miércoles, 30 de agosto de 2017
EL USO PASTORAL QUE LA IGLESIA HA HECHO DE LA MUERTE HA SIDO EL ABUSO DEL MIEDO
En la primera semana de agosto, se ha celebrado en Italia una importante Semana de Estudios Bíblicos sobre un tema que siempre tiene la máxima actualidad y que, sin embargo, no se suele analizar a fondo. Me refiero al tema de la muerte.
No la muerte de los demás, sobre todo si son víctimas de la violencia o la injusticia. En tal caso, el problema de la muerte se analiza como problema social, político o jurídico. Lo cual, sin duda alguna, es uno de los asuntos más urgentes y más graves que tenemos que afrontar en este momento. Esto es un hecho indiscutible.
Pero también es un hecho que la muerte personal -de la que nadie se escapa- es un tema que cada cual suele afrontar en su intimidad secreta, pero en la que poca gente piensa, compartiendo su pensamiento con otros, a no ser cuando vamos al médico, para un problema serio, o cuando tenemos que ir al cementerio para dar el pésame por la muerte de un pariente o un amigo.
La Semana a la que me refiero -y en la que he tenido la suerte de participar- ha sido organizada en el Centro de Estudios Bíblicos "G. Vannucci", con sede en Montefano (Maccerata), no lejos de Ancona. Asistencia más que plena, con gentes venidas de toda Italia, desde Sicilia a Trieste o Génova. Señal indiscutible de que el problema de la muerte nos preocupa a todos. ¿Qué ha dicho y qué dice la religión sobre este asunto?
El fundador y director del Centro de Estudios Bíblicos de Montefano, Alberto Maggi, ha estado (hace poco) a las puertas de la muerte durante meses. En él, la vida ha sido (y es) más fuerte que la muerte. Fruto de su experiencia única, el precioso libro L'ultima beatitutdine. La morte come pienezza di vita (Garzanti, Milano).
Sobre el contenido de este libro, con la valiosa ayuda del profesor del "Marianum", de Roma, el español (de Granada), Ricardo Pérez Márquez, quienes hemos tenido la suerte de poder asistir a la Semana, de estudio y reflexión sobre la muerte, hemos podido pensar a fondo en lo que ha sido y debe ser el hecho de "tener que morir". Y esto, tanto en la vida de la Iglesia, como sobre todo en la experiencia de cada uno de los creyentes en Jesús, el Señor.
Dado que yo me encontraba entre los asistentes, la amistad que me une a los profesores de la Semana Bíblica, Alberto y Ricardo, me puso en la grata obligación de exponer (brevemente) a los oyentes tres temas relacionados con la muerte: el pecado original, el pecado personal, el infierno.
Por desgracia, el uso pastoral que la Iglesia ha hecho (tantas veces) de la muerte, ha sido el abuso del miedo, que todos tenemos a morir, para obtener la sumisión de la gente a la normativa moral y sacramental que la ley eclesiástica impone a los fieles. No hace falta explicarlo. Todos lo hemos soportado y sufrido.
Cuando en realidad, como bien dice Alberto Maggi, la muerte es "la plenitud de la vida". No es el final. La "vida eterna", de la que tanto habla el Nuevo Testamento, la tenemos ya, en esta vida, según la asombrosa e insistente afirmación del cuarto evangelio. La muerte no puede ser el final. Es la última y la más grande de todas las "bienaventuranzas" que nos dejó el recuerdo genial de Jesús.
Y acabo resumiendo mi modesta aportación a la "Semana":
1) "Pecado original": no es pecado alguno, ni por semejante pecado entró la muerte en el mundo (Rm 5, 12). La religión no puede convertir un mito (Adán y Eva) en historia y menos aún en teología.
2) "Pecado personal": se ha explicado como "culpa", "mancha", "ofensa" (P. Ricoeur). Pero, ¿puede el ser humano, inmanente, ofender al Trascendente? "Sólo si actuamos contra nuestro propio bien" (Tomás de Aquino).
3) "Infierno": no existe. Ni está definido como dogma de fe. Además, ¿puede el absolutamente Bondadoso ser, a la vez, absolutamente castigador eternamente, o sea sin otra posible finalidad que hacer sufrir? Si creemos en el Infierno, no podemos creer en Dios.
La muerte da que pensar. Para el creyente, es una fuente inagotable de esperanza y felicidad, ya poseída y lograda.
José Mª Castillo
Religión Digital
APRENDER A PERDER
Mt 16, 21-27
El dicho está recogido en todos los evangelios y se repite hasta seis veces: «El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí la encontrará». Jesús no está hablando de un tema religioso. Está planteando a sus discípulos cuál es el verdadero valor de la vida.
El dicho está expresado de manera paradójica y provocativa. Hay dos maneras muy diferentes de orientar la vida: una conduce a la salvación; la otra, a la perdición. Jesús invita a todos a seguir el camino que parece más duro y menos atractivo, pues conduce al ser humano a la salvación definitiva.
El primer camino consiste en aferrarse a la vida viviendo exclusivamente para uno mismo: hacer del propio «yo» la razón última y el objetivo supremo de la existencia. Este modo de vivir, buscando siempre la propia ganancia o ventaja, conduce al ser humano a la perdición.
El segundo camino consiste en saber perder viviendo como Jesús, abiertos al objetivo último del proyecto humanizador del Padre: saber renunciar a la propia seguridad o ganancia, buscando no solo el propio bien, sino también el de los demás. Este modo generoso de vivir conduce al ser humano a su salvación.
Jesús está hablando desde su fe en un Dios salvador, pero sus palabras son una grave advertencia para todos. ¿Qué futuro le espera a una humanidad dividida y fragmentada donde los poderes económicos buscan su propio beneficio; los países su propio bienestar; los individuos su propio interés?
