domingo, 28 de abril de 2013

SIN AMOR NO HAY CRISTIANO


Jn 13, 31-35
El evangelio de hoy también está sacado de un discurso de Jesús en el evangelio de Juan; el último y más largo, después del lavatorio de los pies. Es un discurso que abarca cinco capítulos, y es una verdadera catequesis a la comunidad, que trata de resumir las más originales enseñanzas de Jesús.
Como ya he repetido muchas veces, no se trata de un discurso de Jesús, sino de una cristología elaborada por aquella comunidad a través de muchos años de experiencia y convivencia cristianas. En el momento de la cena, los discípulos no hubieran entendido nada de todo lo que el discurso dice.
El mandamiento del amor sigue siendo tan nuevo que está aún sin estrenar. Y no se trata sólo de algo muy importante; se trata de lo esencial.  Nietzsche llegó a decir: "solo hubo un cristiano, y ese murió en la cruz"; precisamente porque nadie ha sido capaz de amar como él amó. Como decíamos el domingo pasado, solo el que hace suya la Vida de Dios, será capaz de desplegarla en sus relaciones con los demás. La manifestación de esa Vida, es el amor efectivo a todos los seres humanos.
La pregunta que me tengo que hacer hoy es ésta: ¿Amo de verdad a los demás? ¿Es el amor mi distintivo como cristianos? No se trata de un amor teórico, sino del servicio concreto a todo aquel que me necesita.
La última frase de la lectura de hoy se acerca más a la realidad si la formulamos al revés: La señal, por la que reconocerán que no sois discípulos míos, será que no os amáis los unos a los otros.
Hemos insistido demasiado en lo accidental: el cumplimiento de normas, en la creencia en unas verdades y en la celebración de unos ritos, y apenas en lo esencial que es el amor.
Seguimos cometiendo el error de presentar el amor como un precepto. Así enfocado, no puede funcionar. Amar es un acto de la voluntad, cuyo único objeto es el bien conocido. Esto es muy importante, porque si no descubro la razón de bien, la voluntad no puede ser movida desde dentro. Si me limito a cumplir un mandamiento, no tengo necesidad de descubrir la razón de bien en lo mandado, sino solo obedecer al que lo mandó.
Aquí está el error. El que una cosa esté mandada, no me tiene que llevar a mí a cumplirla, sino a descubrir por qué está mandada; me tiene que llevar a ver en ella, la razón de bien. Si no doy este paso, será para mí una programación sin consecuencias en mi vida real.
Ahora es glorificado el Hijo de hombre y Dios es Glorificado en él. Jesús ha lavado los pies a los discípulos. Judas acaba de salir del cenáculo y la muerte de Jesús está decidida. ¿Dónde está la gloria? Allí donde se manifiesta el amor. Ese amor manifestado, es a la vez, la gloria de Dios y la gloria del hombre Jesús.
En el griego profano, "doxa" significaba simplemente opinión, fama. El "kabod" hebreo que traducen por doxa los LXX tenía un significado muy distinto. Por una parte, era la trascendencia y la santidad (majestad) de Dios que el hombre debe reconocer. Por otro, la manifestación de ese ser de Dios en acciones portentosas. Juan mantiene el sentido de "gloria" de Dios, que también atribuye al Hijo. Jesús en todas sus obras, manifiesta la "doxa" de Dios.
Lo original de Juan es que esa gloria no se manifiesta solo en los actos espectaculares de poder, sino en los que expresan sin ambigüedades el Amor-Dios. La gloria de Dios es el Amor manifestado.
No se trata pues, de fama y honor. Tampoco se trata de conceder majestad, esplendor o poder. La gloria de la que habla Juan no es una concesión externa; está en la misma esencia de la persona. Morir por los demás es la mayor gloria, porque es la mayor manifestación posible de amor.
La gloria de Jesús no es consecuencia de su muerte, es la misma muerte por amor. Ni Dios ni Jesús después de morir, pueden recibir otra clase de gloria. La única gloria que podemos dar a Dios es amar como Él ama.
