miércoles, 24 de octubre de 2018

ESTAMOS CIEGOS COMO BARTIMEO


Mc 10, 46-52
La curación del ciego Bartimeo está narrada por Marcos para urgir a las comunidades cristianas a salir de su ceguera y mediocridad. Solo así seguirán a Jesús por el camino del Evangelio. El relato es de una sorprendente actualidad para la Iglesia de nuestros días.
Bartimeo es «un mendigo ciego sentado al borde del camino». En su vida siempre es de noche. Ha oído hablar de Jesús, pero no conoce su rostro. No puede seguirlo. Está junto al camino por el que marcha Jesús, pero está fuera. ¿No es esta nuestra situación? ¿Cristianos ciegos sentados junto al camino, incapaces de seguir a Jesús?
Entre nosotros es de noche. Desconocemos a Jesús. Nos falta luz para seguir su camino. Ignoramos hacia dónde se encamina la Iglesia. No sabemos siquiera qué futuro queremos para ella. Instalados en una religión que no logra convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al Evangelio, pero fuera. ¿Qué podemos hacer?
A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está pasando cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que en Jesús está su salvación: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». Este grito repetido con fe va a desencadenar su curación.
Hoy se oyen en la Iglesia quejas y lamentos, críticas, protestas y mutuas descalificaciones. No se escucha la oración humilde y confiada del ciego. Se nos ha olvidado que solo Jesús puede salvar a esta Iglesia. No percibimos su presencia cercana. Solo creemos en nosotros.
El ciego no ve, pero sabe escuchar la voz de Jesús, que le llega a través de sus enviados: «¡Ánimo, levántate, que te llama!». Este es el clima que necesitamos crear en la Iglesia. Animarnos mutuamente a reaccionar. No seguir instalados en una religión convencional. Volver a Jesús, que nos está llamando. Este es el primer objetivo pastoral.
El ciego reacciona de forma admirable: suelta el manto que le impide levantarse, da un salto en medio de su oscuridad y se acerca a Jesús. De su corazón solo brota una petición: «Maestro, que recobre la vista». Si sus ojos se abren, todo cambiará. El relato concluye diciendo que el ciego recobró la vista y «le seguía por el camino».
Esta es la curación que necesitamos hoy los cristianos. El salto cualitativo que puede cambiar a la Iglesia. Si cambia nuestro modo de mirar a Jesús, si leemos su Evangelio con ojos nuevos, si captamos la originalidad de su mensaje y nos apasionamos con su proyecto de un mundo más humano, la fuerza de Jesús nos arrastrará. Nuestras comunidades conocerán la alegría de vivir siguiéndolo de cerca.