La lógica que dirige en estos momentos la marcha del mundo es irracional. Los pueblos y los individuos estamos cayendo poco a poco en la esclavitud del «tener siempre más». Todo es poco para sentirnos satisfechos. Para vivir bien necesitamos siempre más productividad, más consumo, más bienestar material, más poder sobre los demás.
Buscamos insaciablemente bienestar, pero, ¿no nos estamos deshumanizando siempre un poco más? Queremos «progresar» cada vez más, pero, ¿qué progreso es este que nos lleva a abandonar a millones de seres humanos en la miseria, el hambre y la desnutrición? ¿Cuántos años podremos disfrutar de nuestro bienestar cerrando nuestras fronteras a los hambrientos y a quienes buscan entre nosotros refugio de tantas guerras?
Si los países privilegiados solo buscamos «salvar» nuestro nivel de bienestar, si no queremos perder nuestro potencial económico, jamás daremos pasos hacia una solidaridad a nivel mundial. Pero no nos engañemos. El mundo será cada vez más inseguro y más inhabitable para todos, también para nosotros. Para salvar la vida humana en el mundo hemos de aprender a perder.
José Antonio Pagola
viernes, 25 de agosto de 2017
QUIÉN ES JESÚS PARA MÍ?
Mt 16, 13-20
Otra vez Jesús se retira con sus discípulos; ahora a la región de Cesarea de Filipo. Se van a tratar temas que desbordan la problemática estrictamente judía, y por eso Mt coloca la escena en territorio gentil, fuera de una concepción del Mesías demasiado nacionalista, para dar a entender que estamos en una apertura a los gentiles. Ni lo que dice sobre Jesús, ni lo que dice sobre la Iglesia podía ser aceptado por un judío normal.
Dos temas nos proponen hoy las lecturas: Quién es Jesús y el poder de las llaves. Lo primero que hay que tener en cuenta es que los evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y por lo tanto reflejan, no lo que entendieron mientras vivieron con él, sino lo que las primeras comunidades pensaban de él. También es lógico que se preocuparan por la estructura de la nueva comunidad: El texto expresa vivencias pascuales de la primera comunidad. Esto no le quita importancia sino que se la da.
Se quiere diferenciar la opinión de la gente de la de los discípulos. Mejor sería decir que la diferencia sería entre lo que la gente y los discípulos pensaron de Jesús mientras vivía y lo que pensaron de él después de la Pascua. Mientras vivieron con él le mostraron una gran estima, pero no se dieron cuenta de la novedad que aporta. A los discípulos les costó Dios y ayuda dar el paso de una interpretación nacionalista del Mesías, a la del verdadero mesianismo que representaba Jesús. Solo después de Pascua consiguieron dar el paso.
Antes de esa experiencia, Pedro nunca pudo decir a Jesús que era el Hijo de Dios. Los judíos ni siquiera tenían un concepto de Hijo de Dios en sentido estricto. En el AT se llamaba hijo de Dios al rey, a los ángeles, al pueblo judío, pero en sentido simbólico. Para un judío lo más que se podía decir de un ser humano es que era el Ungido (Mesías). Los griegos sí tenían un concepto de Hijo de Dios. Gracias al contacto con la cultura griega, los cristianos pudieron expresar la experiencia pascual con el término Hijo de Dios.
A Jesús nunca le pasó por la cabeza el fundar una Iglesia. Él era judío por los cuatro costados y no podía pensar en una religión distinta. Lo que quiso hacer con su mensaje, fue purificar la religión judía de todas las adherencias que la hacían incompatible con el verdadero Dios. Tampoco los primeros seguidores de Jesús pensaron en apartarse del judaísmo. Fue el rechazo frontal de las autoridades judías, sobre todo de los fariseos después de la destrucción del templo, lo que les obligó a emprender su propio camino.
¿Quién es Jesús? La respuesta teórica es imposible. La pregunta está mal formulada. Jesús fue un ser humano concreto, ese es el punto de partida para su comprensión. Si partimos de la alternativa de que pudo ser hombre o pudo ser Dios, imposibilitamos una respuesta coherente. Si Jesús fue Dios es porque es hombre, y si es hombre cabal es porque es Dios. No hay incompatibilidad entre ambas realidades. Todo lo contrario, Dios está en lo humano y el hombre solo puede llegar a su plenitud en lo divino, que ya es.
La respuesta que pone Mt en boca de Pedro parece, a primera vista, certera, aunque no supone ninguna novedad, porque todos lo evangelistas lo dan por supuesto desde las primeras líneas. Está claro que el objetivo del relato es afianzar una profesión de fe pascual. Si Pedro hubiera pronunciado esa frase antes de la experiencia pascual, lo hubiera hecho pensando en un “hijo de Dios” en el sentido en que lo entendían los judíos; como persona muy cercana a Dios o que tiene un encargo especial de su parte.
No podemos definir con dogmas a Jesús, pero tampoco podemos dejar de hacernos la pregunta. Lo que es Jesús, nunca lo descubriremos del todo. ¿Quién es este hombre? Todo intento de responder con fórmulas cerradas no solucionará el problema. La respuesta tiene que ser práctica, no teórica. Mi vida es la que tiene que decir quién es Jesús para mí. Del esfuerzo de los primeros siglos por comprender a Jesús debemos hacer nuestras, no las respuestas que dieron, sino las preguntas que se hicieron.
Dar por definitivas las respuestas de los primeros concilios nos ha sumido en la rutina. Lo que nos debe importar es descubrir la calidad humana de Jesús y descubrir la manera de llegar nosotros a esa misma plenitud. Se trata de responder con la propia vida a la pregunta de quién es Jesús. Y tú, ¿quién dices que soy yo? ¿Qué dice tu vida de mí? Si creemos que lo importante es la respuesta, como ya está dada, todos en paz y eso es lo grave. Hoy sabemos que lo importante es que sigamos haciéndonos la pregunta.
