miércoles, 27 de mayo de 2015

La experiencia básica de Jesús fue la presencia de Dios en su propio ser

Mt 28, 16-20
Es verdad que la Biblia dice que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pero, en realidad, es el hombre el que está fabricando a cada instante un Dios a su medida. Es verdad que nunca podremos llegar a un concepto adecuado de lo que es Dios, pero no es menos cierto que muchas ideas de Dios pueden y deben ser superadas. Si ha cambiado nuestro conocimiento de la realidad, y del hombre, será lógico que cambie nuestra idea de Dios. El Dios antropomórfico tiene que dejar paso a un Dios-Espíritu, cada vez menos cosificado.
Decir que la Trinidad es un dogma o un misterio, no hace más comprensible la formulación trinitaria. La verdad es que hoy no nos dice casi nada, y menos aún las explicaciones que se han dado a través de los siglos. Todas las teologías surgieron de una elaboración racional que siempre se hace desde una filosofía de la vida, determinada por un tiempo y una cultura. También la primitiva teología cristiana se desarrolló en el marco de una cultura y una filosofía, la griega. Pudo ser muy útil a través de la historia, pero no tenemos por qué atarnos a ella y negarnos a buscar otras maneras de hablar de Dios.
Cada día se nos hace más difícil la comprensión del misterio, entre otras cosas porque no sabemos qué querían decir los que elaboraron el dogma. Aplicar hoy a las tres personas de la Trinidad la clásica definición de Boecio "individua sustantia, racionalis natura", se antoja un poco ridículo. Aplicar a Dios la individualidad y la racionalidad propia del hombre es ridículo. Dios no es un individuo, ni es una sustancia ni es una naturaleza racional.
La dificultad para hablar de Dios como tres personas, la encontra­mos en el mismo concepto de persona, que lejos de ser una constante a través de la historia, ha experimentado sucesivos cambios de sentido. Desde el "prosopon" griego, que era la máscara que se ponían en el teatro para que "resonara" la voz; pasando a significar el personaje que se representaba; al final terminó significando el individuo físico. El sentido moderno de persona, es el de yo individual, conciencia subjetiva, es decir, el núcleo íntimo del ser humano.
En la raíz del significado está la limitación. Existe la persona porque existe la diferencia y la separación. Esto es imposible aplicárselo a Dios. En los últimos años se está hablando del ámbito transpersonal. Creo que va a ser uno de los temas más apasionantes de los próximos decenios. Si  el hombre está anhelando lo transpersonal, es ridículo seguir encasillando a Dios en un concepto personal, que siempre supone la limitación del propio ser.
Siempre que nos atrevemos a decir "Dios es...," estamos expresando una idea, es decir, un ídolo. Ídolo no es solamente una escultura o una pintura de dios. También es un ídolo cualquier concepto que aplicamos a dios. El ateo sincero está más cerca del verdadero Dios, que los teólogos que creen haberlo atrapado en sus intrincados conceptos. Dios no es nada que podemos nombrar. El "soy el que soy" del AT, tiene más miga de lo que parece. Dios es solo verbo, pero un verbo que no se conjuga, porque no tiene tiempos ni modos. Dios ES un inmenso presente que lo llena todo. Dios es la realidad que hace posible toda realidad.
Hoy podemos comprender que Dios no se identifica con la creación, pero tampoco es nada separado de ella. De la misma manera que no podemos imaginar la Vida como algo separado del ser que está vivo. No podemos imaginar lo divino separado de todo ser creado, que, por el mero hecho de existir, está traspasado de Dios. En los últimos tiempos muchos pensadores llaman a esa conexión inextricable, "no dualidad".Tampoco podemos decir que está donde actúa, porque tampoco puede actuar de una manera causal a semejanza de las causas segundas. La acción de Dios no podemos percibirla por los sentidos ni ser objeto de  ciencia. Dios es acto puro y lo que hace se identifica con lo que es. Lo está haciendo todo de una vez, por lo tanto no puede empezar a hacer algo o dejar de hacer lo que está haciendo.
