lunes, 26 de marzo de 2018

OTRA SEMANA SANTA ES POSIBLE PARA LOS CRISTIANOS DEL SIGLO XXI

Un año más, pedimos disculpas a quienes buscarán un comentario bíblico-teológico «normal» para un domingo de Ramos; esperamos que podrán encontrarlo fácilmente en la red. Nosotros esta vez queremos volver a tratar de hacer un comentario pensando en aquellas personas que –como también nosotros ante el comentario que teníamos ya redactado– se sienten mal ante ese conjunto de conceptos bíblicos que se repiten y enlazan indefinidamente sin salir de un bucle teológico-litúrgico dentro el cual muchos de nosotros –que pensamos como personas seculares, de la calle, con las preocupaciones diarias de la vida– sentimos que casi nos asfixiamos.
En efecto, muchos de nuestros comentarios bíblicos al uso pareciera que se mueven en «otro mundo», un mundo propio de referencias teológicas intrasistémicas, que funcionan con una lógica diferente a la real, y que parecen estar de antemano inmunizados contra toda crítica, porque, en ese ambiente bíblico-litúrgico al que están destinados, en las homilías, todo debe ser escuchado y recibido sin discusión, sin espíritu crítico, «con mucha fe». Los que tenemos una fe más o menos crítica, una fe que no quiere dejar de ser de personas de hoy y de la calle, nos preguntamos: ¿es posible celebrar la semana santa de otra manera? ¿Así como buscamos «otra forma de creer», hay «otra forma de celebrar y acoger la semana santa»?
Veamos. Comencemos preguntándonos: ¿qué sienten, qué sentimos, ante la semana santa, muchas personas creyentes de hoy? 
Muchos creyentes adultos (trabajadores, profesionales de las más variadas ramas, y también intelectuales, o simples personas cultas) se sienten mal cuando, en semana santa, por la especial significación de tales días, o por acompañar a la familia –y con el recuerdo de una infancia y juventud tal vez religiosa–, entran en una iglesia, captan el ambiente, y escuchan la predicación. Se sienten de pronto sumergidos de nuevo en aquel mundo de conceptos, símbolos, referencias bíblicas... que elaboran un mensaje sobre la base de una creencia central que fuera del templo uno nunca se encuentra en ningún otro dominio de la vida: la «Redención». Estamos en Semana Santa, y lo que celebramos –así perciben en el templo– es el gran misterio de todos los tiempos, lo más importante que ha ocurrido desde que el mundo es mundo: la «Redención»... El «hombre» fue creado por Dios (sólo en segundo término la mujer, según la Biblia), pero ésta, la mujer, convenció al varón para que comieran juntos una fruta prohibida por Dios. Aquello fue la debacle del plan de Dios, que se vino abajo, se interrumpió, y hubo de ser sustituido por un nuevo plan, el plan de la Redención, para redimir al ser humano que cayó en «desgracia de Dios» desde la comisión de aquel «pecado original», debido a la infinita ofensa que dicho «pecado» le infligió a Dios. 
Ese nuevo plan, de Redención, exigió la «venida de Dios al mundo», mediante su encarnación en Jesús, para así «asumir nuestra representación jurídica ante Dios y pagar por nosotros a Dios una reparación adecuada» por semejante ofensa infinita. Y es por eso por lo que Jesús sufrió indecibles tormentos en su Pasión y Muerte, para «reparar» aquella ofensa y redimir así a la Humanidad, y consiguiéndole el perdón de Dios y rescatándola del poder del demonio bajo el que permanecía cautiva. 
Ésta es la interpretación, la teología sobre la que se construyen y giran la mayor parte de las interpretaciones en curso durante la semana santa. Y éste es el ambiente ante el que muchos creyentes de hoy se sienten mal, muy mal. Sienten que se asfixian. Se ven trasladados a un mundo imaginario que nada tiene que ver ni con el mundo real de cada día, ni con el de la ciencia, el de la información, o el del sentido más profundo de su vida. Por este malestar, otros muchos cristianos no sólo se han marchado de la semana santa tradicional, sino que se han alejado de la Iglesia. 
¿Hay otra forma de entender la Semana Santa, que no nos obligue a transitar por el mundo manido de esa teología en la que tantos ya no creemos? 
¿«No creemos», hemos dicho? Ante todo hay que decir –para alivio de muchos– que efectivamente, se puede no creer en tal teología. No se trata de ningún «dogma de fe» (si lo fuera, tampoco ello la haría creíble). Se trata de una genial construcción interpretativa del misterio de Cristo, debida a la intuición medieval de san Anselmo de Canterbury, que desde su visión del derecho romano, construyó, «imaginó» una forma de explicarse a sí mismo el secreto sentido de la muerte de Jesús. Estaba condicionado por muchas creencias propias de la Edad Media, e hizo lo que pudo, y lo hizo admirablemente: elaboró una fantástica interpretación que cautivó las mentes de sus coetáneos tanto, que perduró hasta el siglo XXI. Habría que felicitar a san Anselmo, sin duda. 
El Concilio Vaticano II es el primer momento eclesial que supone un cierto abandono de la hipótesis de la Redención, o, para decirlo de otra manera, de una interpretación de la significación de Jesús más allá de la Redención. Por supuesto que en los documentos conciliares aparece la materialidad del concepto, numerosas veces incluso, pero la estructura del pensamiento y de la espiritualidad conciliar van más allá de él. El significado de Jesús para la Iglesia posconciliar –no digamos para la Iglesia con espiritualidad de la liberación– deja de pasar por la redención, por el pecado original, por los terribles sufrimientos expiatorios de Jesús y por la genial «sustitución penal satisfactoria» ideada por Anselmo de Canterbury... Desaparecen estas referencias, y cuando sorpresivamente se oyen, suenan extrañas, incomprensibles, o incluso suscitan rechazo. Es el caso de la película de Mel Gibson, que fue rechazada por tantos espectadores creyentes, no por otra cosa que por la imagen del «Dios cruel y vengador» que daba por supuesta, imagen que, evidentemente, hoy no sólo ya no es creíble, sino que invita vehementemente al rechazo. 
¿Cómo celebrar la semana santa cuando se es un cristiano que ya no comulga con esas creencias? Uno se siente profundamente cristiano, admirador de Jesús, discípulo suyo, seguidor de su Causa, luchador por su misma Utopía... pero se siente mal en ese otro ambiente asfixiante de las representaciones de la pasión al nuevo y viejo estilo de Mel Gibson, de los viacrucis, los pasos de las procesiones de semana santa, las meditaciones las siete palabras, las horas santas que retoman repetitivamente las mismas categorías teológicas del san Anselmo del siglo XI... estando como estamos en el siglo XXI...
Bajo la semana santa que oficialmente se celebra, no dejan de estar, allá, lejos, bien adentro de sus raíces ancestrales, las fiestas que los indígenas originarios ya hacían sus celebraciones sobre la base cierta del equinoccio astronómico. Se trata de una fiesta que ha evolucionado muy diferentemente en cada cultura, y muy creativamente al ser heredada de un pueblo a otro, y al contagiarse de una religión a otra. Una fiesta que fue heredada y recreada también por los israelitas nómadas como fiesta del cordero pascual, y después transformada por los israelitas sedentarios como fiesta de los panes ácimos, en recuerdo y como reactualización de la Pascua, piedra angular de la identidad israelita... Fiesta que los cristianos luego cristianizaron como la fiesta de la Resurrección de Cristo, y que sólo más tarde, con el devenir de los siglos, en la oscura Edad Media, quedó opacada bajo la interpretación jurídica de la redención... 
¿Por qué quedarse, pues, prendidos de una interpretación medieval, cautivos de una teología y una interpretación que no es nuestra, que ya no nos dice nada, y que podríamos abandonar porque ya cumplió su papel? ¿Por qué no sentirse parte de esta procesión tan humana y tan festiva de interpretaciones y hermenéuticas, de mitos y «grandes relatos» incesantemente renovados y recreados, y aportar nosotros también a esta trabajada historia nuestra propia parte, lo que nos corresponde hoy, con creatividad, responsabilidad y libertad? No podemos dejar de pensar que «Otra semana santa es posible»... ¡y urgente! Y también legítima, por lo menos. 
No vamos a desarrollar aquí nosotros una nueva interpretación de estas fiestas. Bástenos ahora cumplir una pretensión doble: aliviar a los que se sentían culpables por desear que «otra semana santa fuera posible», por una parte, y, por otra, de invitar a todos a la creatividad, libre, consciente, responsable y gozosa. No en todas partes o en cualquier contexto será posible, pero sí lo será en muchas comunidades concretas. Si no lo es en la mía, podría serlo en alguna otra comunidad más libre y creativa que tal vez no esté muy lejos de la mía... ¿por qué no preguntar, por qué no buscarla?
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Aunque los señalaremos concretamente en los próximos días, recordamos que los temas de la Pasión de Jesús están recogidos ampliamente en la serie «Un tal Jesús», principalmente en los episodios 106 a 126. Los audios y los guiones de estos episodios pueden recogerse libremente dehttp://radialistas.net/category/un-tal-jesus/ Por su carácter dramatizado, y por la mentalidad crítica con la que ya pudo ser escrita hace treinta años, la serie «Un tal Jesús» presenta, de un modo muy pedagógico, la visión de la vida de Jesús desde la perspectiva de la teología de la liberación. 
- La serie «Otro Dios es posible» (http://radialistas.net/category/otro-dios-es-posible/), de los mismos autores, tiene un capítulo, el 85, titulado «¿Los judíos mataron a Cristo?», que puede ser útil para suscitar un diálogo-debate sobre el tema. Su guión puede recogerse de http://radialistas.net/article/85-los-judios-mataron-a-cristo/ y su audio de: http://radioteca.net/media/uploads/audios/%Y_%m/85.mp3
Para el estudio de la continua sucesión de interpretaciones de las fiestas a lo largo de la historia de Israel, se puede recurrir a Fiesta en honor de Yavé, de Thierry MAERTENS (disponible en la biblioteca de Koinonía: servicioskoinonia.org/biblioteca). 
Como bibliografía para recuperar, desde la perspectiva de la liberación, lo mejor de la visión clásica de la teología respecto a la pasión y muerte de Jesús, recomendamos el excelente libro de BOFF Pasión de Cristo, Pasión del mundo (Sal Terrae en España, Indoamerican Press en Colombia, Vozes en Brasil... disponibilizado también en varios puntos de la red). Del mismo autor, el artículo 217 en la RELaT (http://servicioskoinonia.org/relat): Cómo anunciar hoy la Cruz de nuestro señor Jesucristo
No obstante, la recuperación que la teología de la liberación (TL) hizo de esta temática se queda corta hoy. La TL releyó la visión tradicional cristiana desde la perspectiva histórica y reinocentrista y desde la opción por los pobres, sí, pero dejó simplemente a un lado lo que no creyó recuperable, y no sometió a crítica los supuestos profundos de la visión clásica; simplemente los ignoró. En ese sentido, la propuesta de la TL no fue realmente nueva, sino una «propuesta nueva pero desde los mismos presupuestos»... Hoy esos presupuestos están en crisis, y ahora sólo nos puede servir una propuesta realmente nueva, es decir, desde presupuestos nuevos, por ejemplo: sin «dos pisos» (este mundo junto al otro mundo), sin el histórico pecado original, sin un Dios-theos ahí fuera que se pueda ofender gravemente por un supuesto pecado humano, sin un Dios antropomórfico que pueda exigir «reparación para con su dignidad ofendida», sin unos mitos entendidos como narraciones históricas literales... 
En este sentido, es el obispo John Shelby SPONG quien con más claridad y valentía está proponiendo reinterpretar el cristianismo desde una superación radical de este «mito básico cristiano», como lo llama él: cfr. el capítulo «Cambiando el mito básico cristiano» de su reciente libro «Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo» [http://tiempoaxial.org] (Editorial Abya Yala [htt://www.abyayala.org], Quito enero 2011). Véase un capítulo de ese libro, explícitamente sobre el tema de la redención, en la RELaT [http://servicioskoinonia.org/relat] titulado «Jesús como rescatador y redentor: una imagen que debe desaparecer» [http://servicioskoinonia.org/relat/380.htm].
También: Problemas en torno a la idea de expiación/satisfacción, de Robert J. DALY, en «Selecciones de Teología» 47/188(2008)310-324 (disponible en el portal de la revista «Selecciones de Teología», [http://www.seleccionesdeteologia.net]).
Acabaremos recordando que, como es obvio, la problemática de la Redención no es del Domingo de Ramos, ni siquiera de la semana santa... sino de todo el cristianismo; afrontarla, tratando de «agarrar valientemente el toro por los cuernos», no es tarea para un domingo ni para una semana, sino para todo el año... Pero un domingo de ramos es una buena ocasión para plantearlo más detenidamente. Lo dejamos en manos de ustedes, lectores individuales y comunidades lectoras... 

