sábado, 4 de abril de 2015

SEMANA SANTA

La gran metáfora
Leonardo Boff.

Para los cristianos la Semana Santa es la gran semana en la que se celebra la vida, la muerte y la resurrección de Jesús. Estos tres hechos son momentos de un único proceso, llamado «misterio pascual», misterio del paso (pascua en el lenguaje bíblico) de la vida a la muerte y de la muerte a la resurrección. O, también, del paso de la cautividad egipcia a liberación del pueblo en el desierto y a la conquista de la tierra prometida.

Hegel cuando era un joven estudiante de teología en Tübingen (fue primero teólogo, igual que Heidegger) en su Stift (seminario), un viernes santo tuvo una iluminación que modificó toda su vida y que está en la raíz de su filosofía. Lo llamó «viernes santo teórico». Vio la unidad del proceso de la naturaleza y de la historia que pasa por la vida, por la muerte y por la transfiguración, como en el misterio pascual cristiano. Llamó a esto dialéctica.

Si reparamos bien, la semana santa, más allá de su carácter religioso, representa una gran metáfora. Todo en el universo, en los procesos biológicos, humanos y biográficos se estructura en forma de dialéctica. El primer momento es la tranquila serenidad y paz infinita de aquel puntito casi infinito de 
dónde venimos. De repente, sin que sepamos por qué, explota. Produce un caos inconmensurable. La evolución del universo es el proceso de crear orden en el caos. Cada ser vivo nace, se desarrolla, muere y se transfigura en el Todo. Las sociedades pasan por crisis. Las estrellas-guía ya no responden a los nuevos desafíos. Se produce un proceso de disolución. Cuando se define otra forma de organización social emerge un nuevo orden con otro sentido de ser.

El ser humano vive su compromiso existencial sereno y tranquilo. Y he aquí que irrumpe la crisis y todo se hunde. Se purifica, madura y crea otro orden vital. Éste a su vez, lentamente, también se desestabiliza y solamente recupera la serenidad cuando elabora otro sentido de vida o pasa para otra dimensión más allá de la muerte. En todo este proceso dialéctico hay una experiencia de vida, de muerte y de transfiguración; de orden, desorden y nuevo orden; de tesis, antítesis y síntesis. La complejidad, según E. Morin, se estructura en esta dialéctica.

Según esta visión dialéctica, la persona no fue creada para conocer un final en la muerte, sino para transfigurarse a través de la muerte. Pasa, como dirían los alquimistas medievales, por un proceso químico y entra en un orden más alto. Los cristianos llaman a esto resurrección, que no significa la reanimación de un cadáver, sino la transfiguración completa del ser humano en comunión con el Ser. Es la dialéctica de la semilla: «si el grano de trigo cae en la tierra y no muere, se queda solo, pero si muere, dará mucho fruto», como dijo el Maestro.

Hoy la naturaleza y la humanidad viven bajo un continuo viernes santo. Hay devastación y sufrimiento en demasía. El vía crucis tiene estaciones sin fin. Nuestra esperanza es que este padecimiento se ordene a una radiante transformación, a un nuevo paradigma de convivencia en el que no sea tan difícil que tratemos a los seres de la naturaleza con compasión y a nuestros próximos con humanidad y con cuidado.

Después que Cristo resucitó, tras un clamoroso fracaso personal, ya no tenemos derecho a estar tristes ni a perder la esperanza. Del caos puede venir siempre vida nueva. La historia y la saga de Jesús nos ofrecen una señal creíble.

Pascua: las muchas travesías 

La Pascua es la fiesta central de judíos y cristianos. Para los judíos celebra --y celebrar es actualizar -- el paso de la esclavitud en Egipto a la tierra prometida, el paso a través del Mar Rojo, y el paso de masa anónima a pueblo organizado. La figura de referencia es Moisés, libertador y legislador, que nació cerca de 1250 años antes de nuestra era. Él condujo la masa hacia la libertad y la hizo pueblo de Dios.

Para los cristianos, la pascua es también paso. Tiene como figura central a Jesús de Nazaret. Celebra el paso de su muerte a la vida, de su pasión a la resurrección, del viejo Adán al nuevo Adán, de este mundo cansado al mundo nuevo en Dios.

Como en todos los pasos hay ritos, los famosos ritos de paso tan minuciosamente estudiados por los antropólogos. En todo paso existe un antes y un después. Hay una ruptura. Los que realizan el paso se transforman. El rito de paso del nacimiento, por ejemplo, celebra la ruptura de la pertenencia al mundo natural, para pasar a pertenecer al mundo cultural, representado por la imposición del nombre. El bautismo celebra el paso del mundo cultural al mundo sobrenatural, es decir, de hijo e hija de los padres a hijo e hija de Dios. El matrimonio es otro importante rito de paso: de soltero o soltera con las disponibilidades que caben a esta fase de la vida, a casado y casada, con las responsabilidades que este estado comporta. La muerte es otro gran rito de paso: se pasa del tiempo a la eternidad, de la estrechez espaciotemporal a la total apertura de lo infinito, de este mundo a Dios.

Si nos fijamos bien, toda la vida humana posee una estructura pascual. Toda ella está hecha de crisis que significan pasos y procesos de acrisolamiento y madurez. Tomando como referencia el tiempo, se verifica un paso de la infancia a la juventud, de la juventud a la edad adulta, de la edad adulta a la vejez (hoy se prefiere decir tercera edad), de la vejez a la muerte, de la muerte a la resurrección y de la resurrección a la zambullida inefable en el reino de la Trinidad, según la creencia de los cristianos.

Son verdaderas travesías con los riesgos y peligros que este fenómeno existencial implica. Hay travesías que llevan al abismo; otras llevan a la culminación. La pascua trae además una novedad, tan bien intuida por el filósofo Hegel un viernes santo en el Konvik t de Tübingen (seminario protestante) donde estudiaba. La pascua nos revela la dialéctica objetiva de lo real: la tesis, la antítesis y la síntesis. Vivir es la tesis. La muerte es la antítesis. La resurrección es la síntesis. La síntesis es un proceso de recogimiento y de rescate de todas las negatividades dentro de una positividad superior. Así que lo negativo nunca es absolutamente negativo, ni lo positivo es solamente positivo. Ambos se contienen uno al otro, encierran contradicciones y forman el juego dinámico de la vida y de la historia. Y todo termina en una síntesis superior.

Tal vez esta sea la gran contribución que la pascua judeocristiana ofrece a quienes se entristecen y se interrogan por el sentido de la vida y de la historia. La cautividad no tiene la última palabra sino la liberación; no es la muerte quien posee el sentido de las cosas sino la vida y la resurrección. Así la historia estará siempre abierta. Con razón nos decía el poeta y profeta Dom Pedro Casaldáliga: después de la síntesis final de la pascua de Cristo ya no podemos vivir tristes. Ahora la verdadera alternativa es: la vida o la resurrección.



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