miércoles, 27 de abril de 2016

DESDE JESÚS EL LUGAR DE LA PRESENCIA DE DIOS ES EL HOMBRE

Jn 14, 23-29
Seguimos en el discurso de despedida. El tema del domingo pasado era el amor manifestado en la entrega a los demás. Terminábamos diciendo que ese amor era la consecuencia de una experiencia interior, relación con lo más profundo de mí mismo que es Dios. Hoy nos habla el evangelio de lo que significa esa vivencia intima. La Realidad que soy, es mi verdadero ser. El verdadero Dios no es un ser separado que está en alguna parte de la estratosfera sino el fundamento de mi ser y de cada uno de los seres del universo.
Este discurso de despedida que Juan pone en boca de Jesús nos habla de cómo entendía y practicaba aquella comunidad el seguimiento de Jesús. No se trataba de seguir a un líder que desde fuera les marcaba el camino, sino de descubrir la experiencia más profunda de Jesús, y repetirla en cada uno de los cristianos.
En estos siete versículos podemos descubrir las dificultades que encuentra el ser humano cuando trata de expresar la experiencia interior. Por cada afirmación que se hace en los versículos que hemos leído hoy, encontramos en el evangelio otra que dice exactamente lo contrario. Es la mejor prueba de que las expresiones sobre Dios no se pueden entender al pie de la letra porque nunca son apropiadas. Necesitan interpretación porque los conceptos no son adecuados para expresar las realidades trascendentes. En este orden puede ser verdad una afirmación y la contraria. El dedo y la flecha pueden apuntar los dos a la luna.
En Jn 15,9 dice: Como el Padre me ha amado así os he amado yo, permaneced en mi amor. Aquí dice: “si alguno me ama le amará mi Padre…” ¿Quién ama primero?
Jesús había dicho que iba a prepararles sitio en el hogar del Padre, para después llevarles con él (14.2). Ahora dice que el Padre y él mismo vendrán al interior de cada uno.
Les había advertido: “como me persiguieron a mí, os perseguirán a vosotros (Jn 16,2). Ahora nos dice: “la paz os dejo, mi paz os doy”.
Nos había dicho: yo y el Padre somos uno (10,30). Quien me ve a mí ve a mi Padre (14,9). Hora nos dice: El Padre es más que yo.
No os dejaré huérfanos, volveré para estar con vosotros (14,18). Y ahora nos dice que el Padre mandará el Espíritu en su lugar. Digerir estas aparentes contradicciones es una de las claves para entender la experiencia pascual.
Insisto, una cosa es el lenguaje y otra la realidad que queremos manifestar con él. Dios no tiene que venir de ninguna parte para estar en lo hondo de nuestro ser. Está ahí desde antes de existir nosotros. No existe "alguna parte" donde Dios pueda estar, fuera de mí y del resto de la creación. Dios es lo que hace posible mi existencia. Soy yo el que estoy fundamentado en Él desde el primer instante de ser. El descu­brirlo en mí, el tomar conciencia de esa presencia, es como si viniera. Esta verdad es la fuente de toda religiosidad.
El hecho de que no llegue a mí desde fuera ni a través de los sentidos, hace imposible toda mediación. Es más, todo intermediario, sean personas, sean instituciones, me alejan de Él más que me acercan. En el AT, la presencia de Dios se localizaba en un lugar, la tienda del encuentro o el templo. La “total presencia” debía ser una de las características de los tiempos mesiánicos. Desde Jesús, el lugar de la presencia de Dios es el hombre. Dentro de ti lo tienes que experimentar; pero también descubrirlo dentro de cada uno de los demás seres humanos. Pero ¡ojo! La presencia surge de dentro, pero no será únicamente interna.
El Espíritu es el garante de esa presencia dinámica: “os irá enseñando todo”. Por cinco veces, en este discurso de despedida, hacer Jesús referencia al Espíritu. No se trata de la tercera persona de la Trinidad, sino de la divinidad como fuerza (ruja). “Santo” significa separado; pero no separado de Dios, sino separado de las actitudes del mundo. Si esa Fuerza de Dios no nos separa del mundo (opresión), no podremos comprender el amor.
