miércoles, 17 de julio de 2019

LA RESISTENCIA AL EVANGELIO

Hace poco más de dos meses, he publicado un libro que se titula “El Evangelio marginado”. En este libro explico cómo y por qué, en la organización y gestión de la Iglesia, se le concede más presencia y más importancia a la Religión que al Evangelio. De forma que, por las enseñanzas y la gestión de la Iglesia, el Evangelio ha terminado por ser un componente más de la Religión. Cuando, en realidad, lo que sabemos por los evangelios, es que la vida, las enseñanzas y la actividad de Jesús fueron un conflicto profundo y creciente, que terminó en la condena a muerte del mismo Jesús.
En realidad, pues, se puede afirmar que la Religión se enfrentó al Evangelio de forma que, en definitiva, fue la Religión la que rechazó, condenó y mató a Jesús, que es el centro del Evangelio. Sin embargo, es un hecho que la Iglesia se ha organizado y es gestionada de forma que lo más visible y palpable en ella es la Religión, no el Evangelio. Por eso es por lo que se puede hablar de “El Evangelio marginado”. Lo que plantea inevitablemente una situación confusa, compleja y de difícil solución. La situación que consiste en que, en la misma Iglesia, convive gente más “religiosa” que “evangélica”. Como también hay cantidad de personas que son más “evangélicas” que “religiosas”.
Lo peor de todo este asunto es que, siendo así las cosas, se hace extremadamente difícil – por no decir imposible – gestionar esta Iglesia, tan confusa y complicada, de forma que pueda ser, en este momento, prolongación y presencia del Evangelio del Reino de Dios, tal como lo quiso Jesús.
Pero no es esto lo más complicado. Lo más problemático, en todo este asunto, no es que podamos hablar, con todo derecho, de “El Evangelio marginado”. Lo más grave y preocupante es que, si se intenta llegar hasta el fondo del problema, sin más remedio nos vemos obligados a tener que hablar, con toda razón, de “La resistencia al Evangelio”. Es decir, no se trata simplemente de que, en gran medida, hayamos “marginado” el Evangelio. Lo peor de todo es que “nos resistimos” a vivirlo y cumplirlo.
El Evangelio, más exigente que todos los Derechos
Según el Evangelio, Jesús no vino a este mundo para “suprimir la Ley y los Profetas…, sino a darles cumplimiento” (Mt 5, 17). Es decir, Jesús vino para que los seres humanos comprendamos y vivamos lo que Dios quiere hasta realizarlo en su plenitud. Y esa plenitud lleva consigo que, si estando en el templo y acercándote al altar, te acuerdas de que alguien tiene algo contra ti, no te acerques al altar de Dios. Vete primero a ordenar y resolver tus relaciones humanas. Y cuando eso esté resuelto, entonces vas a misa, comulgas… etc. (Mt 5, 23-24). Y es que las “ofrendas” y ceremonias de los pecadores le causan horror a Dios (Prov 15, 8. 21; 3, 27; Eclo 31, 21-24; 35, 1-3…) (U. Luz, El Evangelio según san Mateo, vol. I, 362). Además, el Evangelio nos dice que tenemos que amar al enemigo, al que nos ofende, al que se aprovecha de nosotros, al que nos hace daño (Mt 5, 43-48).
Si todo esto no es mera palabrería, es decir, si todo esto se toma en serio, la consecuencia lógica, que de ello se sigue, es que el Evangelio no se cumple observando los Derechos Humanos. El Evangelio no se fundamenta en ningún “derecho”, sino en el “amor” a todos, ante todo a los más débiles. El Evangelio es indeciblemente más exigente que todos los Derechos. Pero cuando sabemos que, a estas alturas, la Iglesia no ha podido firmar y hacer suya la Declaración de los Derechos Humanos, ¿con qué autoridad y con qué credibilidad puede hablar de amor a la humanidad?
Las dignidades, lo contrario del Evangelio
