miércoles, 26 de diciembre de 2018

EL EVANGELIO NO SACRALIZA NINGÚN MODELO DE FAMILIA

Lc 2, 41-52
Solo si conocemos lo que era la familia en tiempo de Jesús, estaremos en condiciones de comprender lo que nos dice el evangelio. En aquel tiempo no existía la familia nuclear, formada por el padre, la madre y los hijos. En su lugar encontramos el clan o familia patriarcal. El control absoluto pertenecía al varón más anciano. Todos los demás miembros: hijos, hermanos, tíos, primos, esclavos formaban una unidad sociológica. Este modelo ha persistido en toda el área mediterránea durante milenios. Cuando un varón se casaba, la esposa entraba a formar parte de su familia, olvidándose de la suya propia.
Todos los miembros de la familia, formaban una unidad de producción y de consumo. Pero la riqueza básica del clan era el honor. Sus miembros estaban obligados a mantenerlo por encima de todo. No era solo una cuestión social sino también económica. Las relaciones económicas eran inconcebibles al margen de la honorabilidad y el prestigio. Era vital para el clan que ningún miembro se desmandara y malograra el bienestar de toda la familia. Esto no quiere decir que no tuvieran los esposos relaciones especiales entre ellos y con los hijos. Incluso podían tener su casa propia, pero nunca gozaban de independencia.
Esta perspectiva nos permite comprender mejor algunos episodios de los evangelios. El que acabamos de leer es un ejemplo. Desde la idea de una familia formada por José, María y Jesús, es incomprensible que se volvieran de Jerusalén sin darse cuenta de que faltaba Jesús. Si todo el clan (treinta – cincuenta personas) sube a Jerusalén, como familia, los varones estarían juntos, las mujeres también y los jóvenes andarían por su lado, sin preocuparse demasiado los unos de los otros, porque la seguridad la daba el grupo.
Otros pasajes que se explican mejor desde esta perspectiva: (Mc 3, 20-21) “Al enterarse ‘los suyos’ se pusieron en camino para echarle mano, pues decían que había perdido el juicio”. Lo que pretendía su familia era evitar una catástrofe para él y para todo el clan. El tiempo les dio la razón. Más adelante (Mc 3, 31-34): “Una mujer dice a Jesús: tu madre y tus hermanos están fuera. Él contestó: Y ¿quiénes son mi madre y mis hermanos? Se nos está diciendo que para llevar a cabo su obra, Jesús tuvo que romper con su clan, lo cual no supone para nada que rompiera con sus padres. Este episodio lo recoge también Mt y Lc.
Hay otro aspecto que también se explica mejor desde este contexto. La costumbre de casarse muy jóvenes (las mujeres a los 12 -13 años y los hombres a los 13-14). Era vital adelantar la boda, porque la media de edad era unos treinta y tantos años y a los cuarenta eran ya ancianos. En el ambiente que tenían que vivir, no era tan grave la inexperiencia de los recién casados, porque seguían bajo la tutela y seguridad que daba el clan. También la responsabilidad de criar y educar a los hijos era tarea colectiva, sobre todo de las mujeres.
Jesús no se sometió a ese control porque le hubiera impedido desarrollar su misión. Fijaos el ridículo que hacemos cuando en nombre de Jesús, predicamos una obediencia ciega, es decir, irracional, a personas o instituciones. Cuando creemos que el signo de una gran espiritualidad es someter la voluntad a otra persona, dejamos de ser nosotros mismos. La explicación que acabo de dar, pretende armonizar la responsabilidad de Jesús con su misión y el cariño entrañable que tuvo que sentir, sobre todo, por su madre.
