jueves, 30 de enero de 2014

PARA COMPRENDER LA "SALVACIÓN"

Lc 2, 22-40
La purificación de la madre y la presentación del niño constituían los dos momentos del rito que estipulaba la ley mosaica –y otras similares, en otras tantas culturas-, justo cuarenta días después del parto. Tras ese tiempo –la "cuarentena"-, la mujer salía por primera vez de casa, tras haber dado a luz.
Sabemos que las culturas antiguas eran propensas a regular minuciosamente todo lo relacionado con la vida y la sexualidad: se trataba de dos dimensiones básicas, ante las que el ser humano se sentía sobrecogido. No es extraño que lo relacionado con ellas fuera campo propicio para la legislación que establecía tabúes y, en una cultura machista o patriarcal, declarara "impura" a la mujer cuando vivía algo relacionado con el sexo y el origen de la vida.
Esta práctica, legislada en la ley judía, se halla en la base del establecimiento, precisamente el día 2 de febrero –una vez que se había convenido en fechar el nacimiento el día 25 de diciembre: "Dies Natalis Solis"- de esta doble fiesta en la Iglesia católica: la purificación de María y la presentación de Jesús.
Y, como lectura adecuada para la misma, se toma este texto correspondiente al "evangelio de la infancia", de Lucas. Si todo el relato evangélico –aun sin negar un fondo histórico, nada fácil de determinar en cada caso- es catequesis, los relatos de la infancia no tienen otra finalidad que la de presentar –en clave teológica- lo que será Jesús para la comunidad de sus seguidores.
Nos hallamos, pues, en la perspectiva de Lucas, en pura teología. Desde el inicio de su escrito, el autor quiere decirnos quién es Jesús. Y para ello se sirve de la figura de dos ancianos venerables, caracterizados por su ardiente espera de la liberación del pueblo.
De ese modo, Lucas pone en labios de Simeón la palabra que, según su propia comunidad, define la identidad de Jesús: es el Salvador. No es casual: el llamado "tercer evangelio" será el que se refiera a Jesús con ese término, poniendo especial énfasis en mostrar su dimensión compasiva o misericordiosa, en particular con respecto a los pobres, los necesitados y los considerados "pecadores" por parte de la religión oficial.
"Salvación", sin embargo, es una de tantas palabras gastadas y, en cierto sentido, pervertidas por el uso excesivo e inadecuado. Los tonos mítico-heterónomo, espiritualista, individualista, perfeccionista-culpabilizador, moralista-rigorista..., con los que ha solido venir revestida, la han sacado definitivamente de nuestro vocabulario cotidiano.
Si, como sucede también con otras palabras igualmente gastadas, tuviéramos que encontrar otra que evocara su contenido, quizás podría servirnos el término "comprensión" (o incluso "consciencia").
Porque la "salvación" no es "algo" añadido a lo que somos; ni algo que hayamos de buscar "fuera" o en el futuro. Si todo es aquí y ahora, si únicamente existe el Presente y Presencia es nuestra verdadera identidad, la "salvación" (de la ignorancia, de la confusión, del sufrimiento y de la muerte) no puede consistir en otra cosa que en reconocerlo, es decir, en comprendery vivir lo que somos.
En este sentido, es claro que nos "salvamos" en la medida en que accedemos a nuestra verdadera identidad. Y esta no puede ser objeto de una "creencia" –no se halla al alcance de la mente-, sino de una experiencia: únicamente podemos conocer quiénes somos precisamente cuando lo somos.
Desde esta clave, Jesús no "viene a salvarnos" de un supuesto pecado original que nos habría hecho perder, por generaciones, la amistad de Dios. Nos salva porque reconocemos en él a alguien que ha "comprendido", que ha "visto" el Secreto último de lo Real y se ha vivido en coherencia con ello. Jesús nos salva porque nos hace de "espejo" de lo que somos todos (Enrique MARTÍNEZ, ¿Qué Dios y qué salvación? Claves para comprender el cambio religioso, Desclée De Brouwer).

Enrique Martínez Lozano

domingo, 26 de enero de 2014

CONVERSION = SER COMO JESUS

Y Jesús empieza por invitarnos a cambiar, a convertirnos, a abrirnos al Reino. La predicación de Jesús es: "Ya está aquí el Reino, convertíos". Convertirse es cambiar, cambiar desde el fondo, mirar a otros objetivos, adoptar otros valores. Se ofrecen como valores y objetivos los del Reino, es decir, la Voluntad de Dios, la Salvación.
Y es éste uno de los tests más significativos de nuestra vida cristiana:
¿Cambias o estás siempre igual?
¿Eres caminante o estás anclado en lo de siempre?
¿Te estás convirtiendo constantemente en algo nuevo y mejor?
Una vez más las parábolas "vegetales" nos dan las pistas correctas.
¿Cómo va la semilla, va creciendo?
¿Cómo va la masa, va siendo fermentada por la levadura?
¿Hay frutos de tu árbol?
En resumen, y aplicando literalmente la palabra "conversión":
¿en qué se está convirtiendo tu vida?