"Os conviene que yo me vaya, porque si no, el Espíritu no vendrá a vosotros". Ni el mismo Jesús con sus palabras y acciones fue capaz de llevar a los apóstoles hasta la experiencia de Dios, que les ayudaría a descubrir al mismo Jesús. Mientras estaba con ellos, estaban apegados a su físico, a sus palabras, a sus manifestaciones humanas. Todo muy bonito, pero que les impedía descubrir la verdadera identidad de Jesús. Al no ver a Dios en Jesús, tampoco descubrieron la realidad de Dios dentro de ellos. Cuando desapare­ció, se vieron obligados a buscar dentro de ellos, y allí encontraron lo que no podían descubrir fuera.
El Espíritu no añadirá nada nuevo. Solo aclarará lo que Jesús ya enseñó. Las enseñanzas de Jesús y las del Espíritu son las mismas, solo hay una diferencia. Con Jesús, la Verdad viene a ellos de fuera. El Espíritu las suscita dentro de cada uno como vivencia irrefutable. Mientras el Espíritu no nos separe del mundo (egoísmo), no podremos comprender las enseñanzas de Jesús. Esto explica tantas conclusiones equivocadas de los discípulos durante la vida de Jesús. Las palabras (aunque sean las de Jesús) y los razonamientos no pueden llevar a la comprensión. El Espíritu les llevará a experimentar dentro de ellos la misma realidad que Jesús quería explicar. Entonces no necesitarán argumentos, sino que lo verán claramente.
“Paz” era el saludo ordinario entre los semitas. No solo al despedirse, sino al encontrarse. Ya el “shalom” Judío era mucho más rico que nuestro concepto de paz, pero es que el evangelio de Jn hace hincapié en un “plus” de significado sobre el ya rico significado judío. La paz de la que habla Jesús tiene su origen en el interior de cada uno. Es la armonía total, no solo dentro de cada persona, sino con los demás y con la creación entera. Sería el fruto primero de unas relaciones auténticas en todas direcciones. Sería la consecuencia del amor que es Dios en nosotros, descubierto y vivido. La paz no se puede buscar directamente. Es fruto del amor. Solo el Amor descubierto dentro y manifestado, lleva a la verdadera paz.
Deben alegrarse de que se vaya, porque ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es ninguna tragedia. Será la manifestación suprema de amor, por lo tanto, será la verdadera victoria sobre el mundo (mal) y la muerte. El Padre es mayor que él, porque es el origen. Todo lo que posee Jesús procede de Él. No habla la 2ª persona de la Trinidad; estaríamos poniendo en boca de Jesús una herejía. No olvidemos que Jesús, para el evangelista, es un ser humano a pesar de su preexistencia: “Tomó la condición de esclavo, pasó por uno de tantos...” También en Jesús Dios se manifiesta en lo humano, pero Dios no es lo que se ve ni lo que se palpa ni lo que se oye de Jesús. Dios está en Jesús, pero es más que Jesús.
“El Padre es más que yo". Dios se manifiesta y se vela en la humanidad de Jesús. La presencia de Dios en él, no es demostrable. Está en el hombre sin añadir ni obrar nada. El verdadero Dios es siempre un Dios escondido. Decía Pascal: "Toda religión que no afirme que Dios está oculto, no es verdadera". Un sufí persa de la Edad Media lo dejó bien claro: Calle mi labio carnal, / habla en mi interior la calma / voz sonora de mi alma / que es el alma de otra alma / eterna y universa. / ¿Dónde tu rostro reposa / alma que a mi alma das vida? / Nacen sin cesar las cosas, / mil y mil veces ansiosas /de ver tu faz escondida.
En la Biblia existe una tensión entre la trascendencia y la inmanencia de Dios. El hombre no puede ver a Dios sin morir. No puede ser represen­tado por ninguna imagen. No puede ser nombrado. Pero a la vez, se presenta como compasivo, como pastor de su pueblo, como esposo, como madre que no puede olvidarse del fruto de su vientre. En el NT, se acentúa el intento de acercar a Dios al hombre. Los conceptos de "Mesías", "Siervo", "Hijo de hombre", "Palabra", "Espíri­tu", "Sabiduría", incluso "Padre", son todos ejemplos de ese intento. No se trata de una simple cercanía, sino de una identificación absoluta de Dios con cada uno.