El relato evangélico que acabamos de leer, está escrito ochenta años después de los hechos; por lo tanto no tiene garantías de historicidad. Sin embargo, es muy rico en enseñanzas teológicas. No hay nada de sobrenatural, ni de extraordinario, en lo narrado. Se trata de un episodio que revela un Jesús que empieza a tomar contacto con la realidad desde su propia perspectiva. Justo a los doce años se empezaban a considerar personas, a tomar sus propias decisiones y a ser responsables de sus propios actos.
Sentado en medio de los doctores. Los doctores no tienen ningún inconveniente en admitirle en el “foro de debate”. Tiene ya su propio criterio y lo manifiesta. Lc prepara lo que va a significar la vida pública, adelantando una postura que no es de niño sino de persona autónoma. Sus padres no lo comprendían. La verdad es que fue, para todos los que le conocieron, incomprensible la calidad humana del que se llamaría ‘hijo de hombre’. Siguió bajo su autoridad, pero ya ha dejado claro que su misión va más allá de los intereses del clan. La última referencia es un aldabonazo al empeño en hacerle Dios antes de tiempo. Dice el texto: Jesús crecía en estatura en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres.
Debemos buscar la ejemplaridad de la familia de Nazaret donde realmente está, huyendo de toda idealización, que lo único que consigue es meternos en un ambiente irreal que no conduce a ninguna parte. Lo importante no es la clase de institución familiar en que vivimos, sino los valores humanos que desarrollamos. Jesús predicó lo que vivió. Si predicó la entrega, el servicio, la solicitud por el otro, quiere decir que primero lo vivió. El marco familiar es el primer campo de entrenamiento para todo ser humano. El ser humano nace como proyecto, que tiene que desarrollarse a lo largo de la vida, con la ayuda de los demás.
Debemos tener mucho cuidado de no sacralizar ninguna institución. Las instituciones son instrumentos que tienen que estar siempre al servicio de la persona humana. Ella es el valor supremo. Las instituciones ni son santas ni sagradas. Con demasiada frecuencia se abusa de las instituciones para conseguir fines ajenos al bien del hombre. Entonces tenemos la obligación de defendernos de ellas. No son las instituciones las culpables sino algunos seres humanos que se aprovechan de ellas para conseguir sus propios intereses a costa de los demás. No se trata de echar por la borda una institución por el hecho de que me exija esfuerzo. Todo lo que me ayude a crecer en mi verdadero ser me exigirá esfuerzo. Pero nunca puedo permitir que la institución me exija nada que me deteriore como ser humano.    
La familia sigue siendo hoy el marco privilegiado para el desarrollo de la persona humana, pero no solo durante los años de la niñez o juventud, sino durante todas las etapas de nuestra vida. El ser humano solo puede crecer en humanidad a través de sus relaciones con los demás. La familia es el marco insustituible para esas relaciones profundamente humanas. Sea como hijo, como hermano, como pareja, como padre o madre, como abuelo. En cada una de esas situaciones, la calidad de la relación nos irá acercando a la plenitud humana. Los lazos de sangre o de amor natural debían ser puntos de apoyo para aprender a salir de nosotros mismos e ir a los demás con nuestra capacidad de entrega y servicio.
En ninguna parte del NT se propone un modelo de familia, sencillamente porque no se cuestiona el existente en aquel tiempo. Proponer un único modelo de familia, como cristiano, es pura ideología. Si dos hermanos viven con uno de los padres forman una familia, cuando muere el padre, ¿dejan de ser una familia? y si son dos personas que se quieren y deciden vivir juntos, ¿no son una familia? Jesús no defendió instituciones, sino a las personas que la forman. En cualquier modelo de familia lo importante es el amor, que Jesús predicó y que debemos desarrollar en cualquier circunstancia que la vida nos plantee.