Para la revisión de vida 
Comienza la «semana mayor» de todo el año. La semana santa se ha convertido en muchos lugares en una minivacación. Sugerencia: aprovechar bien la oportunidad de la semana santa. Si tengo posibilidad, dedicar esta «vacación» a atender lo que en la agitada vida diaria me veo imposibilitado de cuidar suficientemente: mi profundidad, mi oración, mi paz interior, el respaldo de coherencia interna que quiero dar a mi compromiso externo...
Si tengo la suerte de encontrar una comunidad cristiana con inquietudes de búsqueda y de renovación, tal vez puedo sugerir la posibilidad de vivir una semana santa diferente, de renovación radical de la mentalidad teológica, de replanteamiento de nuestra comprensión cristiana y de reiniciación de nuestra experiencia religiosa... Si no tengo la suerte de conocer ninguna de esas comunidades, tal vez puedo hacer el esfuerzo por buscarlas...
Para la reunión de grupo
- La semana santa puede ser buena ocasión para dar un repaso a las hipótesis teológicas más conocidas sobre la muerte de Jesús y su valor salvífico. Un buen material para preparar una exposición inicial en la reunión de grupo, o un libro para tenerlo todos y estudiarlo y comentarlo es “Pasión de Cristo, Pasión del Mundo”, de Leonardo BOFF, con ediciones en varias editoriales y países ya citados…
- La semana santa es la «semana mayor», y el «triduo sacro» es el la concentración de la celebración pascual, y la vigilia pascual es el momento culminante. Será bueno preguntar a algunas personas mayores que recuerden cómo eran las celebraciones de la Semana Santa antes de la reforma de Pío XII en 1950, con sus grandes diferencias con el modo actual. Y cabe preguntar: ¿por qué la vigilia pascual no ha entrado todavía en la conciencia del pueblo cristiano como lo que es: el centro de todo el año litúrgico? 
- Se puede montar diferentes reuniones de estudio sobre la pasión de Jesús y/o los temas propios de la semana santa en general tomando como base algunos de los capítulos de la serie «Un tal Jesús», principalmente del 106 al 126. Los audios y los guiones pueden ser recogidos de www.untaljesus.net
- Los textos más arriba citados de John Shelby SPONG pueden servir también como manual de base para un estudio y debate sobre el tema. Muy probablemente, tales debates nos dejarán la conclusión preocupante de que si la Redención necesita ser reentendida -o abandonada, como dice Spong- es todo nuestro cristianismo el que necesita reformulación, y nos resulta por tanto urgente rehacer nuestra formación cristiana... Buena conclusión. Pero no la dejemos ahí: pongámonos en movimiento... 
- Aunque no estamos acostumbrados a hacerlo, también puede ser una buena actividad de grupo escuchar la Pasión según san Mateo, de Johan Sebastian BACH, presentada y comentada previamente por un buen conocedor de la misma, incluyendo ahí sus aspectos teológicos peculiares, de Bach como músico y del texto o libreto.
Para la oración de los fieles
- Para que la Iglesia, siguiendo el ejemplo de Jesús, lleve su obediencia al Padre y su servicio a las personas hasta las últimas consecuencias. Roguemos al Señor...
- Para que los gobernantes sirvan a los intereses de los pueblos y no a sus propias aspiraciones. Roguemos...
- Para que los pobres y los oprimidos sean los primeros en obtener el respeto a sus derechos y la justicia para sus vidas. Roguemos...
- Para que mostremos nuestra devoción a Cristo crucificado siendo solidarios con los crucificados de nuestro tiempo. Roguemos...
- Para que sepamos descubrir y transmitir la fuerza del amor de Dios en medio de las dificultades, los sufrimientos, y la muerte. Roguemos...
- Para que todos los difuntos compartan la resurrección de Cristo, igual que han compartido ya con él la muerte. Roguemos...
Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, tú enviaste a tu Hijo entre nosotros, para que descubramos todo el amor que nos tienes. Y cuando nosotros respondemos a ese amor con nuestro rechazo, matando a tu hijo, Tú no te echaste atrás sino que seguiste adelante con tu plan de ser nuestro mejor amigo. Ablanda nuestros corazones para que sepamos responder a tu amor con el nuestro. Por Jesucristo.

O bien:

Oh Dios, Padre y Madre Universal, de todos los pueblos y de todos los hombres y mujeres, en quienes has depositado, por medio de sus culturas y religiones, la sed de encontrarse consigo mismos y contigo, Fuente Originaria. Te pedimos que en la renovación anual de estas fiestas que se avecinan, tan tradicionales y ancestrales, nos sintamos en comunión con todos los hombres y mujeres que te buscan a Ti y buscan también el sentido de su vida, entre mitos, ritos, símbolos y grandes relatos. Nosotros lo celebramos desde el seguimiento de Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro, cordialmente unidos a todos los pueblos y religiones que también te buscan y contemplan. Gracias. Amén. Axé. Aleluya.

 

jueves, 15 de marzo de 2018

JESÚS ES DIOS? LAS DUDAS FORMAN PARTE DEL PROCESO DE DESARROLLO DE LA FE ADULTA


 

¿Jesús es Dios? 