Desde el punto de vista doctrinal la historia se encarga de demostrarnos que nunca nos aclararemos del todo. O exageramos su divinidad convirtiéndole en un extraterrestre o afianzamos su humanidad y entonces se nos hace muy difícil aceptar que sea plenamente hombre y a la vez divino. Una vez más tenemos que decir que la solución nunca la encontraremos a nivel teórico. Solo desde la vivencia interior podremos descubrir lo que significa Jesús como manifestación de Dios. Solo si nos identificamos con Jesús, haciendo nuestra su vivencia de Dios, comprenderemos lo que fue Jesús.
Respecto a la segunda cuestión, tenemos que aclarar algunos puntos. En primer lugar, los textos paralelos de Mc y de Lc no dicen nada de la promesa de Jesús a Pedro. Es éste un dato muy interesante, que tiene que hacernos pensar. Mc es anterior a Mateo. Lc es posterior. Tanto la confesión de Hijo de Dios como la promesa de Jesús a Pedro es un texto exclusivo de Mt. Si tenemos en cuenta que Mt y Lc copian de Mc, descubriremos el verdadero alcance del relato de Mt. Lo añadido está colocado ahí con una intención determinada: Revestir a Pedro de una autoridad especial frente a los demás apóstoles.
Es la primera vez que encontramos el término “Iglesia” para determinar la nueva comunidad cristiana. Utiliza la palabra que en la traducción de los setenta se emplea para designar la asamblea (ekklesian). El texto intenta afianzar a Pedro en la presidencia de esa organización, pero es exagerado deducir de él lo que después significó el papado. Hay que tener en cuenta que existe otro texto paralelo, también de Mt, que leeremos dentro de dos domingos, que va dirigido a la comunidad: “Porque lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo; y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo”.
Es curioso que en dos lugares tan próximos del mismo evangelio dé el poder de atar y desatar a Pedro y a la comunidad. Los textos no se contradicen, se complementan. La última palabra la tiene siempre la comunidad, pero esta tiene que tener un portavoz. Pedro o su sucesor, cuando hablan expresando el común sentir de la comunidad, tienen la garantía de acertar en los asuntos importantes para la comunidad. No es la comunidad la que tiene que doblegarse ante lo que diga una persona, sino que es el representante de la comunidad el que tiene que saber expresar el común sentir de ésta.
Meditación
Y tú, ¿quién dices que soy yo?
Ser cristiano significa responder a esta interpelación de Jesús.
No de manera teórica y aprendida,
sino con las actitudes vitales que él me exige hoy.
En el momento que deje de hacerme la pregunta,
he dejado de ser cristiano.
Si tengo ya la respuesta definitiva,
me he colocado fuera del camino.
Fray Marcos
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ESTAR DISPUESTOS A SER OLVIDADOS DEJANDO UN MENSAJE INOLVIDABLE
La religión no puede ser el arte de complicarlo todo. La vida ya es bastante compleja como para que la búsqueda espiritual termine en un enredo de conceptos y preceptos que son tan difíciles de entender y tan fáciles de romper. El Papa Francisco lo sabe, por eso nos ha pedido que recuperemos lo que ha llamado la "gramática de la sencillez", la capacidad de la Iglesia de ser comprendida por los simples, de impactar en lo más básico, de regresar desnuda a lo fundamental.
Nos recuerda el sucesor de Pedro que estamos llamados a ser una iglesia "capaz de darle calor al corazón de la gente" y esa capacidad es fruto del retorno pero también la protección de lo esencial del mensaje cristiano, que suele verse tan amenazado de apariencias sumamente formales, de redacciones complejas, de rituales que si bien albergan una enorme riqueza simbólica, su significado es poco accesible para el hombre de hoy.
Nuestro Pontífice nos pide no ser una iglesia autorreferencial, centrada solo en sí misma, lo que significa que no podemos pensar que es la gente la que tiene que acercarse, la que tiene que valorar nuestros tesoros y aprender nuestras tradiciones para reconocer el significado de nuestras prácticas. Eso es exigir demasiado requisito de entrada, nunca el Reino fue concebido así.
La Gramática de la Sencillez implica la recuperación de lenguajes más universales, más básicos, de palabras más sencillas. Es impresionante como las facciones que más adversas se muestran al pontificado de Francisco se expresan en términos tridentinos que ningún creyente de a pie logra comprender. Ni siquiera se trata de que su propósito sea confundir, o que esperen asegurarse el monopolio del conocimiento, se trata de que realmente creen que a la fe le corresponde una terminología compleja, que sin erudición teológica no es posible creer.
Pero el evangelio es una fuerza que se ha revelado a los sencillos, que ha sido expresada en la más espontánea narrativa, en la poesía más universal: "un hombre tenía dos hijos...", "una mujer perdió una moneda...", "Salió un sembrador a sembrar...", "Yo soy el pan de la vida...", "yo soy la luz del mundo...", "hay más alegría en dar...", "hago nuevas todas las cosas...".
Evangelizar en el mundo de hoy pasa por hacer ejercicios muy franciscanos, del Santo y del Papa también. Será imposible evangelizar en un mundo tan consumista y tan comercial si nuestra lógica económica es la misma, si en nuestra escala de valores la comodidad, el confort y el poder adquisitivo tienen un lugar por encima de las necesidades de los simples.
Hay que poner las cosas en su lugar, y dejarle al César eso que tan importante considera el César, y a dios darle todo lo realmente importante, pues todo le pertenece. Podremos anunciar la buena nueva si llevamos el corazón ligero, sin pretensiones de fama o de reconocimiento, si estamos dispuestos a ser olvidados dejando un mensaje inolvidable.