Meditación
Piensa: ¿Qué sería yo sin los demás?
Nada, absolutamente nada, ni siquiera mi existencia sería posible.
Si los que te rodean han hecho posible que tú seas,
¿es mucho pedir, que tú ayudes a los demás a ser?
Deja que todos encuentren en ti un apoyo para seguir viviendo;
es la única manera de vivir tú humanamente.

Fray Marcos

jueves, 20 de diciembre de 2018

JESÚS HIZO PRESENTE A DIOS EN SU VIDA, POR ESO ES HIJO

Lc 1, 39-45
Durante el Tiempo de Navidad, vamos a leer una y otra vez lo que se llama “el evangelio de la infancia”. Esos textos no podemos tomarlos como si fueran crónicas de sucesos. Son teología narrativa. Que el texto se ajuste más o menos a los hechos, que sea totalmente inventado o que tenga como fundamento mitos ancestrales, no tiene importancia ninguna. Lo importante es descubrir el mensaje que el autor ha querido transmitir. Si fueran noticias de un suceso, nos daríamos por enterados y punto. Si son teología, nos obliga a desentrañar la verdad que sigue siendo válida. Es uno de los textos más denso y más profundo de Lc.
Hemos leído los textos desde una perspectiva equivocada. Ni María sabía que había engendrado al “Hijo de Dios” ni Isabel que llevaba en su seno al Precursor. No tiene ninguna verosimilitud que noventa años después del suceso, alguien se acuerde de una visita a una prima, mucho menos que recuerde las palabras que se dijeron. No digamos nada si imaginamos a María, arrancándose con el magníficat, recitado palabra por palabra. No, el relato nos está trasmitiendo lo que pensaban los cristianos de finales del siglo primero.
En el texto. Todo son símbolos. La primera palabra en griego es ‘anastasa’, que significa levantarse, resurgir, y que se ha pasado por alto en la traducción oficial. Es el verbo que emplea el mismo Lc para indicar la resurrección. Significa que María resucita a una nueva vida, y sube a la “montaña”, el ámbito de lo divino. Una madre da la vida al hijo. En este caso es el Hijo el que da vida a la madre. Inmediatamente, la madre lleva al que le ha dado esa vida, a los demás, es decir da a luz al Hijo. Eckhart decía con gran atrevimiento: todos estamos preñados de Dios y la principal tarea de todo cristiano es darle a luz.
La visita de María a su prima simboliza la visita de Dios a Israel. La subida de Galilea a Judá nos está adelantando la trayectoria de la vida pública de Jesús. También el Arca de la alianza recorrió el mismo camino por orden de David. Lo sublime, María y Jesús, se digna visitar a lo pequeño, Isabel. El Emmanuel se manifiesta en el signo más sencillo, una visita. El AT y el nuevo se encuentran y se aceptan. Todo acontece fuera del marco de la religiosidad oficial. Desde ahora, a Dios lo debemos encontrar en lo cotidiano, donde se desarrolla la vida. Jesús, ya desde el vientre de su madre, empieza su misión, llevar a otros la salvación y la alegría.
La escena quiere decir que la verdadera salvación personal siempre repercutirá en beneficio de los demás; si alguien la descubre, inmediatamente la comunicará. La salvación no puede quedar encerrada en uno mismo; si es verdadera, la llevaremos a donde quiera que vayamos, aún sin proponérnos­lo. La visita comunica alegría (el Espíritu), también a la criatura que Isabel llevaba en su vientre. Una vez más descubrimos el empeño por dejar a Juan por debajo de Jesús. Por dos veces se nos dice que saltó la criatura en su vientre.
Si leemos con atención, descubriremos que todo el relato se convierte en un gran elogio a María. Y es el mismo Espíritu el que provoca esa alabanza: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” ¿Cuántas veces hemos repetido esta alabanza? “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” “Dichosa tú que has creído”. Creer no significa la aceptación de verdades, sino confianza total en un Dios, que siempre quiere lo mejor para el ser humano. A continuación, María pasa al elogio de Dios con el canto del Magníficat.