Michael MORWOOD



Extracto de su libro Is Jesus God? Finding our faith

En un libro mío que escribí hace un tiempo, “Tomorrow’s Catholic: Understandig God and Jesus in a New Millenium” (El católico de mañana. Comprender a Dios y a Jesús en el nuevo milenio, colección «Tiempo axial» nº 15), trataba de poner en un lenguaje sencillo la crítica actual a la cosmovisión en la que ha sido presentada la fe tradicional. También trataba de mostrar cómo el mensaje de Jesús tiene un atractivo universal para la gente que sabe que vive en un universo con millones y millones de galaxias y en continua expansión. En marzo de 1998, el arzobispo católico de Melbourne prohibió que se vendiera el libro en su arquidiócesis, advirtiendo que contenía “serios errores doctrinales”, y me prohibió hablar en público sobre los temas de la encarnación, la redención y la Trinidad. El arzobispo me presentó un documento de diez páginas que subrayaba mis “serios errores doctrinales”. El documento se basaba en citas del Catecismo de la Iglesia Católica y contenía la acusación de que yo había “malinterpretado la doctrina católica”. Mis esfuerzos por reflexionar la creencia popular según la cual Dios de alguna forma cambió de actitud y de práctica hacia nosotros gracias a la muerte de Jesús, fue etiquetada como una “parodia”, a pesar de que utilicé citas del Catecismo de la Iglesia Católica para demostrar que esa idea está también allí.
Poco después, otro obispo, como en un test de ortodoxia, me preguntó si yo creía que “Jesús era Dios de una forma distinta a como lo somos nosotros”. El objetivo subyacente era determinar si yo enseñaba públicamente que Jesús era, en el sentido clásico del término, la encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad. En Tomorrows Catholic yo había dejado claro que tengo dificultad con la cosmovisión que fue necesaria para que surgiera esta creencia. El obispo afirmaba en su carta que la fe no está ligada ni depende de una particular cosmovisión. Pero está muy claro que las preguntas que surgían sobre Jesús y su rol en el mundo estaban ligadas la cosmovisión y a la imaginación religiosa de una época, especialmente en lo que concierne a la salvación, al acceso al cielo. Yo quería que las personas exploraran lo que considero como un lazo intrínseco entre la fe y aquella cosmovisión. 
La cuestión es: si la iglesia cristiana quiere seguir manteniendo su enseñanza según la cual Jesús es “verdadero hombre y verdadero Dios”, y, en este sentido, que es “Dios de una forma distinta a como lo somos nosotros”, entonces, que la iglesia lo demuestre sin apoyarse en una cosmovisión con una visión dualista de la realidad y una comprensión literal (según el Génesis) de la historia de la creación y de la “caída” de Adán. Que los líderes de la iglesia lo muestren a nuestros contemporáneos, por medio de cualquier dato que tengan, paso a paso, y les convenzan. Mucha gente no se convencerá si las autoridades de las iglesias siguen recurriendo como fuentes a las primeros textos cristianos, textos cuya manera de entender y de razonar estaban ligadas indisolublemente a una forma de comprender el mundo, a una cosmovisión, que ya no es considerada aceptable por la forma de comprender y de razonar actuales. Siempre que la autoridad de la iglesia cae en una forma dualista de pensar y/o de imaginar, siempre que vuelve a citar aquellos textos de la Escritura o de los primeros escritos cristianos influidos por un modo de pensar dualista o por una comprensión literal de la “caída” de Adán, tenemos que señalarlo y tenemos que insistir en la necesidad de que se eche mano de explicaciones libres de estos conceptos hoy inaceptables. Todo lo que pendimos es que la iglesia articule sus creencias dentro de un marco de pensamiento aceptable hoy día, y que ayude a las personas adultas a pasar de una fe inmadura a una fe más profunda. No les ayuda ni a ellos, ni a la iglesia en general, el ignorar el reto y en continuar insistiendo autoritariamente en que se acepte como incuestionable una doctrina. 
Otra pregunta que me hizo el obispo fue si yo creía que sólo a través de la vida y muerte de Jesús la humanidad tiene acceso a la vida eterna con Dios. Mi respuesta fue que durante la mayor parte de mi vida eso había creído, pero que ya no, porque no creo en un Dios que cortara su relación con nosotros, o nos retirara su amistad, o nos expulsase de su presencia. Le expliqué por qué pienso que Jesús tampoco creyó nunca en ese Dios. No puedo imaginar una creación que no esté en una unión total con Dios, ni en una humanidad que no estuviera en una “unión perpetua” con Dios. El problema es la poca conciencia que la humanidad tenga de esa vinculación, no la falta de vinculación.
Las preguntas y respuestas que conciernen nuestra vinculación con Dios serán inevitablemente diferentes, según que nos sumerjamos en la mentalidad y en la imaginación de los primeros cristianos, o si nos sumergimos en una mentalidad y una imaginación más apropiada al siglo XXI. Sin embargo, algunas preguntas no cambiarán: ¿quién es Jesús?, ¿qué pretendía?, ¿cómo respondió a nuestros deseos y esperanzas?, ¿hizo Jesús posible algo que no era posible antes de él, o lo que siempre fue, es y será?
¿Por qué a los líderes cristianos les molesta tanto que las personas de hoy en día contesten estas preguntas de manera diferente a las personas del siglo IV, del siglo V o del siglo pasado? Después de todo, el intentarlo no se hace para debilitar o subvertir el cristianismo. Al contrario: lo que se pretende es hacer más rlevante la fe cristiana. Una fe basada en la cosmología antigua no es probable que cautive a los jóvenes o a los adultos de hoy.
Una causa de ese malestar puede ser que las afirmaciones del credo y las formulaciones doctrinales son consideradas por muchas autoridades cristianas como artículos de hecho más que como artículos de fe. Esto es evidente también en muchas personas que tienen un nivel elemental de fe. Y se ve también en muchos religiosos y miembros de la jerarquía que están celosos de enseñar la fe “verdadera” y ortodoxa. Parecen considerar la fe, esencialmente, como un asentimiento intelectual a las proposiciones doctrinales que fueron moldeadas en una determinada época histórica, y para responder a preguntas de aquella época. Existe una tendencia a equiparar aquellos postulados doctrinales con hechos irrefutables.
Un episodio reciente, y claro ejemplo de esto, ocurrió en noviembre de 1998, cuando algunos miembros de la jerarquía católica australiana se reunieron con autoridades vaticanas, arzobispos y cardenales a cargo de una sección clave de gobierno de la iglesia. La reunión divulgó el comunicado Declaración de conclusiones. El párrafo 44, que habla de “el sentido de pecado”, contiene estas dos afirmaciones:
“Los católicos tienen que llegar a entender más profundamente la muerte de Jesús como un sacrificio redentor y un acto de culto perfecto al Padre que realiza la remisión de los pecados. Un fallo en la aceptación de esta gracia suprema destruiría por completo el conjunto de la vida cristiana”.
Ahí queda poco margen para que las personas puedan pasar más allá de un estadio elemental de la fe y plantearse cuestiones relativas al imaginario religioso y a la visión del mundo. No es de sorprender que la Iglesia Católica Romana se resista a plantearse las preguntas a las que me estoy refiriendo si “el conjunto de la vida cristiana” depende de que la muerte de Jesús sea un “sacrificio redentor… que realiza la remisión de los pecados”.
Parece que en algún lugar dentro de la tradición cristiana se ha dado un cambio muy significativo: algunos conceptos que empezaron como intentos de explicar la fe, nacidos de la mente humana que se debatía con temas propios del contexto de la visión religiosa predominante, de alguna manera pasaron a ser entendidos y enseñados como hechos, como datos fuera de toda duda. Una cosa es explicar, buscar el sentido del papel de Jesús en la vida humana, dentro de la visión del mundo de los primeros siglos del cristianismo, pero aferrarse a esa cosmovisión y elevar esas explicaciones al nivel de hechos, de datos fácticos, es otra muy diferente.
El Catecismo de la Iglesia Católica hace una afirmación llamativa: “La fe es cierta. Es más cierta que todo el conocimiento humano, porque se fundamenta en la palabra misma de Dios, que no puede mentir” (nº 157, en cursiva en el original).
Está claro que una afirmación como: “La muerte de Jesús afecta la remisión de los pecados” es una afirmación de fe. ¿Es cierta? Como otras afirmaciones de fe no se puede comprobar por experiencia empírica, independientemente de cuántas personas crean que sea verdadera. Los hechos son los hechos. Los hechos son realidades demostrables. Los podemos verificar con evidencia concreta. Jesús vivió y murió. Eso es un hecho. Pero consideremos estas dos afirmaciones del Catecismo de la Iglesia Católica. ¿Son ciertas? ¿Son afirmaciones de hechos, o son explicaciones de fe que dependen de un imaginario religioso concreto?
“La muerte de Cristo… restaura al ser humano a la comunión con Dios (nº 613),
“...pues el Padre entregó a su Hijo a los pecadores para reconciliarnos con él” (nº 614).
No estamos lidiando con afirmaciones de hechos o certezas. Los hechos relevantes asociados a esas afirmaciones tienen que ver más con por qué la gente hizo esas afirmaciones, que con las afirmaciones en sí mismas. Podemos afrontar esos hechos. Podemos preguntarnos cuál era -o quizá todavía es- la cosmovisión predominante; podemos leer y ver hasta qué punto esa cosmovisión todavía moldea el pensamiento. Podemos preguntarnos si compartimos la misma cosmovisión hoy en día. Éste es el campo de los hechos. Aquí tenemos evidencias que hay que considerar. Sin embargo, la autoridad de la iglesia insiste en que esta evidencia, estos datos sobre los que depende la argumentación, no influyen de ninguna manera en la afirmación doctrinal, aunque ésta se base en esos datos. En vez de eso, esas afirmaciones de fe son elevadas al nivel de afirmaciones de certeza fáctica, y a continuación se pasa a considerar que están más allá de cualquier cuestionamiento.
La práctica de pasar a considerar las afirmaciones de fe como afirmaciones sobre hechos fácticos y, por tanto, como no abiertas a la discusión, es actualmente un asunto muy importante en el cristianismo. Muchos cristianos están dejando de interpretar la vida y el mensaje de Jesús dentro del marco de la comprensión tradicional de una “caída” al principio de la historia humana. Las imágenes e ideas de ese esquema de pensamiento, al margen de cuán arraigado esté en el Catecismo, son totalmente irrelevantes para la comprensión actual del universo, del planeta y del desarrollo de la vida. Pero cuando tratan de articular la fe cristiana en un contexto conceptual contemporáneo, se topan con la suspicacia oficial y la insistencia en que no pueden cuestionar las conclusiones doctrinales construidas hace siglos. Estas conclusiones son consideradas hechos, petrificadas, no susceptibles de cambio alguno. 