Estaremos listos para ser de nuevo sal en esta tierra si cambiamos nuestra lógica autocomplaciente, si dejamos de creernos y sentirnos el centro del mundo, y ponemos el centro en donde Jesús lo ha puesto: en las periferias de los excluidos, eso no solo nos pondrá los tobillos en marcha como Abraham, sino que nos hará desinstalarnos de esta comodidad litúrgica y doctrinal tan perfectamente rubricada pero tan inaccesible a los analfabetos. En el Reino todos entienden.
Formas, lenguajes, rituales, enseñanzas y un día, quizá, hasta las formulaciones dogmáticas y las estructuras jerárquicas tendrán que ir recuperando la gramática de la sencillez, la que le da al grito de la pascua su carácter de fuego capaz de calentar corazones rotos, la que le devuelve al anuncio del evangelio su luminosidad para devolver la vista a quienes viven en la terrible oscuridad causada por las sombras del egocentrismo, de la marginación. Así y solo así, muchos podrán encontrarse con el rostro alegre y siempre bondadoso de Jesús, ese de quién decían: ¿Quién es este que no habla como los escribas ni los maestros de la Ley?, ¿Acaso no es galileo este maestro al que todos le entienden?
Beto Vargas
Religión Digital
domingo, 20 de agosto de 2017
RELIGION O LAICIDAD?
Desde hace tiempo vengo conversando con mi amigo García Mauriño sobre religión y laicidad, y reconozco que ha ido convenciéndome de que Jesús era un laico (en sentido restringido de no clérigo) con un proyecto laico de Reino de Dios (laico en sentido amplio de fraternidad compartida independiente de si se profesa o no una religión).
¿Laicidad para todos?
Muchos lectores de Atrio -y en general la cultura europea- venimos de una hipertrofia oprimente de la religión, y el péndulo tiende hacia el otro extremo, hacia la laicidad que recela de cualquier mención de algo trascendente (o incluso hacia un laicismo combatiente). Algunos dicen que la cultura occidental está adoptando un paradigma posreligioso. Creo que esta hipertrofia religiosa ocurría en tiempos de Jesús y fue determinante en su proyecto de Reino de Dios.
Hablo de Jesús porque para muchos de nosotros es el referente principal, aunque somos conscientes de que, como todo ser humano, actuó en los límites de su cultura. Su sensibilidad mística pudo intuir, como otros místicos anteriores y posteriores, lo más profundo del ser humano, aunque al expresarlo y concretarlo tuvo que hacerlo con los conceptos y prácticas conocidas por su pueblo. Un dato, quizás determinante, es que, según muchos exégetas, se equivocó al esperar la implantación del reino de Dios en su misma generación.
¿Cuál fue su actitud ante la religión? Jesús impulsó un movimiento pero no fundó una religión; ni practicó totalmente ni rechazó la suya, pero mantuvo y profundizó su espiritualidad. La experiencia fundamental de Jesús fue sentir a Dios como Padre, la difundió entre sus discípulos pero no se la impuso a quienes acudían a él.
Respetó la religiosidad del archisinagogo Jairo, y valoró la generosidad de la viuda que entregaba su último centavo para el servicio del fastuoso Templo. En cuanto a la religión de los pueblos vecinos, no rechazó -ni pretendió cambiar- la religión de la mujer canea que aceptaba las migajas del Dios judío, ni la del endemoniado geraseno, ni la del centurión romano, que vigilaba al pueblo invadido.
¿Cuál fue su actitud ante la religión? Veremos que a los mismos discípulos no les quedó muy claro.
Galilea versus Jerusalén
El evangelio de Marcos termina con la consigna de volver a Galilea (Mc 16,7), donde los discípulos encontrarían a Jesús resucitado. El evangelio de Lucas, que conoce y sigue bastante de cerca el texto de Marcos, termina con la consigna contraria, permanecer en Jerusalén donde recibirían la promesa del Padre (Lc 24,49; Hechos 1,4.8).
Y no se trata de mera localización geográfica; se trata de la ruptura o de la conexión con la religión judía. Como ya he comentado en alguna ocasión, Marcos se muestra radical con la religión y con el Templo interpretando la maldición de la higuera como rechazo del Templo (Mc 11,12-21). Lucas, en cambio, se muestra frecuentemente conciliador, separa y suaviza la maldición de la higuera (Lc 13,6-9), y escenifica el concilio de Jerusalén (Hechos 15,1-35) para conciliar a Pablo con Pedro y Santiago.
Creo que estas dos posiciones de ruptura o conciliación son constantes en las decisiones sociales. En España tenemos el ejemplo actual de Pablo Iglesias y de Íñigo Errejón, de Pedro Sánchez y Susana Díaz. Los historiadores y los sociólogos nos dirán qué ha ocurrido en tantas situaciones semejantes; por mi parte creo que la decisión mejor dependerá de la situación concreta, de las condiciones objetivas de la sociedad, y del talante de los líderes que la gobiernan.
Conclusiones (por ahora)
Suele citarse el “como si Dios no existiera” de Bonhöffer como la mejor síntesis de la actitud cristiana en nuestro mundo occidental. Creo que la frase completa es más compleja, pero define mejor la actitud cristiana: “ante Dios y con Dios, vivir como si Dios no existiera”.
No es necesario mencionar la palabra Dios, u otras semejantes, para tener en cuenta lo que nuestra cultura conoce como Dios. Son muchos los que encuentran lo trascendente en su compasión, en su solidaridad, en su conciencia ética, en la belleza, en la armonía... Creo que esto le bastaba a Jesús.