José Antonio Pagola

jueves, 18 de octubre de 2018

DEJAMOS DE SER CRISTIANOS EN LA MEDIDA EN QUE NOS APROVECHAMOS O DOMINAMOS AL OTRO

El Hijo de hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir. Ahora no son los jefes de los sacerdotes los que le quitan la vida, sino que es él el que la entrega libremente. Este cambio de perspectiva en muy importante para el sentido general. Al decir que da su vida, el texto griego no dice “zoe” ni “bios” sino “psyche”, que no significa exactamente vida, sino lo humano, lo psicológico, la persona. Dar su vida, no significaría morir, sino poner su humanidad al servicio de los demás mientras vive, sirviendo.
Hoy muy probablemente en la homilía se criticará a la Iglesia porque no sigue el evangelio huyendo de todo poder y sirviendo a todos. Los entes de razón no son sujetos de reacciones humanas. Jesús critica a la persona concreta que actúa desde el poder para oprimir a los demás. Somos las personas con nombre y apellidos las que seguimos actuando sin tener en cuenta el evangelio. En muy pocos siglos los cristianos volvieron a considerar correcto lo que Jesús había criticado tan duramente en los evangelios.
El evangelio nos dice, por activa y por pasiva, que el cristiano es un ser para los demás. Si no entendemos esto, no hemos comprendido el a b c del cristianismo. Pero este mensaje es también la x, porque es la incógnita más difícil de despejar, la realidad más camuflada bajo la ideología justificadora que siempre segrega toda religión institucionalizada. Somos cristianos en la medida que nos damos a los demás. Dejamos de serlo en la medida que nos aprovechamos o queremos dominarlos de cualquier forma para estar por encima de ellos.
Este principio básico del cristianismo no ha venido de ningún mundo galáctico. Ha llegado hasta nosotros gracias a un ser humano en todo semejante a nosotros. Lo descubrió en lo más hondo de su ser. Al comprender lo que Dios era en él, al percibirlo como don total, Jesús hizo el más profundo descubrimiento de su vida. Entendió que la grandeza del ser humano consiste en esa posibilidad que tiene de darse como Dios se da. Jesús descubrió que ese era el fin supremo del hombre, darse, entregarse totalmente, definiti­vamente.
En ese don total, encuentra el hombre su plena realización. Cuando descubre que la base de su ser es el mismo Dios, descubre la necesidad de superar el apego al falso yo. El ego es siempre falso porque es una creación mental, por eso necesita estar siempre afianzándose. Liberado del “ego”, se encuentra con la verdadera realidad que es. En ese momento, su ser se expande y se identifica con el Ser Absoluto. El ser humano se hace uno con Él. Esa es la meta, no hay más. Ni Dios puede añadir nada a ese ser, porque es ya una misma cosa en él.
Mientras no haga este descubrimiento, estaré en la dinámica del joven rico, de los dos hermanos y de los demás apóstoles: buscaré más riquezas, el puesto mejor y el dominio de los demás. Si acepto darme a todos por programa­ción, será a regañadientes y esperando una recompensa, aunque sea espiritual. Estoy buscando potenciar mi “ego”. Tampoco se trata de sufrir, de humillarse ante Dios o ante los demás, esperando que después, Dios me lo page con creces. La máxima gloria será vivir y desvivirse en beneficio de los demás.
Los evangelios están escritos desde una visión mítica. En el relato no se cuestiona que Jesús se sentará en su trono ni que habrá alguien a su derecha y a su izquierda, pero a renglón seguido nos dice que la gloria consiste en el servicio, en el amor manifestado. El amor es lo contrario al egoísmo y lleva consigo la desaparición del ego. Superado el individualismo, solo queda la unidad. Los honores y la gloria solo son posibles mientras persista el ego; una vez superado, todo es UNO. Ya no hay un sujeto que pueda recibir gloria ni otro que la da.
El objetivo último de Jesús fue entregarse, deshacerse en beneficio de los demás. Así, llegó a su plenitud como ser humano. Su consumación fue idéntica realidad a su consumición en favor de los demás. No tiene ningún sentido que lo hiciera esperando una recompensa de gloria o reino. La superación del yo y la identificación con Dios es el Reino y su máxima gloria. No hay, no puede haber más. Ya no hay un Dios que glorifique ni un Jesús glorificado. Cuando dijo: yo y el Padre somos uno, manifestó que había llegado hasta el final.

Meditación
Opresión, tiranía, sometimiento, esclavitud, servidumbre.
Entre vosotros nada de eso, dice Jesús.
Pero todo eso lo encontramos en cada uno de nosotros.
La larga lucha que tuvo Jesús con sus discípulos
es la misma que tenemos que llevar a cabo
cada uno de nosotros contra nuestro falso yo.

Fray Marcos

EL QUE QUIERA SER GRANDE QUE SE HAGA SERVIDOR


Mc 10, 35-45
Mientras suben a Jerusalén, Jesús va anunciando a sus discípulos el destino doloroso que le espera en la capital. Los discípulos no le entienden. Andan disputando entre ellos por los primeros puestos. Santiago y Juan, discípulos de primera hora, se acercan a él para pedirle directamente sentarse un día «el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».
A Jesús se le ve desalentado: «No sabéis lo que pedís». Nadie en el grupo parece entender que seguirlo de cerca colaborando en su proyecto siempre será un camino no de poder y grandezas, sino de sacrificio y cruz.
Mientras tanto, al enterarse del atrevimiento de Santiago y Juan, los otros diez se indignan. El grupo está más agitado que nunca. La ambición los está dividiendo. Jesús los reúne a todos para dejar claro su pensamiento.
Antes que nada les expone lo que sucede en los pueblos del Imperio romano. Todos conocen los abusos de Antipas y las familias herodianas en Galilea. Jesús lo resume así: los que son reconocidos como jefes utilizan su poder para «tiranizar» a los pueblos, y los grandes no hacen sino «oprimir» a sus súbditos. Jesús no puede ser más tajante: «Vosotros, nada de eso».
No quiere ver entre los suyos nada parecido: «El que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros que sea esclavo de todos». En su comunidad no habrá lugar para el poder que oprime, solo para el servicio que ayuda. Jesús no quiere jefes sentados a su derecha e izquierda, sino servidores como él que dan su vida por los demás.
Jesús deja las cosas claras. Su Iglesia no se construye desde la imposición de los de arriba, sino desde el servicio de los que se colocan abajo. No cabe en ella jerarquía alguna en clave de honor o dominación. Tampoco métodos y estrategias de poder. Es el servicio el que construye la Iglesia de Jesús.
Jesús da tanta importancia a lo que está diciendo que se pone a sí mismo como ejemplo, pues no ha venido al mundo para exigir que le sirvan, sino «para servir y dar su vida en rescate por todos». Jesús no enseña a nadie a triunfar en la Iglesia, sino a servir al proyecto del reino de Dios desviviéndonos por los más débiles y necesitados.
La enseñanza de Jesús no es solo para los dirigentes. Desde tareas y responsabilidades diferentes hemos de comprometernos todos a vivir con más entrega al servicio de su proyecto. No necesitamos en la Iglesia imitadores de Santiago y Juan, sino seguidores fieles de Jesús. Los que quieran ser importantes que se pongan a trabajar y colaborar.