El Dios de Jesús no es el Dios de los buenos, de los piadosos, de los religiosos ni de los sabios, es también el Dios de los excluidos y marginados, de los enfermos y tarados; incluso de los irreligiosos inmorales y ateos. El evangelio no puede ser más claro: "las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el Reino de Dios". El Dios de Jesús no nos interesa porque no aporta nada a los "buenos" que ya lo tienen todo. En cambio, llena de esperanza a los "malos" que se sienten perdidos. "No tienen necesidad de médico los sanos si no los enfermos; no he venido a llamar a los justos si no a los pecadores" El mensaje de Jesús escandalizó, porque hablaba de un Dios que se da a todos sin que tengamos que merecerlo.
Para nosotros, es sobre todo la experiencia que Jesús tuvo de su Abba, lo que nos debe orientar en nuestra búsqueda. Jesús no se propuso inventar una nueva religión ni un nuevo Dios. Lo que intentó con todas sus fuerzas, fue purificar la idea de Dios que tenía el pueblo judío en su época. Ese esfuerzo le costó la vida. Jesús en todo momento quiere dejar claro que su Dios es el mismo del AT. Eso sí, tan purificado y limpio de adherencias idolátricas, que da la impresión de ser una realidad completamente distinta.
La forma en que Jesús habla de Dios como amor-salvación para los hombres, se inspira directamente en su experiencia personal. Naturalmen­te esa vivencia no hubiera sido posible sin hacer suyo el bagaje religioso heredado de la tradición bíblica. En ella se encuentran ya claros chispazos de lo que iba ser la revelación de Jesús. La experiencia básica de Jesús fue la presencia de Dios en su propio ser. Descubrió que Dios lo era todo para él y decidió corresponder siendo él mismo todo para los demás. Tomó concien­cia de la fidelidad de Dios y respondió siendo fiel a sí mismo. Al llamar a Dios "Abba", Jesús abre un horizonte completamente nuevo en las relaciones con el absoluto.
La base de toda experiencia religiosa reside en la condición de criaturas. El hombre se descubre sustentado por la permanente acción creadora de Dios. El modo finito de ser uno mismo, demuestra que no se da a sí mismo la existencia, por lo tanto, es más de Dios que de sí mismo. Sin Dios no sería posible nuestra existencia. El reconoci­miento de nuestra limitación, es el camino para llegar a la experiencia de Dios. Él es el único verdadero y sólido fundamento sin el cual, nada existe. Jesús descubre que el centro de su vida está en Dios. Pero eso no quiere decir que tenga que salir de sí para encontrar su centro. Descubrir a Dios como fundamento, es fuente de una insospechada humanidad.
Esta idea de Dios supone un salto sobre la idea del AT. Allí Dios era el Todopoderoso que hace un pacto al modo humano, y observa desde su atalaya a los hombres para ver si cumplen o no su "Alianza", y reacciona en consecuencia. Si la cumplen, los ama y los premia, si no la cumplen, los reprueba y castiga. En Jesús Dios actúa de modo muy diferente. Él es don absoluto e incondicional. Él es agape y se da totalmente. Es el hombre el que tiene que reaccionar al descubrir lo que Dios es para él. La fidelidad de Dios es lo primero y el verdadero fundamento de una actitud humana.
Dios no puede ser un "tú" en el mismo sentido que lo es otro ser humano. Dios sería más bien la realidad que posibilita el encuentro con un tú;es decir, sería como ese tú ilimitado que se experimenta en todo encuentro humano con el otro. Pero a Dios nunca se le puede experimentar directa­mente como tal tú, sin el rodeo del encuentro con un tú humano. No se trata pues, de evitar a toda costa el vocabulario teísta (nos quedaríamos sin lenguaje sobre Dios), sino exponer con suficiente claridad el carácter analógico de todo lenguaje sobre Dios. Toda nuestra vida religiosa quedará afectada por estas ideas que acabamos de exponer, desde la oración hasta la esperanza en la vida futura.

meditación-contemplación
La mejor pista nos la da Jesús: "yo y el Padre somos uno".
Bien entendido que esto lo dijo como ser humano.