Les llama "Hijitos" (teknia) diminutivo de (tekna). En castellano, el cariño se expresa mejor con el posesivo "hijitos míos". Esta expresión está justificada porque se trata de un momento íntimo y emocionante. Les anuncia su próxima muerte, por eso lo que sigue tiene carácter de testamento.
Lo que Jesús pide a los suyos es un amor incondicional y a todos sin excepción. Todas las normas, todas las leyes tienen que orientarse a ese fin.
Un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he amado. El "igual que yo" no es solo comparativo, sino originante. Quiere decir que debéis amarosporque yo os he amado, y tanto como yo os he amado.
El Amor-Dios no se puede descubrir, pero se manifiesta en las obras. Se trata de la seña de identidad del cristiano. Es el mandamiento nuevo, por oposición al mandamiento antiguo, la Ley. Queda así establecida la diferencia entre las dos alianzas. La antigua estaba basada en una relación jurídica de toma y daca con Dios. En la nueva alianza lo único que importa es laactitud de servicio a los demás. No se trata de una ley, sino de una respuesta personal a lo que Dios es en nosotros. "Un amor que responde a su amor" (Jn 1,16).
Jesús no propone como primer mandamiento el amar a Dios, ni el amor a él mismo. No dice: Amadme como yo os he amado. Dios es don total y no pide nada a cambio. Ni Él necesita nada de nosotros, ni nosotros le podemos dar nada (ni siquiera gloria).
Dios es puro don, amor total. Se trata de descubrir en nosotros ese don incondicional de Dios, que a través nuestro debe llegar a todos. El amor a Dios sin entrega a los demás es pura farsa. El amor a los demás por Dios y no por ellos mismos, es una trampa que manifiesta nuestro egoísmo. El amar para que Dios me lo pague, no es más que una programación calculada. La exigencia de Jesús no es con relación a Dios, sino con relación a la persona.
Jesús se presenta como "el hijo de Hombre" (modelo de ser humano). Es la cumbre de las posibilidades humanas. Amar es la única manera de ser plenamente hombre. Él ha desarrollado hasta el límite la capacidad de amar, hasta amar como Dios ama. Jesús no propone un principio teórico, y después dice que vamos a cumplirlo todos. Jesús comienza por vivir el amor y después dice: ¡imitadme! El que le dé su adhesión quedará capacitado para ser hijo, para actuar como el Padre, para amar como Dios ama.
En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros. El amor que pide Jesús no es una teoría, ni una doctrina. Tiene que manifestarse en la vida, en todos y cada uno de los aspectos de la existencia. La nueva comunidad no se caracterizará por doctrinas, ni ritos, ni normas morales. El único distintivo debe ser el amor manifestado en todas y cada una de nuestras acciones. La base y fundamento de la nueva comunidad será la vivencia, no la programación.
Jesús no funda un club cuyos miembros tienen que ajustarse a unos estatutos, sino una comunidad que experimenta a Dios como Padre y cada miembro lo imita, haciéndose hijo y hermano.
"Que os améis unos a otros", se ha entendido a veces como un amor a los nuestros. Algunas formulaciones del NT, pueden dar pie a esta interpretación. No: desde cada comunidad cristiana, el amor tiene que llegar a todos. No se trata de amar a los que son amables (dignos de ser amados), sino de estar al servicio de todos como si fueran yo mismo. Si dejo de amar a una sola persona, mi amor evangélico es cero.
No se trata de un amor humano más. Se trata de entrar en la dinámica del amor de Dios. Esto es imposible, si primero no experimentamos ese AMOR. ¡Ojo! esta verdad es demoledora.
Después de todo lo comentado en esta pascua, podemos hacer un resumen. La Vida, que se manifestó en Jesús, es el mismo Dios-Vida que se le había entregado absolutamente. Ese Dios-Vida, que también se da a cada uno de nosotros, nos lleva a la unidad con Él, con Jesús y con todos los hombres. Esa identificación absoluta, que se puede vivir, pero que no se puede ver, se manifiesta en la entrega y la preocupación por los demás, es decir, en el amor. El amor evangélico, no es más que la manifestación de la unidad vivida.

