miércoles, 24 de agosto de 2016
NOS CUESTA MUCHO ACEPTAR QUE NOS DIGAN LA VERDAD EN LA CARA
LUCAS 14, 1 y 7-14
1 Un día de precepto fue a comer a casa de uno de los jefes fariseos, y ellos lo estaban acechando.
7 Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso estas máximas:
8 - Cuando alguien te convide a una boda, no te sientes en el primer puesto, que a lo mejor han convidado a otro de más categoría que tú; 9 se acercará el que os invitó a ti y a él y te dirá: "Déjale el puesto a éste". Entonces, avergonzado, tendrás que ir a ocupar el último puesto.
10 Al revés, cuando te conviden, ve a sentarte en el último puesto, para que, cuando se acerque el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más arriba". Así quedarás muy bien ante los demás comensales.
11 Porque a todo el que se encumbra, lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán.
12 Y al que lo había invitado le dijo:
- Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a vecinos ricos; no sea que te inviten ellos para corresponder y quedes pagado.
13 Al revés, cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; 14 y dichoso tú entonces, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.
Pretendían pillarlo. ¡Qué ingenuidad!
No era la primera vez que lo intentaban. Jesús ya había vivido situaciones parecidas en las que los fariseos y los escribas, guardianes de la Ley, querían ponerle en evidencia buscando la forma de sorprenderle en alguna palabra (Mt 22,15). Había sucedido cuando le preguntaron si era lícito pagar los tributos al César; o cuando pusieron a la adúltera en medio para cumplir con el mandato del apedreamiento y le pidieron que fuera Él quien aplicara esa Ley de la que había dicho que estaba hecha para el hombre y no al revés; y todo esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle (Jn 8,6). Y en este episodio que recoge el evangelio del domingo 28 de agosto ocurre algo parecido, pues el Maestro había entrado en la casa de uno de los principales fariseos para comer, donde los mismos anfitriones buscaban el modo de pillarle. El Señor, desde el principio, se dio cuenta de que ellos le estaban espiando. Una de tantas situaciones incómodas que le tocó vivir, otra encerrona más.
Cuando uno sabe de antemano que ha sido invitado por pura cortesía, por compromiso o, peor aún, con la intención de ser blanco de burlas y sarcasmos de forma pública y notoria, el primer impulso –y quizás lo más sensato-- es no acudir. Pero con Jesús no calcularon bien. En el Señor no había doblez. Imposible sorprenderle en un renuncio. Cometieron el error de pensar que era como ellos. Y se equivocaron. Aquel a quien pretendieron avergonzar, fue quien les sacó los colores con una tremenda habilidad.
El Maestro no renunciaba a hacerles comprender que la soberbia no es el camino. Deseaba su bien. Por eso, aunque no le extrañó la escena que contempló nada más llegar --los convidados escogían los primeros puestos-- les propuso una parábola con la que pudieran, sin ánimo de ofender, identificar su arrogancia: es preferible ocupar el último puesto y que te llamen “amigo” y te requieran, a que te aparten por haberte colado (y colocado) en el lugar que no te correspondía. Creer que eres el amigo predilecto, el alma de la fiesta, el protagonista imprescindible, aquel con quien todo el mundo anhela estar... cuando en realidad el interés del anfitrión y de los invitados va por otro lado, resulta cuando menos grotesco y ridículo.
Al Señor le salió un ejemplo tan claro que traspasó las líneas rojas y entró en “zona de riesgo”, pues al ser humano le cuesta aceptar que le digan la verdad “a la cara”. Se necesita mucha humildad para asumir que merece la pena sonrojarse a tiempo, y reírse de uno mismo. Es el paso para cambiar. Quizás cuando los otros vean que lo que más nos preocupa es no amarles lo bastante, entonces nos llamarán.