José Antonio Pagola

jueves, 11 de octubre de 2018

CON JESÚS EN MEDIO DE LA CRISIS

Mc 10, 17-30
Antes de que se ponga en camino, un desconocido se acerca a Jesús corriendo. Al parecer tiene prisa para resolver su problema: «¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?». No le preocupan los problemas de esta vida. Es rico. Todo lo tienen resuelto.
Jesús lo pone ante la Ley de Moisés. Curiosamente, no le recuerda los diez mandamientos, sino solo los que prohíben actuar contra el prójimo. El joven es un hombre bueno, observante fiel de la religión judía: «Todo eso lo he cumplido desde joven».
Jesús se le queda mirando con cariño. Es admirable la vida de una persona que no ha hecho daño a nadie. Jesús lo quiere atraer ahora para que colabore con él en su proyecto de hacer un mundo más humano, y le hace una propuesta sorprendente: «Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, dale el dinero a los pobres… y luego ven y sígueme».
El rico posee muchas cosas, pero le falta lo único que permite seguir a Jesús de verdad. Es bueno, pero vive apegado a su dinero. Jesús le pide que renuncie a su riqueza y la ponga al servicio de los pobres. Solo compartiendo lo suyo con los necesitados podrá seguir a Jesús colaborando en su proyecto.
El hombre se siente incapaz. Necesita bienestar. No tiene fuerzas para vivir sin su riqueza. Su dinero está por encima de todo. Renuncia a seguir a Jesús. Había venido corriendo entusiasmado hacia él. Ahora se aleja triste. No conocerá nunca la alegría de colaborar con Jesús.
La crisis económica nos está invitando a los seguidores de Jesús a dar pasos hacia una vida más sobria, para compartir con los necesitados lo que tenemos y sencillamente no necesitamos para vivir con dignidad. Hemos de hacernos preguntas muy concretas si queremos seguir a Jesús en estos momentos.
Lo primero es revisar nuestra relación con el dinero: ¿qué hacer con nuestro dinero? ¿Para qué ahorrar? ¿En qué invertir? ¿Con quiénes compartir lo que no necesitamos? Luego revisar nuestro consumo para hacerlo más responsable y menos compulsivo y superfluo: ¿qué compramos? ¿Dónde compramos? ¿Para qué compramos? ¿A quiénes podemos ayudar a comprar lo que necesitan?
Son preguntas que hemos de hacernos en el fondo de nuestra conciencia y también en nuestras familias, comunidades cristianas e instituciones de Iglesia. No haremos gestos heroicos, pero, si damos pequeños pasos en esta dirección, conoceremos la alegría de seguir a Jesús contribuyendo a hacer la crisis de algunos un poco más humana y llevadera. Si no es así, nos sentiremos buenos cristianos, pero a nuestra religión le faltará alegría.