Jesús sigue siendo Jesús y Dios sigue siendo Dios,
pero toda diferencia ha desaparecido.
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En su evangelio, Juan pone en boca de Jesús, uno y otra vez: "Yo soy..."
Es la definición que da Dios de sí mismo desde la zarza.
Lo que sustituye a los puntos suspensivos no tiene importancia.
Lo importante es que ha descubierto su ser.
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Este es el único camino para conocer a Dios.
Descubrir que lo que Él es y lo que soy yo se identifica.
Sólo si llego a descubrir lo que soy,
puedo llegar, no a conocer, sino a vivir lo que es Dios.
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Fray Marcos

miércoles, 13 de mayo de 2015

ENTENDER LA ASCENSIÓN DE JESÚS HOY

Mc 16, 15-20
¿Qué estamos celebrando? Es la pregunta que debemos hacernos hoy. Nos va a costar Dios y ayuda superar la visión física, corpórea y chata de la Ascensión, que venimos aceptando durante demasiados siglos. Nos encontramos con el problema de siempre: Mezclar la realidad con el relato mítico. La Ascensión no es más que un aspecto de la cristología pascual. Resurrección, Ascensión, glorifica­ción, Pentecostés, constituyen una sola realidad, que está fuera del alcance de los sentidos. Esa realidad no temporal, no localizable, es la más importante para la primera comunidad y es la que hay que tratar de descubrir.
Hoy tenemos conocimientos suficientes para intentar una interpretación más acorde con lo que los textos nos quieren trasmitir. No podemos seguir pensando en un Jesús subiendo físicamente más allá de las nubes. Para poder entender la fiesta de la Ascensión, debemos volver al tema central de Pascua. Estamos celebrando la Vida, pero no la biológica sino la divina. Esa Vida no está sujeta al tiempo, por lo tanto no hay en ella acontecimientos, es eterna e inmutable. Sólo teniendo en cuenta estas sencillas verdades, podremos comprender adecuadamente lo que estamos celebrando este domingo.
Mt no sabe nada de una ascensión. Jn no habla de ascensión, pero en la última aparición, Jesús le dice a Pedro: "si quiero que éste permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?" Está claro que para volver, primero tiene que irse. El final canónico de Mc, que fue añadido a mediados del s. II, nos dice que Jesús sentó a la derecha de Dios (menos mal, porque esperar de pie hasta que vuelva al final de los tiempos hubiera sido un poco cansado). Solo Lc nos habla de ascensión: "se separó de ellos y fue elevado al cielo". También en Hechos nos cuenta, incluso con más detalles, la subida de Jesús al cielo.
Relatos de raptos eran frecuentes en la literatura clásica. Tito Livio, en su obra histórica sobre Rómulo dice: "Cierto día Rómulo organizó una asamblea popular junto a los muros de la ciudad para arengar al ejército. De repente irrumpe una fuerte tempestad. El rey se ve envuelto en una densa nube. Cuando la nube se disipa, Rómulo ya no se encontraba sobre la tierra; había sido arrebatado al cielo". Tenemos otros ejemplos: Heracles, Empédocles, Alejandro Magno y Apolonio de Tiana. Todos siguen el mismo esquema.
El AT cuenta el rapto de Elías. También se habla de la asunción de Henoc en (Gen 5, 24). El libro eslavo de Henoc, escrito judío del siglo primero después de Cristo, describe el rapto de Henoc: "Después de haber hablado Henoc al pueblo, envió Dios una fuerte oscuridad sobre la tierra que envolvió a todos los hombres que estaban con Henoc. Y vinieron los ángeles y cogieron a Henoc y lo llevaron hasta lo más alto de los cielos. Dios lo recibió y lo colocó ante su rostro para siempre".