María Dolores López Guzmán
viernes, 19 de agosto de 2016
DÓNDE ENCONTRAR RESPUESTA A LAS GRANDES PREGUNTAS DE LA VIDA
Mucha gente no se da cuenta de que lo más importante, que estamos viviendo ahora mismo, no es el cambio de gobierno, ni el deseado cambio en la economía, ni el anhelado (o temido) cambio de no pocas leyes y costumbres, ni los cambios en la religión y sus gobernantes. Todo eso, por supuesto, es importante. Pero no es lo fundamental.
La raíz de todos los cambios está, en este momento, en la radical transformación que estamos viviendo en nuestra cultura. Por eso anda todo revuelto. Y por eso también, en esta inquietante situación, son muchas (muchísimas) las personas que se hacen (o nos hacemos) incontables preguntas para las que no encontramos respuesta.
En muchos ámbitos de la vida, de los que no entiendo nada (o casi nada), ignoro incluso las preguntas más urgentes que ahora mismo hay que hacerse. En el terreno que trabajo, desde hace tantos años, es decir, en el ancho campo de la religión y sus muchas implicaciones en la vida, hay una respuesta a nuestras preguntas, que es sin duda alguna la respuesta más firme, fuerte y clara, que podemos afrontar. Y la respuesta también que – desde las creencias cristianas – tenemos que aceptar.
Voy derechamente al centro mismo de este asunto capital. Esta mañana, leyendo a san Juan de la Cruz, encontré este texto genial, que el santo pone en boca de Dios: “Si te tengo ya dichas todas las cosas en mi Palabras, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en él, porque en él lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones en parte, y si pones en él los ojos, lo hallarás en todo; porque él es toda mi locución y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio” (“Subida del Monte Carmelo”, libro 2 – cap. 22, nº 5).
“Pon los ojos sólo en él, porque en él lo tengo todo dicho”. Efectivamente, todo lo que Dios nos puede responder o decir, sea cual sea la pregunta que le hagamos, y sea cual sea la situación en que nos encontremos, la respuesta que Dios nos puede dar está en Jesús. La respuesta está siempre en lo que fue la vida de Jesús. Su proyecto de vida. Su forma de entender la vida. Lo que fue importante para aquella vida.
Que todos tenemos problemas, ¿quién lo duda? Que muchas personas tienen preguntas graves, quizá muy graves, para las que no encuentran respuesta, es evidente. Y que tan evidente como lo es todo esto, lo es igualmente que, en las situaciones complicadas que nos presenta la vida, raro es el caso en el que personas, nacidas y educadas en la cultura cristiana, buscan la solución y la respuesta en la “Palabra” última, definitiva y total, la respuesta a los problemas y preguntas más serias de la vida, que es Jesús, la vida que llevó Jesús, la solución que siempre tendríamos que buscar y encontrar en Jesús.
Y, por favor, que nadie me diga que estoy sacando las cosas de quicio. Los problemas y las preguntas, que nos presenta la vida, ¿no son problemas y preguntas relacionadas con la salud, el dinero, el éxito y el fracaso, el poder y sus privilegios, las relaciones humanas, el sentido o el sin-sentido de la vida, el amor y el odio, la felicidad o la desgracia, la paz o la violencia, la libertad o el sometimiento, la buena o la mala conciencia, la culpa, el perdón o la venganza, la bondad o los malos sentimientos, el triunfo o el fracaso en la vida, la fama o el olvido general?
Pues bien, de todo esto es de lo que nos habla la vida de Jesús, el proyecto de Jesús, la Palabra que es Jesús. Por esto, yo me pregunto, tantas veces, ¿qué hemos hecho los cristianos con el Evangelio? ¿Por qué y para qué le llamamos “Palabra del Señor”? Sobre todo, cuando sabemos que nuestro verdadero “señor” es el dinero, es el poder, es la seguridad para el futuro, es el buen vivir, es el éxito, es el disfrute de la vida.
Seamos sinceros y honestos. ¿Es el Evangelio el factor determinante de la vida de la Iglesia? ¿Está el Evangelio en el armazón fundamental de nuestra cultura? ¿Es el criterio rector de nuestras vidas? El día que todo esto quede resuelto y patente, ese día tendremos resuelta y patente la respuesta a nuestras preguntas, las grandes preguntas de la vida.