José Antonio Pagola

viernes, 5 de octubre de 2018

EL DIVORCIO AYER Y HOY


En mi comentario, desarrollaré el siguiente esquema:
Ayer: El divorcio en el siglo I en la cultura mediterránea y la alternativa de Jesús de Nazaret.
Hoy: El divorcio en el siglo XXI en la cultura occidental y la propuesta de la “Amoris Laetitia”.
Conclusión: El amor gratuito y servicial; meta y camino antidivorcio.
¿Desde dónde escribo? Soy creyente laica. Vivo en matrimonio desde hace 43 años. He dedicado muchas horas de mi vida profesional a terapia de pareja. Colaboro en los “Cursos para Novios” desde hace diez años. Seguí con mucho interés los preparativos y desarrollo de los dos Sínodos de los obispos sobre la familia en la comunidad eclesial y en el mundo y doy gracias a Dios por la Exhortación Apostólica “Amoris Laetitia” del papa Francisco sobre el amor en la familia.
En el Evangelio de hoy, Marcos nos presenta a los fariseos haciendo a Jesús una pregunta difícil para ponerle a prueba. Es una pregunta sobre el divorcio. Si los fariseos hacen a Jesús esta pregunta-trampa es porque el divorcio era ya problemático en ese momento. El divorcio es muy problemático porque es muy importante para la persona. Preocupaba a la sociedad judía de entonces y nos sigue ocupando a nosotros ahora. El divorcio, como ruptura de una pareja humana, que se han unido por un amor que creían duradero y exclusivo, que se comprometieron con un proyecto vital común y descubren un día que la vida en pareja no es lo que soñaron, que la convivencia ha perdido sentido y se ha vuelto imposible, es un fracaso que acarrea muchos problemas. El divorcio ha sido y es un fracaso, un fallo, una herida en la evolución personal y de la pareja.
La pregunta de los fariseos a Jesús es sobre el derecho del varón al divorcio (Deut, 24). Solo el varón tendría ese derecho. En tiempos de Jesús el supuesto del que se parte es la desigualdad, a favor del varón, entre hombre y mujer. La mujer es propiedad del varón y tiene que estar sometida y dependiente del marido como de soltera lo estaba del padre. Contra esa desigualdad responde Jesús: “Al principio de la creación Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó” (Gén 1, 27), y serán una sola carne (Gé, 2, 24). De modo que el hombre no debe separar lo que Dios ha unido”. Y luego “en casa” a los discípulos les matiza la respuesta dada a los fariseos “si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro comete adulterio”. Así Jesús defiende la igualdad de derechos y deberes en el hombre y en la mujer. La desigualdad es antievangélica.
Hoy, la igualdad entre el hombre y la mujer es un derecho y la libertad y la autonomía son valores irrenunciables de la persona con independencia del género. Hoy, ni la sumisión ni la resignación son coherentes con estos valores ni con nuestra cultura. De ahí la crisis del modelo tradicional de matrimonio. Este cambio antropológico-cultural exige la renovación de dicho modelo. Veamos cómo y en qué dirección.
Plan originario: El Señor Dios se dijo: “No está bien que el hombre esté solo, voy a hacerle alguien como él que le ayude” (Gén 2, 18). Dios crea al hombre y la mujer y ve que es bueno (Gén 1, 31). Ser hombre y mujer iguales pero diferentes es bueno. La unión en una sola persona (proyecto común) es bueno. La ayuda mutua y el amor contra la soledad es bueno. Desde estos orígenes el matrimonio cristiano se concibe como comunidad de vida y amor. Unión por amor entre dos personas iguales en dignidad, derechos y deberes. La finalidad es la ayuda muta, una comunidad de vida y de amor para que los hombres sean felices y colaboradores libres y responsables en la transmisión de la vida humana. Además para el cristiano el amor matrimonial es encarnación y manifestación del Dios a los hombres. El matrimonio es sacramento del amor de Dios. Dios ha creado al hombre y a la mujer para que para la felicidad. Todo lo demás es “dureza de corazón”. Y lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre ni la mujer (Deut 24). Igualdad de derechos y deberes en la pareja.
En el matrimonio el amor es origen, meta y camino. El ideal deseado y deseable es que este amor sea estable, duradero y exclusivo, solo a ti y para siempre. Es el ideal, el anhelo, al que la pareja humana tiende. A ese ideal se llega, o al menos te acercas, a través de un proceso coextensivo con la vida. La meta está clara pero el camino no es fácil, tiene dificultades y desafíos. Y para esa carrera hay que prepararse y usar todos los recursos disponibles que faciliten la tarea. El amor y la convivencia hay que “trabajarlos”. No se regalan.
El matrimonio es un banco de prueba de la madurez personal y del amor gratuito y servicial, propio y específico de la naturaleza humana. Por eso, a más madurez en esta variable, más felicidad. Y si este ideal no se alcanza o fracasa el amor, hay que buscar alternativas para que la persona sobreviva al fracaso y siga siendo humanamente plena y feliz. Todos tenemos derecho a una segunda oportunidad.
En la Exhortación Apostólica “Amoris Laetitia” del Papa Francisco se aborda el amor en familia en la sociedad actual y se proponen medidas de prevención y tratamiento para los desafíos que hoy tiene que afrontar el matrimonio cristiano. Entre ellas destaco:
Preparación al matrimonio: Curso prematrimonial. Más vale prevenir que curar. La mayoría de matrimonios son nulos de origen porque no saben lo que hacen. Falta de conocimiento y madurez. Catecumenado permanente.
Acompañamiento pastoral en las primeras etapas y en momentos de dificultad: La madurez y la felicidad son un proceso de realización personal y de pareja coextensivos con la vida en matrimonio.
Revisión de la Pastoral de divorciados vueltos a casar: Discernimiento acompañado. No bastan los principios universales. Necesidad de personalizar el hecho del fracaso en el amor matrimonial y búsqueda guiada de una alternativa exitosa.
Atención a la fragilidad (vulnerabilidad) humana. Llevamos un tesoro en vasijas de barro: el ideal está claro, el conseguirlo es problemático. Ante la posibilidad de fracaso, aplicación del Principio Misericordia.
Para cerrar: Es frecuente elegir como lectura en la celebración del sacramento del matrimonio el texto de 1 Cor, 13. Es una intuición genial porque es un texto “sapiencial”. Es el mejor resumen de cómo debería ser el amor en el matrimonio a base de: Generosidad, comprensión y fidelidad. Presenta el amor gratuito y servicial como meta y camino de la felicidad humana en el matrimonio.

