sábado, 24 de septiembre de 2016
NOSOTROS ELEGIMOS CÓMO VIVIR Y CÓMO MORIR
Lc 16,19-31
Una parábola desconcertante la del rico epulón y el pobre Lázaro que nos coloca ante una escena que revuelve el corazón porque concentra en una imagen una realidad presente en nuestro mundo: el abismo entre ricos y pobres. Existe la injusticia; existe la humillación y la indiferencia hacia los menos agraciados; existe el despilfarro de unos frente a la miseria de otros. Y esto sucede también entre nosotros, comunidades y familias creyentes.
Nadie quiere identificarse con el pobre maltrecho y agraviado que mendiga un poco de humanidad, porque resulta demasiado patético; tampoco con el rico derrochador y egoísta, pagado de sí mismo, que busca su placer y bienestar, porque no queda bien la etiqueta de la insolidaridad. Pero junto a la pesadumbre y la congoja, la parábola nos despierta la compasión hacia los dos hombres: con el pobre Lázaro, por su desgracia e inocencia; con el rico, por su final poco feliz.
Así pues, estamos ante un texto doblemente turbador: que nos deja inquietos ante la humillante situación inicial del pobre, cubierto de llagas y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico; y ante la suerte última del rico, que gritaba para que Lázaro le refrescara la lengua porque le torturaban las llamas.
¿Qué nos quiere comunicar el Señor a través de la contemplación de esta narración que provoca tal desasosiego? ¿Cuál es la enseñanza que late en esta historia de salvación que habla de condenación?
- En la primera parte del relato la idea prevalente es que todo lo que hacemos repercute en los demás: la situación de Lázaro es consecuencia del mal proceder de otros. Los pobres no existen “porque sí”, sino por un deficiente reparto de los bienes (materiales y espirituales). Y, por tanto, depende de nosotros. Está en nuestras manos cómo vivir y cómo morir. Lázaro esperaba pacientemente…; el rico, que se vestía de púrpura y lino banqueteaba espléndidamente; es decir, miraba para otro lado (ojos que no ven…).
- En la segunda parte, el destino del rico epulón, nos confronta con un hecho: el fruto de nuestra existencia está ligado al modo en que hemos actuado. La realidad futura no se nos impone “a pesar nuestro”, sino en conformidad con lo que hemos deseado. Es una ingenuidad querer algo y no sus consecuencias, pues éstas forman parte de eso que tanto hemos estimado. La vida es un camino que se abre paso a paso según la dirección que vamos eligiendo. Dios propone y ofrece salvación, somos nosotros quienes nos “condenamos” a la soledad y el aislamiento cuando rechazamos al prójimo. Somos los primeros perjudicados cuando despreciamos a los demás.
- En la tercera parte, ante la petición del rico de avisar a sus hermanos para que no cometan el mismo error que él, se nos recuerda que en este mundo es necesaria la fe. Ninguna supuesta evidencia, ni aunque viéramos a un muerto “en vivo” –como sugiere el pobre epulón-, nos ahorraría la elección de confiar, o no, en las palabras del Señor.
Todas estas ideas están detrás del vuelco que da la historia al final, en donde se invierten los papeles y surge la pregunta: ¿Quién es de verdad el hombre rico y el hombre pobre?
El destino del rico epulón es el mejor espejo para ver la realidad tal cual es, esa que el mundo nos impide reconocer: que el auténtico mendigo e indigente era él, y que la soledad le acechaba en medio del dispendio más descontrolado. Esta parábola nos habla más del presente que del Más Allá; de todo lo que podemos cambiar desde ahora para tener un futuro mejor: un verdadero banquete, donde la única riqueza y pobreza sea el amor compartido y caritativo.
María Dolores López Guzmán
jueves, 22 de septiembre de 2016
LA POBREZA ES UN ESCÁNDALO DEL QUE TODOS PARTICIPAMOS
Lc 16, 19-31
Por última vez, después de una insistencia machacona, nos habla Lc de la riqueza. Yo también tengo claro que en materia de riqueza no haremos caso ni aunque resucite un muerto. La parábola va dirigida a los fariseos. Acaba de decir el evangelista: “Oyeron esto (no podéis servir a dos amos) los fariseos, que son amigos del dinero, y se burlaban de él”. Jesús apoyándose en las creencias que ellos aceptaban, quiere hacerles ver que, si de verdad creyeran lo que predican, no estarían tan pegados a las riquezas.