Sea o no necesario expresar esa percepción de trascendencia en términos religiosos, parece que en general los pueblos tienden a socializar sus sentimientos y creencias mediante explicaciones, normas comunes, y protocolos festivos (doctrinas, preceptos, ritos); es decir, en una especie de religiones laicas (bodas, entierros, y hasta bautizos laicos). Incluso los heterodoxos o los disconconformes formamos este tipo de grupos. Algunos han visto el capitalismo como la “religión del dios dinero” que tiene su “templo” en los Bancos, sus “principios económicos” y sus liturgias comerciales en navidad o en los días del padre o de la madre.
Los conceptos de Dios, espiritualidad, religión, ideología, laicidad... son muy ambiguos, porque son conceptos abstractos, generalizaciones de experiencias que han ido cristalizando -pero también evolucionando- durante siglos, que no responden bien a las experiencias actuales, y menos aún a las experiencias personales.
La religión no es necesaria para lo que llamamos “salvarse” o “plenitud humana”, pero tampoco son necesarios el arte o la música, y sin embargo todos los pueblos los crean porque necesitan expresar sus sentimientos.
La decisión última sobre religión o laicidad está en la conciencia individual, que es el punto de encuentro personal de Dios con el ser humano. La conciencia asegura una base de espiritualidad, porque nos viene de fábrica. Potenciarla, con o sin religión, es osa nuestra.
Para los pueblos o comunidades, propondría una espiritualidad más o menos socializada, o una religiosidad flexible, más o menos acentuada según las necesidades de cada pueblo o comunidad. De los evangelios no se deduce que Jesús rechazara toda religión; rechazó las “tradiciones” oprimentes (Mc 7,13; Hechos 6,14; 21,21) con las que las Jerarquías la amurallaron, pretendiendo defenderla, o defenderse.
Se considere laico o religioso, yo trato de interpretar mi conciencia a la luz de los ejemplos que, a través de las Iglesias, nos han llegado de Jesús.
Gonzalo Haya
www.atrio.org 13.08.17
DIOS ESTA EN MI Y EN TODOS LOS OTROS
Mt 15, 21-28
Hoy las tres lecturas y hasta el salmo van en la misma dirección: La salvación universal de Dios. El tema de la apertura a los gentiles fue de suma importancia para la primera comunidad. Muchos cristianos judíos pretendían mantener la pertenencia al judaísmo como la marca y seña de la nueva comunicad, conservando la fidelidad a la Ley. Esta postura originó no pocas discusiones entre los discípulos y no se vio nada claro hasta pasado casi un siglo de la muerte de Jesús. Por eso es tan importante este relato.
Mateo relata este episodio inmediatamente después de una violenta discusión de Jesús con los fariseos y letrados, acerca de los alimentos puros e impuros. Seguramente la retirada a territorio pagano está motivada por esa oposición. Jesús viendo el cariz que toman los acontecimientos prefiere apartarse un tiempo de los lugares donde le estaban vigilando. El relato pretende romper con los esquemas estereotipados que algunos cristianos pretendían mantener: Judío=creyente y extranjero=pagano y ateo.
El evangelista no pretende satisfacer nuestra curiosidad sobre un acontecimiento más bien anodino. Quiere dejar claro, que si una persona tiene fe en Jesús, no se puede impedir su pertenencia a la comunidad aunque sea “pagana”. Es un relato magistral que plantea el problema desde las dos perspectivas posibles. En él se quiere insistir tanto en la actitud abierta de los cristianos como en la necesidad de que lo paganos vinieran unas disposiciones adecuadas de reconocimiento y humildad.
Los perros son considerados impuros en muchas culturas. La idea que nosotros tenemos de hiena, es lo que más se aproxima a la idea de perro inmundo. Pero hay gran diferencia entre los perros salvajes y los de compañía que son considerados como familia. A esta diferencia se aferra la mujer para salir airosa. Jesús no podía prescindir de los prejuicios que el pueblo judía arrastraba. Jesús tenía motivos para no hacer caso a la Cananea; pero nos encontramos con un Jesús dispuesto a aprender, incluso de una mujer pagana.
En el AT hay chispazos que nos indican ya la apertura total por parte de Dios a todo aquel que le busca con sinceridad. La primera lectura nos lo confirma: "A los extranjeros que se han dado a Señor les traeré a mi monte santo". No cabe duda de que Jesús participa de la mentalidad general de su pueblo, que hoy podíamos calificar de racista, pero que, en tiempo de Moisés, fue la única manera de garantizar su supervivencia.
Gracias a que para Jesús la religión no era una programación, fue capaz de responder vivencialmente ante situaciones nuevas. Su experiencia de Dios y las circunstancias le hicieron ver que solo puede uno estar con Dios si está con el hombre. Las enseñanzas de Jesús no son más que el intento de comunicarnos su experiencia personal de Dios. Pero para poder comunicar una experiencia, primero hay que vivirla. Jesús, como todo hombre, no tuvo más remedio que aprender de la experiencia.
Jesús toma en serio a la mujer Cananea; no como los discípulos. El texto litúrgico quiere suavizar la expresión de los discípulos y dice ‘atiéndela’. Pero el “apoluson” griego significa también despedir, rechazar; exactamente lo contrario. La respuesta de Jesús: “Solo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”, no va dirigida a los apóstoles, sino a la Cananea. La dureza de la respuesta no desanima a la mujer, sino todo lo contrario. Le hace ver que el atenderla a ella no va en contra de la atención que merecen los suyos.
Por ser auténtico y sincero por ambas partes, el diálogo es fructífero. Jesús aprende y la cananea también aprende. Se produce el milagro del cambio en ambos. Lo que este relato resalta de Jesús, es su capacidad de reacción. A pesar de su actitud inicial, sabe cambiar en un instante y descubrir lo que en aquella mujer había de auténtica creyente. Jesús descubre que esa mujer, aparentemente ajena al entorno de Jesús, tiene más confianza en él que los más íntimos que le siguen desde hace tiempo.