Lo que intentan estos relatos de la infancia de Jesús, es presentarlo como una persona de carne y hueso, aunque extraordinaria ya desde antes de nacer. Cuando afirmamos que esos relatos no son históricos no queremos decir que Jesús no fue una figura histórica. El NT hace siempre referencia a una historia humana concreta, a una experiencia humana única. Sin esa referencia al hombre Jesús, el evangelio carecería de todo fundamento. Ahora bien, el lenguaje que emplea cada uno de los evangelistas es muy distinto. Basta comparar los relatos de Mt y Lc con el prólogo de Juan, para darnos cuenta de la abismal diferencia.
La novedad que se manifiesta en María no elimina ni desprecia la tradición, si no que la integra y transforma. El relato está haciendo constantes referencias al AT. En ningún orden de la vida, debemos vivir volcados hacia el pasado porque impediríamos el progreso. Pero nunca podremos construir el futuro destruyendo nuestro pasado. El árbol no crece si se cortan las raíces. Lo nuevo, si no integra y perfecciona lo antiguo, nunca prosperará.
A la vivencia de Jesús, hace referencia la carta de Pablo. Jesús no es un extraterrestre, sino un ser humano como nosotros, que supo responder a las exigencias más profundas de su ser. La clave está en esa frase: "Aquí estoy para hacer tu voluntad”. No se trata de ofrecer a Dios “dones” o “sacrificios”. Se trata de darnos a nosotros mismos. Esa actitud es propia de una persona volcada sobre lo divino que hay en ella. Pablo contrapone la encarnación al culto. Dios no acepta holocaustos ni víctimas expiatorias. Solo haciendo su voluntad, damos verdadero culto a Dios. En Jn, dice Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre”.
Los primeros cristianos no llegaron a la conclusión de que Jesús era Hijo de Dios porque descubrieron la “naturaleza” de Dios y la de Cristo y vieron que coincidían, sino porque descubrieron que Jesús cumplió, en todo, la voluntad de Dios. Hacía presente a Dios en lo que era y lo que hacía. Para el pensamiento semítico, ser hijo no era principalmente haber sido engendrado sino el reflejar lo que era el padre, cumplir su voluntad, ser imagen del padre. Esa fidelidad al ser del padre era lo que convertía a alguien en verdadero hijo. Descubrir esto en Jesús, les llevó a considerarlo, sin ninguna genero de duda, Hijo de Dios.
Esa voluntad no la descubrió Jesús porque tuviera hilo directo con Dios. Como cualquier mortal, tuvo que ir descubriendo lo que Dios esperaba de él. Siempre atento, no solo a las intuiciones internas, sino también a los acontecimien­tos y situaciones de la vida, fue adquiriendo ese conocimiento de lo que Dios era para él, y de lo que él era para Dios. ‘La voluntad de Dios’ no es algo venido de fuera y añadido. Es nuestro ser en cuanto proyecto y posibilidad de alcanzar su plenitud. De ahí que, ser fiel a Dios, es ser fiel a sí mismo.
En todas las épocas, y todos los seres humanos han intentado hacer la voluntad de Dios, pero era siempre con la intención de que el “Poderoso” hiciera después la voluntad del ser humano. Era la actitud del esclavo que hace lo que su dueño le manda, porque es la única manera de sobrevivir. Es una pena que después del ejemplo que nos dio Jesús, los cristianos sigamos haciendo lo mismo de siempre, intentar comprar la voluntad de Dios a cambio de nuestro servilismo. En esa dirección van casi todas las oraciones, los sacrifi­cios, las promesas, votos, etc. que las personas “religiosas” hacemos a Dios.
Salvación y voluntad de Dios son la misma realidad. Jesús, como ser humano, tuvo que salvarse. Para nuestra manera de entender la encarnación, esta idea resulta desconcertante. Creemos que salvarse consiste en librarse de algo negativo. La salvación de Dios no consiste en quitar sino en poner plenitud. En todo ser humano está ya la plenitud como un proyecto que tiene que ir desarrollando. Jesús llevó ese proyecto al límite. Por eso es el Hijo de Hombre, hombre acabado, hombre perfecto. Por eso hace presente a Dios, por eso es Hijo.