Esta parábola es clave para entender algo de lo mucho que nos dice el evangelio sobre las riquezas. No se puede hablar de ellas en abstracto y la parábola nos obliga a pisar tierra. El rico no tiene en cuenta al pobre y sin esa toma de conciencia nada tiene sentido. Lo único negativo del relato es que, mal interpretada, nos ha permitido utilizarla como opio para el pobre. Aguanta un poco, hombre, que aunque te parezca que el rico disfruta, espera al más allá y le verás freírse en el infierno, mientras tú encontrarás la dicha más completa.
Esta parábola nos dice lo mismo que (Mt 25,34-46) “Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber...” Las dos hay que entenderlas dentro de una visión mitológica del más allá: premio y el castigo más allá, como solución de las injusticias del más acá. Utilizar estos textos para seguir hablando de un premio para los pobres y un castigo para los ricos en el más allá, no tiene sentido alguno; a no ser que se busque la resignación de los pobres para que no se revelen contra la injusticia y poder así seguir disfrutando los ricos de sus privilegios.
Para comprender por qué el rico, que comía y vestía de lo suyo, es lanzado al “hades”, debemos explicar el concepto de rico y pobre en la Biblia. Para nosotros “rico” y “pobre” son conceptos que hacen referencia a una situación social. Rico es el que tiene más de lo necesario para vivir y puede acumular bienes. Pobre es el que no tiene lo necesario para vivir y pasa necesidades vitales. En el AT la perspectiva es siempre religiosa. Fueron los profetas, sobre todo Amós, los que levantaron la liebre y denunciaron la maldad de la riqueza. Su razonamiento es simple: la riqueza se amasa siempre a costa del pobre.
Pobres, en el AT, sobre todo a partir del destierro, eran aquellos que no tenían otro valedor que Dios. Se trataba de los desheredados de este mundo, que no tenía nada en qué apoyar su existencia; no tenían a nadie en quien confiar, pero seguían confiando en Dios. Esta confianza era lo que les hacía agradables a Dios, que no les podía fallar (Lázaro, -´el´azar en hebreo- significa Dios ayuda). No existe en el AT concepto puramente sociológico de rico y pobre, porque nada se podía desligar del aspecto religioso.
Ahora comprenderéis por qué el evangelio da por supuesto que las riquezas son malas sin más matizaciones. No se dice que fueran adquiridas injustamente ni que el rico hiciera mal uso de ellas, simplemente las utilizaba a su antojo. Si Lázaro no hubiera estado a la puerta, no habría nada que objetar. Pero es precisamente el pobre, el que con su sola presencia, llena de maldad el lujo y los banquetes del rico. Tampoco Lázaro se propone como ejemplo moral de pobre, sino como contrapunto a la opulencia del rico.
Para comprender que no es fácil descubrir el verdadero sentido del evangelio, basta ver el comportamiento de Jesús. Sin duda ninguna, Jesús manifiesta una predilección por todos los que necesitaban liberación, entre ellos los pobres; pero también admitió la visita de Nicodemo, era amigo de Lázaro, aceptó la invitación de Mateo, acogió con simpatía a Zaqueo, fue a comer a casa de un fariseo rico, etc. No es fácil descubrir las motivaciones profundas de la manera de actuar de Jesús. Jesús descubrió que la riqueza acumulada y no compartida, impide entrar en el Reino de los cielos; así lo predicó sin contemplaciones. Pero su actitud no fue excluyente, sino abierta y de acogida para con los ricos.