Meditación-contemplación
“Vendremos a él y haremos morada en él”.
Jesús descubrió esa presencia absoluta de Dios.
Todo lo que vivió y enseñó, fue consecuencia de esa experiencia.
Sabía que era la clave para que el hombre alcanzase plenitud.
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Sin experiencia interior no hay posibilidad de salvación.
Sin identificación con lo divino no puede haber verdadera humanidad.
Sin descubrir el tesoro que hay dentro de ti,
nunca estarás dispuesto a vender todo lo demás para adquirirlo.
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Debo preocuparme mucho menos por los que hago.
Tengo que dedicar mis energías a descubrir lo que soy.
Lo que haga, será inevitablemente, consecuencia de lo que creo ser.
Una vez más estoy ante la alternativa: Programación o vivencia.
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Fray Marcos

domingo, 24 de abril de 2016

EN LA CULTURA DEL INTERCAMBIO EL AMOR NO TIENE CABIDA

Jn 13, 31-35
Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Dentro de muy poco, ya no lo tendrán con ellos. Jesús les habla con ternura especial: «Hijitos míos, me queda poco de estar con vosotros». La comunidad es pequeña y frágil. Acaba de nacer. Los discípulos son como niños pequeños. ¿Qué será de ellos si se quedan sin el Maestro?
Jesús les hace un regalo: «Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado». Si se quieren mutuamente con el amor con que Jesús los ha querido, no dejarán de sentirlo vivo en medio de ellos. El amor que han recibido de Jesús seguirá difundiéndose entre los suyos.
Por eso, Jesús añade: «La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros». Lo que permitirá descubrir que una comunidad que se dice cristiana es realmente de Jesús, no será la confesión de una doctrina, ni la observancia de unos ritos, ni el cumplimiento de una disciplina, sino el amor vivido con el espíritu de Jesús. En ese amor está su identidad.
Vivimos en una sociedad donde se ha ido imponiendo la «cultura del intercambio». Las personas se intercambian objetos, servicios y prestaciones. Con frecuencia, se intercambian además sentimientos, cuerpos y hasta amistad. Eric Fromm llegó a decir que «el amor es un fenómeno marginal en la sociedad contemporánea». La gente capaz de amar es una excepción.
Probablemente sea un análisis excesivamente pesimista, pero lo cierto es que, para vivir hoy el amor cristiano, es necesario resistirse a la atmósfera que envuelve a la sociedad actual. No es posible vivir un amor inspirado por Jesús sin distanciarse del estilo de relaciones e intercambios interesados que predomina con frecuencia entre nosotros.
Si la Iglesia «se está diluyendo» en medio de la sociedad contemporánea no es solo por la crisis profunda de las instituciones religiosas. En el caso del cristianismo es, también, porque muchas veces no es fácil ver en nuestras comunidades discípulos y discípulas de Jesús que se distingan por su capacidad de amar como amaba él. Nos falta el distintivo cristiano.
Los cristianos hemos hablado mucho del amor. Sin embargo, no siempre hemos acertado o nos hemos atrevido a darle su verdadero contenido a partir del espíritu y de las actitudes concretas de Jesús. Nos falta aprender que él vivió el amor como un comportamiento activo y creador que lo llevaba a una actitud de servicio y de lucha contra todo lo que deshumaniza y hace sufrir el ser humano.