Pero hay más. Indeciblemente más. Jesús les prohibió a sus apóstoles tener o llevar dinero (Mt 10, 9-10 par) y les mandó decir tales cosas, que tendrían que aceptar ser perseguidos y llevados ante los tribunales civiles y religiosos (Mt 10, 16-28 par). Además, les prohibió aceptar títulos, dignidades, cargos de poder, usar vestimentas de hombres importantes, vivir en palacios (Mt 23, 5-12 par; Mc 12, 38-40; Lc 11, 37-52; 20, 45-47; Mt 11, 8-9), ser importantes o pretender los primeros puestos (Mc 9, 33-37 par). O sea, Jesús les prohibió a sus apóstoles la forma de vida que suelen llevar la mayoría de los cardenales, los obispos, los monseñores. En no pocos ambientes del clero, se ve como lo más normal del mundo hacer lo contrario de lo que manda el Evangelio.
En cualquier caso, lo dicho no es lo más fuerte en cuanto se refiere a “la resistencia al Evangelio”. La Iglesia se ha organizado de manera que el “clero” (obispos, curas, frailes, religiosos…) es un colectivo de hombres “sagrados” y “consagrados”, que tienen (excepto en casos determinados) unos poderes, unos derechos, una dignidad y unos privilegios, que les dan a estos escogidos una categoría y sobre todo una “seguridad”, en la vida y en la sociedad, que pocas personas pueden tener semejante estabilidad y firmeza. Y digo que aquí está la clave de la “resistencia al Evangelio” porque, si algo hay patente y repetido en los evangelios, es que la convicción y la conducta central, que exige el Evangelio, es el “seguimiento de Jesús”.
La clave: abandonarlo todo
En efecto, cuando Jesús inicia su relación más estable y profunda con sus discípulos, lo primero que hace no es preguntarles si “creen” en él, sino que todo se resume y se concentra en una sola palabra: “sígueme” (Mt 8, 22; 9, 9; 19, 21; Mc 2, 14; 10, 21; Lc 5, 27; 9, 59; 18, 22; Jn 1, 43; 21, 19. 20). De forma que la respuesta es abandonarlo todo (familia, trabajo, dinero, casa…) y empezar a vivir con Jesús y tal como vivía Jesús. Hasta el extremo de que Jesús no le tolera al que es llamado ni despedirse de la familia, ni siquiera enterrar al propio padre (Mt 8, 21-22). El seguimiento de Jesús supera la cumbre de nuestras buenas obras (Martin Hengel).
Con una particularidad que impresiona: cuando Jesús llama a alguien, para que le siga, no da explicaciones. No explica ni para qué llama, ni propone un proyecto o presenta unas condiciones, ni siquiera plantea un ideal. Nada de nada. Jesús solo. Eso es todo (Dietrich Bonhoeffer). La vida (y la presencia de Jesús en la propia vida) tiene que ser tan determinante y tan fuerte, que únicamente Jesús tiene que ser nuestra más firme seguridad. Incluso a sabiendas de que “seguir a Jesús introduce a los discípulos en la inseguridad total” (M. Hengel). Porque, entre otras cosas, el seguimiento de Jesús comporta “cargar con la cruz” (Mt 10, 38; 16, 24; Mc 8, 34). Lo que significa que estas “palabras de Jesús son una llamada a escoger un camino de vida de marginación” (Warren Carter).
Miedo al seguimiento de Jesús
Seamos honestos y afrontemos la pregunta: ¿Ha echado la Iglesia por este camino? Dicho con más claridad: ¿se nos conoce a los cristianos como los “seguidores de Jesús”? Estas preguntas –y lo que ellas suponen– nos enfrentan a un miedo tan hondo que ni nos atrevemos a planteárnoslas y afrontarlas de veras.
La resistencia al Evangelio es algo tan patente en la Iglesia, que ha sido necesaria la llegada al papado del actual papa Francisco, para que, con su profunda sensibilidad y sintonía evangélica, ha dividido a la Curia Vaticana, al episcopado de muchos países, a cantidad de clérigos, y laicos.
Los “peligros” y “herejías”, que mucha gente de Iglesia ve en el papa Francisco, son los mantos de luto con los que los más cobardes intentan ocultar su miedo al seguimiento de Jesús.
No cabe duda: la “resistencia” al Evangelio es tan fuerte, en esta Iglesia en que vivimos, que nos da pánico reconocer que esa resistencia existe y que la llevamos en la sangre de nuestras venas. Quizás las venas más “observantes” y más “religiosas”.