miércoles, 24 de abril de 2013

AMARAS A DIOS EN TODAS LAS COSAS DE LA CREACIÓN


UN MANDAMIENTO NUEVO
Quinto domingo de Pascua, 28 de abril
Queridos lectores y amigos:
En Pascua, que está en la base de toda fe cristiana, la Iglesia primitiva se desmarca del pueblo judío, bajo la autoridad del Jesús resucitado. “Un mandamiento nuevo os doy” es el semáforo verde que faculta a la recién establecida comunidad para arrancar en el circuito de una era nueva: la del amor incondicional libre de fronteras exteriores e interiores que capacita a todo ser para dar y recibir amor a sí mismos y también a todos los demás.
Una vez más, el “se os dijo, pero yo os digo”. En este caso queda superado el primer precepto de las Tablas de Moisés. El “Amarás a Dios sobre todas las cosas” se torna en Le amarás en todas las cosas. Lo divino judaico recobra su sentido al encarnarse en lo humanamente cotidiano: “amaos los unos a los otros, como yo os he amado”.
Tras la inhalación del Espíritu en el cenáculo, los primeros cristianos se sienten investidos por Jesús de la señal ”por la que todos os reconocerán que sois discípulos míos”. Jesús: ¡¡un soñador en vigilia que escribió con hechos de vida el mejor poema de amor de la existencia!!
Nuestro compromiso: salir sin demora esta semana a las encrucijadas de un mundo azotado por la obsesión del tener, la corrupción y las ansias del poder. Y allí, con nuestro laúd y bien templada voz, reivindicar en aras del Evangelio los desacreditados valores de la solidaridad, la compasión, el amor, la esperanza y la benevolencia. Un mandamiento nuevo os doy: otorgar sentido y plenitud a la vida del hombre y de las cosas.
Vicente Martínez
TEXTOS DE LA SEMANA
Jn 13, 31-35.  Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros igual que yo os he amado.
José Enrique Galarreta: Hechos 14, 20b-26. La iglesia de Antioquía, movida por el Espíritu, envía a Bernabé y Pablo a una misión por las ciudades cercanas.Apocalipsis 21, 1-5ªNo se anuncian hechos por venir sino que se narra con símbolos lo que ocurre cuando Dios mora definitivamente entre los hombres.

miércoles, 17 de abril de 2013

NADA HAY TAN DECISIVO PARA SER CRISTIANO COMO TOMAR LA DECISIÓN DE VIVIR COMO SEGUIDORES DE JESÚS.


4 Pascua (C) Juan 10, 27-30
ESCUCHAR Y SEGUIR A JESÚS
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA, 17/04/13.- Era invierno. Jesús andaba paseando por el pórtico de Salomón, una de las galerías al aire libre, que rodeaban la gran explanada del Templo. Este pórtico, en concreto, era un lugar muy frecuentado por la gente pues, al parecer, estaba protegido contra el viento por una muralla.
Pronto, un grupo de judíos hacen corro alrededor de Jesús. El diálogo es tenso. Los judíos lo acosan con sus preguntas. Jesús les critica porque no aceptan su mensaje ni su actuación. En concreto, les dice: "Vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas". ¿Qué significa esta metáfora?
Jesús es muy claro: "Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco; ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna". Jesús no fuerza a nadie. Él solamente llama. La decisión de seguirle depende de cada uno de nosotros. Solo si le escuchamos y le seguimos, establecemos con Jesús esa relación que lleva a la vida eterna.
Nada hay tan decisivo para ser cristiano como tomar la decisión de vivir como seguidores de Jesús. El gran riesgo de los cristianos ha sido siempre pretender serlo, sin seguir a Jesús. De hecho, muchos de los que se han ido alejando de nuestras comunidades son personas a las que nadie ha ayudado a tomar la decisión de vivir siguiendo sus pasos.
Sin embargo, ésa es la primera decisión de un cristiano. La decisión que lo cambia todo, porque es comenzar a vivir de manera nueva la adhesión a Cristo y la pertenencia a la Iglesia: encontrar, por fin, el camino, la verdad, el sentido y la razón de la religión cristiana.
Y lo primero para tomar esa decisión es escuchar su llamada. Nadie se pone en camino tras los pasos de Jesús siguiendo su propia intuición o sus deseos de vivir un ideal. Comenzamos a seguirle cuando nos sentimos atraídos y llamados por Cristo. Por eso, la fe no consiste primordialmente en creer algo sobre Jesús sino en creerle a él.
Cuando falta el seguimiento a Jesús, cuidado y reafirmado una y otra vez en el propio corazón y en la comunidad creyente, nuestra fe corre el riesgo de quedar reducida a una aceptación de creencias, una práctica de obligaciones religiosas y una obediencia a la disciplina de la Iglesia.
Es fácil entonces instalarnos en la práctica religiosa, sin dejarnos cuestionar por las llamadas que Jesús nos hace desde el evangelio que escuchamos cada domingo. Jesús está dentro de esa religión, pero no nos arrastra tras sus pasos. Sin darnos cuenta, nos acostumbramos a vivir de manera rutinaria y repetitiva. Nos falta la creatividad, la renovación y la alegría de quienes viven esforzándose por seguir a Jesús.