José M. Castillo
JESÚS PIDE AMOR RADICAL A DIOS Y AL HERMANO
Lc 13, 22-30
Jesús va caminando hacia Jerusalén. Su marcha no es la de un peregrino que sube al templo para cumplir sus deberes religiosos. Según Lucas, Jesús recorre ciudades y aldeas «enseñando». Hay algo que necesita comunicar a aquellas gentes: Dios es un Padre bueno que ofrece a todos su salvación. Todos son invitados a acoger su perdón.
Su mensaje sorprende a todos. Los pecadores se llenan de alegría al oírle hablar de la bondad insondable de Dios: también ellos pueden esperar la salvación. En los sectores fariseos, sin embargo, critican su mensaje y también su acogida a recaudadores, prostitutas y pecadores: ¿no está Jesús abriendo el camino hacia una relajación religiosa y moral inaceptable?
Según Lucas, un desconocido interrumpe su marcha y le pregunta por el número de los que se salvarán: ¿serán pocos?, ¿serán muchos?, ¿se salvarán todos?, ¿solo los justos? Jesús no responde directamente a su pregunta. Lo importante no es saber cuántos se salvarán. Lo decisivo es vivir con actitud lúcida y responsable para acoger la salvación de ese Dios Bueno. Jesús se lo recuerda a todos: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha».
De esta manera, corta de raíz la reacción de quienes entienden su mensaje como una invitación al laxismo. Sería burlarse del Padre. La salvación no es algo que se recibe de manera irresponsable de un Dios permisivo. No es tampoco el privilegio de algunos elegidos. No basta ser hijos de Abrahán. No es suficiente haber conocido al Mesías.
Para acoger la salvación de Dios es necesario esforzarnos, luchar, imitar al Padre, confiar en su perdón. Jesús no rebaja sus exigencias: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso»; «No juzguéis y no seréis juzgados»; «Perdonad setenta veces siete» como vuestro Padre; «Buscad el reino de Dios y su justicia».
Para entender correctamente la invitación a «entrar por la puerta estrecha», hemos de recordar las palabras de Jesús que podemos leer en el evangelio de Juan: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí será salvo» (Juan 10,9). Entrar por la puerta estrecha es «seguir a Jesús»; aprender a vivir como él; tomar su cruz y confiar en el Padre que lo ha resucitado.
En este seguimiento a Jesús, no todo vale, no todo da igual; hemos de responder al amor de Padre con fidelidad. Lo que Jesús pide no es rigorismo legalista, sino amor radical a Dios y al hermano. Por eso, su llamada es fuente de exigencia, pero no de angustia. Jesucristo es una puerta siempre abierta. Nadie la puede cerrar, solo nosotros si nos cerramos a su perdón.
José Antonio Pagola
jueves, 18 de agosto de 2016
Jesus pide amor radical a Dios y al hermano
Lc 13, 22-30
Jesús va caminando hacia Jerusalén. Su marcha no es la de un peregrino que sube al templo para cumplir sus deberes religiosos. Según Lucas, Jesús recorre ciudades y aldeas «enseñando». Hay algo que necesita comunicar a aquellas gentes: Dios es un Padre bueno que ofrece a todos su salvación. Todos son invitados a acoger su perdón.
Su mensaje sorprende a todos. Los pecadores se llenan de alegría al oírle hablar de la bondad insondable de Dios: también ellos pueden esperar la salvación. En los sectores fariseos, sin embargo, critican su mensaje y también su acogida a recaudadores, prostitutas y pecadores: ¿no está Jesús abriendo el camino hacia una relajación religiosa y moral inaceptable?
Según Lucas, un desconocido interrumpe su marcha y le pregunta por el número de los que se salvarán: ¿serán pocos?, ¿serán muchos?, ¿se salvarán todos?, ¿solo los justos? Jesús no responde directamente a su pregunta. Lo importante no es saber cuántos se salvarán. Lo decisivo es vivir con actitud lúcida y responsable para acoger la salvación de ese Dios Bueno. Jesús se lo recuerda a todos: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha».