África de la Cruz Tomé

JESÚS Y EL PATRIARCADO


Mc 10, 2-16
Los fariseos plantean a Jesús una pregunta para ponerlo a prueba. Esta vez no es una cuestión sin importancia, sino un hecho que hace sufrir mucho a las mujeres de Galilea y es motivo de vivas discusiones entre los seguidores de diversas escuelas rabínicas: «¿Le es lícito al marido separarse de su mujer?».
No se trata del divorcio moderno que conocemos hoy, sino de la situación en que vivía la mujer judía dentro del matrimonio, controlado absolutamente por el varón. Según la Ley de Moisés, el marido podía romper el contrato matrimonial y expulsar de casa a su esposa. La mujer, por el contrario, sometida en todo al varón, no podía hacer lo mismo.
La respuesta de Jesús sorprende a todos. No entra en las discusiones de los rabinos. Invita a descubrir el proyecto original de Dios, que está por encima de leyes y normas. Esta ley «machista», en concreto, se ha impuesto en el pueblo judío por la dureza del corazón de los varones, que controlan a las mujeres y las someten a su voluntad.
Jesús ahonda en el misterio original del ser humano. Dios «los creó varón y mujer». Los dos han sido creados en igualdad. Dios no ha creado al varón con poder sobre la mujer. No ha creado a la mujer sometida al varón. Entre varones y mujeres no ha de haber dominación por parte de nadie.
Desde esta estructura original del ser humano, Jesús ofrece una visión del matrimonio que va más allá de todo lo establecido por la Ley. Mujeres y varones se unirán para «ser una sola carne» e iniciar una vida compartida en la mutua entrega, sin imposición ni sumisión.
Este proyecto matrimonial es para Jesús la suprema expresión del amor humano. El varón no tiene derecho alguno a controlar a la mujer como si fuera su dueño. La mujer no ha de aceptar vivir sometida al varón. Es Dios mismo quien los atrae a vivir unidos por un amor libre y gratuito. Jesús concluye de manera rotunda: «Lo que Dios unió que no lo separe el hombre».
Con esta posición, Jesús está destruyendo de raíz el fundamento del patriarcado bajo todas sus formas de control, sometimiento e imposición del varón sobre la mujer. No solo en el matrimonio, sino en cualquier institución civil o religiosa.
Hemos de escuchar el mensaje de Jesús. No es posible abrir caminos al reino de Dios y su justicia sin luchar activamente contra el patriarcado. ¿Cuándo reaccionaremos en la Iglesia con energía evangélica contra tanto abuso, violencia y agresión del varón sobre la mujer? ¿Cuándo defenderemos a la mujer de la «dureza de corazón» de los varones?

José Antonio Pagola