UNA UTOPIA POSIBLE


 Robert Müller, alto funcionario de la ONU durante 40 años,  fue llamado también «ciudadano del mundo» y «padre de la educación global». Era un hombre de sueños, uno de ellos realizado al crear y ser el primer rector de la Universidad de la Paz, creada en 1980 por la ONU en Costa Rica, único país del mundo que no tiene ejército.
Él imaginó un nuevo relato del Génesis bíblico: el nacimiento de una civilización realmente planetaria en la cual la especie humana se asume como especie, junto con otras especies, con la misión de garantizar la sostenibilidad de la Tierra y cuidar bien de ella así como de todos los seres que en ella existen. He aquí lo que él llamó el «Nuevo Génesis»:
«Y vio Dios que todas las naciones de la Tierra, negras y blancas, pobres y ricas, del Norte y del Sur, del Oriente y del Occidente, de todos los credos, enviaban sus emisarios a un gran edificio de cristal a orillas del río del Sol Naciente, en la isla de Manhattan, para estudiar juntos, pensar juntos y juntos cuidar del mundo y de todos sus pueblos.
Y dijo Dios: “Eso es bueno”. Y ése fue el primer día de la Nueva Era de la Tierra.
Y vio Dios que los soldados de la paz separaban a los combatientes de las naciones en guerra, que las diferencias se resolvían mediante la negociación y el raciocinio y no por las armas, y que los líderes de las naciones se encontraban, intercambiaban ideas y unían sus corazones, sus mentes, sus almas y sus fuerzas para el beneficio de toda la humanidad.
Y dijo Dios: “Eso es bueno”. Y ése fue el segundo día del Planeta de la Paz.
Y vio Dios que los seres humanos amaban a la totalidad de la Creación, las estrellas y el sol, el día y la noche, el aire y los océanos, la tierra y las aguas, los peces y las aves, las flores y las plantas y a todos sus hermanos y hermanas humanos.
Y dijo Dios: “Eso es bueno”. Y ése fue el tercer día del Planeta de la Felicidad.
Y vio Dios que los seres humanos eliminaban el hambre, la enfermedad, la ignorancia y el sufrimiento en toda la Tierra, proporcionando a cada persona humana una vida decente, consciente y feliz, controlando la avidez, la fuerza y la riqueza de unos pocos.
Y dijo Dios: “Eso es bueno”. Y ése fue el cuarto día del Planeta de la Justicia.
Y vio Dios que los seres humanos vivían en armonía con su planeta y en paz con los demás: gestionando sus recursos con sabiduría, evitando el despilfarro, frenando los excesos, sustituyendo el odio por el amor, la avaricia por el darse por satisfecho, la arrogancia por la humildad, la división por la cooperación y la suspicacia por la comprensión.
Y dijo Dios: “Eso es bueno”. Y ése fue el quinto día del Planeta de Oro.
Y vio Dios que las naciones destruían sus armas, sus bombas, sus misiles, sus barcos y aviones de guerra, desactivando sus bases y desmovilizando sus ejércitos, manteniendo sólo una policía de la paz para proteger a los buenos de los malos y a los normales de los enfermos mentales.
Y dijo Dios: “Eso es bueno”. Y ése fue el sexto día del Planeta de la Razón.
Y vio Dios que los seres humanos recuperaban a Dios y a la persona humana como su Alfa y Omega, reduciendo a las instituciones, creencias, políticas, gobiernos y demás entidades humanas a su papel de simples servidores de Dios y de los pueblos. Y Dios los vio adoptar como ley suprema aquélla que dice: «Amarás al Dios del Universo con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Amarás a tu bello y maravilloso planeta y lo tratarás con infinito cuidado. Amarás a tus hermanos y hermanas humanos como te amas a ti mismo. No hay mandamientos mayores que éstos».
Y dijo Dios: “Eso es bueno”. Y ése fue el séptimo día del Planeta de Dios».
Si en la puerta del infierno de Dante Alighieri estaba escrito: «Abandonad toda esperanza, vosotros que entráis», en la puerta de la nueva civilización en la era de la Tierra y del mundo planetizado estará escrito en todas las lenguas que existen en la faz de la Tierra:
«No abandonéis nunca la esperanza, vosotros que entráis».