En mi caso, el arzobispo católico de Melbourne me exigía que reescribiera El Católico del mañana, de acuerdo con un pensamiento aceptable para el arzobispo, puesto que era su responsabilidad certificar que yo era fiel a la ortodoxia de la enseñanza católica. Subrayó que esperaba que yo tuviera fe, y que en una reedición de mi libro dejara claro que la enseñanza oficial de la iglesia de la Trinidad se refiere a una realidad factual.
He aquí un claro ejemplo de explicación de fe usada como una aseveración sobre hechos.
La enseñanza de la iglesia sobre la Trinidad es reconocida con razón como un intento brillante de la mente humana para explicar la realidad de Dios dentro del contexto de la perspectiva religiosa de su tiempo. Pero insistir en que ello proporciona una evidencia incontrovertible de que Dios es realmente una Trinidad de Personas, es algo totalmente diferente, y una pretensión desmedida. También es contrario al principio teológico fundamental de que todo lenguaje humano o cualquier imagen de Dios pueden, como mucho, simplemente apuntar hacia una comprensión, pero que nunca deben de ser tomados como una descripción concreta de su objeto.
La fe y la comprensión cristiana de Dios como una Trinidad de Personas surgió a partir de la interpretación que las primeras comunidades cristianas elaboraron sobre la obra salvadora de Jesús. Sin embargo hoy tenemos que reconocer que la visión del mundo en la que se basaron hoy en día ya no nos resulta plausible a nosotros. El reto para los teólogos y para la oficialidad de las iglesias es hoy cómo convencer a las personas para que crean que Dios es una Trinidad, cuando la visión contemporánea que tienen del mundo es tan diferente de aquella que configuró aquellas definiciones doctrinales.
Si separamos nuestra comprensión de Jesús de la visión dualista y de una comprensión literal de la historia de Adán y Eva, ¿qué pasa con nuestra comprensión de Dios como Trinidad de Personas? Si pensamos que no va a pasar nada, o muy poco, abordemos el tema y empecemos a reflexionar sobre ello, puesto que no tenemos nada que perder y sí mucho que ganar separando nuestra fe de aquel dualismo. Si, por el contrario, pasara algo significativo, abordemos también el tema, porque la integridad intelectual y la fe auténtica nos exigen que elaboremos los cambios que pueden surgir de esta búsqueda.
Seamos claros: el problema aquí no es un intento ni teológico, ni espiritual, ni devocional para mostrar cómo el pensamiento trinitario puede enriquecer la comprensión cristiana de la comunión con la vida de Dios. Puede que haya beneficios maravillosos en pensar en Dios y en relacionarnos con Dios como una Trinidad de Personas, pero el tema aquí es que la autoridad eclesiástica insiste en reclamar que su lenguaje y su imaginario sobre el Dios Trinitario es algo fáctico, que son datos de hechos, que efectivamente así es Dios, y que Jesús de Nazaret es realmente la encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad.
En este punto, el cristianismo se encuentra en una encrucijada. Lo que en aquella época primitiva parecían razones válidas para pasar a considerar como datos fácticos unas concepciones concretas de la fe, hoy en día ya no son razones válidas. El cristianismo tiene que aceptar el reto de reelaborar su doctrina sobre la fe con razones que tengan sentido hoy en día. La fe se tiene que construir sobre lo razonable. Ése ha sido siempre un principio básico de la teología cristiana. A la mentalidad contemporánea no le ayuda insistir en el credo sólo porque es la tradición de la iglesia. No le ayuda tampoco citar al catecismo como si eso terminara toda discusión. La mente moderna pide razones para creer y exige que se siga un procedimiento que se haga respetar e inspire credibilidad. Es el caso cuando estamos ante una fe adulta.
A la pregunta “¿crees que Jesús es la encarnación de la Palabra Eterna pre-existente, la Segunda Persona de la Sagrada Trinidad?”, la respuesta de muchos adultos cristianos probablemente sea: “¿por qué tendría que seguir creyendo eso, si ya no puedo asumir la cosmovisión que dio origen a esa formulación?”. Esta respuesta les causará shock a muchas personas que se han casado con el lenguaje y el pensamiento tradicional de la fe. Les resulta inconcebible que un adulto cristiano pueda deliberadamente cuestionar un dogma de la fe cristiana. Así que seamos muy claros con lo siguiente:
1.       Son quienes insisten en la verdad de una proposición doctrinal los que tienen que demostrar por qué los cristianos deberían continuar creyéndola como un artículo de fe, desde una visión del mundo actualizada, libre de toda alusión a dualismos y a una interpretación literal de las Escrituras. 
2.       El hecho de que algunos cristianos expongan dudas y preguntas sobre las propuestas que desde hace mucho tiempo han sido consideradas esenciales para la fe cristiana, no debería significar que están “perdiendo la fe”, ni que tengan una fe errónea. Sus dudas forman parte del proceso normal del desarrollo de la fe adulta. Están tratando de basar su fe en un razonamiento sólido y en el saber contemporáneo. Tratan de personalizar su fe, más que de aceptar ciegamente unas enseñanzas impuestas. Los líderes de la iglesia tienen que ser capaces de acompañar a los cristianos en esta etapa del desarrollo de su fe, en lugar de reprimirlos.
Es un hecho que muchos cristianos han abandonado varios aspectos de la fe que antes sostenían. Sin embargo, siguen siendo cristianos. Algunos cristianos piensan que los ángeles, el purgatorio, el limbo, las indulgencias, las novenas, las oraciones a los santos, las visitas a las iglesias, etc., juegan un papel insignificante o nulo en su fe cristiana. Obviamente, es un gran salto pasar de estos temas, a si uno cree que Jesús es la encarnación de la Segunda Persona de la Sagrada Trinidad. Sin embargo, muchos cristianos están descubriendo nuevas riquezas en su religión conforme se adentran en nuevos conocimientos, nuevas ideas y nuevas formas de entender cómo Dios se nos revela. También están descubriendo que Jesús no tiene que ser radicalmente diferente del resto de la humanidad para que el corazón de su mensaje y la iluminación de Pentecostés puedan transformar y dar un mayor y más profundo significado a su vida.
Eso nos lleva al corazón del problema: ¿qué cambia y qué no cambia si dejamos de creer que Jesús es “Dios de una forma diferente a la nuestra”?
Dios sigue resultando totalmente trascendente y tremendamente inmanente. Dios sigue siendo, aún más, el mayor misterio, más allá de nuestros conceptos y más allá de nuestros intentos fallidos para darle forma con nuestro concepto de “persona”, y más allá de la imagen popular de la deidad masculina. Dios sigue siendo el Creador, Sostenedor, Espíritu de las Sorpresas, Amor, Vida, Verdad, Bien, Fuente de todo cuanto existe...
Dios sigue presente en toda la creación, y seguiremos creyendo que toda la creación en cierta forma expresa su presencia. Creeremos que, quizás aún más, Dios alcanza una maravillosa visibilidad en los seres humanos.
Una diferencia significativa será que ya no recurriremos a la historia de la creación del Génesis para contar nuestro relato fundacional, subyacente, básico, de la relación de los seres humanos con Dios. Contaremos otra historia que tenga la capacidad de inspirar una mayor admiración, maravilla y gratitud. Elaboremos un nuevo relato sobre la historia de un Dios que trabaja en y a través de lo que tiene para trabajar. Será una historia con capacidad de asombrar y deleitar, mientras rastreamos el viaje que han hecho los átomos de nuestros cuerpos, desde que estaban en las estrellas que explotaron hace miles de millones de años. Será una historia a gran escala, una historia que todas las personas en este planeta puedan apreciar y con la que se puedan identificar. Desearemos que nuestras respectivas iglesias cristianas acojan esta historia y cuenten el relato de Jesús dentro de ese marco.
Continuaremos considerando a Jesús de Nazaret central en nuestras vidas y en el significado que damos a nuestras vidas. Nos seguiremos reuniendo alrededor de este relato, porque de todos los relatos que tenemos, éste es el que nos ilumina y nos hace libres. Esta historia nos libera de imágenes, ideas y prácticas religiosas que nos atan al miedo, a la culpa y a la sensación de distancia con Dios, nos libera de la sensación de ser indignos, y de una situación de dependencia religiosa por la que necesitaríamos que otros nos conecten con lo sagrado. Esta historia, si la contamos bien, nos iluminará sobre el Amor, sobre la maravilla que es vivir en este Amor, y definirá el propósito de la vida en esta comprensión de la fe. Es una historia que nos autoafirmará y al mismo tiempo será un reto para vivir con una mayor generosidad, mayor cuidado y compasión, porque al hacerlo haremos evidente el Reinado de Dios entre nosotros.
Jesús seguirá siendo para nosotros los cristianos, aquel que revela de manera única cómo es Dios. Seguiremos creyendo y proclamando que esta persona encarna a Dios de la mejor forma que una persona humana puede hacerlo, pero no le daremos una “naturaleza divina” que los demás no poseemos. Cuestionaremos el pensamiento y la cosmovisión que hizo que ese paso pareciera necesario. Sin embargo, llenos de gozo, lo llamaremos “divino” y nuestro júbilo reflejará que creemos que el mismo Espíritu de Amor divino que actuó en él actúa en todos nosotros. 
Al mismo tiempo que nos regocijamos en el rol “salvador” de Jesús en nuestra vida, apreciaremos que Dios no está ni más interesado por los cristianos ni más presente en ellos que en otros grupos religiosos. Apreciaremos ahora mucho más claramente que Dios actúa en y a través de todas las culturas, siempre. Esta apreciación nos llevará a un mayor respeto hacia la sabiduría espiritual de otras tradiciones religiosas. Nos ayudará a ver más claramente y a nombrar la presencia de Dios en una revelación que está en evolución, en lugar de proteger, conservar e insistir rígidamente en la elaboración de la fe cristiana y sobre la "salvación" que se articuló en los siglos cuarto y quinto, como lo hemos hecho hasta ahora.
Seguiremos leyendo las Escrituras. Sin embargo, las leeremos pensando que reflejan y están inspiradas por el Espíritu de Dios que actúa en y a través de la cosmovisión cultural de cada tiempo. Estaremos más preocupados por buscar en las Escrituras lo que tenga una validez universal. Las leeremos con una mente que ve la manifestación del Espíritu de Dios en todas partes, no confinada en un único grupo religioso, y no dependiente de la presencia activa de Jesús de Nazaret.