José Antonio Pagola

viernes, 22 de abril de 2016

AMAR ES SER PLENAMENTE HUMANOS

Jn 13, 31-35
El evangelio de hoy también está sacado de un discurso de Jesús en el evangelio de Jn; el último y más largo, después del lavatorio de los pies. Es un discurso que abarca cinco capítulos, y es una verdadera catequesis a la comunidad, que trata de resumir las más originales enseñanzas de Jesús. Como ya he repetido muchas veces, no se trata de un discurso de Jesús, sino de una cristología elaborada por aquella comunidad a través de muchos años de experiencia y convivencia cristianas. En el momento de la cena, los discípulos no hubieran entendido nada de todo lo que el discurso dice.
El mandamiento del amor sigue siendo tan nuevo que está aun sin estrenar. No se trata solo de algo muy importante; se trata de lo esencial. Sin amor, no hay cristiano. Nietzsche llegó a decir: "solo hubo un cristiano, y ese murió en la cruz"; precisamente porque nadie ha sido capaz de amar como él amó. Como decíamos el domingo pasado, solo el que hace suya la Vida de Dios, será capaz de desplegarla en sus relaciones con los demás. La manifestación de esa Vida, es el amor efectivo a todos los seres humanos.
La pregunta que me tengo que hacer hoy es ésta: ¿Amo de verdad a los demás? ¿Es el amor mi distintivo como cristianos? No se trata de un amor teórico, sino del servicio concreto a todo aquel que me necesita. La última frase de la lectura de hoy se acerca más a la realidad si la formulamos al revés: La señal, por la que reconocerán que no sois discípulos míos, será que no os amáis los unos a los otros. Hemos insistido demasiado en lo accidental: el cumplimiento de normas, en la creencia en unas verdades y en la celebración de unos ritos; más que en lo esencial que es el amor.               
Seguimos cometiendo el error de presentar el amor como un precepto. Así enfocado, no puede funcionar. Amar es un acto de la voluntad, cuyo único objeto es el bien conocido. Esto es muy importante, porque si no descubro la razón de bien, la voluntad no puede ser movida desde dentro. Si me limito a cumplir un mandamiento, no tengo necesidad de descubrir la razón de bien en lo mandado, sino solo obedecer al que lo mandó. Aquí está el error. El que una cosa esté mandada, no me tiene que llevar a mí a cumplirla, sino a descubrir por qué está mandada; me tiene que llevar a ver en ella, la razón de bien. Si no doy este paso, será para mí una programación sin consecuencias en mi vida real.
Ahora es glorificado el Hijo de hombre y Dios es Glorificado en él. Jesús ha lavado los pies a los discípulos y la muerte de Jesús está decidida. ¿Dónde está la gloria? Allí donde se manifiesta el amor. Ese amor manifestado, es a la vez, la gloria de Dios y la gloria de Jesús. En el griego profano “doxa” significaba simplemente opinión, fama. El “kabod” hebreo que traducen por doxa los LXX, significaba por una parte, la trascendencia y la santidad (majestad) de Dios que el hombre debe reconocer. Por otro, la manifestación de ese ser de Dios en acciones portentosas. Juan mantiene el sentido de “gloria” de Dios, que también atribuye al Hijo. Jesús en todas sus obras, manifiesta la “doxa” de Dios.
Lo original de Juan es que esa gloria no se manifiesta solo en los actos espectaculares de poder, sino en los que expresan sin ambigüedades el Amor-Dios. La gloria de Dios es el Amor manifestado. No se trata pues, de fama y honor. Tampoco se trata de conceder majestad, esplendor o poder. La gloria de la que habla Jn no es una concesión externa; está en la misma esencia de la persona. Morir por los demás es la mayor gloria, porque es la mayor manifestación posible de amor. La gloria de Jesús no es consecuencia de su muerte, es la misma muerte por amor. Ni Dios ni Jesús después de morir, pueden recibir otra clase de gloria. La única gloria que podemos dar a Dios es amar como Él ama.
