miércoles, 13 de marzo de 2019

RELIGIÓN VERSUS EVANGELIO

Entrevista a José María Castillo
Es sacerdote en excedencia, lo que le deja las manos libres y tiempo para dedicarse a lo que le gusta, que es escribir y participar activamente, desde hace años, en proyectos solidarios con Mensajeros de la Paz. Tiene publicados varios libros. El último, "El Evangelio marginado”.
¿Por qué ese título, El Evangelio marginado?
La tesis central del libro parte de la idea de que el cristianismo es una religión y de que la Iglesia es la gestora de esa religión. Gira en torno al hecho del fenómeno religioso. Pero hay algo que es previo a todo eso, que es el Evangelio. Es una recopilación de relatos breves en torno a una figura singular, Jesús de Nazaret.
Hay dos cosas a tener en cuenta, la religión y el Evangelio. Jesús nació en un pueblo muy religioso, el pueblo judío, y por tanto fue educado en una religión. Pero cuando se separó de su familia, de su casa y se puso a recorrer Palestina, que era una colonia romana del imperio, lo que Jesús representa no fue la religión, fue el Evangelio.
¿En dónde está el problema?
El libro gira en torno a la religión y el Evangelio. El problema está en que la vida pública de Jesús la conocemos, la privada en los años que vivió en Galilea, no. Él era un trabajador humilde en Nazaret. Un buen día dejó su casa, su familia, su trabajo y después de estar cerca de Juan Bautista se rodeó de un grupo de discípulos, de compañeros y de mujeres que iban con él.
¿Qué les predicaba?
Lo que Jesús les enseñaba no fue religión, fue el Evangelio.
¿Cuál es la diferencia?
La diferencia está en que la religión es un conjunto de prácticas y observancia de normas, de creencias que giran siempre en torno al espacio sagrado que es el templo y son gestionadas por una jerarquía de sacerdotes, que en otras religiones tienen sus equivalentes, en cada cultura les llaman de una manera. Pero siempre hay los profesionales de la religión, con un lugar separado y aparte del templo que es un lugar sagrado, que viven, por ejemplo, en un palacio episcopal.
Quiere decir que esa práctica no figura en el Evangelio.
Jesús no hizo nada de eso. Vivió, habló y actuó de tal manera que no tiene que ver con la religión. Si leemos los Evangelios, el conflicto entre el Evangelio y la religión es constante, casi desde el principio hasta el fin. Y va en aumento, con la Pasión.
Al final, aquello acabó de la peor manera posible y es que la religión era incompatible con Jesús y el Evangelio. Por eso lo juzgaron, lo condenaron y lo ejecutaron de la peor manera que se podía ejecutar en aquel momento a un subversivo, crucificándolo. Esa era la manera más cruel de matar en aquel tiempo.
El Evangelio marginal es, por tanto, su visión de lo que ha pasado en la Iglesia.
Lo que Jesús enseñó fue el Evangelio, en conflicto con la religión. ¿Ve el contraste? Jesús no fundó un templo, no fundó un sacerdocio, no instituyó rituales. Jesús era un predicador ambulante, en el que resaltan tres cosas, su preocupación por curar enfermos, por la salud, curaba a un ciego, un manco, un paralítico... Jesús curaba a todo el que podía. Incluso hay un caso que resucitó a un muerto. Pero estos relatos no se pueden tomar al pie de la letra.
En aquella cultura creo que esos hechos no ocurrieron así tal cual. Es una manera de decir que Jesús, donde veía sufrimiento, lo aliviaba. La primera gran preocupación del Evangelio es la salud. Es lo que más nos preocupa a todos. La segunda es el hambre. Se habla de comidas, pero siempre son compartidas, de alimentación compartida.
Y en tercer lugar, su preocupación eran las relaciones humanas, que fuesen lo mejor posible, con perdón, sin venganzas, siendo bueno con todos, respetando a todos, aunque sean gente que no piensa como tú, aunque sean extranjeros o lo que sea.
Así las cosas, lo extraño es que lo que ha predominado en la Iglesia no ha sido todo esto, aunque es verdad que la Iglesia hace mucho de todo esto. Pero la estructura del sistema organizativo y de gestión de la Iglesia es la religión. La Iglesia tiene catedrales, templos, los obispos viven en palacios. La gente de Iglesia, hombres y mujeres, tienen su vida asegurada.
¿Y la figura del demonio y las tentaciones?
No existe el demonio. Es una figura mítica para describir en aquellos tiempos el mal.

