondo, y que tiene que ver directamente con nuestra verdadera identidad. La religión es lo que tenemos, la espiritualidad es lo que somos.

Enrique Martínez Lozano