Les llama “Hijitos” (teknia) diminutivo de (tekna). En castellano el cariño se expresa mejor con el posesivo “hijitos míos”. Esta expresión está justificada porque se trata de un momento íntimo y emocionante. Les anuncia su próxima muerte, por eso lo que sigue tiene carácter de testamento. Lo que Jesús pide a los suyos es un amor incondicional y a todos sin excepción. Todas las normas, todas las leyes tienen que orientarse a ese fin.
Un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he amado. El “igual que yo” no es solo comparativo, sino originante. Quiere decir que debéis amaros porque yo os he amado, y tanto como yo os he amado. El Amor-Dios no se puede ver, pero se manifiesta en las obras. Es la seña de identidad del cristiano. Es el mandamiento nuevo, opuesto al mandamiento antiguo, la Ley. Queda establecida la diferencia entre las dos Alianzas. La antigua basada en una relación jurídica de toma y da acá. En la nueva, lo único que importa es la actitud de servicio a los demás. No se trata de una ley, sino de una respuesta personal a lo que Dios es en nosotros. “Un amor que responde a su amor”.
Jesús no propone como primer mandamiento el amar a Dios, ni el amor a él mismo. No dice: Amadme como yo os he amado. Dios es don total y no pide nada a cambio. Ni él necesita nada de nosotros, ni nosotros le podemos dar nada (ni siquiera gloria). Dios es puro don, amor total. Se trata de descubrir en nosotros ese don incondicional de Dios, que a través nuestro debe llegar a todos. El amor a Dios sin entrega a los demás es pura farsa. El amor a los demás por Dios y no por ellos mismo, es una trampa que manifiesta nuestro egoísmo. El amar para que Dios me lo pague, no es más que una programación calculada. La exigencia de Jesús no es con relación a Dios, sino con relación al hombre.
Jesús se presenta como “el hijo de Hombre” (modelo de ser humano). Es la cumbre de las posibilidades humanas. Amar es la única manera de ser plenamente hombre. Él ha desarrollado hasta el límite la capacidad de amar, hasta amar como Dios ama. Jesús no propone un principio teórico, y después dice que vamos a cumplirlo todos. Jesús comienza por vivir el amor y después dice: ¡imitadme! El que le dé su adhesión quedará capacitado para ser hijo, para actuar como el Padre, para amar como Dios ama.
En esto conocerán que sois discípulos míos: en que os améis unos a otros. El amor que pide Jesús tiene que manifestarse en la vida, en todos y cada uno de los aspectos de la existencia. La nueva comunidad no se caracterizará por doctrinas, ni ritos, ni normas. El único distintivo debe ser el amor manifestado en nuestras acciones. La base y fundamento de la nueva comunidad será la vivencia, no la programación. Jesús no funda un club cuyos miembros tienen que ajustarse a unos estatutos, sino una comunidad que experimenta a Dios como Padre y cada miembro lo imita, haciéndose hijo y hermano.
Que os améis unos a otros”, se ha entendido a veces como un amor a los nuestros. Algunas formulaciones del NT pueden dar pie a esta interpretación. No, desde cada comunidad cristiana, el amor tiene que llegar a todos. No se trata de amar a los que son amables (dignos de ser amados), sino de estar al servicio de todos como si fueran yo mismo. Si dejo de amar a una sola persona, mi amor evangélico es cero. No se trata de un amor humano más. Se trata de entrar en la dinámica del amor-Dios. Esto es imposible, si primero no experimentamos ese AMOR. ¡Ojo! esta verdad es demoledora.
Después de todo lo comentado en esta pascua, podemos hacer un resumen. La Vida, que se manifestó en Jesús, es el mismo Dios-Vida que se le había entregado absolutamente. Ese Dios-Vida, que es, también se da a cada uno de nosotros, nos lleva a la unidad con Él, con Jesús y con todos los hombres. Esa identificación absoluta, que se puede vivir, pero que no se puede ver, se manifiesta en la entrega y la preocupación por los demás, es decir, en el amor. El amor evangélico, no es más que la manifestación de la unidad vivida.