José María Castillo
Diario Jaén

CÓMO ENTENDER LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS HOY

Lc 9, 28-36
Los cristianos de todos los tiempos se han sentido atraídos por la escena llamada tradicionalmente «la transfiguración del Señor». Sin embargo, a los que pertenecemos a la cultura moderna no se nos hace fácil penetrar en el significado de un relato, redactado con imágenes y recursos literarios, propios de una «teofanía» o revelación de Dios.
Sin embargo, el evangelista Lucas ha introducido detalles que nos permiten descubrir con más realismo el mensaje de un episodio que a muchos les resulta hoy extraño e inverosímil. Desde el comienzo nos indica que Jesús sube con sus discípulos más cercanos a lo alto de una montaña sencillamente «para orar», no para contemplar una transfiguración.
Todo sucede durante la oración de Jesús: «Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió». Jesús, recogido profundamente, acoge la presencia de su Padre, y su rostro cambia. Los discípulos perciben algo de su identidad más profunda y escondida. Algo que no pueden captar en la vida ordinaria de cada día.
En la vida de los seguidores de Jesús no faltan momentos de claridad y certeza, de alegría y de luz. Ignoramos lo que sucedió en lo alto de aquella montaña, pero sabemos que en la oración y el silencio es posible vislumbrar, desde la fe, algo de la identidad oculta de Jesús. Esta oración es fuente de un conocimiento que no es posible obtener de los libros.
Lucas dice que los discípulos apenas se enteran de nada, pues «se caían de sueño» y solo «al espabilarse», captaron algo. Pedro solo sabe que allí se está muy bien y que esa experiencia no debería terminar nunca. Lucas dice que «no sabía lo que decía».
Por eso, la escena culmina con una voz y mandato solemne. Los discípulos se ven envueltos en una nube. Se asustan pues todo aquello los sobrepasa. Sin embargo, de aquella nube sale una voz: «Este es mi Hijo, el escogido. Escuchadle». La escucha ha de ser la primera actitud de los discípulos.
Los cristianos de hoy necesitamos urgentemente «interiorizar» nuestra religión si queremos reavivar nuestra fe. No basta oír el Evangelio de manera distraída, rutinaria y gastada, sin deseo alguno de escuchar. No basta tampoco una escucha inteligente preocupada solo de entender.
Necesitamos escuchar a Jesús vivo en lo más íntimo de nuestro ser. Todos, predicadores y pueblo fiel, teólogos y lectores, necesitamos escuchar su Buena Noticia de Dios, no desde fuera sino desde dentro. Dejar que sus palabras desciendan de nuestras cabezas hasta el corazón. Nuestra fe sería más fuerte, más gozosa, más contagiosa.

José Antonio Pagola

miércoles, 6 de marzo de 2019

NO NOS DESVIEMOS DEL EJEMPLO Y ENSEÑANZA DE JESÚS

Lc 4, 1-13
Las primeras generaciones cristianas se interesaron mucho por las pruebas que tuvo que superar Jesús para mantenerse fiel a Dios y para vivir siempre colaborando en su proyecto de una vida más humana y digna para todos.
El relato de las tentaciones de Jesús no es un episodio aislado, que acontece en un momento y en un lugar determinado. Lucas nos advierte que, al terminar estas tentaciones «el demonio se marchó hasta otra ocasión». Las tentaciones volverán en la vida de Jesús y en la de sus seguidores.
Por eso, los evangelistas colocan el relato antes de narrar la actividad profética de Jesús. Sus seguidores han de conocer bien estas tentaciones desde el comienzo, pues son las mismas que ellos tendrán que superar a lo largo de los siglos si no quieren desviarse de él.
En la primera tentación se habla de pan. Jesús se resiste a utilizar a Dios para saciar su propia hambre: «no solo de pan vive el hombre». Lo primero para Jesús es buscar el reino de Dios y su justicia: que haya pan para todos. Por eso acudirá un día a Dios, pero será para alimentar a una muchedumbre hambrienta.
También hoy nuestra tentación es pensar solo en nuestro pan y preocuparnos exclusivamente de nuestra crisis. Nos desviamos de Jesús cuando nos creemos con derecho a tenerlo todo, y olvidamos el drama, los miedos y sufrimientos de quienes carecen de casi todo.
En la segunda tentación se habla de poder y de gloria. Jesús renuncia a todo eso. No se postrará ante el diablo que le ofrece el imperio sobre todos los reinos del mundo. Jesús no buscará nunca ser servido sino servir.
También hoy se despierta en algunos cristianos la tentación de mantener, como sea, el poder que ha tenido la Iglesia en tiempos pasados. Nos desviamos de Jesús cuando presionamos las conciencias tratando de imponer a la fuerza nuestras creencias. Al reino de Dios le abrimos caminos cuando trabajamos por un mundo más compasivo y solidario.
En la tercera tentación se le propone a Jesús que descienda de manera grandiosa ante el pueblo, sostenido por los ángeles de Dios. Jesús no se dejará engañar. Aunque se lo pidan, no hará nunca un signo espectacular del cielo. Se dedicará a hacer signos de bondad para aliviar el sufrimiento y las dolencias de la gente.
Nos desviamos de Jesús cuando confundimos nuestra propia ostentación con la gloria de Dios. Nuestra exhibición no revela la grandeza de Dios. Solo una vida de servicio humilde a los necesitados manifiesta y difunde su Amor.

José Antonio Pagola