Domingo
XXIX Tiempo Ordinario
19
octubre 2014
Evangelio
de Mateo 22, 15-21
En aquel tiempo,
los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con
una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y
de dijeron:
— Maestro,
sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad;
sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias. Dinos, pues,
qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo
Jesús:
— ¡Hipócritas!,
¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.
Le presentaron
un denario. El les preguntó:
— ¿De quién es
esta cara y esta inscripción?
Le
respondieron:
— Del César.
Entonces les
replicó:
— Pues pagadle
al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
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DIOS Y EL CÉSAR: ¿DESDE DÓNDE NOS VIVIMOS?
Parece que Jesús era un maestro en
desactivar preguntas capciosas…, y en poner en evidencia a quienes urdían
trampas con la única finalidad de atraparlo en ellas.
Eso ocurre en este caso. También
cuando le preguntan sobre la resurrección, apelando a un planteamiento absurdo
(Mc 12,18-27); cuando le presentan a una mujer sorprendida en adulterio
exigiendo su condena (Jn 8,1-11); o cuando le cuestionan la autoridad desde la
que actúa (Mt 21,23-27)…
El
diálogo auténtico solo es posible cuando nace de la humildad y del respeto al
otro. Se origina en una actitud de apertura y gusto por conocer y valora la
aportación de los otros –aunque sea discrepante- como una riqueza.
En
ausencia de tales actitudes, el diálogo se hace imposible. En esos casos,
Jesús –consciente de que, tras la adulación, hay una intencionalidad engañosa-
opta por mostrar lo inadecuado de la actitud y de la pregunta misma. Y lo hace
con salidas ingeniosas, que llevan implícita una carga de profundidad.
En este caso, se trata de una cuestión
particularmente sensible para un pueblo dominado por el Imperio romano y
sometido a una gravosa presión impositiva.
Para empezar, Jesús muestra la
incoherencia de quienes le piden que se defina. Los fariseos, opuestos al
ejército de ocupación y celosos pregoneros de la única autoridad divina,
manejan monedas paganas y, para un judío piadoso, idolátricas. En efecto, la
moneda llevaba, en el anverso, la imagen del César Tiberio adornado con la
guirnalda de laurel que indicaba la dignidad divina, con esta inscripción:
“Tiberio César Augusto, hijo del divino Augusto”. Y, en el reverso, figuraba la
leyenda “Pontífice Máximo” y la figura de la madre del emperador sentada en un
trono de dioses.
Pero Jesús no solo desenmascara la
incongruencia de quienes le tienden la trampa, sino que introduce una
afirmación cargada de consecuencias, que trasciende por completo la “anécdota”
del debate: “Dad al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios”.
En contra de lo que frecuentemente se
ha interpretado, a partir de un literalismo engañoso, no se trata de establecer
una separación dualista entre dos ámbitos supuestamente enfrentados. Tal
lectura distorsiona la realidad y conduce, entre otras cosas, a un
espiritualismo desencarnado.
No
es cuestión de realidades separadas, sino de niveles de profundidad. Quizás
podría decirse de este modo: “Retirad al
César lo que es de Dios”. Con esta expresión, se apuntaría en la dirección
adecuada. Porque lo que hace la respuesta
de Jesús es desactivar por completo cualquier absolutismo político, toda
absolutización del poder.
No se trata de reservar “lo
espiritual” para Dios y dejar que de “lo material” se ocupe el César. Porque tal separación entre ambos ámbitos existe
únicamente en nuestra cabeza. Se trata de reconocer que solo lo
transpersonal es absoluto; lo personal (egoico), incluido el poder, es siempre
relativo y su único sentido le viene de ser un servicio a las personas.
Nadie
ni nada puede arrogarse un poder absoluto. Solo Dios es Dios. La palabra de
Jesús, por tanto, apunta nada menos que a un modo de vivirse; o, más exactamente, cuestiona acerca del desde dónde nos vivimos: ¿desde el nivel
de lo relativo (el César) o desde el nivel profundo (Dios)?
Lo espiritual no es lo puesto a lo
material. Porque no tiene que ver con el qué,
sino con el desde dónde. No existen
cosas que serían “espirituales” (rezar, sacrificarse, servir…), frente a otras
que no lo serían (reír, jugar, divertirse, trabajar…). Todo es espiritual…,
siempre que lo vivamos desde nuestra verdadera identidad, es decir, desde aquel
“lugar” en el que nos reconocemos uno con todo lo que es.
Por decirlo brevemente: si se entiende
bien, podría decirse que no se trata de elegir –de un modo dualista- entre
“Dios o el César”, sino de vivir todo
lo del “César” desde “Dios”.
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