Meditación-contemplación
Como el Padre me ha amado, así os he amado yo.”
El amor es la única respuesta posible al Amor, que es Dios.
Como ser humano, Jesús experimentó ese AMOR.
Toda su vida es consecuencia (manifestación) de esta vivencia personal.
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También para nosotros es ese el único camino.
Sin esa experiencia de que Dios es AMOR en mí,
el mensaje evangélico se quedará fuera de mi propio ser
y aceptado solo intelectualmente y como programación.
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El amor que me pide Jesús, no es algo que pueda tener su origen en mí.
Yo sólo puedo ser espejo que refleje lo que Dios es.
No se me exige simpatía o amistad hacia todos.
No se trata de un amor humano, sino del “ágape” divino.
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Fray Marcos

miércoles, 13 de abril de 2016

Jesús es manifestación de Dios y modelo de Hombre.

Jn 10, 27-30
En la lectura del evangelio, hemos terminado con las apariciones, pero seguimos con un texto más profundamente pascual. Jn nos habla de Vida definitiva, que es la clave del tiempo pascual. Es una pena que al hablar de vida eterna sigamos pensando en una vida biológica en el más allá. La verdad es que los evangelios nos hablan de una Vida que hay que vivir aquí y ahora, y que está por encima de la biológica. Parece mentira el poco caso que hacemos al evangelio cuando no está de acuerdo con nuestras expectativas. En el evangelio de Jn está muy claro: “Hay que nacer de nuevo. Hay que nacer del Espíritu”.
Para poder entender lo que hemos leído hoy, hay que tener en cuenta todo el discurso que sigue a la curación del ciego de nacimiento: Jesús como puerta, Jesús como modelo de pastor. El pastor modelo da la Vida a las ovejas. Ésta es la clave del relato. Dar la Vida no significa aquí dejarse matar, sino matarse en beneficio de los demás mientras vive. En griego hay tres palabras para decir vida: “Bios” y “Zoê”, que significan vida biológica, y “psykhê” que significa la personalidad sicológica. Aquí dice psykhê. Quiere decir que no se refiere a dar la vida biológica muriendo, sino a entregarse como persona durante la vida.     
No olvidamos que en el evangelio de Jn no habla Jesús sino la comunidad de finales del s. I, que expresan lo que ella pensaba sobre Jesús. No concibo a Jesús creyéndose pastor de nadie. Como ser humano, Jesús llega a su plenitud por las relaciones con los demás. Pero unas verdaderas relaciones humanas solo son posibles entre iguales. Porque nunca se creyó más que nadie, sino al servicio de todos, se presenta ante nuestros ojos como modelo de relaciones humanas. Relación entrañable con los demás hombres, de tal manera que se preocupa por todos como un pastor auténtico se preocupa por cada una de las ovejas.        
Después de decir que ellos no son ovejas suyas, describe con todo detalle qué significa ser de los suyos, les está acusando de no querer seguirle, comprometiéndose con él al servicio del hombre. No se trata solo de oír a Jesús, se trata de escucharle. La mayoría de las veces oímos y aceptamos solamente lo que está de acuerdo con nuestros intereses. Escucharle significa acercarse sin prejuicios y aceptar lo que nos dice, aunque eso suponga cambiar nuestras conviccio­nes. Seguirle es estar dispuesto a darse a los demás como él y como Dios se dan. Es aceptar que lo que más me importa es cada persona concreta.
“Y ellas me siguen”. No basta escuchar, hay que ponerse en movimien­to y entrar en la nueva dinámica. La buena noticia de Jesús consiste en manifestar que hay una nueva manera de afrontar la existencia humana, una manera de vivir que esté más de acuerdo con las exigencias profundas del ser humano. Esa será la manera de cumplir lo que Dios espera de nosotros. La voluntad de Dios está ya en lo más profundo de mí. Jesús no nos pide ser borregos sino ser personas adultas y responsables de sí mismos y de los demás.
Y yo les doy Vida definitiva. Se trata de la misma Vida que el Jesús, demuestra haber recibido y desplegado. La consecuencia primera de seguirle es alcanzar esa Vida definitiva, Vida en el Espíritu. Esto es lo verdaderamente importante para nosotros. Lo que pasó en Jesús tiene que pasar también en mí. Éste es el meollo del misterio pascual. Como modelo de pastor, defiende a los suyos con todo su ser, no pasarán a manos de ladrones y bandidos. Ponerse en las manos de Jesús equivale a estar en las manos del Padre. "No hay quien libre de mi mano; lo que yo hago, ¿quién lo deshará? (Is 43,13)