José María Castillo
Religión Digital

jueves, 11 de julio de 2019

CONSTRUIR UN MUNDO MÁS HUMANO

Lc 10, 25-37
«Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Esta es la herencia que Jesús ha dejado a la humanidad. Para comprender la revolución que quiere introducir en la historia, hemos de leer con atención su relato del «buen samaritano». En él se nos describe la actitud que hemos de promover, más allá de nuestras creencias y posiciones ideológicas o religiosas, para construir un mundo más humano.
En la cuneta de un camino solitario yace un ser humano, robado, agredido, despojado de todo, medio muerto, abandonado a su suerte. En este herido sin nombre y sin patria resume Jesús la situación de tantas víctimas inocentes maltratadas injustamente y abandonadas en las cunetas de tantos caminos de la historia.
En el horizonte aparecen dos viajeros; primero un sacerdote, luego un levita. Los dos pertenecen al mundo respetado de la religión oficial de Jerusalén. Los dos actúan de manera idéntica: «ven al herido, dan un rodeo y pasan de largo». Los dos cierran sus ojos y su corazón, aquel hombre no existe para ellos, pasan sin detenerse. Esta es la crítica radical de Jesús a toda religión incapaz de generar en sus miembros un corazón compasivo. ¿Qué sentido tiene una religión tan poco humana?
Por el camino viene un tercer personaje. No es sacerdote ni levita. Ni siquiera pertenece a la religión del Templo. Sin embargo, al llegar, ve al herido, se conmueve y se acerca. Luego, hace por aquel desconocido todo lo que puede para rescatarlo con vida y restaurar su dignidad. Esta es la dinámica que Jesús quiere introducir en el mundo.
Lo primero es no cerrar los ojos. Saber «mirar» de manera atenta y responsable al que sufre. Esta mirada nos puede liberar del egoísmo y la indiferencia que nos permiten vivir con la conciencia tranquila y la ilusión de inocencia en medio de tantas víctimas inocentes. Al mismo tiempo, «conmovernos» y dejar que su sufrimiento nos duela también a nosotros.
Pero lo decisivo es reaccionar y «acercarnos» al que sufre, no para preguntarnos si tengo o no alguna obligación de ayudarle, sino para descubrir que es un ser necesitado que nos necesita cerca. Nuestra actuación concreta nos revelará nuestra calidad humana.
Todo esto no es teoría. El samaritano del relato no se siente obligado a cumplir un determinado código religioso o moral. Sencillamente, responde a la situación del herido inventando toda clase de gestos prácticos orientados a aliviar su sufrimiento y a restaurar su vida y su dignidad. Jesús concluye con estas palabras. «Vete y haz tú lo mismo».

