Fiesta
de “Corpus Christi”
2 junio
2013
Evangelio
de Lucas 9, 11b-17
En
aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los
que lo necesitaban.
Caía
la tarde y los Doce se acercaron a decirle:
―
Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar
alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado.
El
les contestó:
―
Dadles vosotros de comer.
Ellos
replicaron:
―
No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de
comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres).
Jesús
dijo a sus discípulos:
―
Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.
Lo
hicieron así y todos se echaron.
El,
tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la
bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los
sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras:
doce cestos.
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ACERCARNOS A LA LUZ
Parece claro que los humanos tenemos más
miedo a la luz que a la oscuridad. Como si no fuéramos capaces de “soportar”
demasiada claridad, nos refugiamos en pequeños escondites, en los que creemos
encontrar refugio, aunque sea a costa de reducirnos y, finalmente, de negarnos
a nosotros mismos.
Por seguridad, comodidad y, en último
término, ignorancia, preferimos alejarnos del vértigo que nos produce la luz,
en un impulso primitivo que nos lleva a querer tener todo bajo control.
Este modo (habitual) de funcionar
explica lo que los cristianos hicimos con Jesús. En lugar de reconocernos en
él, lo convertimos en un objeto de culto, lo pusimos lejos –en la cruz, en las
estatuas, en los sagrarios…-, para asegurarnos su protección pero, al mismo
tiempo, para protegernos de lo que su existencia implica.
Como dice Javier Melloni, “Jesús es plenamente Dios y hombre, y eso es
lo que somos todos. El pecado del cristianismo es el miedo; no nos atrevemos a
reconocernos en lo que Jesús nos dijo que éramos”.
Caer en la cuenta de nuestro miedo a
la luz quizás sea una buena manera de acercarnos a comprender el significado de
la fiesta del “Corpus Christi”.
Una cosa es adorar a Jesús Eucaristía,
sacarlo en custodias por la calle, organizar lujosas procesiones… y otra bien
diferente acoger la sabiduría que en él se manifiesta acerca de quienes somos.
En el primer caso, corremos el riesgo
de que sea nuestro ego el que busca fortalecerse, también religiosamente, para
sentirse “digno” de salvación. En el segundo, por el contrario, venimos a
descubrir –así lo vivió el maestro de Nazaret- que no es al ego al que hay que
salvar, sino que es precisamente de él de quien nos tenemos que liberar.
Nos engañamos cuando queremos crearnos
un “yo religioso”: así es como nos “escondemos” de la luz. De lo que se trata
es de acercarnos a la Luz que es, para reconocernos en ella, tomar consciencia
de nuestra identidad ilimitada y compartida, en el mismo “Yo Soy” con el que
Jesús se expresaba.
Bajo esta perspectiva, el “Corpus
Christi” es también la fiesta de la Unidad. Al decir sobre el pan “esto soy
yo”, Jesús nos invita a reconocernos en todo lo que es.
El pan y el vino –alimentos cotidianos
en la Palestina del siglo I, que reúnen en torno a sí a toda la familia y a
todos los amigos- son símbolo de la realidad entera. Y a toda ella alcanzan las
palabras de Jesús: “Esto soy yo”.
La sabiduría de Jesús se convierte en
luz que nos hace reconocerlo en todo. O mejor todavía: nos hace reconocer que
todo está en todo. Adorar la Eucaristía significa desarrollar una mirada de
admiración, asombro y adoración sobre la realidad entera, en la certeza de que toda
ella refleja el mismo y único Rostro, que es también el nuestro.
La sabiduría de Jesús nos anima a
entrar en otro modo de ver, en una consciencia mayor, que nos saca del estrecho
modelo mental y nos lleva a percibir la Unidad de todo lo que es. En la
seguridad de que esta nueva comprensión habrá de generar un nuevo modo de
vivir.
www.enriquemartinezlozano.com
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