Yo y el Padre somos lo Uno. Es la frase más sublime, que mejor refleja la conciencia que la comunidad de Jn tenía de Jesús. Hoy sabemos que los discursos del evangelio de Jn no son originales de Jesús, por lo tanto no tiene sentido pensar que esa frase exprese su conciencia de ser la segunda persona de la Trinidad. Para nosotros, tiene mucha más importancia si caemos en la cuenta de que fue la experiencia de la comunidad de Jn, la que llegó a la increíble conclusión de que Jesús estaba en identificación absoluta con Dios.
La versión de la Vulgata no dice “yo y el Padre somos unus” sino unum (neutro). Esto es más importante de lo que parece, porque nos está lanzando más allá del lenguaje ordinario. Jesús dice que él y el Padre (el Origen) no se distinguen en nada, pero tampoco se distingue de su origen, ninguna otra criatura existente. Lo que Jesús dijo, lo puede decir cualquier otra criatura que tenga conciencia de sí misma. No se puede ir más allá desde el lenguaje humano, no da más de sí. Por eso, después de oír esto, lo único que cabe es el silencio.
El Maestro Eckhart llegó a decir que Dios se aniquila para identificarse con nosotros y que el hombre tiene que anonadarse para llegar a ser uno con Dios. Nosotros buscamos la unión con Dios pero sin dejar de ser nosotros mismos. No puede funcionar. La simplicidad de las matemáticas nos puede ayudar. 1 + 1 siempre serán 2. Pero 1 x 1 = 1. Si el resultado de 1 x 1 lo vuelvo a multiplicar por 1, seguirá resultando 1. Es decir, la unidad con Dios no solo nos hace uno con Él sino que nos identifica con todos los seres.
Una de las pocas palabras que podemos asegurar que pronunció el mismo Jesús, es la de“abba”. Pero el concepto de padre que nosotros usamos en el aspecto humano, no es suficiente para expresar lo que Dios es para Jesús y para cada uno de nosotros. Los padres biológicos nos han trasmitido la vida, pero esa vida sigue sus propios derroteros. En el caso de la Vida, que Dios nos comunica, se trata de su única Vida, que se convierte en nuestra propia Vida sin dejar de ser la de Dios. Por lo tanto no hay posibilidad de independencia.
El ser humano Jesús había llegado a una experiencia de unidad total con Dios. Ya no había ninguna diferencia entre lo que era él y lo que era Dios en él, porque de él, de su falso yo, no quedaba absolutamente nada. Fijaros que para dar sentido a una adhesión a su persona, se muestra él mismo totalmente volcado sobre el Padre. Relacionarnos con Jesús es relacionarnos con Dios. Esta es la razón por la que, el Jesús que predicó el Reino de Dios, se convirtió, enseguida, en el objeto de la predicación de los primeros cristianos.
Jesús, como nuevo santuario, hace presente al Padre. No olvidemos que el diálogo se dirige a los “dirigentes judíos” en el Templo y en la fiesta de la Dedicación. El Padre se manifiesta en Jesús que realiza su obra creadora llevando al hombre a plenitud. No hay nada en Jesús que se encuentre fuera de Dios. Todo en él es expresión del Padre. Esa identifica­ción excluye toda instancia superior a él mismo. Los judíos no pueden encontrar nada en qué apoyarse para juzgarle. Ante él, solo cabe aceptación o rechazo, que es aceptar o rechazar a Dios.
Jesús al entregar su vida, viviendo para los demás, está identificándose con lo que es Dios. Así manifiesta su condición de Hijo. Al dar la vida muriendo, manifiesta, en plenitud, la verdadera Vida, que es la misma de Dios. Esa misma Vida es la que comunicará a los demás. Dios se la está comunicando a él y nos la está comunicando a todos. Jesús es así manifestación de Dios y modelo de Hombre. Donde hay amor hasta el límite, hay Vida sin límite. Para quien ama como Jesús amó, no hay muerte. Por eso la entrega de la vida es algo espontáneo. Es la disponibili­dad total que le constituye como Hijo.
Si Jesús promete la Vida al que escuche su voz, quiere decir que les está ofreciendo la misma Vida que él ha recibido del Padre. La vida que se trasmite del padre al hijo, es la misma vida del padre. Por eso se puede hablar de una identificación absoluta y total con el Padre.Recordemos las palabras de Juan en el discurso del pan de vida: "El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre, del mismo modo el que me come vivirá por mí". Son realidades que nos desbordan si tratamos de comprenderlas con la inteligencia.