Muchos cristianos podrán aceptar todo esto y vivir una vida cristiana plena. Sus vidas continuarán estando inspiradas y motivadas por la vida y las enseñanzas de Jesús. En otras palabras, cambiar la idea de que Jesús sea Dios de una forma distinta que la nuestra, no disminuye ni distorsiona la vida cristiana. En términos de espiritualidad personal, la vida cristiana podrá resultar grandemente fortalecida. Jesús no tiene que ser Dios de una forma distinta a la nuestra para que pueda continuar inspirando a hombres y mujeres a establecer el Reino de Dios entre nosotros.
Nosotros los cristianos hemos estado acostumbrados a pensar que el cristianismo se sostiene o se tambalea dependiendo de si Jesús es “verdadero Dios y verdadero hombre”, un ser humano con una “naturaleza” divina que otros seres humanos no poseen. Sin embargo, éste no es el tema más fundamental, en absoluto. El tema fundamental son las enseñanzas y la práctica que este hombre reveló a los hombres y mujeres de su tiempo, y ahora a los de nuestro tiempo, sobre la naturaleza y la presencia de Dios, y cómo podemos conectarnos con Dios. Jesús tomó una postura clara respecto a las actitudes básicas religiosas y preguntó a la gente si estaría con él o contra él: si se “convertían” y “serían salvados”, al conocer a un Dios amoroso que está presente en el amor humano, o si querían permanecer en el miedo y una sensación de lejanía de Dios.
Solamente cuando nos sumergimos en este punto fundamental, de que Jesús revela nuestra conexión con Dios, podemos lanzar la pregunta de si Jesús es Dios de una forma que no es la nuestra. Entonces podemos formular la pregunta: “¿Jesús necesita ser la única encarnación de Dios para “salvarnos”? Como ya vimos, los primeros pensadores cristianos, la tradición cristiana y los escritores del Catecismo de la Iglesia Católica pensaban que Jesús tenía que ser Dios debido a la cosmovisión religiosa de la época en la que elaboraron sus respuestas.
Sin embargo, hoy en día, nuestra comprensión de Jesús dentro del marco de una Nueva Visión (New Story), nos lleva a una respuesta diferente. Con Jesús clara y firmemente en el corazón de nuestra fe y nuestra espiritualidad, podemos creer que no necesita ser Dios para que nuestra fe tenga sentido y validez.
Este cambio en la percepción cristiana está muy extendido y no tiene ningún sentido tratar de suprimirlo o de negarlo. Mejor, tratemos, abramos el tema al público y que pueda ser comentado y debatido públicamente. Los únicos perdedores en esta discusión abierta serán quienes ciega y autoritariamente citan las doctrinas oficiales de la iglesia exigiendo que con ello se acabe toda discusión. Por supuesto, mucha gente se sentirá molesta, pero eso no tiene que ser una excusa para evadir el tema. Jesús molestó a mucha gente. Tuvo que ser muy consciente de que el proceso de conversión con frecuencia comienza perturbando ideas e imágenes que hemos tenido durante mucho tiempo.
Necesitamos dejar claro que la discusión inicial no debe de ser sobre la doctrina sobre cómo y por qué Jesús es “verdadero Dios”. Más bien se debería centrar en las enseñanzas y el testimonio de Jesús, y qué es lo que él nos revela a nosotros sobre Dios y nuestra conexión con Dios. Y esto se tiene que hacer dentro del contexto del conocimiento del siglo XXI sobre el universo y la vida en este planeta. Esto es de vital importancia, porque muchas veces los cristianos entran en discusión sobre Jesús con una mentalidad ya programada con el presupuesto de que "Jesús es Dios”. No, primero discutan sus enseñanzas y su testimonio, y sólo después pregunten: de lo que hemos articulado sobre sus enseñanzas, a la luz de una comprensión contemporánea del cosmos, ¿existen factores que nos lleven a concluir que ese Jesús es “verdadero Dios”? Si existen, compártanlos, y que sean formas contemporáneas de persuadir que lleven a la gente a aceptar esa conclusión. Esto sería seguramente de gran valor para el cristianismo tan necesitado de encontrar imágenes y un lenguaje contemporáneos para sus predicaciones sobre Jesús. Por otro lado, si los factores que llevan a la conclusión de que ese Jesús es “verdadero Dios” no aparecen, examinemos las consecuencias con honestidad y valor.
En el nivel de la espiritualidad personal y de una argumentación adulta de nuestra fe cristiana, esta discusión sería de mucha importancia. También lo sería para la iglesia institucional. Sin embargo, la resistencia institucional a esta discusión probablemente sea muy fuerte. Cualquier conclusión que pueda debilitar la idea de Jesús como “verdadero Dios”, cuestionaría mucho la autoridad de la iglesia. Las bases tradicionales sobre las que se apoya su poder y autoridad estarían amenazadas. El cristianismo tradicional proclama que fue fundado directamente por el Hijo de Dios. Reivindica que tiene un carácter único entre todas las religiones, precisamente por esta idea. Su autoridad y enseñanzas dependen en gran medida del supuesto teológico de que actúa como la voz de Dios en el mundo. La Iglesia Católica Romana no está sola en este reclamo. Incluso en algunos grupos religiosos cristianos menos estructurados algunas figuras de autoridad sostienen que hablan con una autoridad que les fue dada por Dios y que no puede ser cuestionada.
Si nos referimos a la Iglesia Católica Romana, como es nuestro caso, podemos ver sus enormes consecuencias. Ya no podría reclamar su exclusividad de ser la única religión verdadera. Ya no podría sostener que la entrada a la iglesia hace a la persona miembro de la “familia de Dios”. Ya no podría sostener que es voluntad de Dios que todas las personas se reúnan en la Iglesia Católica Romana antes del fin de la historia humana: “Para reunir a todos sus hijos, dispersos y extraviados por el pecado, el Padre quiere reunir a toda la humanidad en la Iglesia de su Hijo. La Iglesia es el lugar donde la humanidad debe redescubrir su unidad y su salvación. “Catecismo de la Iglesia Católica“, nº 845)
Sus líderes ya no podrían hablar con la voz de Dios en temas como el celibato obligatorio para los sacerdotes, o la ordenación de las mujeres al sacerdocio, y otros muchos temas.
Durante dos mil años el cristianismo ha construido su identidad sobre Jesús como “verdadero Dios y verdadero hombre”. De todos los temas que enfrentará la religión cristiana en este milenio, probablemente éste es el más central.
¿Estará preparado el cristianismo para ir más allá de las historias culturales regionales y de la cosmovisión religiosa limitada que dieron forma a su identidad, su razón de existir, y sus estructuras de poder? ¿Se incorporará el cristianismo a esta Nueva visión (New Sory) que es mucho más universal, y que incluye la posibilidad de que la humanidad abrace la realidad de un Espíritu Creador (con muchos nombres y comprensiones) en el que todos vivimos, nos movemos y existimos? ¿Será capaz el cristianismo de trabajar junto con el resto de la humanidad en la búsqueda de un lazo común en este Espíritu?
El cristianismo reivindica que es la única religión verdaderamente fundada directamente por Dios. Esta afirmación puede tener sentido dentro del estrecho marco en el cual el cristianismo ha interpretado tradicionalmente la actividad “salvadora” de Jesús, esto es, dentro de una comprensión literal de un relato de la creación propio de una cultura. Pero, globalmente, esa comprensión literal no tiene sentido para muchas culturas y está siendo abandonada por la gente que antes la creía. Además, esa pretensión ha impuesto severos límites a la comprensión que Jesús tenía acerca del Reinado de Dios en la tierra. Equivocadamente, se ha vuelto demasiado fácil identificar a la religión cristiana como el único signo válido y visible del “Reino” o “Reinado” de Dios en la tierra. 
En el sínodo de 1998 de la Iglesia Católica Romana, los obispos de Asia fueron abiertos y directos con el reto que tienen para volver central la figura de Jesús en la vida de las personas asiáticas, y para respetar al mismo tiempo las otras grandes religiones asiáticas. Los obispos pusieron sobre la mesa estas consideraciones para que la enseñanza de Jesús se pueda echar raíces en Asia:
-   Se necesita una presentación de Jesús menos teológica y más humana. La predicación sobre Jesús debe de estar libre del marco teológico que no es relevante para el pensamiento asiático sobre la vida y la trascendencia.
-   Se debe enfatizar los rasgos humanos de Jesús.
-   Se tiene que presentar a Jesús como el que entiende el sufrimiento de los débiles.
-   Se tiene que presentar a Jesús como la realización de las aspiraciones asiáticas expresadas en la mitología y el folklore de Asia.
-   El mensaje cristiano debe comenzar con lo que tiene en común con las otras religiones.
-   No sería prudente presentar a Jesús desde el principio como el único salvador; antes se debería de presentar como el ser humano perfecto.
-   La singularidad de Jesús, aunque teológicamente correcta, puede que no sea el mejor punto para empezar.
-   Para algunos, la expresión ”Cristo el único salvador” es “demasiado agresiva”.
-   Muchos asiáticos no ven a la iglesia como un signo de la presencia de Dios o como maestra de espiritualidad; no la ven como una iglesia que ora.
Si todas las ramas del cristianismo institucional siguieran el liderazgo de los obispos de Asia y dejaran de verse como los dispensadores, los guardianes y los controladores de la presencia de Dios en la acción del mundo, seguramente esto enviaría un mensaje significativo a la sociedad. Para las iglesias cristianas esto representaría el movimiento del Espíritu de Dios en nuestra época.
Sin embargo, sabemos que si esperamos a que las instituciones cambien y se adapten, nuestra espera será en vano. Aquí está la frustración y la desilusión experimentada por muchos cristianos hoy en día. Han ido evolucionando en su espiritualidad; tienen una visión de fe que abarca a toda la humanidad; piensan y actúan más allá de las limitaciones de la iglesia que les ha alimentado la fe... Sin embargo, ven que las instituciones religiosas se aferran sombríamente a unas afirmaciones, imágenes, lenguajes y prácticas del pasado. Muchos cristianos ahora confían menos en las formas institucionales religiosas, y más en su propia espiritualidad y sus intercambios con personas que comparten su camino espiritual en la afirmación, el crecimiento y los retos de su fe. Nos hemos llegado a preguntar si la religión institucionalizada tendrá un lugar en el futuro. Probablemente no lo tendrá si rehúsa adoptar los nuevos conocimientos y la nueva comprensión sobre el cosmos y nuestro lugar en él. Tendrá un lugar si vuelve a ser y a hacer lo que tiene que ser y hacer: una forma organizada de asegurar que el mensaje de Jesús de Nazaret sea relevante para las preguntas y los deseos de la gente en cualquier momento de la historia. Esto le ayuda a las personas, en su momento histórico, a vivir una espiritualidad cristiana dinámica que se comprometa con los cambios de pensamiento y con los nuevos conocimientos sobre nosotros, el mundo y la acción de Dios. 