De esta manera, corta de raíz la reacción de quienes entienden su mensaje como una invitación al laxismo. Sería burlarse del Padre. La salvación no es algo que se recibe de manera irresponsable de un Dios permisivo. No es tampoco el privilegio de algunos elegidos. No basta ser hijos de Abrahán. No es suficiente haber conocido al Mesías.
Para acoger la salvación de Dios es necesario esforzarnos, luchar, imitar al Padre, confiar en su perdón. Jesús no rebaja sus exigencias: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso»; «No juzguéis y no seréis juzgados»; «Perdonad setenta veces siete» como vuestro Padre; «Buscad el reino de Dios y su justicia».
Para entender correctamente la invitación a «entrar por la puerta estrecha», hemos de recordar las palabras de Jesús que podemos leer en el evangelio de Juan: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí será salvo» (Juan 10,9). Entrar por la puerta estrecha es «seguir a Jesús»; aprender a vivir como él; tomar su cruz y confiar en el Padre que lo ha resucitado.
En este seguimiento a Jesús, no todo vale, no todo da igual; hemos de responder al amor de Padre con fidelidad. Lo que Jesús pide no es rigorismo legalista, sino amor radical a Dios y al hermano. Por eso, su llamada es fuente de exigencia, pero no de angustia. Jesucristo es una puerta siempre abierta. Nadie la puede cerrar, solo nosotros si nos cerramos a su perdón.
José Antonio Pagola
miércoles, 10 de agosto de 2016
CUAL ES LA VERDADERA PAZ?
La paz que Jesús propone es la armonía interna; es el equilibrio que un ser humano alcanza cuando es lo que tiene que ser, cuando todo su ser está de acuerdo con las exigencias de su ser profundo. Esta es la autentica paz. Esta es la paz (Shalom) que los judíos se deseaban al saludarse y al despedirse. Esta es la base de toda paz verdadera. Esa armonía con uno mismo lleva a estar en armonía con los demás y con Dios. Esta paz es la consecuencia de un descubrimiento de lo trascendente como fundamento de nuestro ser.
EL VERDADERO CRISTIANO ES REVOLUCIONARIO
Lc 12, 49-53
Son bastantes los cristianos que, profundamente arraigados en una situación de bienestar, tienden a considerar el cristianismo como una religión que, invariablemente, debe preocuparse de mantener la ley y el orden establecido.
Por eso, resulta tan extraño escuchar en boca de Jesús dichos que invitan, no al inmovilismo y conservadurismo, sino a la transformación profunda y radical de la sociedad: «He venido a prender fuego en el mundo y ojalá estuviera ya ardiendo... ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división».
No nos resulta fácil ver a Jesús como alguien que trae un fuego destinado a destruir tanta mentira, violencia e injusticia. Un Espíritu capaz de transformar el mundo, de manera radical, aun a costa de enfrentar y dividir a las personas.
El creyente en Jesús no es una persona fatalista que se resigna ante la situación, buscando, por encima de todo, tranquilidad y falsa paz. No es un inmovilista que justifica el actual orden de cosas, sin trabajar con ánimo creador y solidario por un mundo mejor. Tampoco es un rebelde que, movido por el resentimiento, echa abajo todo para asumir él mismo el lugar de aquellos a los que ha derribado.
El que ha entendido a Jesús actúa movido por la pasión y aspiración de colaborar en un cambio total. El verdadero cristiano lleva la «revolución» en su corazón. Una revolución que no es «golpe de estado», cambio cualquiera de gobierno, insurrección o relevo político, sino búsqueda de una sociedad más justa.
El orden que, con frecuencia, defendemos, es todavía un desorden. Porque no hemos logrado dar de comer a todos los hambrientos, ni garantizar sus derechos a toda persona, ni siquiera eliminar las guerras o destruir las armas nucleares.