Meditación-contemplación
¡Dichoso tú, si de verdad, confías!
María lleva a Jesús a su prima Isabel.
Antes de darle a luz, ya lo manifiesta a los demás.
La semilla divina ya está dentro de ti.
Si la dejas crecer se manifestará fuera.

Fray Marcos

viernes, 14 de diciembre de 2018

LA IMPORTANCIA DE LA MEDITACIÓN EN NUESTRA VIDA ESPIRITUAL

Contemplation

 
 
 

The Unconscious
Friday, December 14, 2018
Feast Day of St. John of the Cross

 
Both Jesus and Paul love to use the subtle metaphor of leaven or yeast. Paul says that we should “Throw out the old yeast and make ourselves into a totally new batch of bread” (see 1 Corinthians 5:7). He seems to equate the old yeast with our predisposition toward negativity and contentiousness, which we must bring to consciousness or it will control us from a hidden place.
Jesus uses yeast in both a positive way, to describe a growth-inducing “yeast which is hidden inside the dough” (see Matthew 13:33), and in a very negative way, when he warns the disciples against “the yeast of the Pharisees and of Herod” (see Mark 8:15).
I would like to suggest these passages tell us that leaven or yeast is a metaphor for things hidden in the unconscious, which will have a lasting effect on us if we do not bring them to consciousness. Carl Jung seemed to think that ninety percent of our energy—good and bad—resides in the unconscious, over which we have little direct control or accountability.
If we do not discover a prayer practice that “invades” our unconscious and reveals what is hidden, we will actually change very little over our lifetime. This was much of the genius of John of the Cross (15421591) who, in a highly externalized Spanish Catholicism, spoke from personal experience of darkness, inner journeys, and the shadow self. He was centuries ahead of the modern discovery of the unconscious, and thus many of his fellow Carmelites considered him heretical and dangerous.
Prayer should not be too rational, social, verbal, linear, or transactional. It must be more mysterious, inner, dialogical, receptive, and pervasive. Silence, symbol, poetry, music, movement, and sacrament are much more helpful than mere words.
When you meditate consistently, a sense of your autonomy and private self-importance—what you think of as your “self”—falls away, little by little, as unnecessary, unimportant, and even unhelpful. The imperial “I,” the self that you likely think of as your only self, reveals itself as largely a creation of your mind.
Through regular access to contemplation, you become less and less interested in protecting this self-created, relative identity. You don’t have to attack it; it calmly falls away of its own accord and you experience a kind of natural humility.
If your prayer goes deep, “invading” your unconscious, as it were, your whole view of the world will change from fear to connection, because you don’t live inside your fragile and encapsulated self anymore.
In meditation, you move from ego consciousness to soul awareness, from being fear-driven to being love-drawn. That’s it in a few words!
Of course, you can only do this if Someone Else is holding you, taking away your fear, doing the knowing, and satisfying your desire for a Great Lover. If you can allow that Someone Else to have their way with you, you will live with a new vitality, a natural gracefulness, and inside of a Flow that you did not create. It is actually the Life of the Trinity, spinning and flowing through you.