Jesús es capaz de cambiar su actitud porque la Cananea demuestra una sensibilidad mayor de la que muestra Jesús. De ella aprendió Jesús que debía superar sus prejuicios. Aprendió que hay que proteger ante todo a los débiles; una idea femenino-maternal. Le sorprendió la confianza absoluta que en él tenía la mujer; otro valor femenino. Lo que más maravilla en el relato es la capacidad de Jesús de aceptar, es decir, hacer suyos los valores femeninos que descubre en aquella mujer. Jesús descubre su "anima" y la integra.
La mujer representa a todos los que sufren por el dolor de un ser querido. La profunda relación entre ambas impide delimitar donde empieza el problema de su hija. La madre es también parte del problema; de hecho le dice; socórreme. La enfermedad de la hija no es ajena a la actitud de la madre. Curar a la madre supone curar a la hija. La enfermedad de la hija nos hace pensar en problemas de relación materno-filial. Cuando la madre se encuentra a sí misma con la ayuda de Jesús, se soluciona el problema de la hija.
Los cristianos hemos heredado del pueblo judío el sentimiento de pueblo elegido y privilegiado. Estamos tan seguros de que Dios es nuestro, que damos por sentado que el que quiera llegar a Dios tiene que contar con nosotros. Esta postura que nos empeñamos en mantener, es tan absurda y está tan en contra del evangelio de Jesús, que me parece hasta ridículo tener que desmontarlo. Todos los seres humanos son iguales para Él.
Juzgar y condenar en nombre de Dios, a todo el que no pensaba o actuaba como nosotros, ha sido una práctica constante en nuestra religión a través de sus dos mil años de existencia. Va siendo hora de que admitamos los tremendos errores cometidos por actuar de esa manera. Debemos reconocer, que Dios nos ama a todos, no por lo que somos, sino por lo que Él es. Esta simple verdad bastaría para desmantelar todas nuestras pretensiones de superioridad y como consecuencia, todo atisbo de intolerancia y rechazo.
El texto nos enseña que ser cristiano es acercarse al otro, superando cualquier diferencia de edad, de sexo, cultura o religión. El prójimo es siempre el que me necesita. Los cristianos no hemos tenido, ni tenemos esto nada claro. Nos sigue costando demasiado aceptar a “otro”, y dejarle seguir siendo diferente; sobre todo al que es “otro” por su religión. Tenemos que aprender del relato, que el que me necesita es el débil, el que no tiene derechos, el que se ve excluido. También en este punto está la lección sin aprender.
Debemos aceptar, como la Cananea, que muchas de las carencias de los demás, se deben a nuestra falta de compromiso con ellos. Sobre todo en el ambiente familiar, una relación inadecuada entre padres e hijos es la causa de las tensiones y rechazo del otro. Muchas veces, la culpa de lo que son los hijos la tienen los padres por no ponerse en su lugar e intentar comprender sus puntos de vista. El acoger al otro con cariño y comprensión podía evitar muchísimas situaciones que pueden llegar a ser crónicas y por lo tanto enfermizas.
Meditación-contemplación
La Cananea tiene una confianza ilimitada en Jesús.
Esa confianza no se fundamenta en lo que yo soy,
sino en lo que Dios es en mí
y para todos los seres humanos sin excepción.
Mi relación con un dios abstracto será siempre ilusoria.
El verdadero Dios está en mí y está en el otro.
Fray Marcos
miércoles, 9 de agosto de 2017
EN MEDIO DE LA CRISIS PONER FE EN JESUS
Mt 14, 22-33
No es difícil ver en la barca de los discípulos de Jesús, sacudida por las olas y desbordada por el fuerte viento en contra, la figura de la Iglesia actual, amenazada desde fuera por toda clase de fuerzas adversas, y tentada desde dentro por el miedo y la mediocridad. ¿Cómo leer nosotros este relato evangélico desde una crisis en la que la Iglesia parece hoy naufragar?
Según el evangelista, «Jesús se acerca a la barca caminando sobre las aguas». Los discípulos no son capaces de reconocerlo en medio de la tormenta y la oscuridad de la noche. Les parece un «fantasma». El miedo los tiene aterrorizados. Lo único real para ellos es aquella fuerte tempestad
Este es nuestro primer problema. Estamos viviendo la crisis de la Iglesia contagiándonos unos a otros desaliento, miedo y falta de fe. No somos capaces de ver que Jesús se nos está acercando precisamente desde el interior de esta fuerte crisis. Nos sentimos más solos e indefensos que nunca.
Jesús les dice las tres palabras que necesitan escuchar: «¡Ánimo! Soy yo. No temáis». Solo Jesús les puede hablar así. Pero sus oídos solo oyen el estruendo de las olas y la fuerza del viento. Este es también nuestro error. Si no escuchamos la invitación de Jesús a poner en él nuestra confianza incondicional, ¿a quién acudiremos?
Pedro siente un impulso interior y sostenido por la llamada de Jesús, salta de la barca y «se dirige hacia Jesús andando sobre las aguas». Así hemos de aprender hoy a caminar hacia Jesús en medio de las crisis: apoyándonos no en el poder, el prestigio y las seguridades del pasado, sino en el deseo de encontrarnos con Jesús en medio de la oscuridad y las incertidumbres de estos tiempos.
No es fácil. También nosotros podemos vacilar y hundirnos, como Pedro. Pero, lo mismo que él, podemos experimentar que Jesús extiende su mano y nos salva mientras nos dice: «Hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?».
¿Por qué dudamos tanto? ¿Por qué no estamos aprendiendo apenas nada nuevo de la crisis? ¿Por qué seguimos buscando falsas seguridades para «sobrevivir» dentro de nuestras comunidades, sin aprender a caminar con fe renovada hacia Jesús en el interior mismo de la sociedad secularizada de nuestros días?