Necesitamos una revolución más profunda que las revoluciones económicas. Una revolución que transforme las conciencias de los hombres y de los pueblos. H. Marcuse escribía que necesitamos un mundo «en el que la competencia, la lucha de los individuos unos contra otros, el engaño, la crueldad y la masacre ya no tengan razón de ser».
Quien sigue a Jesús, vive buscando ardientemente que el fuego encendido por él arda cada vez más en este mundo. Pero, antes que nada, se exige a sí mismo una transformación radical: «solo se pide a los cristianos que sean auténticos. Esta es verdaderamente la revolución» (E. Mounier).
José Antonio Pagola
domingo, 7 de agosto de 2016
SEGUIR A JESUS Y SU PROYECTO DE VIDA
Se suele decir (y es verdad) que la Religión Cristiana tiene su origen en Jesús de Nazaret. Como también suele decir (y también es verdad) que la Iglesia tuvo sus comienzos en la vida y las enseñanzas de Jesús. Pero tan cierto, como lo que acabo de decir, es que ni Jesús fundó (o instituyó) una Religión, ni fundó (o instituyó) una Iglesia.
¿Cómo iba a fundar una religión un hombre que provocó un conflicto mortal con los dirigentes de la religión, con el templo, con los sacerdotes, los rituales y normas que la religión imponía a la gente, de forma que todo aquello terminó en la condena de Jesús como un delincuente subversivo? Y por lo que se refiere a la Iglesia, ni siquiera el concilio Vaticano II se atrevió a decir que Jesús fue su "fundador", sino que se limitó a indicar que la Iglesia tuvo su origen en la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios (LG 5, 1). Por supuesto, san Pablo les puso el nombre de "iglesias" a las "asambleas" que él fue organizando en sus viajes apostólicos. Pero sabemos que Pablo fue un judío de cultura griega, en la que el término "ekklesía" designaba la asamblea de los ciudadanos libres, que se reunían para votar democráticamente las decisiones importantes.
Entonces, ¿qué es lo que nos dejó Jesús a quienes creemos en él y, por tanto, pensamos que su legado es importante, incluso determinante y hasta decisivo? Leyendo y analizando a fondo los evangelios, lo que en ellos queda patente es que Jesús fue un profeta, que trasmitió a su posteridad un proyecto de vida, una forma de estar y de actuar en este mundo.
Un proyecto de vida que se lleva a la práctica a partir de lo que fueron las tres preocupaciones fundamentales que vivió el propio Jesús:
1) La salud (relatos de "curaciones de enfermos").
2) La alimentación (relatos de "comensalía", la mesa compartida).
3) Las relaciones humanas (enseñanzas sobre la "felicidad, misericordia, justicia, perdón, amor...).
Este "proyecto de vida", en el lenguaje y en la teología del Evangelio, se resume y se condensa en el "seguimiento" de Jesús. De forma que la cristología se constituye primordialmente, no desde determinados dogmas y saberes, sino a partir del seguimiento de Jesús.
Pues bien, si lo que acabo de indicar fue constitutivo y determinante en los orígenes del cristianismo, en seguida se comprende - y se comprende sin dificultad - cómo y por qué la Iglesia encontró acogida en la Antigüedad o, por el contrario, cómo y por qué la Iglesia encuentra indiferencia y hasta rechazo en la Modernidad.
Quiero decir que, en los primeros siglos de su historia, cuando la Iglesia se fue organizando y se hizo presente en la sociedad de forma que lo central y determinante de su vida fue la lucha contra el sufrimiento y la acogida de toda clase de gentes marginadas, excluidas y despreciadas, fue entonces cuando la Iglesia se expandió por todo el Imperio, hasta llegar a ser la institución central y más valorada en aquellos tiempos.