El mensaje del evangelio no pretende solucionar un problema social sino denunciar una falsa actitud religiosa. Una correcta actitud religiosa solucionaría la injusticia social. El evangelio está a años luz del capitalismo, pero también del comunismo. Jesús predica el “Reino de Dios”, que consiste en hacer de todos los hombres una comunidad de hermanos. La diferencia es sutil, pero sustancial. El comunismo reparte los bienes, pero mantiene al pobre en su pobreza para seguir justificándose. Jesús propone compartir como fruto del amor que nos une. La consecuencia sería la misma, que los ricos dejarían de acaparar y los pobres dejarían de serlo, pero el camino recorrido humanizaría tanto al rico como al pobre.
Seguramente que el rico de hoy hacía favores e invitaría a comer a sus hermanos y a los amigos ricos como él. Esa actitud no garantiza humanidad alguna. Elamor cristiano solo está garantizado cuando hago algo por aquel que no va a poder pagármelo de ninguna manera. El amor que pide Jesús nunca se puede desligar de la compasión. Amor sin compasión es interés. Un niño no tiene compasión por su madre, por eso lo que siente por ella no es “amor” sino interés radical, porque en ello le va la vida. La inmensa mayoría de las relaciones que calificamos como amor, no superan el listón del interés egoísta.
Ahora podemos entender por qué refugiarse en la incapacidad de cada uno para solucionar el hambre del mundo no puede ser excusa para no hacer nada. Vuelvo a recordarlo, la denuncia no es de un problema social, sino religioso. Nuestra pasividad está demostrando que la religión no es más que una tapadera que intenta sumar alguna seguridad espiritual a las seguridades materiales que nos tranquilizan. Jesús no te está pidiendo que soluciones el hambre del mundo, sino que salgas de tu error al confiar en la riqueza como salvación. No se te pide que salves el mundo, sino que te salves tú. Ahora bien, si los ricos dejásemos de acaparar bienes, inmediatamente llegarían a los pobres.
Me daría por satisfecho si todos nosotros saliéramos de aquí convencidos de que la pobreza no es un problema que alguien tiene que solucionar, sino un escándalo en el que todos participamos y del que tenemos la obligación de salir. No es suficiente que aceptemos teóricamente el planteamiento y nos dediquemos a criticar las injusticias que se están cometiendo hoy en el mundo. Es lo que hacemos todos. Se trata de descubrir que aunque yo esté dentro de la más estricta legalidad cuando acumulo bienes materiales, eso no garantiza que mi relación con los hombres, y por lo tanto con Dios, sea la correcta.
No basta con que los ricos sean despojados de su riqueza, porque los ahora pobres ocuparían inmediatamente su lugar. Eso ha pasado en todas las revoluciones sociales. La única solución es la que propone Jesús y pasa por superar todo egoísmo para hacer un mundo de hermanos. Es verdad que los ricos no se consideran hermanos de los pobres, pero no es menos cierto que los pobres tampoco se consideran hermanos de los ricos. El evangelio va mucho más allá de la solución de unas desigualdades sociales, pero también esas injusticias quedarían superadas con un verdadero amor-compasión.
No podemos desarrollar nuestra religiosidad sin contar con el pobre. Nuestra religión, olvidando el evangelio, ha desarrollado un individualismo absoluto. Lo que cada uno debe procurar es una relación intachable con Dios. La moral católica está encaminada a perfeccionar esta relación. Pecado es ofender a Dios y punto. El evangelio nos dice algo muy distinto. El único pecado que existe es olvidarse del hombre que me necesita. Mi grado de acercamiento a Dios es el grado de acercamiento al otro. Todo lo demás es idolatría.
Meditación-contemplación
“Tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen”.
No hay peor sordo que el que no quiere oír.
Los que han tenido una experiencia de humanidad, nos lo advierten;
Pero solo escuchamos las sirenas del hedonismo.
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Intenta ir un poco más allá de los instintos.
Satisfacer las necesidades biológicas no es malo, pero es insuficiente.
Solo las exigencias de tu verdadero ser te llevarán a la plenitud.
No debes renunciar a nada sino elegir lo mejor para ti, aquí y ahora.
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Abandona la perspectiva de un premio o de un castigo.
Dios te está dando siempre una posibilidad de plenitud.
No desarrollar esa potencialidad, es la verdadera condenación.