LA IGLESIA DE HOY Y LA OPCION POR JESUS


Francisco se desnuda para cobrir la desnudez del Papa

06/04/2013
Saben los historiadores que el Papa del tiempo de san Francisco, Inocencio III (1198-1216), llevó el papado a un apogeo y esplendor como nunca lo había habido antes ni lo habrá después. Hábil político, consiguió que todos los reyes, emperadores y señores feudales, con algunas excepciones, fuesen sus vasallos. Bajo su regencia estaban los dos poderes supremos: el Imperio y el Sacerdocio. Ser sucesor del pescador Pedro era poco para él. Se declaró «representante de Cristo», pero no del Cristo pobre, que andaba por los polvorientos caminos de Palestina, profeta peregrino, anunciador de una radical utopía, la del Reino del amor incondicional al prójimo y a Dios,  de la justicia universal, de la fraternidad sin fronteras y de la compasión sin  límites. Su Cristo era el Pantocrator, el  Señor del Universo, cabeza de la Iglesia y del Cosmos.
Esta visión exaltatoria favoreció la construcción de una Iglesia monárquica, poderosa y rica pero absolutamente secularizada, contraria a todo lo que es evangélico. Tal realidad sólo podía provocar una reacción contraria entre el pueblo. Surgieron los movimientos pauperistas, de laicos, hombres y mujeres y de laicos ricos que se hacían pobres. Predicaban por su cuenta el evangelio en la lengua popular: el evangelio de la pobreza contra el fasto de las cortes, de la sencillez radical contra la sofisticación de los palacios, la adoración al Cristo de Belén y de la Crucifixión contra la exaltación imperial de Cristo Rey todo poderoso. Eran los albigenses, los valdenses, los pobres de Lyon, los seguidores de Francisco, de Domingo y de los siete Siervos de María de Florencia, nobles que se hicieron  mendicantes.
A pesar de este fasto, Inocencio III fue sensible a Francisco y a los doce compañeros que lo visitaron, desharrapados, en su palacio de Roma, para pedirle permiso para vivir según el evangelio. Conmovido y con remordimientos, el Papa les concedió un permiso oral. Corría el año 1209. Francisco no olvidaría este gesto generoso.
Pero la historia da sus vueltas. Lo que es verdadero e imperativo, llegado su momento de maduración, se revela con una fuerza volcánica. Y se reveló en 1216 en Perugia adonde fue el Papa Inocencio III a uno de sus palacios.
Súbitamente el Papa muere después de 18 años de pontificado triunfante. Pronto se oyen los sonidos lúgubres del canto gregoriano provenientes de la catedral pontificia. Se entona el grave planctum super Innocentium («el llanto sobre Inocencio»).
Nada detiene a la muerte, señora de todas las vanidades, de toda la pompa, de toda gloria y de todo triunfo. El ataúd del Papa está frente al altar mayor cubierto oropeles, joyas, oro, plata y los signos del doble poder sagrado y secular. Cardenales, emperadores, príncipes, abades y filas sin fin de fieles se suceden en la vigilia. El obispo Jacques de Vitry, llegado de Namur y nombrado después cardenal de Frascati, es quien lo cuenta.
Es medianoche. Todos se retiran apesadumbrados. Solamente la luz vacilante de las velas encendidas proyecta fantasmas en las paredes. El Papa, en otro tiempo siempre rodeado de nobles, está ahora solo con las tinieblas. Y de pronto unos ladrones entran sigilosamente en la catedral. En pocos minutos despojan el cadáver de todas las ropas preciosas, del oro, la plata y las insignias papales.
Ahí yace un cuerpo desnudo, ya casi en descomposición. Se hace realidad lo que Inocencio III dejara registrado en un famoso texto suyo sobre «la miseria de la condición humana». Ahora ella se muestra con toda la crudeza en su propia condición.
Un pobrecito, fétido y miserable, se había escondido en un rincón oscuro de la catedral para velar, rezar y pasar la noche junto al Papa que le fué tan benévolo. Se quitó la túnica rota y sucia, túnica de penitencia, y con ella cubrió las vergüenzas del cadáver ultrajado.
Siniestro destino de la riqueza, grandioso el gesto de la pobreza. La primera no lo salvó del saqueo, la segunda lo salvó de la vergüenza.
Y concluye el cardenal Jacques de Vitry: «Entré en la iglesia y me di cuenta, con plena fe, de cuán breve es la gloria engañosa de este mundo».
Aquel al que todos llamaban Poverello y Fratello nada dijo ni nada pensó. Solo hizo. Quedó desnudo para cubrir la desnudez del Papa que un día le aprobara el modo de vida. Francisco de Asís, fuente inspiradora del Papa Francisco de Roma.
Leonardo Boff es autor del libro Francisco de Asís: ternura y vigor, Sal Terrae 61995.
Traducción de Mª José Gavito Milano