jueves, 13 de diciembre de 2018

PASAR DE LA CULPA A LA RESPONSABILIDAD

¿Quién es el culpable de los males del mundo, de la emisión en aumento del CO2, del cambio climático, del exterminio animal, de la guerra del Yemen, de la desigualdad creciente, de las supremas amenazas de las biotecnologías e infotecnologías, del dominio abusivo de Google, Facebook, Apple o Amazon, y de que el futuro pueda quedar pronto fuera del control humano? El culpable no es nadie. O es Nadie el culpable, pero ¿quién es Nadie?
Sí, lo sabemos, es la economía neoliberal del sálvese quien pueda, esa “libre” competición universal y desigual, responsable de que cada vez menos gente se enriquezca cada vez más y cada vez más gente gane cada vez menos para vivir. ¿Pero quién es “la economía neoliberal”, el sistema ciego y depredador que asfixia la vida en el planeta? Somos todos, unos más que otros, pero en el fondo nadie.
¿Quién es el culpable de las doctrinas asesinas, de las guerras de banderas, de las violaciones, de la violencia de género, de la marginación de la mujer, de la homofobia?
Son los prejuicios, la cultura, las creencias, las ideologías, las instituciones. Nadie.
¿Quién es el culpable de nuestros odios, celos, codicias, envidias, miedos y angustias, causa de casi todos los males de la Tierra? Nadie lo es. Son los genes, la educación recibida, los abusos y las carencias sufridas en la infancia, la exclusión, la miseria, el abandono. Son las neuronas, las hormonas, la falta de serotonina, el déficit de dopamina. Es la bioquímica. Los algoritmos. O el azar. O la necesidad. O, simplemente, no sabemos. Una cosa es segura: nadie hemos elegido aquello que en última instancia nos hace ser lo que somos y hacer lo que hacemos.
¿Y entonces? ¿Nos quedaremos donde estamos, haciendo lo que hacemos?  ¿Dejaremos la historia a su deriva, desistiendo de otro futuro? No. No basta con decir “Yo no he sido, soy inocente”, ni con buscar al culpable y castigarlo, ni dejarlo todo como está porque nadie es culpable. ¿Queda algo? Queda la responsabilidad más allá de la culpa, más allá de los tribunales, por necesarios que sean, más allá de sentencias absolutorias o condenatorias, más allá de penas y castigos que a nadie humanizan.
Cuenta el libro bíblico del Génesis que Adán y Eva, es decir, “Tierra” y “Viviente”, fueron creados por Dios inmaculados, indemnes e inmortales, y fueron puestos en un paraíso de armonía donde no les faltaba de nada. Solamente, Dios les prohibió comer el árbol del conocimiento del Bien y del Mal, es decir, creerse el criterio o el dueño absoluto del bien y del mal, porque eso les llevaría a matar y a morir, como sigue sucediendo. Pero de pronto, sin explicación alguna, una serpiente (que es como decir “Nadie” o “No sabemos ni quién ni por qué”) los sedujo, y comieron. Y todo se malogró: se vieron desnudos, se avergonzaron el uno ante el otro, empezaron a exculparse y a inculpar: “Yo no he sido”, “Ha sido Eva”, “Ha sido la serpiente”. Podrían haber dicho “Ha sido Dios”, si Dios fuera el Señor Supremo que se ha imaginado, el que habría creado a la serpiente y luego les habría expulsado del paraíso. Dios ha sido llamado tanto “Todo” como “Nadie”. Dios es la Voz que te dice: “No eres culpable, ni Dios o Nadie te castigará,  pero tampoco te castigues tú ni castigues a nadie, a Nadie. Cuídate, cuida al prójimo, cuida la Tierra, la Vida. Responde del daño, sé responsable”.
Es un hermoso mito que. Lo malo es que los mitos se vuelvan dogmas que hay que creer a la letra. Por ejemplo, el dogma del pecado original que se impuso con San Agustín (ss. IV-V). Dice este dogma que todos nacemos con la culpa y el castigo de Adán y Eva, y por ello sufrimos y morimos. Que somos culpables de hacer el mal que no queremos y de no hacer el bien que queremos, y de que vaya el mundo como va. Que todos nacemos culpables y condenados, menos una: María de Nazaret, la madre de Jesús. Que solo ella por singular favor divino, fue concebida y nació inmaculada, sin culpa ni castigo, sin “pecado original”.
Los católicos lo celebramos ayer, Fiesta de la Inmaculada Concepción. ¿Pero qué celebramos? No lo que dice a la letra este dogma, tan absurdo como el del pecado original y todos los demás. El dogma de la Inmaculada, en su literalidad, resalta nuestra culpabilidad universal y, muy en particular, la culpabilidad de la mujer: hace de María la mujer ideal, perfecta, la mujer irreal e inalcanzable, Nueva Eva desencarnada; ante ella, la mujer real, de carne y hueso, se siente indigna y culpable, merecidamente sometida, vieja Eva pecadora, Eva tentadora, Pandora de todos los males.
No, amigos, no es eso lo que celebramos. En la figura de María nos celebramos en nuestra realidad carnal, contradictoria, abierta. No somos culpables ni estamos condenados. El Ángel de la Vida te dice como a María: “No, tú no eres culpable, nadie te ha de castigar. Eres bendito, eres tierra frágil y bendita, llena de gracia. Cuida la gracia de tu ser. Y aunque no seas culpable, hazte responsable del daño que haces, del bien que no haces y hasta del mal que padeces. Tú puedes, como María, sin ser perfecto ni inmaculado, como tampoco lo fue María”.