Temas para dialogar
1.       ¿Qué razones en favor de la idea de Jesús como encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad te parecen persuasivas y convincentes?
2.       ¿Qué razones y hechos te llevan a cuestionar la creencia tradicional de que Jesús es «verdadero Dios» y «verdadero hombre»? 
3.       ¿Qué sería diferente para ti personalmente y para la forma en la que vives, si no creyeras que Jesús "era Dios de una forma que nosotros no somos”?

miércoles, 14 de marzo de 2018

VIVIMOS EN-SI-MISMADOS

Juan 12, 20-33
Empezaremos por situar este texto en su contexto: el evangelista sitúa la escena inmediatamente después de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, al estilo de los reyes y vencedores. La gente le aclama, pero él va montado en un asnillo.
Poco después, Juan nos presenta el lavatorio de los pies, ese gesto escandaloso que Jesús transformó en bienaventuranza: “Felices vosotros si practicáis estas cosas” (Juan 13, 17).
Tenemos dos polos bien distantes: la multitud que le aclama y Pedro que pone en cuestión el lavatorio de los pies, al verle de rodillas, con un delantal. Y en medio, el texto de hoy, en el que se intercalan varias frases que nos hacen perder el hilo conductor. Vamos a dejar a un lado esas frases para ir directamente al contenido.
Entre los que habían subido al templo de Jerusalén, en la fiesta de la Pascua, había algunos griegos que querían ver a Jesús. ¿Nos presenta el evangelista Juan un hecho histórico? Es poco probable. Ninguno de los tres evangelios sinópticos dice que los griegos se acercaran a Jesús o lo buscaran.
Sin embargo, muchos años después de la muerte de Jesús, cuando Juan escribió su evangelio, el cristianismo se estaba extendiendo por Grecia. En esa época sí había hombres y mujeres griegos muy interesados en la persona y el mensaje de Jesús.
“Queremos ver a Jesús” expresaría el deseo y la búsqueda de esas personas que se acercaron a las comunidades cristianas, tiempo después de la muerte y la resurrección.
Curiosamente, el evangelista nos dice que Andrés (hermano de Pedro) y Felipe son los que ayudaron a los griegos a acercarse a Jesús. Estos dos apóstoles se dedicaron a evangelizar el mundo griego. Por tanto, no es casualidad que el evangelio de Juan los cite a ellos y no a otros apóstoles.
Es un mensaje con rasgos de teofanía: el contenido fundamental del texto de hoy nos habla de glorificación, tanto del Hijo del hombre como del Padre, expresando la profunda unidad entre los dos. Para Jesús, el camino hacia esa glorificación es duro y expresa cómo se siente: su alma está agitada.
El texto recuerda bastante la escena del Tabor. Para sugerirnos la presencia del Misterio se utilizan categorías judías: un trueno o un ángel. Es decir, algo o alguien que está más allá de nuestro ámbito, de lo que podemos controlar o dominar. Algo que remite al firmamento, a la esfera de lo divino y de la naturaleza.
A diferencia del mensaje catequético del Tabor, no son tres varones privilegiados, sino todas las personas que rodean a Jesús, quienes están invitadas a experimentar la glorificación.
En los juicios, quien formulaba las acusaciones era el personaje central, el que cobraba mayor protagonismo. De la habilidad de este acusador dependía el resultado del juicio. El evangelio de hoy ofrece una clave teológica muy importante: el acusador (el príncipe del mal) va a ser expulsado. Las primeras comunidades ya no deben temer, la acusación es sustituida por la misericordia.
Como repite el evangelista, una y otra vez, acojamos la luz que nos permite ver esta diferencia, y vivir en consecuencia.
¿Cuál es el sentido de las frases que quedan intercaladas en el texto?
Una referencia a la experiencia diaria: Jesús, al predicar, ponía ejemplos de todo aquello que sus oyentes percibían con los cinco sentidos, de todo aquello que era significativo en su vida.
Hoy, nos presentan el ejemplo del grano de trigo que es fecundo solo después de caer en tierra y morir. Tras romperse y pudrirse, un solo grano se convierte en espiga que lleva en su interior la fecundidad de docenas de nuevos granos.
En otros textos de la Escritura se alude a esta “muerte” de todo lo que se sembraba, por ejemplo la parábola del sembrador (Marcos 4, 3-8.26-27) o este texto sobre la resurrección:
“¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo? ¡Necio! Lo que tú siembras no germina si no muere. …” (1ª Corintios 15, 35-36)
Tanto para los judíos como para los griegos era un escándalo que alguien muerto en una cruz pudiera dar fruto y ser exaltado, elevado a la gloria. O que la vida de los martirizados, a causa de su fe, diera fruto. Sin duda, la imagen del grano de trigo despertaría la esperanza, en medio de las duras persecuciones de aquellos tiempos.
Hoy, es bueno que recordemos tanto la fecundidad de las pequeñas muertes de cada día, (como recordaba san Francisco de Sales) como la fecundidad de quienes han muerto por vivir las bienaventuranzas o arriesgan cada día su vida.
Necesitamos traducir: El evangelista ha intercalado también esta frase: “El que se ama a sí mismo se pierde y el que se aborrece (odia) a sí mismo en este mundo conservará su vida en la vida eterna”
¡Qué explicaciones tan extrañas se han dado sobre este texto en las homilías! ¡Cómo han condicionado antaño algunos comportamientos patológicos en la vida religiosa!
Jesús utilizó muchas veces frases que hacían pensar, que ayudaban a romper los esquemas mentales de la gente de su tiempo y les facilitaban el abrirse a algo nuevo.
Pongamos un ejemplo actual: Si alguien se aferra a mantener costumbres antiguas, que ya no tienen sentido, alegando que “siempre se ha hecho así” les podemos preguntar: ¿por qué cuando enfermas acudes a los médicos y aceptas lo que la medicina moderna y la tecnología punta te ofrecen, en lugar de tomarte una pócima del tiempo de tus antepasados?
Hay frases, ejemplos y parábolas que nos ayudan a poner en cuestión nuestros esquemas mentales. En la primera lectura el profeta Jeremías nos dice que Dios escribirá la ley en nuestros corazones y entendemos que es una imagen. Aborrecerse a sí mismo es otra imagen, que va más allá de lo que dice el texto a primera vista.
¿Podemos amar a los demás sin amarnos a nosotros mismos? ¿Podemos cuidarles si nos aborrecemos? ¿Tenemos equilibrio sicológico cuando nos odiamos, o ese odio muestra alguna patología? ¿A dónde nos conduce la interpretación literal de esta frase, si no tenemos en cuenta las aportaciones de la historia de la sicología y de la espiritualidad? Esta frase merecería un estudio exegético ella sola.
Es arriesgado intentar traducirla con las claves de hoy, pero vamos a intentarlo: Cuando nos nutrimos de amor propio nos destruimos; cuando alimentamos nuestro ego y vivimos ensimismad@s (en- sí-mism@) perdemos la vida, porque el alimento del ego nos envenena, nos enferma y nos conduce a muchas formas de muerte. Por el contrario, en el seguimiento de Jesús, al de-vivirnos, al entregar la vida y perderla poco a poco, vamos recibiendo la plenitud de la Vida.
¿Quién es el príncipe de este mundo? En los juicios tenía mucha importancia la persona que formulaba las acusaciones. El evangelio de hoy ofrece una clave teológica muy importante para las primeras comunidades: el acusador (el príncipe del mal) va a ser expulsado. La acusación es sustituida por la misericordia.
Como veíamos en el evangelio del domingo pasado, ahora se trata de acoger la luz que nos permite ver esa diferencia, y vivir en consecuencia.

