miércoles, 20 de noviembre de 2019

LA IGLESIA QUE NACIÓ DEL EVANGELIO, Y QUE AHORA ESTAMOS VIENDO EN LA VIDA DEL PAPA FRANCISCO, ES LA IGLESIA QUE VA A CAMBIAR

No digo que la Iglesia debe cambiar o tiene que cambiar. Lo que digo es que la Iglesia va a cambiar. Porque no tiene más remedio. Ni le queda otra salida. La Iglesia que tenemos ahora, tal como está, no puede durar mucho.
Cada día hay menos sacerdotes, menos religiosos, menos vocaciones para los seminarios y los conventos. Y cada día también más parroquias sin cura, más fieles sin misa y más gente sin sacramentos. Y lo que es más preocupante: gran parte del clero ha perdido su prestigio y su credibilidad. Los escándalos eclesiásticos no cesan ni ya es posible seguir ocultándolos.
Además, todo esto va en aumento. Ni parece que sea una crisis pasajera. A la vista de estos hechos, y con un clero joven, que se aferra al integrismo tradicional de tiempos pasados, ¿qué Iglesia tendrán - los que la vean - dentro de veinte o treinta años? Y lo peor de todo es que no parece que esto tenga vuelta atrás. Lo cual es motivo de preocupación para mucha gente, que no ve futuro en esta Iglesia que tenemos.
Cuanto peor, mejor. Y me explico
Pues bien, estando así las cosas y por más extraño que parezca, mi punto de vista es que todo esto no debe ser motivo de pesimismo alguno. Todo lo contrario. Estoy convencido de que, en este asunto concreto, cuanto peor, mejor. Y me explico.
Los últimos siglos, desde el Renacimiento hasta el día de hoy, nos están demostrado que los cambios en la Iglesia se vienen produciendo contra la voluntad de los clérigos. Porque la sociedad ya no tolera ciertas cosas que clérigos y monjas se empeñaban en mantener ocultas. Es la “cultura” – y no el “clero” – el motor del cambio.
Más aún, como bien ha dicho el profesor Frédédir Lenoir, la gran paradoja, la ironía suprema de la Historia, es que el surgimiento moderno de la laicidad (no del laicismo), los derechos humanos, la libertad de conciencia, todo lo bueno que surgió en los siglos XVI, XVII y XVIII contra la voluntad de los clérigos, se produjo a través del recurso implícito y explícito al mensaje original del Evangelio. Dicho más claramente, lo que obliga a la Iglesia a cambiar no brota de las sacristías, ni de los palacios episcopales. Brota del humanismo, que ya no tolera atrocidades como la Inquisición, la condena de Galileo, los Estados totalitarios o sistemas que imponen las desigualdades entre mujeres y hombres, desprecian a los extranjeros, a homosexuales o a los colegios que no imponen la asignatura de religión.
La Iglesia se estancó, y estancada sigue
La Iglesia que se estancó –y estancada sigue– en el pensamiento, la moral y las ceremonias anteriores a la Modernidad, esa Iglesia se hunde y ahí se queda, atascada en unas ideas, unos deberes y unas ceremonias, que casi nadie entiende y a casi nadie le interesan. ¿Tiene eso algún futuro? El que lo vea así, que siga por ese camino, a ver a donde llega.
La Iglesia que nació del Evangelio, y que ahora estamos viendo en la vida del papa Francisco, es la Iglesia que va a cambiar.
La ordenación sacerdotal de hombres casados y de mujeres será sólo el comienzo. Los cambios de fondo, en la teología, la liturgia y el derecho eclesiástico, que hagan, de la Iglesia, la presencia patente del Evangelio en la sociedad, eso lo verán y lo vivirán las generaciones futuras. La Iglesia de Jesús no tiene otro futuro.

José María Castillo
Religión Digital

domingo, 17 de noviembre de 2019

TIEMPOS DE CRISIS... QUÉ HACEMOS LOS CRISTIANOS?

Lc 21, 5-19
En los evangelios se recogen algunos textos de carácter apocalíptico en los que no es fácil diferenciar el mensaje que puede ser atribuido a Jesús y las preocupaciones de las primeras comunidades cristianas, envueltas en situaciones trágicas mientras esperan con angustia y en medio de persecuciones el final de los tiempos.
No es tampoco la hora de la resignación o la huida. La idea de Jesús es otra. Precisamente en tiempos de crisis «tendréis ocasión de dar testimonio». Es entonces cuando se nos ofrece la mejor ocasión de dar testimonio de nuestra adhesión a Jesús y a su proyecto.
Llevamos ya mucho tiempo sufriendo una crisis que está golpeando duramente a muchos. Lo sucedido en este tiempo nos permite conocer ya con realismo el daño social y el sufrimiento que está generando. ¿No ha llegado el momento de plantearnos cómo estamos reaccionando?
Tal vez, lo primero es revisar nuestra actitud de fondo: ¿Nos hemos posicionado de manera responsable, despertando en nosotros un sentido básico de solidaridad, o estamos viviendo de espaldas a todo lo que puede turbar nuestra tranquilidad? ¿Qué hacemos desde nuestros grupos y comunidades cristianas? ¿Nos hemos marcado una línea de actuación generosa, o vivimos celebrando nuestra fe al margen de lo que está sucediendo?
La crisis está abriendo una fractura social injusta entre quienes podemos vivir sin miedo al futuro y aquellos que están quedando excluidos de la sociedad y privados de una salida digna. ¿No sentimos la llamada a introducir «recortes» en nuestIDISra vida para poder vivir los próximos años de manera más sobria y solidaria?
Poco a poco, vamos conociendo más de cerca a quienes se van quedando más indefensos y sin recursos (familias sin ingreso alguno, parados de larga duración, inmigrantes enfermos...). ¿Nos preocupamos de abrir los ojos para ver si podemos comprometernos en aliviar la situación de algunos? ¿Podemos pensar en alguna iniciativa realista desde las comunidades cristianas?
No hemos de olvidar que la crisis no solo crea empobrecimiento material. Genera, además, inseguridad, miedo, impotencia y experiencia de fracaso. Rompe proyectos, hunde familias, destruye la esperanza. ¿No hemos de recuperar la importancia de la ayuda entre familiares, el apoyo entre vecinos, la acogida y el acompañamiento desde la comunidad cristiana...? Pocas cosas pueden ser más nobles en estos momentos que el aprender a cuidarnos mutuamente.

José Antonio Pagola
Publicado en www.gruposdejesus.com