El llamamiento a la conversión va unido al llamamiento a la misión, a ser, como Jesús, salvadores. Así queda definida la vocación de la iglesia, de nosotros la iglesia: pasar haciendo el bien, curar, ser luz, ofrecer salud y claridad...
Con la sencillez del que sabe que no da lo suyo, sino lo que ha recibido, con la urgencia del que sabe que no lo ha recibido por privilegio, sino para darlo.
No pocas veces hemos restringido el llamamiento a unos pocos, los sacerdotes, los religiosos: esos deben dejarlo todo, esos tienen una misión. Pero Jesús está llamando a todos.
Somos la Iglesia los que queremos aceptar la llamada de Jesús, los que queremos que toda nuestra vida sea Misión. Unos desde el matrimonio, otro desde el celibato; unos poseyendo, otros renunciando; unos dedicados a la vida contemplativa, otros trabajando en las faenas cotidianas... todos siguiendo a Jesús y trabajando por el Reino: por ser el Reino, por convertirse al Reino y por anunciar el Reino, convertir el sueño de Jesús en una realidad.
Hoy podríamos situarnos en el lago y sentirnos llamados por Jesús, personalmente. Quizá no estoy llamado a cambiar los modos exteriores básicos de mi vida: pero es seguro que Jesús me llama a cambiar de criterios, de valores y de estilo: es seguro que Jesús me ofrece que toda mi vida sea Misión, que todo tenga valor para el Reino.