Marifé Ramos
http://www.mariferamos.com/

miércoles, 7 de marzo de 2018

LAS ESCRITURAS PATRIARCALES HABLAN DE LO FEMENINO

En sus líneas básicas hay que reconocer que la tradición espiritual judeocristiana se expresa predominantemente en código patriarcal. El Dios del Primer Testamento (AT) es vivido como el Dios de los Padres, Abraham, Isaac y Jacob, y no como el Dios de Sara, de Rebeca y de Miriam. En el Segundo Testamento (NT), Dios es Padre de un Hijo único que se encarnó en la virgen María, sobre la cual el Espíritu Santo estableció una morada definitiva, cosa a la que la teología nunca dio especial atención, porque significa la asunción de María por el Espíritu Santo y de esta forma la coloca en el lado de lo Divino. Por eso se profesa que es Madre de Dios. La Iglesia que se derivó de la herencia de Jesús está dirigida exclusivamente por hombres que detentan todos los medios de producción simbólica. La mujer durante siglos ha sido considerada como persona no-jurídica y hasta el día de hoy es excluida sistemáticamente de todas las decisiones del poder religioso. Una mujer puede ser madre de un sacerdote, de un obispo y hasta de un Papa, pero nunca podrá acceder a funciones sacerdotales. El hombre, en la figura de Jesús de Nazaret, fue divinizado, mientras la mujer se mantiene, según la teología común, como simple creatura, aunque en el caso de María haya sido Madre de Dios. A pesar de toda esta concentración masculina y patriarcal, hay un texto del Génesis verdaderamente revolucionario, pues afirma la igualdad de los sexos y su origen divino. Se trata del relato sacerdotal (Priestercodex, escrito hacia el siglo VI-V a.C.). Ahí el autor afirma de forma contundente: “Dios creó la humanidad (Adam, en hebreo, que significa los hijos e hijas de la Tierra, derivado de adamah: tierra fértil) a su imagen y semejanza; hombre y mujer los creó” (Gn 1,27). Como se deduce, aquí se afirma la igualdad fundamental de los sexos. Ambos anclan su origen en Dios mismo. Este solo puede ser conocido por la vía de la mujer y por la vía del hombre. Cualquier reducción de este equilibrio, distorsiona nuestro acceso a Dios y desnaturaliza nuestro conocimiento del ser humano, hombre y mujer. En el Segundo Testamento (NT) encontramos en San Pablo la formulación de la igual dignidad de los sexos: “no hay hombre ni mujer, pues todos son uno en Cristo Jesús” (Gl 3,28). En otro lugar dice claramente: “en Cristo no hay mujer sin hombre ni hombre sin mujer; como es verdad que la mujer procede del hombre, también es verdad que el hombre procede de la mujer y todo viene de Dios” (1Cor 11,12). Además de esto, la mujer no dejó de aparecer activamente en los textos fundadacionales. No podía ser diferente, pues siendo lo femenino estructural, siempre emerge de una u otra forma. Así en la historia de Israel surgieron mujeres políticamente activas como Miriam, Ester, Judit, Débora o antiheroínas como Dalila y Jezabel. Ana, Sara y Ruth serán siempre recordadas y honradas por el pueblo. Es inigualable el idilio, en un lenguaje altamente erótico, que rodea el amor entre el hombre y la mujer en el libro del Cantar de los Cantares. A partir del siglo tercero a.C. la teología judaica elaboró una reflexión sobre la graciosidad de la creación y la elección del pueblo en la figura femenina de la divina Sofía (Sabiduría; cf. todo el libro de la Sabiduría y los diez primeros capítulos del libro de los Proverbios). Lo expresó bien la conocida teóloga feminista E. S. Fiorenza, “la divina Sofía es el Dios de Israel con figura de diosa”(Los orígenes cristianos a partir de la mujer, São Paulo 1992, p. 167). Pero lo que penetró en el imaginario colectivo de la humanidad de forma devastadora fue el relato antifeminista de la creación de Eva (Gn 2, 21-25) y de la caída original (Gn 3,1-19). Literariamente el texto es tardío (en torno al año 1000 o 900 a.C). Según este relato la mujer es formada de la costilla de Adán que, al verla, exclama: “He aquí los huesos de mis huesos, la carne de mi carne; se llamará varona (ishá) porque fue sacada del varón (ish); por eso el varón dejará a su padre y a su madre para unirse a su varona, y los dos serán una sola carne” (Gn 2,23-25). El sentido originario buscaba mostrar la unidad hombre/mujer (ish-ishá) y fundamentar la monogamia. Sin embargo, esta comprensión, que en sí debería evitar la discriminación de la mujer, acabó por reforzarla. La anterioridad de Adán y la formación a partir de su costilla fue interpretada como superioridad masculina. El relato de la caída aún es más contundentemente antifeminista: “Vio, pues, la mujer que el fruto de aquel árbol era bueno para comer… tomó del fruto y lo comió; se lo dio también a su marido y comió; inmediatamente se les abrieron los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos” (Gn 3,6-7). El relato quiere mostrar etiológicamente que el mal está del lado de la humanidad y no de Dios, pero articula esa idea de tal forma que revela el antifeminismo de la cultura vigente en aquel tiempo. En el fondo interpreta a la mujer como sexo débil, por eso ella cayó y sedujo al hombre. De aquí la razón de su sumisión histórica, ahora teológicamente (ideológicamente) justificada: “estarás bajo el poder de tu marido y él te dominará” (Gn 3,16). Para la cultura patriarcal Eva será la gran seductora y la fuente del mal. En el próximo artículo veremos cómo esta narrativa machista deformó una anterior, feminista, para reforzar la supremacía del hombre. Jesús inaugura otro tipo de relación con la mujer, lo veremos también próximamente. Leonardo Boff Atrio

POR QUÉ HUYO TANTO DE MÍ MISMO COMO DE DIOS?

Jn 3, 14-21 Puede parecer una observación excesivamente pesimista, pero lo cierto es que las personas somos capaces de vivir largos años sin tener apenas idea de lo que está sucediendo en nosotros. Podemos seguir viviendo día tras día sin querer ver qué es lo que en verdad mueve nuestra vida y quién es el que dentro de nosotros toma realmente las decisiones. No es torpeza o falta de inteligencia. Lo que sucede es que, de manera más o menos consciente, intuimos que vernos con más luz nos obligaría a cambiar. Una y otra vez parecen cumplirse en nosotros aquellas palabras de Jesús: «El que obra el mal detesta la luz y la rehúye, porque tiene miedo a que su conducta quede al descubierto». Nos asusta vernos tal como somos. Nos sentimos mal cuando la luz penetra en nuestra vida. Preferimos seguir ciegos, alimentando día a día nuevos engaños e ilusiones. Lo más grave es que puede llegar un momento en el que, estando ciegos, creamos verlo todo con claridad y realismo. Qué fácil es entonces vivir sin conocerse a sí mismo ni preguntarse nunca: «¿Quién soy yo?». Creer ingenuamente que yo soy esa imagen superficial que tengo de mí mismo, fabricada de recuerdos, experiencias, miedos y deseos. Qué fácil también creer que la realidad es justamente tal como yo la veo, sin ser consciente de que el mundo exterior que yo veo es, en buena parte, reflejo del mundo interior que vivo y de los deseos e intereses que alimento. Qué fácil también acostumbrarnos a tratar no con personas reales, sino con la imagen o etiqueta que de ellas me he fabricado yo mismo. Aquel gran escritor que fue Hermann Hesse, en su pequeño libro Mi credo, lleno de sabiduría, escribía: «El hombre al que contemplo con temor, con esperanza, con codicia, con propósitos, con exigencias, no es un hombre, es solo un turbio reflejo de mi voluntad». Probablemente, a la hora de querer transformar nuestra vida orientando nuestros pasos por caminos más nobles, lo más decisivo no es el esfuerzo por cambiar. Lo primero es abrir los ojos. Preguntarme qué ando buscando en la vida. Ser más consciente de los intereses que mueven mi existencia. Descubrir el motivo último de mi vivir diario. Podemos tomarnos un tiempo para responder a esta pregunta: ¿por qué huyo tanto de mí mismo y de Dios? ¿Por qué, en definitiva, prefiero vivir engañado sin buscar la luz? Hemos de escuchar las palabras de Jesús: «Aquel que actúa conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se vea que todo lo que hace está inspirado por Dios». José Antonio Pagola

jueves, 1 de marzo de 2018

LA RELIGION Y EL DINERO

El conocido historiador de la cultura religiosa de la Antigüedad, el profesor Peter Brown, en su reciente y conocido estudio sobre la riqueza y la construcción del cristianismo en Occidente (Por el ojo de una aguja, Barcelona, Acantilado, 2016), ha estudiado detenidamente y a fondo cómo se produjo el asombroso enriquecimiento de la Iglesia primitiva en los años en los que se vivió más intensamente la transición de la Antigüedad a la Alta Edad Media. Concretando más –a juicio del citado Peter Brown– estamos hablando de los años que transcurrieron desde finales del siglo IV hasta comienzos del siglo VI. En aquel tiempo se produjo un fenómeno de unas consecuencias inimaginables. Por supuesto, la Iglesia dejó de ser “un ejército de desheredados”, como lo había sido en los siglos II y III (E. R. Dodds). Pero el paso decisivo consistió en que aquella Iglesia, que se enriquecía con notable rapidez, supo armonizar la riqueza económica con la espiritualidad. Es decir, desplazó el cristianismo desde el Evangelio hasta convertirlo en “mera religión” (cf. Max Horkheimer). Como indica el profesor Brown, quizá se pueda decir que así “los budistas y los cristianos tal vez hayan encontrado el modo de llegar a una solución común”. ¿Qué tipo de solución? Tanto los budistas como los cristianos sabían que quienes comían con el diablo de la riqueza necesitaban una cuchara larga. Sin embargo, quizá era precisamente la longitud de la cuchara lo que les daba una ventaja. El ideal de despego de las cosas mundanas dejó a la riqueza sin glamour, pero no la hizo desaparecer; de hecho, reforzó sutilmente la idea de que la riqueza tenía una razón de ser: estaba allí para usarla, para administrarla con eficacia y sensatez en beneficio de la Iglesia. Así, el “giro decisivo” –en la historia de la Iglesia– no se produjo en el s. XI, en los pontificados de León IX (1049-1054) y Gregorio VII (1073-1081) (Y. Congar), sino mucho antes. Ya, en el s. V, se produjo el “giro determinante”. Porque el cambio, que lo modificó todo, no tuvo su clave en el ejercicio del poder para el gobierno de la Iglesia. Ese cambio estuvo en el desplazamiento del Evangelio a la Religión. Es decir, cuando lo que define a un cristiano no es ya el “seguimiento” de Jesús, sino la “observancia” de lo sagrado (templo, sacerdotes, rituales…). Todo esto, como es lógico, representa tener un personal “profesionalizado”, unos edificios, centros de estudio bien cualificados. Todo esto, además, dotado de un “poder sagrado”, que conlleva y se traduce en una serie de poderes jurídicos, sociopolíticos, económicos, doctrinales, etc., que necesitan mucho dinero, mueven abundante riqueza y justifican manejar importantes capitales. Las consecuencias que todo esto ha motivado, legitima y justifica son bien conocidas. La más importante, de esas consecuencias, es que, si se aceptan estos cambios y se consideran intocables, la Iglesia no tiene más remedio que vivir, en cosas muy fundamentales, en contradicción con el Evangelio. Por supuesto, la Iglesia se esfuerza y trabaja incesantemente por estudiar, comprender y explicar el Evangelio. Pero no puede vivir en coherencia con él. Ni puede ser consecuente con lo que el Evangelio enseña. Concretamente, Jesús prohíbe a los apóstoles llevar dinero para anunciar el Evangelio (Mt 10, 9-10 par). Jesús estaba persuadido de que el dinero, no sólo no es necesario para hacer presente el Evangelio. Además de eso, si Jesús prohibió a los apóstoles llevar dinero, eso nos viene a decir que –a su juicio– el dinero es un impedimento para anunciar su mensaje. Por lo demás, en la sociedad de todos los tiempos y más aún en la cultura en que vivimos, tener y manejar dinero es un condicionante que lleva consigo estar de acuerdo con los poderosos y adinerados, con el gran capital y con los medios, instituciones y procedimientos que utilizan los ricos y acaudalados para mantener y acrecentar su riqueza. Si la Iglesia es una institución rica y prepotente, ¿cómo va a tener libertad para decir a los ricos y prepotentes lo que les tendría que decir? Y quede claro que aquí no vale el argumento de la caridad y la limosna, que la Iglesia practica en abundancia y con notable generosidad. Pero no olvidemos nunca que las desigualdades e injusticias, que tanto abundan, no se resuelven con limosnas, sino con la justicia y el derecho. Vivir “de limosna” es una de las cosas más humillantes que hay en la vida. Lo que necesitamos es un mundo más justo e igualitario. Por todo esto, por lo que estoy diciendo, ¿cómo nos va a sorprender o escandalizar el hecho de que la Iglesia se calle ante tantos escándalos de corrupción como los que estamos viendo y soportando? ¿Quién puede exigir a los demás lo que él mismo no practica? ¿Por qué el actual obispo de Roma, el papa Francisco, está teniendo las más fuertes resistencias, no de parte de las masas populares, de los pobres, de las gentes marginales, sino de los prepotentes de este mundo y, sobre todo, de una notable parte del clero y de la Curia Romana? Aceptemos, de una vez para siempre, que mientras la Iglesia no se ponga a vivir el Evangelio, de forma que todo el mundo lo vea y lo palpe, esta Iglesia nuestra tendrá buenas relaciones con los poderes públicos y con los más poderosos de este mundo, pero por eso mismo vivirá como una institución religiosa, que difícilmente podrá estar en este mundo, como lo que realmente tiene que ser, el “recuerdo peligroso” de Jesús. José M. Castillo