Meditación-contemplación
Jesús da Vida definitiva porque ha hecho suya la del Padre.Son dos aspectos eminentemente pascuales.
No se trata de una Vida para el más allá.
Se trata de participar aquí y ahora de la misma Vida de Dios.
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Desde la vida biológica, en la que me encuentro,
debo acceder a la Vida Divina, que también está en mí.
A esta VIDA no le afecta la muerte,
por eso, cuando la vida biológica termina, AQUELLA continúa.
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Tener fe, consiste en confiar en estas palabras de Jesús.
Es pasar ya, desde ahora, a esa Vida Nueva.
Nacer de nuevo a una Vida que ya no terminará.
Ahí encontraré la verdadera salvación.
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Fray Marcos

domingo, 10 de abril de 2016

LA FAMILIA

http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20160319_amoris-laetitia.html

Les dejo el link si quieren bajar la exhortacioón apostólica del Papa Francisco sobre La Familia, que recoge sus conclusiones luego del trabajo del Sínodo de Obispos sobre el tema.

miércoles, 6 de abril de 2016

HACER DE NUESTRA VIDA UN TESTIMONIO DE AMOR

Jn 21, 1-19
El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos junto al lago de Galilea está descrito con clara intención catequética. En el relato subyace el simbolismo central de la pesca en medio de mar. Su mensaje no puede ser más actual para los cristianos: solo la presencia de Jesús resucitado puede dar eficacia al trabajo evangelizador de sus discípulos.
El relato nos describe, en primer lugar, el trabajo que los discípulos llevan a cabo en la oscuridad de la noche. Todo comienza con una decisión de Simón Pedro: «Me voy a pescar». Los demás discípulos se adhieren a él: «También nosotros nos vamos contigo». Están de nuevo juntos, pero falta Jesús. Salen a pescar, pero no se embarcan escuchando su llamada, sino siguiendo la iniciativa de Simón Pedro.
El narrador deja claro que este trabajo se realiza de noche y resulta infructuoso: «aquella noche no cogieron nada». La «noche» significa en el lenguaje del evangelista la ausencia de Jesús que es la Luz. Sin la presencia de Jesús resucitado, sin su aliento y su palabra orientadora, no hay evangelización fecunda.
Con la llegada del amanecer, se hace presente Jesús. Desde la orilla, se comunica con los suyos por medio de su Palabra. Los discípulos no saben que es Jesús, solo lo reconocerán cuando, siguiendo dócilmente sus indicaciones, logren una captura sorprendente. Aquello solo se puede deber a Jesús, el Profeta que un día los llamó a ser «pescadores de hombres».
La situación de no pocas parroquias y comunidades cristianas es crítica. Las fuerzas disminuyen. Los cristianos más comprometidos se multiplican para abarcar toda clase de tareas: siempre los mismos y los mismos para todo. ¿Hemos de seguir intensificando nuestros esfuerzos y buscando el rendimiento a cualquier precio, o hemos de detenernos a cuidar mejor la presencia viva del Resucitado en nuestro trabajo?
Para difundir la Buena Noticia de Jesús y colaborar eficazmente en su proyecto, lo más importante no es «hacer muchas cosas», sino cuidar mejor la calidad humana y evangélica de lo que hacemos. Lo decisivo no es el activismo sino el testimonio de vida que podamos irradiar los cristianos.
No podemos quedarnos en la «epidermis de la fe». Son momentos de cuidar, antes que nada, lo esencial. Llenamos nuestras comunidades de palabras, textos y escritos, pero lo decisivo es que, entre nosotros, se escuche a Jesús. Hacemos muchas reuniones, pero la más importante es la que nos congrega cada domingo para celebrar la Cena del Señor. Solo en él se alimenta nuestra fuerza evangelizadora.

José Antonio Pagola