Tú solito estás malogrando tu existencia.
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Fray Marcos
miércoles, 14 de septiembre de 2016
HAY MANERAS JUSTAS DE HACER DINERO Y MANERAS JUSTAS DE USARLO
Lc 16, 1-13
La sociedad que conoció Jesús era muy diferente a la nuestra. Solo las familias poderosas de Jerusalén y los grandes terratenientes de Tiberíades podían acumular monedas de oro y plata. Los campesinos apenas podían hacerse con alguna moneda de bronce o cobre, de escaso valor. Muchos vivían sin dinero, intercambiándose productos en un régimen de pura subsistencia.
En esta sociedad, Jesús habla del dinero con una frecuencia sorprendente. Sin tierras ni trabajo fijo, su vida itinerante de profeta dedicado a la causa de Dios le permite hablar con total libertad. Por otra parte, su amor a los pobres y su pasión por la justicia de Dios lo urgen a defender siempre a los más excluidos.
Habla del dinero con un lenguaje muy personal. Lo llama espontáneamente «dinero injusto» o «riquezas injustas». Al parecer, no conoce «dinero limpio». La riqueza de aquellos poderosos es injusta porque ha sido amasada de manera injusta y porque la disfrutan sin compartirla con los pobres y hambrientos.
¿Qué pueden hacer quienes poseen estas riquezas injustas? Lucas ha conservado unas palabras curiosas de Jesús. Aunque la frase puede resultar algo oscura por su concisión, su contenido no ha de caer en el olvido.«Yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas».
Jesús viene a decir así a los ricos: «Emplead vuestra riqueza injusta en ayudar a los pobres; ganaos su amistad compartiendo con ellos vuestros bienes. Ellos serán vuestros amigos y, cuando en la hora de la muerte el dinero no os sirva ya de nada, ellos os acogerán en la casa del Padre». Dicho con otras palabras: la mejor forma de «blanquear» el dinero injusto ante Dios es compartirlo con sus hijos más pobres.
Sus palabras no fueron bien acogidas. Lucas nos dice que «estaban oyendo estas cosas unos fariseos, amantes de las riquezas, y se burlaban de él». No entienden el mensaje de Jesús. No les interesa oírle hablar de dinero. A ellos solo les preocupa conocer y cumplir fielmente la ley. La riqueza la consideran como un signo de que Dios bendice su vida.
Aunque venga reforzada por una larga tradición bíblica, esta visión de la riqueza como signo de bendición no es evangélica. Hay que decirlo en voz alta porque hay personas ricas que de manera casi espontánea piensan que su éxito económico y su prosperidad es el mejor signo de que Dios aprueba su vida.
Un seguidor de Jesús no puede hacer cualquier cosa con el dinero: hay un modo de ganar dinero, de gastarlo y de disfrutarlo que es injusto pues olvida a los más pobres.
José Antonio Pagola
sábado, 10 de septiembre de 2016
DEBEMOS DEJAR DE PENSAR A DIOS COMO EL QUE PREMIA Y CASTIGA
Lc 15
Hoy leemos el c. 15 de Lc, que empieza exponiendo el contexto en que se desarrollan las tres parábolas: la oveja, la moneda y el hijo perdidos. Todos los publicanos y pecadores se acercaban a él. Los fariseos y letrados critican a Jesús por esto. Las parábolas son una respuesta de Jesús a esas murmuraciones. Los fariseos tenían una idea equivocada de Dios. Pensaban acercarse a Él a través del cumplimiento de la Ley. Tantas veces se nos ha inculcado la obligación de buscar a Dios por ese camino, que nos quedamos con el culo al aire cuando el evangelio nos dice que es Él el que nos está buscando siempre. No se trata aquí de la conversión del pecador, sino de la bondad absoluta de Dios para con todos.