miércoles, 3 de abril de 2013

DUDAR PARA CRECER EN LA FE


ECLESALIA03/04/13.- El hombre moderno ha aprendido a dudar. Es propio del espíritu de nuestros tiempos cuestionarlo todo para progresar en conocimiento científico. En este clima la fe queda con frecuencia desacreditada. El ser humano va caminando por la vida lleno de incertidumbres y dudas.
Por eso, todos sintonizamos sin dificultad con la reacción de Tomás, cuando los otros discípulos le comunican que, estando él ausente, han tenido una experiencia sorprendente: "Hemos visto al Señor". Tomás podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es clara: "Si no lo veo...no lo creo".
Su actitud es comprensible. Tomás no dice que sus compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su fe. Él necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún momento.
Tomás ha podido expresar sus dudas dentro de grupo de discípulos. Al parecer, no se han escandalizado. No lo han echado fuera del grupo. Tampoco ellos han creído a las mujeres cuando les han anunciado que han visto a Jesús resucitado. El episodio de Tomás deja entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el pequeño grupo de discípulos hasta llegar a la fe en Cristo resucitado.
Las comunidades cristianas deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes y búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la misma experiencia. Para crecer en la fe necesitamos el estímulo y el diálogo con otros que comparten nuestra misma inquietud.
Pero nada puede remplazar a la experiencia de un contacto personal con Cristo en lo hondo de la propia conciencia. Según el relato evangélico, a los ocho días se presenta de nuevo Jesús. No critica a Tomás sus dudas. Su resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le muestra sus heridas.
No son "pruebas" de la resurrección, sino "signos" de su amor y entrega hasta la muerte. Por eso, le invita a profundizar en sus dudas con confianza: "No seas incrédulo, sino creyente". Tomas renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita a confiar: "Señor mío y Dios mío".
Un día los cristianos descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera sana, sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, para estimularnos a crecer en amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios encarnado que constituye el núcleo de nuestra fe.