José Arregi
DEIA

NO NOS ESFORCEMOS EN EL “HACER” SINO EN “SER”

Lc 3, 10-18
La primera palabra de la liturgia de este domingo, la antífona de entrada tomada de la segunda lectura, es una invitación a la alegría. Claro que esa alegría no se debe a que llegan el turrón y los regalos, sino a que Dios es Emmanuel. Esa alegría, en el AT, está basada siempre en la salvación que va a llegar. Hoy estamos en condiciones de dar un paso más y descubrir que la salvación ha llegado ya porque Dios no tiene que venir de ninguna parte y con su presencia en cada uno de nosotros, nos ha comunicado todo lo que Él mismo es. No tenemos que estar alegres ‘porque Dios está cerca’, sino porque Dios está ya en nosotros.
La alegría es como el agua de una fuente, la vemos solo cuando aparece en la superficie, pero antes, ha recorrido un largo camino que nadie puede conocer, a través de las entrañas de la tierra. La alegría no es un objetivo a conseguir directamente. Es más bien la consecuencia de un estado de ánimo que se alcanza después de un proceso. Ese proceso empieza por el conocimiento, es decir una toma de conciencia de mi verdadero ser. Si descubro que Dios forma parte de mi ser, encontraré la absoluta felicidad dentro de mí.
¿Qué tenemos que hacer? Las respuestas a estas preguntas manifiesta muy bien la diferencia entre la predicación de Jesús y la de Juan. El Dios del AT era un Dios moral preocupado por el cumplimiento de su voluntad expresada en la Ley. El Bautista sigue en esa dirección, porque se creía que la salvación que esperaban de Dios iba a depender de su conducta. Esta era también la actitud de los fariseos, por eso su escrupulosidad a la hora de cumplir la Ley. Es curioso que los seguidores de Jesús, todos judíos, se encontraran más a gusto con la predicación de Juan que con la suya. Esto queda muy claro en los evangelios.
Por esa misma razón los primeros cristianos, que seguían siendo judíos, cayeron en seguida en una visión del evangelio moralizante. Jesús no predicó ninguna norma moral. Es más, se atrevió a relativizar la Ley de una manera insólita. El hecho de que permanezcan en el evangelio frases como: “las prostitutas os llevan la delantera en el Reino” indica claramente que para Jesús había algo más importante que el cumplimiento escrupuloso de la Ley. S. Agustín en una de sus genialidades (esta vez para bien) lo expresó con rotundidad: “ama y haz lo que quieras”. No hay un resumen mejor del mensaje de Jesús.
Sin embargo, hay una sutil diferencia con la doctrina anterior. Todas las propuestas que hace Juan van encaminadas a mejorar las relaciones con los demás. Se percibe una mayor preocupación por hacer más humanas esas relaciones, superando  todo egoísmo. Está claro que el objetivo no es escapar a la ira de Dios sino imitarle en la actitud de entrega a los demás. El evangelio nos dice una y otra vez, que la aceptación por parte de Dios es el punto de partida, no la meta. Seguir esperando la salvación de Dios es la mejor prueba de que no la hemos descubierto dentro y seguimos anhelando que nos llegue de fuera. La pena es que seguimos esperando, que venga a nosotros, lo que ya tenemos en plenitud.
El pueblo estaba en expectación. Una bonita manera de indicar la ansiedad de que alguien les saque de su situación angustiosa. Todos esperaban al ansiado Mesías y la pregunta que se hacen tiene pleno sentido. ¿No será Juan el Mesías? Muchos así lo creyeron, no solo cuando predicaba, sino también mucho después de su muerte. La necesidad que tiene de explicar que él no es el Mesías no es más que el reflejo de la preocupación de los evangelistas por poner al Bautista en su sitio; es decir, detrás de Jesús. Para ellos no hay discusión posible. Jesús es el Mesías. Juan es solo el precursor.