A pesar de la radicalidad del domingo pasado (odia a tu familia, ama la cruz, renuncia a todo), hoy nos dice el evangelio que los “pecadores” se acercaban a Jesús para escucharle. Es la mejor demostración de que no lo entendieron como rigorismo, sino como acogida entrañable. Los fariseos y letrados (los buenos) se acercaban también, pero para espiarle y condenarle. No podían concebir que un representante de Dios pudiera mezclarse con los “malditos”. El Dios de Jesús está radicalmente en contra del sentir de los fariseos. Toda la religiosidad que nace de esta concepción equivocada de Dios es también equivocada.
Las parábolas no necesitan explicación alguna, pero exigen implicación, es decir,que nos dejemos empapar por su mensaje. El dios que nos hemos fabricado a nuestra imagen y semejanza tiene que saltar por los aires. Atreverse a romper una y otra vez el ídolo es la tarea más complicada de toda religión, porque ese ídolo es fruto de nuestros intereses egoístas que pretenden manipular a la divinidad. El Dios de Jesús se identifica con cada una de sus criaturas haciéndolas participes de todo lo que él es. No somos nosotros los que tenemos que “convertirnos” a Dios, porque Él está siempre vuelto hacia cada uno de nosotros. No puede esperar nada de nosotros, pero nosotros, todo lo recibimos de Él.
Las tres parábolas que hemos leído, van en la misma dirección. No solo nos invitan a la confianza en un Dios que nos busca con amor sino que trastocan radicalmente la idea de Dios, la idea de pecador y la idea de justo. Si comparamos la primera lectura con el evangelio, descubriremos el abismo que existe entre una concepción y otra. Pero se trata de sustituir conceptos religiosos, que son los más difíciles de desarraigar del corazón humano. Después de veinte siglos, seguimos teniendo la misma dificultad a la hora de cambiar nuestro concepto de Dios. Seguimos pensándolo como el que premia y castiga.
En los conceptos religiosos de la época, Jesús no pudo expresar toda su experiencia de Dios. Pero, si estamos atentos, podemos descubrir en su mensaje, rasgos definitivos del verdadero Dios. El Dios de Jesús es, sobre todo, Abba; es decir, padre y madre que se entrega incondicionalmente a sus criaturas. Es amor, misericordia y compasión. Nada del ser poderoso que espera de nosotros vasallaje. Nada del juez que analiza con meticulosidad nuestras acciones. Nada del impasible que defiende su gloria por encima de todo. Las tres parábolas insisten en la búsqueda, por su parte, del hombre, aunque se haya extraviado.
Hoy podemos apuntar a Dios con mucha más precisión que lo que fueron capaces de expresar los evangelios, porque tenemos mejor conocimiento del hombre y del mundo. Hoy sabemos que Dios no es un ser, ni siquiera el más sublime de todos los seres. Lo que Dios es, lo ha dejado plasmado en cada una de sus criaturas. Dios no puede ser aislado de la creación. No es ni cada criatura ni el conjunto de lo creado; pero tampoco es algo al margen, que se encuentra en alguna parte fuera de la creación. El concepto de creación que hemos manejado hasta la fecha debemos superarlo. Dios no “hizo” el mundo en un momento determinado. La creación es la manifestación de Dios que no exige un principio temporal.
El Dios de Jesús es don absoluto y total. No un don como posibilidad, sino un don efectivo y ya realizado, porque es la base y fundamento de todo lo que somos. Al decir que es Amor (ágape) estamos diciendo que ya se ha dado totalmente, y que no le queda nada por dar. Jesús no vino a salvar, sino a decirnos que estamos salvados. Un lenguaje sobre Dios que suponga expectativas sobre lo que Dios puede darme o no darme, no tiene sentido.
Si somos capaces de entrar en esta comprensión de Dios, cambiará también nuestra idea de “buenos” y “malos”. La actitud de Dios no puede ser diferente para cada uno de nosotros, porque es anterior a lo que cada uno es o pueda llegar a ser. El Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, es una aberración incompatible que el espíritu de Jesús. Dios no nos ama porque somos buenos, al contrario, somos “buenos” porque hemos descubierto lo que hay de Dios (Amor) en nosotros. Somos “malos” porque no hemos descubierto a Dios.