Como bien ha explicado el profesor E. R. Dodds, cuando el Imperio vivió una auténtica "época de angustia" (desde mediados del s. II hasta el s. IV), "la Iglesia ofrecía todo lo necesario para constituir una especie de seguridad social: cuidaba de huérfanos y viudas, atendía a los ancianos, a los incapacitados y a los que carecían de medios de vida...". Y añade el mismo Dodds: "Debieron ser muchos los que se sintieron desamparados: los bárbaros urbanizados, los campesinos llegados a las ciudades en busca de trabajo, los soldados licenciados, los rentistas arruinados por la inflación y los esclavos manumitidos. Para todas estas gentes, el entrar a formar parte de la comunidad cristiana debía de ser el único medio de conservar el respeto hacia sí mismos y dar a la propia vida algún sentido. Dentro de la comunidad se experimentaba el calor humano y se tenía la prueba de que alguien se interesa por nosotros, en este mundo y en el otro".
Con el paso de los tiempos, el centro de las preocupaciones de la Iglesia se fue desplazando: de la lucha contra el sufrimiento de los pobres y excluidos, al establecimiento y potenciación de la propia autoridad. Lo que desembocó en el desplazamiento del Evangelio de Jesús a la religión de los sacerdotes. Lo central en la Iglesia dejó de ser el "seguimiento" evangélico. Y lo fue, desde entonces, el "poder" eclesiástico, que antepone - en la práctica - la sumisión de los fieles a la solidaridad con los pobres, marginados y excluidos.
Así las cosas, mientras la religión fue un componente central de la cultura y la sociedad, la Iglesia se vio a sí misma como fiel a la misión que tenía que cumplir en este mundo. Hasta que, en el s. XVIII, la Ilustración puso en evidencia las contradicciones que la Modernidad encuentra en el hecho religioso. Contradicciones que, en los siglos XIX y XX, han tomado fuerza y presencia en la mentalidad de los ciudadanos de la moderna "cultura secular". Lo que nos ha traído a la desconcertante situación que estamos viviendo.
Si nos empeñamos en seguir intentando armonizar - y hasta identificar - "religión" y "Evangelio", ni la mayoría de los ciudadanos pone en práctica la religión, ni la gente religiosa acaba de entender el Evangelio viviendo el seguimiento de Jesús. Como es lógico e inevitable, en estas condiciones, el presente y el futuro de la Iglesia se nos hace cada día más problemático. ¿Seguiremos afincados en nuestra tradicional religiosidad o nos decidiremos por la fidelidad definitiva al seguimiento de Jesús?
José María Castillo
NO BUSQUES A DIOS ARRIBA
Lc 12, 32-48
El texto del evangelio de este domingo forma parte de un amplio contexto, que empezaba el domingo pasado con la petición de uno a Jesús: “dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. A partir de ahí, Lc propone una larga conversación con los discípulos que abarca 35 versículos y toca muy diversos temas de difícil armonización. Naturalmente se trata de pensamientos dispersos que el evangelista organiza a su manera para ir aclarando las exigencias de Jesús. Sin duda reflejan la manera de ver la vida de la primera comunidad, como lo demuestra la conciencia de ser un pequeño rebaño.
Que el texto utilice a veces, el lenguaje escatológico nos puede despistar un poco. También el que nos hable de talegos o tesoros en el cielo que nadie puede robar, o que Dios llegará como un ladrón en la noche, nos puede confundir. Este leguaje mítico a nosotros hoy no nos sirve de nada. Dios no tiene que venir de ninguna parte. Está llamando siempre pero desde dentro. No pretende entrar en nosotros sino salir a nuestra conciencia y manifestarse en nuestras relaciones con los demás. Debemos superar la idea de un Dios que actúa desde fuera.
El domingo pasado se nos pedía no poner la confianza en las riquezas. Hoy, además, se nos dice en quién hay que poner la confianza para que sea auténtica. No en un dios todopoderoso externo, sino en el hombre creado a su imagen y que tiene al mismo Dios como fundamento. No es pues, cuestión de actos de fe, sino afianzamiento en una actitud que debe atravesar toda nuestra vida. Confiadamente, tenemos que poner en marcha todos los recursos de nuestro ser, conscientes de que Dios actúa solo a través de sus criaturas, y que solo a través de cada una de ellas la creación evoluciona. Ayúdate y Dios te ayudará.