La seguridad de tener a Dios en mí, no depende de mis acciones u omisiones. Es anterior a mi propia existencia y ni siquiera depende de Él pues no puede no darse. No tener esto claro nos hunde en la angustia y terminamos creyendo que solo puede ser feliz el perfecto, porque solo él tiene asegurado el amor de Dios. Con esta actitud estamos haciendo un dios a nuestra imagen y semejanza; estamos proyectando sobre Dios nuestra manera de proceder y nos alejamos de las enseñanzas del evangelio que nos dice exactamente lo contrario.
Pero ¡ojo! Dios no forma parte de mi ser para ponerse al servicio de mi contingencia, sino para arrastrar todo lo que soy a la trascendencia. La vida espiritual no puede consistir en poner el poder de Dios a favor de nuestro falso ser, sino en dejarnos invadir por el ser de Dios y que él nos arrastre hacia lo absoluto. La dinámica de nuestra religiosidad actual es absurda. Estamos dispuestos a hacer todos los “sacrificios” y “renuncias” que un falso dios nos exige, con tal de que después cumpla él los deseos de nuestro falso yo.
La verdad es que no hemos aceptado la encarnación ni en Jesús ni en nosotros. No nos interesa para nada el “Emmanuel” (Dios-con-nosotros), sino que Jesús sea Dios y que él, con su poder, potencie nuestro ego. Lo que nos dice la encarnación es que no hay nada que cambiar, Dios está ya en mí y esa realidad es lo más grande que puedo esperar. Ésta tenía que ser la causa de nuestra alegría. Lo tengo ya todo. No tengo que alcanzar nada. No tengo que cambiar nada de mi verdadero ser. Tengo que descubrirlo y vivirlo. Mi falso ser se iría desvaneciendo y mi manera de actuar cambiaría. En Jesús lo hemos visto claro.
La salvación no está en satisfacer los deseos de nuestro falso ser. Satisfacer las exigencias de los sentidos, los apetitos o las pasiones nos proporcionará placer, pero eso nada tiene que ver con la felicidad. En cuanto deje de dar al cuerpo lo que me pide, responderá con dolor y nos hundirá en la miseria. Removemos Roma con Santiago para que Dios no tenga más remedio que darnos la salvación que le pedimos. Incluso hemos puesto precio a esa salvación: si haces esto y dejas de hacer lo otro, tienes asegurada la salvación que deseas.
El conocimiento de Dios, del que hablamos, no es racional ni discursivo, sino vivencial y de experiencia. Es la mayor dificultad que encontramos en nuestro camino hacia la plenitud. Nuestra estructura mental cartesiana nos impide valorar otro modo de conocer. Estamos aprisionados en la racionalidad, que se ha alzado con el santo y la limosna, y nos impide llegar al verdadero conocimiento de nosotros mismos. Permanecemos engañados creyendo que somos lo que no somos, pidiendo a Dios que potencie nuestro falso ser. 
La alegría de la que habla la liturgia de hoy, no tiene nada que ver con la ausencia de problemas o con el placer que me puede dar la satisfacción de los sentidos. La alegría no es lo contrario al dolor o a nuestras limitaciones, que nos molestan. Las bienaventuranzas lo dejan muy claro. Si fundamento mi alegría en que todo me salga a pedir de boca, estoy entrando en un callejón sin salida. Mi parte caduca y contingente termina fallando siempre. Si me empeño en apoyarme en esa parte de mi ser, el fracaso está asegurado.
La respuesta que debo dar a la pregunta: ¿qué debemos hacer?, es simple: Compartir. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Tengo que adivinarlo yo. Ni siquiera la respuesta de Juan nos puede tranquilizar, pues en la realización de una serie de obras puede entrar en juego la programación. No se trata de hacer o dejar de hacer sino de fortalecer una actitud que me lleve en cada momento a responder a la necesidad concreta del otro que me necesita. Se trata de que desde el centro de mi ser fluya humanidad en todas las direcciones.

Meditación
No preguntes a nadie lo que tienes que hacer.
Descubre tu verdadero ser y encontrarás sus exigencias.
Tu meta tiene que ser desplegar lo que ya eres.
Solo podrás desplegar tu verdadero ser
si tus relaciones con los demás son cada día más humanas.

Fray Marcos