José Antonio Pagola

miércoles, 3 de julio de 2019

DIOS ES EN TÍ. DESCÚBRELO Y LO TENDRÁS TODO

Lc 10,1-12; 17-20
Solo Lc narra este episodio. En el c. 9, ya había narrado el envío de los 12. No es verosímil que este relato sea histórico. Quiere acentuar el carácter universal de la predicación, pero Mt dice expresamente que no entren en tierra de paganos ni vayan a ciudades de Samaria. 70 era el número de las naciones gentiles, según Génesis. Para los demás evangelistas, el límite de la gentilidad estaba en la frontera de Galilea; para Lc se encuentra en la misma Samaria.
El domingo pasado se hablaba del fracaso de los discípulos en su intento de preparar el camino a Jesús en su subida a Jerusalén. Probablemente, Lc quiere poner este envío de “otros setenta y dos” para dejar un buen sabor de boca. Estos vuelven “muy contentos” de sus correrías y tienen mejor acogida que los discípulos. “De dos en dos”, porque para los judíos la opinión de uno solo no tenía ningún valor en un juicio, y los misioneros son, sobre todo, testigos. También, porque el mensaje debe ser proclamado siempre por la comunidad.
No penséis que se trata de enviar a un número de especialistas en comunicación. No se trata de enviar a unos cuantos escogidos. Ni siquiera dice que fueran discípulos. Presupone que todo cristiano por el hecho de serlo, tiene la misión de proclamar la buena noticia que él vive. El modo de esa predicación puede ser diferente, pero la base, el fundamento de toda predicación, es la vida misma del cada cristiano. Vivir como cristianos es la mejor predicación y la que convence. En cada instante estamos predicando, para bien o para mal.
No es fácil delimitar lo estrictamente histórico de este relato. Además de que solo Lc lo narra, exigiría un grado de organización que no se percibe en el grupo de los que han seguido a Jesús. El simbolismo del número 12 y 70 nos invita a pensar que son relatos elaborados por la comunidad, más tarde. Por otra parte, para predicar El Reino, se necesita haberlo comprendido y experimentado. Los evangelios se encargan de manifestar que antes de la experiencia pascual ni los doce se habían enterado de nada.
Las recomendaciones de Jesús son la clave de todo anuncio del mensaje cristiano. Están puestas en boca de Jesús, pero son las condiciones mínimas que debía tener todo cristiano para llevar la Buena Noticia a los demás. En ningún caso se habla de doctrina que tienen que enseñar o de normas morales que deben exigir. Se trata de comunicar lo que Dios es, para todos, sin condiciones ni excepciones. Esa tarea la cumplió la primera comunidad en todas partes. Es la tarea que tiene que llevar a cabo todo cristiano en cualquier tiempo y lugar.
“Poneos en camino”. La itinerancia es la clase de vida que eligió Jesús cuando se decidió a proclamar su buena noticia. El domingo pasado nos decía que no tenía donde reclinar la cabeza. Este desapego de toda clase de seguridades es la actitud básica y fundamental que debe adoptar todo enviado. El anuncio no se puede hacer sentado. Seguir a Jesús exige una dinámica continuada. Nada se puede comunicar desde una cómoda instalación personal. La disponibilidad y la movilidad son exigencias básicas del mensaje de Jesús.
“Os mando como ovejas en medio de lobos”. Cuando se escribieron los evangelios, las primeras comunidades cristianas estaban viviendo la oposición, tanto del mundo judío como del pagano. Denunciar la opresión, o poder despótico, no puede agradar a los que viven desde esa perspectiva, y sacan provecho de ella a costa de los demás. Por desgracia, cuando el cristianismo adquirió poder, se comportó como lobo en medio de corderos. El provecho personal, o el de la institución, no es buena noticia para nadie.
“Ni talega ni alforja ni sandalias”. La pobreza material es solo signo del abandono de toda seguridad. Significa no confiar en los medios externos para llevar a cabo la misión. No debemos hacer de la predicación un logro humano. Se trata de confiar solo en Dios y el mensaje. No buscar seguridades de ningún tipo, ni en el dinero, ni en el poder, ni en el prestigio, ni en los medios. Tenemos la obligación de utilizar al máximo los medios que la técnica nos proporciona, pero no debemos poner nuestra confianza en ellos.
“No os detengáis a saludar a nadie por el camino”. No se trata de negar el saludo a los que se encuentren en el camino. “Saludar” tenía para ellos, un significado muy distinto al que tiene para nosotros. El saludo llevaba consigo un largo ceremonial que podía durar horas o días. Esta recomendación quiere destacar la urgencia de la tarea a realizar. Seguramente está haciendo referencia a la inmediata llegada del fin de los tiempos, en que las primeras comunidades cristianas creyeron a pies juntillas.
“Decid primero: ¡Paz! Para entender esta recomendación hay que tener en cuenta el sentido de la “paz” para los judíos de aquel tiempo. “Shalom” no significaba solo ausencia de problemas y conflictos, sino la abundancia de medios para que un ser humano pudiera conseguir su plenitud humana. Llevar la paz es proporcionar esos medios que hacen al hombre sentirse a gusto e invitado a humanizar su entorno. Significa no ser causa de tensiones ni externas ni internas. Sería ayudar a los hombres a ser más humanos.
“Comed y bebed de lo que tengan”.Esta es de las más difíciles. Ponerse al nivel del otro. Aceptar sus costumbres, su cultura, su idiosincrasia... Se trata de estar disponible para todos, sin esperar nada a cambio, pero aceptando con humildad lo que den; siempre que sea lo indispensable. ¡Qué difícil es no imponer lo nuestro! Muchos intentos de evangelizar han fracasado por no tener esto en cuenta. Lo más difícil es aceptar la dependencia de los demás en las necesidades básicas: no poder elegir ni lo que comes ni con quien comes.
Curad. No se refiere solo a las enfermedades físicas. De hecho los 70 solo hacen alusión a que los demonios se les sometían. Seguimos dando demasiada importancia a la salud corporal, sin enterarnos de que con una grave enfermedad puede un ser humano alcanzar su plenitud. Curar significa alejar de un ser humano todo aquello que le impide ser él. Hoy las enfermedades físicas están cubiertas por la medicina. Pero ¿qué pasa con las enfermedades psíquicas y mentales, que arruinan la existencia de tantas personas?
“El reino, que es Dios, está cerca”.Nada de peroratas teológicas, ni discursitos apologéticos, ni propagandas ideológicas. Lo único que un ser humano debe saber es que Dios le ama. Predicar el reino, que es Dios, es hacer ver a cada ser humano que Dios es algo cercano, que es lo más hondo de su propio ser, que no tiene que ir a buscarlo a ningún sitio raro, ni al templo ni a las religiones ni a las doctrinas ni a los ritos ni al cumplimien­to de la norma. Dios es (está) en ti. Descúbrelo y lo tendrás todo...
Sin estas condiciones, la predicación se hace inútil. No es nada fácil salir de la dinámica de la propaganda, del proselitismo a toda costa, buscando más el potenciar la institución que el servicio de las personas. El que va a proclamar el Reino de Dios tiene que manifestar que pertenece a ese Reino. Tiene que responder a las necesidades del otro. Tiene que estar dispuesto al servicio en todo momento. No debe exigir absolutamente nada, ni siquiera la adhesión. Tiene que limitarse a hacer una oferta.

Meditación
¿Cuál es tu preocupación primera?
¿Es la comida, el vestido, la salud, la casa, el prestigio?
De esas necesidades básicas tienes obligación de ocuparte,
siempre que la prioridad sea el desplegar tu humanidad.
Escucha, sobre todo, tu ser profundo;
lo que él te pida, te llevará a plenitud y felicidad.

Fray Marcos