Se trata de estar siempre en actitud de búsqueda. Más que en vela, yo diría que hay que estar despiertos. No porque puede llegar el juicio cuando menos lo esperemos, sino porque la toma de conciencia de la realidad que somos exige una atención a lo que está más allá de los sentidos y no es nada fácil de descubrir. El tesoro está escondido, y hay que “trabajar” para descubrirlo. No se trata de confiar en lo que nosotros podemos alcanzar, sino en que Dios ya nos lo ha dado todo. Ha sido Dios el primero que ha confiado en nosotros en el momento en que ha decidido darse él mismo sin limitación ni restricción alguna. Lo único que espera es que nosotros mismos descubramos ese don y vivamos de él.
Si de verdad hemos descubierto el tesoro que es Dios, no hay lugar para el temor. A las instituciones y a las personas que las dirigen no les interesa para nada la idea de un Dios que da plena autonomía al ser humano, porque no admite intermediarios ni manipulaciones. Para ellos es mucho más útil la idea de un dios que premia y castiga, porque en nombre de ese dios pueden controlar a las personas. La mejor manera de conseguir sometimiento es el miedo. Eso lo sabe muy bien cualquier autoridad. El miedo paraliza a la persona, que inmediatamente tiene necesidad de alguien que le ofrece su ayuda, para poder conseguir con gran esfuerzo, aquello que ya poseían plenamente antes de tener miedo.
Cuentan que una madre empezó a meter miedo de la oscuridad a su hijo pequeño. El objetivo era que no llegara nunca tarde a casa. Con el tiempo, el niño fue incapaz de andar solo en la noche. Eso le impedía una serie de actividades que hacía muy difícil desarrollar su vida. Entonces la madre, fabricó un amuleto y dijo al niño: esto te protegerá de la oscuridad. El niño convencido, empezó a caminar en la noche sin ningún problema, confiando en el amuleto que llevaba colgado del cuello. ¡Sin comentario!
Para descubrir el sentido de esa confianza, tenemos que descubrir los errores que hemos desarrollado sobre lo que Dios es. No se trata de un ser externo en el que debo confiar, sino en mi propio ser en lo que tiene de fundamento que me proporciona todas las posibilidades desde dentro de mí mismo. Esto es lo que significa: “vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino”. El dios araña que necesita chupar la sangre al ser humano para salvar su trascendencia, no es el Dios de Jesús. El dios del que depende caprichosamente mi fututo, no es el Dios de Jesús. El dios que me colmará de favores cuando yo haya cumplido la Ley, no es el Dios de Jesús. El Dios de Jesús es don total, incondicional y permanente. Esto es lo que nos tiene que llevar a la más absoluta confianza. La fe consiste en fiarse de ese Dios.
El Padre ha tenido a bien confiaros el Reino. Este es el punto de partida. No tengáis miedo, estad preparados, etc., depende de esta verdad. Si el Reino es el tesoro encontrado, nada ni nadie puede apartarme de él. Todo lo que no sea esa realidad absoluta, que ya poseo, se convierte en calderilla. Nuestra tarea será descubrir el tesoro, todo lo demás vendrá espontáneamente. El Reino es el mismo Dios escondido en lo más hondo de mi ser. Él es la mayor riqueza para todo ser humano. Todos los demás valores que puedo encontrar en mi vida, deben estar subordinados al valor supremo que es el Reino.
“Dar el reino”, aplicado a Dios, no tiene el mismo sentido que puede tener en nosotros el verbo dar. Dios no tiene nada que dar. Dios se da el mismo, pero a nosotros se nos da antes de que nosotros seamos. De ese modo Dios se convierte en el sustrato y fundamento de mi ser. Sin Él, yo no sería nada. Ese don descubierto y vivido es la raíz de todas mis posibilidades de ser. Todo lo que puedo llegar a ser más allá de mi pura biología, es consecuencia de esa presencia de Dios en mí que me capacita para llegar a ser lo que Él mismo es.