José Enrique Galarreta

COMENTARIO AL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 26 DE ENERO

Mt 4, 12-23
Desde el punto de vista teológico, es muy importante para Mateo dejar claro que Jesús comienza su actividad lejos de Judea, de Jerusalén, del templo, de las autoridades religiosas. Quiere desligar la actividad de Jesús de toda posible conexión con la institución. Y quiere dejar claro que la predicación de Jesús es continuación de la de Juan. También queda reflejada otra obsesión de Mateo. Estamos al comienzo del evangelio y ya ha repetido seis veces: "Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura".
No hemos tenido suficientemente claro que Jesús nunca se predicó a sí mismo, sino que el centro de su mensaje fue siempre el "Reinado de Dios". Es verdad que él se identificó totalmente con ese Reino, pero es muy conveniente tratar de ver la diferencia. La predicación de Jesús es fruto de una profunda experiencia humana. La importancia de Jesús estriba en que fue la más fiel manifestación del Reino que es Dios.
Mateo habla de "el Reino de los Cielos", los demás evangelistas y también alguna vez Mateo, hablan de "el Reino de Dios". Con las dos fórmulas se quiere expresar la misma realidad. A los judíos les resultaba violento emplear la palabra Dios, por eso empleaban circunloquios para evitarla. Uno de ellos era esta expresión "los Cielos". Sería el ámbito de lo divino, la divinidad.
En los escritos más tardíos del NT se habla del Reino de Cristo. Esa expresión es muy peligrosa porque nos puede hacer pensar que Jesús es la meta y olvidarnos de Dios, como acabamos de señalar.
Hoy podemos asegurar, que el núcleo de la predicación de Jesús, fue "El Reinado de Dios". Es curioso que Mateo ponga en boca de Jesús, al iniciar su predicación, exactamente la misma frase que había puesto en boca de Juan Bautista: "Arrepentíos, está cerca el Reino de los Cielos".
Esto no quiere decir que la predicación de Juan y de Jesús sea idéntica. Juan entiende la frase desde la perspectiva del AT. Jesús le da una significación nueva. Juan pone el énfasis en el arrepentimiento. Jesús acentúa la presencia liberadora de Dios. Lo contrario del Reino de Dios no es el reino de Herodes sino el "ego-ismo".
La primera palabra de esa frase es ya una dificultad. El primer significado de "metanoeo", (de donde viene "metanoia") significa originariamente cambiar de opinión, y también rectificar y de ahí, cambiar de mentalidad, cambiar de rumbo.
Al traducirlo por arrepentirse, damos por supuesto que la actitud anterior era pecaminosa. Pero también se puede cambiar de una opinión buena a otra mejor. Por no tener esto en cuenta, damos por supuesto que sólo se tiene que convertir el "pecador". Este error nos ha llevado a una concepción completamente maniquea de la vida espiritual.
Convertirse es rectificar la dirección que llevo, cuando me he dado cuenta de que la meta no está en la dirección que mantengo sino en otra. El esfuerzo debe orientarse a descubrir lo que me hace más humano, que es la meta. Debemos tener en cuenta que muchas veces no es posible descubrir que una senda es equivocada, hasta que no la hemos recorrido. Por eso el rectificar es de sabios como decían los antiguos.
Es muy difícil concretar lo que entendió Jesús por Reino de Dios. Nunca se explica su significado en los evangelios. Seguramente ese significado se iría desvelando a través de toda su vida. Es muy probable que partiera del significado que tenía para los judíos de su tiempo y que fuera enriqueciendo la idea con su experiencia. También es muy probable que pensara en una llegada inmediata de ese Reino. La palabra griega "basileya" se refiere en primer lugar, al poder ejercido por el soberano, no al territorio ni a los súbditos. Sería más acertado traducirlo por "Reinado de Dios".
Es imposible entender esta expresión si no salimos de la idea de un dios soberano, todopoderoso que desde su trono del cielo gobierna el universo entero. Mientras no superemos ese dios arcaico, no habrá manera de entender el mensaje de Jesús. Dios es Espíritu. Cuando decimos: "reina la paz", "reina la oscuridad" o "reina el amor", no pensamos en entes que están dominando alguna parte de la realidad sino en un ambiente, en un medio inmaterial en el que se desarrolla la realidad. Esta idea es una pista para comprender la frase y escapar del peligro de materializar a Dios.
Reinado de Dios, quiere decir que el ser humano debe desarrollarse por lo que tiene de espiritual, que el ámbito de lo divino está presente en lo humano y constituye su atmósfera y su fundamento propio. El Reino es una atmósfera en que las relaciones verdaderamente humanas, conmigo mismo, con los demás, con las cosas son posibles.
Juan dijo: "Él bautizará con Espíritu Santo". Siempre que el hombre se deja mover por el Espíritu y actúa desde él, está haciendo presente lo divino.
No se trata de que Dios en un momento determinado de la historia haya decidido establecer una relación nueva con los hombres. Con la venida de Jesús no ha cambiado nada por parte de Dios. Él ha estado siempre inundándolo todo. Lo que ha cambiado es la toma de conciencia de esa realidad y la actitud de los hombres ante ella. Entrar en el Reino es tomar conciencia de esa realidad de Dios en mí e inmediatamente actuar en consecuencia. La dinámica del Reino se despliega de dentro a fuera.
En el evangelio de hoy está muy clara esta dinámica. Primero propone lo que Jesús decía, pero termina el relato diciendo que, eso que decía, lo practicaba. "Y recorría toda Galilea enseñando en la sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando todas las enfermedades y dolencias del pueblo". Un cristianismo que no me empuje a darme a los demás, no tiene nada que ver con Jesús. El Reino se manifiesta en el que "cura", no en el curado. Es Jesús el que hace presente a Dios, no el cojo o el ciego cuando dejan de serlo.
El Reinado de Dios, que Jesús predica y vive, significa la radical fidelidad y entrega de Dios al hombre. Por lo tanto la realidad primera de ese Reino la constituye Dios que se derrama y se funde con cada ser humano. No es una realidad que hace referencia en primer lugar al hombre, sino a Dios. El hombre debe descubrirla y vivirla. Dios no hace un favor al hombre, sino que responde a su ser, que es amor. Esto es un evangelio, es decir, "buena noticia". Es ridículo creer que Dios nos ama por ser buenos.
El hombre, para ser fiel a Dios no tiene que renunciar a sí mismo, al contrario, la única manera de ser él mismo, es descubrir lo que Dios es en él. Por eso no puede haber otra perspectiva para el ser humano. En cuanto pone su fin fuera de Dios (fuera de si mismo), el hombre falla estrepitosamente a su verdadero ser. Ya no hay posibilidad de ser fiel ni a Dios ni a sí mismo, de una manera extrínseca, cumpliendo unas órdenes que vienen de fuera. Solamente si soy fiel a mí mismo puedo ser fiel a Dios.
No debemos caer en la tentación de identificar el Reino de Dios con la Iglesia, entendida como organización. "Jesús predicó el Reino de Dios pero nació la Iglesia". Esta frase tan repetida debería hacernos pensar.
El Reino de Dios no podemos identificarlo con ninguna organización social, política o religiosa. Recordemos que Dios es Espíritu y es imposible detectarlo directamente por los sentidos. Ahora bien, ese Reinado de Dios siempre se manifiesta en las relaciones entre los seres humanos.
El reinado de Dios se hace presente en todo ser humano que actúa como tal. Debemos comprender y aceptar que el cristianismo no tiene el monopolio de lo humano. Lo que importa es el hombre.

Meditación-contemplación

¿Arrepentirse o rectificar?
Es muy difícil entrar en la dinámica de conversión
sin caer en el sentimiento de culpabilidad.
Pero la culpabilidad nos hunde en la miseria
y nos hace entrar en una falta de autoestima nefasta.
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El punto de partida es una toma de conciencia:
soy un diamante, pero lleno de impurezas adheridas.
Tal como me encuentro, estoy impresentable.
Pero el valor absoluto ya está ahí, aunque camuflado.
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Mi tarea es limpiar, tallar, pulir; pero nada que añadir.
Está ya todo ahí, porque está Dios el Absoluto.
Si eres capaz de eliminar lo que no es Dios,
aparecerá lo divino en todo su esplendor.
Eso eres tú.
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Fray Marcos
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