Esta crisis no es el final de la fe cristiana. Es la purificación que necesitamos para liberarnos de intereses mundanos, triunfalismos engañosos y deformaciones que nos han ido alejando de Jesús a lo largo de los siglos. Él está actuando en esta crisis. Él nos está conduciendo hacia una Iglesia más evangélica. Reavivemos nuestra confianza en Jesús. No tengamos miedo.
José Antonio Pagola
miércoles, 2 de agosto de 2017
A JESUS NO LE PREOCUPARON NI LA RELIGION NI EL CULTO
En el informe, que José M. Vidal ha publicado en RD sobre una misa en la capilla de Sao Felix do Araguala (Mato Grosso. Brasil), el vicario general de la diócesis de Casaldáliga, Félix Valenzuela, recordó en la homilía que las tres preocupaciones principales de Jesús fueron la salud de los enfermos, la alimentación de los hambrientos y las buenas relaciones interpersonales.
Sobre estas tres preocupaciones de Jesús, que analicé ampliamente en mi libro “La humanización de Dios” (Trotta, 2009), quiero explicar algunas cosas que me parecen importantes.
Es verdad que Mc 1, 14 resume la misión de Jesús en el anuncio de la cercanía del “Reino de Dios”, la “conversión” y la “fe”. Pero lo que importa es precisar cómo realizó Jesús esta misión. No fundó una religión, ni construyó un templo, ni organizó un clero con sus rituales, ceremonias y normas sagradas. Además, se comportó con tal libertad respecto a todo eso, que en seguida entró en conflicto precisamente con los “hombres de la religión”. Un conflicto que le llevó a la muerte. ¿Por qué? Porque, para Jesús, más importante que el sometimiento a la religión, es la salud, la vida, la dignidad, la libertad y la felicidad de las personas. Esto es lo que destacan los sumarios, que presentan los evangelios, de lo que fue la actividad de Jesús (Mt 4, 23-24; 9, 35; cf. 8, 1. 16; 12, 15 s; 14, 35; 19, 21 y par.). Estos sumarios no son una exposición histórico-biográfica de lo que hizo Jesús. Son más bien un “cuadro general” de lo que después se particulariza en los relatos de la actividad de Jesús (U. Luz). La actividad que le llevó a la muerte. Porque la religión establecida no soportó el Evangelio. Es lo que viene a decir el evangelio de Juan cuando relata el juicio del Sanedrín y su sentencia de muerte. Precisamente porque Jesús le devolvió la vida al difunto Lázaro, lo que –a juicio de los profesionales de la religión– les ponía en grave peligro a los dirigentes del templo y al templo mismo (Jn 11, 47-53).
Todo esto no quiere decir que Jesús le concediera más importancia a lo humano que a lo divino. Lo que nos dice es que las religiones se organizan de manera que, con demasiada frecuencia, el argumento de la búsqueda de Dios se gestiona de forma que en realidad lo que se consigue es “poder”, “dinero” y “privilegios”. Esto es lo que el Evangelio de Jesús no soporta.
Pero lo que sucedió es que, con el paso del tiempo, la religión no tardó en sobreponerse al Evangelio. No es posible, en el reducido espacio de este artículo, analizar cómo y por qué se produjo esta marginación del Evangelio. Lo que pretendo destacar es que –a mi modo de ver– la cristología y la eclesiología se tienen que replantear con urgencia. Para que sea posible analizar e interpretar la “religión” desde el “Evangelio” y no el “Evangelio” desde la “religión”, que es lo que (sin darnos cuenta) estamos haciendo, con demasiada frecuencia. Porque, si seguimos como estamos, seguiremos teniendo una teología, una Iglesia, una liturgia, una espiritualidad y una ética que, con el Evangelio en las manos, justifican y gestionan (“sagradamente”) las ambiciones más bajas y que más daño causan a los simples mortales, que no disponen de otra cosa que su limitada humanidad. Y el colmo del disparate será continuar con lo que estamos haciendo. Y además con la conciencia del “deber cumplido”. Así, no vamos a ninguna parte.
José Mª Castillo
Religión Digital
LA COMPASION Y EL COMPARTIR SON LA CLAVE DEL CRISTIANO
Mt 14, 13-21
Seis veces se narra en los evangelios este episodio. Jesús da de comer a una multitud en despoblado. Es seguro que algo muy parecido pasó en realidad y probablemente más de una vez. Pero lo que pasó no tiene ninguna importancia, porque se trata de un relato simbólico. Lo importante es lo que nos quieren decir al contarnos esta historia. Las circunstancias de tiempo y lugar son datos teológicos, que nos tienen que acercar, no a un conocimiento discursivo y racional sino a una profunda vivencia religiosa.
Con los conocimientos exegéticos que hoy tenemos, no podemos seguir entendiendo este relato como multiplicación milagrosa de unos panes y peces. Es más, entendido como un milagro material, nos quedamos sin el verdadero mensaje del evangelio. Podíamos decir que es una parábola en acción. También hacen falta “oídos” y “ojos” bien abiertos para entenderla. El punto de inflexión del relato está en las palabras de Jesús: dadles vosotros de comer. Jesús sabía que eso era imposible. Parece ser que no entraba en los planes del grupo preocuparse de las necesidades materiales de los demás.
No podemos seguir hablando de un prodigio que Jesús lleva a cabo gracias a un poder divino. Si Dios pudo hacer un milagro para saciar el hambre de los que llevaban un día sin comer, con mucha más razón tendría que hacerlo para librar hoy de la muerte a millones de personas que están muriendo de hambre en el mundo. Tampoco podemos utilizar este relato como un argumento para demostrar la divinidad de Jesús. El sentido de la vida de Jesús salta hecha añicos cuando suponemos que era un ser humano, pero con el comodín de la divinidad guardado en la chistera y que podía utilizar a capricho.