CON DIOS NO ES NECESARIO HACER PACTOS

Jn 2, 13-25 En las tres primeras lecturas de los domingos que llevamos de cuaresma, se nos ha hablado de pacto. Después de la alianza con Noe (Dom. 1) y con Abraham (Dom. 2), se nos narra hoy la tercera alianza, la del Sinaí. La alianza con Noe, fue la alianza cósmica del miedo. La de Abrahán fue la familiar de la promesa. La de Moisés fue la nacional de la Ley. ¿Cómo debemos entender hoy estos relatos? Noe, Abrahán y Moisés, son personajes legendarios. La historia “sagrada” que narra la vida y milagros de estos personajes empezó a escribirse hacia el s. VII antes de Cristo. Son míticas leyendas que no debemos entender al pie de la letra. Se trata de experiencias vitales que responden a las categorías religiosas de cada época. Hoy nadie, en su sano juicio, puede pensar que Dios le dio a Moisés unas tablas de piedra con los diez mandamientos. No fue Dios quien utilizó a Moisés para comunicar su Ley, sino Moisés el que utilizó a Dios para hacer cumplir unas normas que él elaboró sabiamente. Dios no hace pactos porque no puede ser “parte”. Una cosa es la experiencia de Dios que los hombres tienen según su nivel y otra muy distinta lo que Dios es. Jesús no habló del Dios de la “alianza eterna”. Dios actúa de una manera unilateral y desde el amor, no desde un "toma y da acá" con los hombres. Dios se da totalmente sin condiciones ni requisitos, porque el darse (el amor) es su esencia. En el Dios de Jesús no tienen cabida pactos ni alianzas. Lo único que espera de nosotros es que descubramos el don total de sí mismo. No se trata de purificar el templo sino de sustituir. El relato del Templo lo hemos entendido de una manera demasiado simplista. Una vez más la exégesis viene en nuestra ayuda para descubrir el significado profundo del relato. Como buen judío, Jesús desarro­lló su vida espiritual en torno al templo; pero su fidelidad a Dios le hizo comprender que lo que allí se cocía no era lo que Dios esperaba. Recordemos que cuando se escribió este evangelio, ni existía ya el templo ni la casta sacerdotal tenía ninguna influencia en el judaísmo. Pero el cristianismo se había convertido ya en una religión que imitó la manera de dar culto a Dios. Es casi seguro que, algo parecido a lo que nos cuentan sucedió realmente, porque el relato cumple perfecta­mente los criterios de historici­dad. Por una parte lo narran los cuatro evangelios. Por otra es algo que podía interpretarse por los primeros cristianos, (todos judíos) como desdoro de la persona de Jesús, no es fácil que nadie se lo pudiera inventar si no hubiera ocurrido y no hubiera estado en las primeras fuentes. Nos han dicho que lo que hizo Jesús en el templo fue purificarlo. Esto no tiene fundamento, puesto que, lo que estaban haciendo allí los vendedores era imprescindible para el desarrollo de la actividad del templo. Se vendían bueyes ovejas y palomas, que eran la base de los sacrifi­cios. Los animales vendidos estaban controlados por los sacerdotes; así se garantizaba que cumplían todos los requisitos de pureza legal. También eran imprescindibles los cambistas, porque al templo solo podía recibir dinero puro, es decir, acuñado por el templo. En la fiesta de Pascua, llegaban a Jerusalén israelitas de todo el mundo, a la hora de hacer la ofrenda no tenían más remedio que cambiar su dinero romano o griego por el del templo. Jesús quiso manifestar, con un acto profético, que aquella manera de dar culto a Dios no era la correcta. En esos días de fiesta podía haber en el atrio del templo 8000 personas. Es impensable que un solo hombre con unas cuerdas pudiera arrojar del templo a tanta gente. El templo tenía su propia guardia, que se encargaba de mantener el orden. Además, en una esquina del templo se levantaba la torre Antonia, con una guarnición romana. Los levantamientos contra Roma tenían lugar siempre durante las fiestas. Eran momentos de alerta máxima. Cualquier desorden hubiera sido sofocado en unos minutos. Las citas son la clave para interpretar el hecho. Para citar la Biblia se recordaba una frase y con ella se hacía alusión a todo el contexto. Los sinópticos citan a (Is 56,3-7) "mi casa será casa de oración para todos los pueblos; y a (Jer 7,8-11) "pero vosotros la habéis convertido en cueva de bandidos". Is hace referencia a los extranjeros y a los eunucos, excluidos del templo, y dice: “yo los traeré a mi monte santo y los alegraré en mi casa de oración. Sus sacrificios y holocaus­tos serán gratos sobre mi altar, porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos." Dice que en los tiempos mesiánicos, los eunucos y los extranjeros podrán dar culto a Dios. Ahora no podían pasar del patio de los gentiles. El texto de (Jer 7,8-11) dice así: "No podéis robar, matar, adulterar, jurar en falso, incensar a Baal, correr tras otros dioses y luego venir a presentaros ante mí, en este templo consagrado a mi nombre, diciendo: ‘Estamos seguros’ y seguir cometiendo los mismos crímenes. ¿Acaso tenéis este templo por una cueva de bandidos?” Los bandidos no son los que venden palomas y ovejas, sino los que hacen las ofrendas sin una actitud mínima de conversión. Son bandidos, no por ir a rezar, sino porque solo buscaban seguridad. Lo que Jesús critica es que, con los sacrificios, se intente comprar a Dios. Como los bandidos se esconden en las cuevas, seguros hasta que llegue la hora de volver a robar y matar. Juan cita un texto de (Zac 14,20) "En aquel día se leerá en los cascabeles de los caballos: "consagrado a Yahvé", y serán las ollas de la casa del Yahvé como copas de aspersión delante de mi altar; y toda olla de Jerusalén y de Judá estará consagrada a Yahvé y los que vengan a ofrecer comerán de ellas y en ellas cocerán; y ya no habrá comerciantes en la casa de Yahvé en aquel día". Esa inscripción "consagrado a Yahvé" la llevaban los cascabeles de las sandalias de los sacerdotes y las ollas donde se cocía la carne consagrada. Quiere decir que en los tiempos mesiánicos, no habrá distinción entre cosa sagrada y cosa profana. Los vendedores interpelados (los judíos) le exigen un prodigio que avale su misión. No reconocen a Jesús ningún derecho para actuar así. Ellos son los dueños y Jesús un rival que se ha entrometido. Ellos están acreditados por la institución misma, quieren saber quién le acredita a él. No les interesa la verdad de la denuncia, sino la legalidad de la situación, que les favorece. Pero Jesús les hace ver que sus credenciales han caducado. Las credenciales de Jesús serán: hacer presente la gloria de Dios a través de su amor. Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré. Aquí encontramos la razón por la que leemos el texto de Jn y no el de Mc. Esta alusión a su resurrección da sentido al texto en medio de la cuaresma. Le piden una señal y contesta haciendo alusión a su muerte. Su muerte hará de él el santuario definitivo. La razón para matarlo será que se ha convertido en un peligro para el templo. El fin de los tiempos, en Jn está ligado a la muerte de Jesús. Si dejásemos de creer en un Dios ‘que está en el cielo’, no le iríamos a buscar en la iglesia (edificio), donde nos encontramos tan a gusto. Si de verdad creyésemos en un Dios que está presente en todas y cada una de sus criaturas, trataríamos a todas con el mismo cuidado y cariño que si fuera él mismo. Nos seguimos refugiando en lo sagrado, porque pensando que hay realidades que no son sagradas. Una vez más el evangelio está sin estrenar. Meditación ¿He salido ya de un 'toma y da acá' en mis relaciones con Dios? ¿He descubierto que Él me lo ha dado todo y que yo tengo que hacer lo mismo? Mis relaciones con Dios tienen como base su amor total. Nada puedo pedir ni esperar de él que no me haya dado ya. Mi tarea consiste en tomar conciencia de ese don total. Mi vida responderá entonces a esa realidad. Fray Marcos