DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS
CONSAGRADAS Y A LOS FIELES LAICOS SOBRE EL ANUNCIO DEL EVANGELIO
Alegría que se renueva y se comunica
El gran riesgo del mundo
actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza
individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza
de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se
clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no
entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce
alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los
creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y
se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de
una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la
vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.
Invito a cada cristiano,
en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su
encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse
encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que
alguien piense que esta invitación no es para él, porque « nadie queda excluido
de la alegría reportada por el Señor ». Al que arriesga, el Señor no lo
defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya
esperaba su llegada con los brazos abiertos.
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