En ninguno de los relatos se dice que los panes y los peces se multiplicaran. Realmente fue un verdadero “milagro”, que un grupo tan numeroso de personas compartiera todo lo que tienen hasta conseguir que nadie quedara con hambre. Hay que tener en cuenta que en aquel tiempo no se podía repostar por el camino, todo el que salía de casa para un tiempo, iba provisto de alimento para todo ese tiempo. Los apóstoles tenían cinco panes y dos peces; seguramente, después de haber comido ese día. Si el contacto con Jesús y el ejemplo de los apóstoles les empujo a poner cada uno lo que tenían al servicio de todos, estamos ante un ejemplo de respuesta a la generosidad que Jesús predicaba.
Con frecuencia, en la Biblia se hace referencia a los tiempos mesiánicos como banquete. El mismo Jesús se dejaba invitar por las personas importantes. Él mismo organizaba comidas con los marginados; esa era una de las maneras de manifestarles su aprecio y cercanía. La más importante ceremonia de nuestro culto cristiano está estructurada como una comida. Que todo un día de seguimiento haya terminado con una comida no nos debe extrañar. Lo verdaderamente importante es que en esa comida todo el que tenía algo que aportar, colaboró, y el que no tenía nada, se sintió acogido fraternalmente.
Si tenemos “ojos” y “oídos” abiertos, en el mismo relato podemos hallar las claves para una correcta interpretación. Los discípulos se dan cuenta del problema y actúan con toda lógica. Como tantas veces decimos o pensamos nosotros, se dijeron: es su problema, ellos tienen que solucionárselo. Jesús rompe con toda lógica y les propone una solución mucho menos sensata: “dadles vosotros de comer”. Él sabía que no tenían pan para tantas personas. Aquí empieza la necesidad de entenderlo de otra manera.
Recordar algunos datos nos ayudará a comprender el relato más ajustadamente. Junto al lago, los alimentos básicos de la gente eran el pan y los peces. Los libros de la Ley eran cinco; y dos el resto de la Escritura: Profetas y Escritos. El número siete (5+2) es símbolo de plenitud. También el número de los que comieron (cien grupos de cincuenta) es simbólico. Los doce cestos aluden a las doce tribus. Es el pan compartido el que debe alimentar al nuevo pueblo de Dios. La mirada al cielo, el recostarse en la hierba… Ya tenemos los elementos que nos permites interpretar el relato, más allá de la letra.
El verdadero sentido del texto está en otra parte. La dinámica normal de la vida nos dice que el “pan” indispensable para la vida, tenemos que conseguirlo con dinero; porque alguien lo acapara y no lo deja llegar a su destino más que cumpliendo unas condiciones que el que lo acaparó impone: el “precio”. Lo que hace Jesús es librar el pan de ese acaparamiento injusto. La mirada al cielo y la bendición son el reconocimiento de que Dios es el único dueño y que a Él hay que agradecer el don. Liberado del acaparamiento, el pan, imprescindible para la vida, llega a todos sin tener que pagar un precio por él.
Jesús, nos dice el relato, primero siente compasión de la gente, y después invita a compartir. Jesús no pidió a Dios que solucionara el problema, sino que se lo pidió a sus discípulos. Aunque en su esquema mental no encontraron solución, lo cierto es que, todo lo que tenían, lo pusieron a disposición de todos. Esta actitud desencadena el prodigio: La generosidad se contagia y produce el “milagro”. Cuando se deja de acaparar los bienes, llegan a todos. Cuando lo que se acapara son los bienes imprescindibles para la vida, lo que se está provocando es la muerte. Los hombres no deben actuar de manera egoísta.
Curiosamente hoy son la primera y la segunda lectura las que nos empujan hacia una interpretación espiritual del evangelio. Los interrogantes planteados en las dos primeras lecturas podrían se un buen punto de partida para la reflexión de este domingo. La primera nos advierte que la comida material, por sí misma, ni alimenta ni da hartura. Solo cuando se escucha a Dios, cuando se imita a Dios se alimenta la verdadera vida. En la segunda lectura nos indica Pablo, donde está lo verdaderamente importante para cualquier ser humano: el amor que Dios nos tiene y se manifestó en Jesús.
Después de un día con Jesús, el pueblo fue capaz de compartir lo poco que tenían: unos pedazos de pan duro, y peces resecos. Ese es el verdadero mensaje. Nosotros, después de años junto a Jesús, ¿qué somos capaces de compartir? No debemos hacer distinción entre el pan material y el alimento espiritual. Solo cuando compartimos el pan material, estamos alimentándonos del pan espiritual. En el relato no hay manera de separar el nivel espiritual y el material. La compasión y el compartir son la clave de toda identificación con Jesús. Es inútil insistir porque es el tema de todo el evangelio.
Cada vez que se comparte el pan, se comparte la vida y se hace presente a Dios que es Vida-Amor. No hay otra manera de identificarnos con Dios y de acercar a Dios a los demás. La eucaristía es memoria de esta actitud de Jesús que se partió y repartió. Al partirse y repartirse, hizo presente a Dios que es don total. El pan que verdaderamente alimenta no es el pan que se come, sino el pan que se da. El primer objetivo de compartir no es saciar la necesidad de otro, sino manifestar la Unidad entre todos.
Meditación
La clave del mensaje de Jesús es la compasión.
Si no veo a Dios en el que muere de hambre,
mi dios es un ídolo que yo me he fabricado.
Si no me aproximo al que me necesita,
me estoy alejando del Dios de Jesús.
Si no he descubierto a Dios como don dentro de mí,
nunca lo podré descubrir en los más pobres.
Fray Marcos
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