Alguno puede pensar que aceptar la misericordia de Dios, invita a escapar de la responsabilidad personal. Si Dios me va amar lo mismo siendo bueno que siendo malo, no merece la pena esforzarse. Esta reflexión, muy corriente entre nosotros, indica que no hemos entendido nada del evangelio. Nada más contrario a la predicación de Jesús. La misericordia de Dios es gratuita, eterna e infinita, pero no puede afectarme hasta que yo no la acepte y la haga mía. Creer que puedo acogerme a la misericordia sin responder a su búsqueda, es entender la relación con Dios de una manera mecánica, jurídica y externa. Al contrario, la actitud de Dios para conmigo tiene que ser el motor de cambio en mí.
La máxima expresión de misericordia es el perdón. Entender el perdón de Dios, tiene una dificultad casi insuperable, porque nos empeñamos en proyectar sobre Dios nuestra propia manera de perdonar. Nuestro perdón es una reacción a la ofensa del otro. En cambio, el perdón de Dios es anterior al pecado. Dios es solo amor, pero nosotros lo descubrimos como perdón cuando nos sentimos perdonados, por eso para nosotros está siempre unida al pecado. Para aclararnos un poco, vamos a examinar dos conceptos: cómo podemos entender el perdón de Dios, y cómo podemos entender el pecado.
Dios solo puede amar. Decimos que Dios ama porque Él es amor, no porque las cosas o las personas sean amables. Dios no ama las cosas porque son buenas, sino que las cosas son buenas porque Dios las ama. El perdón en Dios significa que su amor no acaba cuando nosotros fallamos, como pasa entre los hombres. Si nosotros amamos unas criaturas y no otras, se debe a nuestra ceguera, a nuestra ignorancia. Ahora comprenderéis lo equívoco de nuestro lenguaje sobre Dios cuando hablamos de su perdón como un acto.
Tenemos que cambiar el concepto de pecado como ofensa a Dios. Es ridículo pensar que podamos ofender a Dios. La incapacidad de los cristianos para aceptar a los “malos”, se debe a nuestro concepto de pecado. Lo identificamos con la persona misma y no somos capaces de descubrir que la persona es una cosa y su postura y sus acciones otra muy distinta. El pecado es siempre fruto de la ignorancia. Para que la voluntad se incline hacia un objeto, tiene que presentarlo el entendimiento como bueno. Claro que el entendimiento puede ver una cosa como buena, siendo en realidad mala. Esta es la causa de nuestros fallos. Por eso, para superar una actitud de pecado, no debemos apelar a la voluntad, sino al entendimiento.
Si las reflexiones que acabamos de hacer, son ciertas, ¿de qué sirve la confesión? Mal utilizada, para nada. Pero si la sabemos utilizar, es uno de los hallazgos más interesantes de los dos mil años de cristianismo, porque responde a una necesidad humana. Somos nosotros, no Dios, quienes necesitamos de la confesión como señal de su perdón. La confesión no es para que Dios nos perdone, sino para que nosotros descubramos el mal que hemos hecho y aceptemos el amor de Dios que llega a nosotros sin merecerlo.
Meditación-contemplación
Que Dios amara a los pecadores, era impensable para los fariseos.
Esta actitud imposibilita toda relación con el Dios de Jesús.
Si no vivo el amor de Dios como pura gratuidad,
me será imposible responder a ese amor y vivirlo.
.....................
El amor de Dios es anterior a mi propio ser.
No puedo hacer nada para merecerlo.
Todo lo que soy depende de ese don gratuito de Dios.
Deja que ese Ágape se manifieste a través de su ser.
.......................
Tengo que dejarme encontrar por ese Dios.
Tengo que sentir su energía y dejar que me inunde.
Dios en mí es fuerza trasformadora.
Todo mi ser debe convertirse en esa energía que es Dios.