Esa fe-confianza, falta de miedo, no es para un futuroen el más allá. No se trata de que Dios me dé algún día lo que ahora echo de menos. Esta es la gran trampa que utilizan los intermediarios. A ver si me entendéis bien: Dios no tiene futuro. Es un continuo presente. Ese presente es el que tengo que descubrir y en él lo encontraré todo. No se trata de esperar a que Dios me dé tal o cual cosa dentro de unos meses o unos años. El colmo del desatino es esperar que me dé, después de la muerte, lo que no quiso darme aquí.
La idea que tenemos de una vida futura, desnaturaliza la vida presente hasta dejarla reducida a una incómoda sala de espera. La preocupación por un más allá, nos impide vivir en plenitud el más acá. La vida presente tiene pleno sentido por sí misma. Lo que proyectamos para el futuro, está ya aquí y ahora a nuestro alcance. Aquí y ahora, puedo vivir la eternidad, puesto que puedo conectar con lo que hay de Dios en mí. Aquí y ahora puedo alcanzar mi plenitud, porque teniendo a Dios lo tengo todo al alcance de la mano.
La esperanza cristiana no se basa en lo que Dios me dará, sino en que sea capaz de descubrir lo que Dios me está dando. Para que llegue a mí lo que espero, Dios no tiene que hacer nada, ya lo está haciendo. Yo soy el que tiene mucho que hacer, pero en el sentido de tomar conciencia y vivir la verdadera realidad que hay en mí. Por eso hay que estar despiertos. Por eso no podemos pasar la vida dormidos. Por eso tenemos que vivir el momento presente, porque cualquier momento es el definitivo, porque en un momento, puedo dar el paso a la experiencia cumbre. Ese sería el momento definitivo de mi vida.
Demostramos falta de confianza y exceso de miedos, cuando buscamos a toda costa seguridades, sea en el más acá, sea para el más allá. El miedo nos impide vivir el presente y nos atenaza para esperar el futuro. En realidad solo vivimos cuando perdemos el miedo. Debemos caminar aunque no tengamos controlado ni el camino ni la meta. Nietzsche dijo: “Nunca ha llegado el hombre más lejos que cuando no sabía a donde le llevaban sus pasos”. Mientras más se acerca a la plenitud un ser humano, más vasto es el horizonte de plenitud que se le abre. Esto que en sí mismo es un don increíble, a veces lleva a la desesperanza, porque la vida humana es siempre un comienzo, un volver a empezar.
meditación-contemplación
“No temas, porque Dios te ha dado el Reino”.
Si no has descubierto esto, toda religión será inútil para ti.
El único objetivo de toda religión debía ser llevarte al interior,
donde te encontrarás con el mismo Dios como centro de tu ser.
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Si no has descubierto esto, toda religión será inútil para ti.
El único objetivo de toda religión debía ser llevarte al interior,
donde te encontrarás con el mismo Dios como centro de tu ser.
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Una vez descubierto el tesoro, sabrás que todo lo demás es arena.
No te costará ningún esfuerzo poner en él tu corazón
y apartarlo de todo lo que no es auténtico,
por muy atrayente y reluciente que aparezca.
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No te costará ningún esfuerzo poner en él tu corazón
y apartarlo de todo lo que no es auténtico,
por muy atrayente y reluciente que aparezca.
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Antes de descubrirlo, la confianza es imprescindible.
Nadie tira por la borda las seguridades, si no encuentra la total seguridad.
Muchas veces te han dicho que tienes que vender todo lo que tienes.
Pero la realidad es muy tozuda. Nadie da todo por nada.
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Nadie tira por la borda las seguridades, si no encuentra la total seguridad.
Muchas veces te han dicho que tienes que vender todo lo que tienes.
Pero la realidad es muy tozuda. Nadie da todo por nada.
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Fray Marcos
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