Fray Marcos
viernes, 2 de septiembre de 2016
EL YO SANO ES CONTEMPLATIVO
El yo bien conectado no depende de que las cosas estén a su servicio, de que se convierta en el centro del universo, de que lo jaleen. El yo sano es contemplativo. Todo gira y se armoniza desde el fondo de su corazón. Pero hoy solo sabemos escuchar por los auriculares de la compra y venta, del éxito, de la belleza convencional que dictan los grandes de la moda y la cultura; de los grandes oligopolios y multinacionales de la comunicación; de lo que es “in y súper o híper o fenomenal”, de lo que renta…
Sin embargo, mi energía es solo una chispa de la hoguera del universo. Mi conciencia es solo un resplandor de todo el sol.
Solo alcanzo lucidez si estoy conectado a esa luz superior y total.
Cuando no me limito a mí mismo por mis propias chorradas, despierto.
El silencio me hace crecer en todas direcciones, me expande, me libera.
Yo hago silencio cuando me suelto a mí mismo, y suelto ideas, esquemas, formulaciones. Perderse es encontrarse. (Lo decía Jesús de Nazaret. Lo que pasa es que lo han estropeado con ascética, cilicios y mortificaciones. Él se refería al ego, al personaje ese en el que hemos centrado todo).
De esta forma asisto desde lo que aparece a lo que no aparece, de lo visible a lo invisible, de lo particular a lo universal, de lo terrenal a lo cósmico.
Uno con el mar. Uno con el fuego. Uno con el aire. Uno con la tierra.
Cuando más allá esté, más aquí me descubriré. Mirar es renacer. Te abrirás a lo cósmico en cada brizna de la realidad.
Pedro Miguel Lamet
Revista 21
COMO CRISTIANOS HOY DEBEMOS HACER UNA CLARA OPCIÓN PERSONAL
Lc 14, 25-33
Los ejemplos que emplea Jesús son muy diferentes, pero su enseñanza es la misma: el que emprende un proyecto importante de manera temeraria, sin examinar antes si tiene medios y fuerzas para lograr lo que pretende, corre el riesgo de terminar fracasando.
Ningún labrador se pone a construir una torre para proteger sus viñas, sin tomarse antes un tiempo para calcular si podrá concluirla con éxito, no sea que la obra quede inacabada, provocando las burlas de los vecinos. Ningún rey se decide a entrar en combate con un adversario poderoso, sin antes analizar si aquella batalla puede terminar en victoria o será un suicidio.
A primera vista, puede parecer que Jesús está invitando a un comportamiento prudente y precavido, muy alejado de la audacia con que habla de ordinario a los suyos. Nada más lejos de la realidad. La misión que quiere encomendar a los suyos es tan importante que nadie ha de comprometerse en ella de forma inconsciente, temeraria o presuntuosa.
Su advertencia cobra gran actualidad en estos momentos críticos y decisivos para el futuro de nuestra fe. Jesús llama, antes que nada, a la reflexión madura: los dos protagonistas de las parábolas «se sientan» a reflexionar. Sería una grave irresponsabilidad vivir hoy como discípulos de Jesús, que no saben lo que quieren, ni a dónde pretenden llegar, ni con qué medios han de trabajar.
¿Cuándo nos vamos a sentar para aunar fuerzas, reflexionar juntos y buscar entre todos el camino que hemos de seguir? ¿No necesitamos dedicar más tiempo, más escucha del evangelio y más meditación para descubrir llamadas, despertar carismas y cultivar un estilo renovado de seguimiento a Jesús?
Jesús llama también al realismo. Estamos viviendo un cambio sociocultural sin precedentes. ¿Es posible contagiar la fe en este mundo nuevo que está naciendo, sin conocerlo bien y sin comprenderlo desde dentro? ¿Es posible facilitar el acceso al Evangelio ignorando el pensamiento, los sentimientos y el lenguaje de los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿No es un error responder a los retos de hoy con estrategias de ayer?
Sería una temeridad en estos momentos actuar de manera inconsciente y ciega. Nos expondríamos al fracaso, la frustración y hasta el ridículo. Según la parábola, la «torre inacabada» no hace sino provocar las burlas de la gente hacia su constructor. No hemos de olvidar el lenguaje realista y humilde de Jesús que invita a sus discípulos a ser «fermento» en medio del pueblo o puñado de «sal» que pone sabor nuevo a la vida de las gentes.
José Antonio Pagola
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