La palabra "cielo" es una de las más utilizadas en religión. Todavía hoy, la repetimos dos veces en el Padrenuestro, dos en el Gloria y tres en el credo. Su amplia gama de significados se arrastra desde la cultura griega y de todo el Oriente Medio. La complejidad de las concepciones del mundo físico en aquella época, está a la altura de los innumerables matices que podemos encontrar en el "cielo" teológico. No siempre es fácil dilucidar qué sentido se quiere dar a la palabra en cada caso. En el bautismo de Jesús, el cielo se rasgó y lo divino bajó hasta él. Cuando termina su ciclo humano, el cielo vuelve a romperse, ahora para que Jesús vuelva a traspasar el límite de lo terreno, para entrar en el cielo.
Un dato muy interesante que nos proporciona la exégesis, es que las más antiguas expresiones de la experiencia pascual que han llegado hasta nosotros, sobre todo en escritos de Pablo, están formuladas en términos de exaltación y glorifica­ción, no con la idea de resurrección y menos aún de ascensión. En el AT encontramos abundantes textos que hablan del siervo doliente, machacado por los hombres, pero reivindicado por Dios. Esta fue la base de la idea de glorificación con la que se quiso expresar la experiencia pascual.
Lo que celebramos, por no ser una realidad sujeta al tiempo, pertenecen al hoy como al ayer, es tan nuestras como de Pedro o Juan. No hacen referencia a un pasado. Son realidades que están afectando hoy a nuestra propia vida. Puedo vivirlas como las vivieron los primeros cristianos. El hombre Jesús se transforma definitivamen­te, alcanzando la meta suprema. Se hace una sola realidad con Dios. Nosotros necesitamos desglosar esa realidad para intentar penetrar en su misterio, analizando los distintos aspectos que la integran. La Ascensión quiere manifestar que llegó a lo más alto, pero no en sentido físico.
La verdadera ascensión de Jesús empezó en el pesebre y terminó en la cruz cuando exclamó: "consumatum est". Ahí terminó la trayectoria humana de Jesús y sus posibilidades de crecer. Después de ese paso, todo es como un chispazo que dura toda la eternidad. Pero había llegado a la plenitud total en Dios, precisamen­te por haberse despegado (muerto) de todo lo que en él era caduco, transitorio, terreno. Solo permaneció de él lo que había de  Dios y por tanto se identificó con Dios totalmente, divinamente. Esa es también nuestra meta. El camino también es el mismo que recorrió Jesús: despegarnos de nuestro ego.
La experiencia pascual, consistió en ver a Jesús de una manera nueva. El haber vivido con él, el haber escuchado lo que decía y visto lo que hacía, no les llevó a la comprensión de su verdadero ser. Estaban demasiado pegados a lo externo, y lo que hay de divino en Jesús no puede entrar por los sentidos, ni ser fruto de la razón. Su desaparición física les obligó a mirar dentro de sí, y descubrir allí lo mismo que había vivido Jesús. Entonces ven al verdadero Jesús, el que vive y les sigue dando Vida. Nosotros hoy estamos apegados a una imagen terrena de Jesús que también nos impide descubrir su verdadero ser.
Esa vivencia no puede venir de fuera, sino de lo más íntimo de nosotros mismos. Por eso decía Pablo en la segunda lectura: "Que el Dios de Nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerle; ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cual es la riqueza..." No se pide ciencia, sino Sabiduría. No pide que nos ilumine los ojos del cuerpo ni de la mente, sino los del corazón... Todo lo que podamos aprender sobre Dios y Jesús, nunca podrá suplir la experiencia interior.
Debemos tener en cuenta que todos estos relatos teológicos tienen una finalidad catequética. Están elaborados para que nosotros entremos en la dinámica de Cristo. No se nos proponen para que admiremos la figura de Jesús ni para que nos sintamos atraídos por ella, sino para que repitamos su misma vivencia. "El padre que vive..." En él debemos descubrir las posibilidades que todo ser humano tiene de llegar a lo más alto del "cielo". La verdadera salvación del hombre no está en que los libren del pecado, sino en alcanzar la plenitud a la que estamos llamados todos. Esta verdad, es la base de toda salvación.
El fin del periplo humano de Jesús da paso al comienzo de la nueva comunidad. Podemos considerar la Ascensión como el final de una etapa en la que los discípulos tuvieron una experiencia singular y única de la resurrección. Sería el momento en que los primeros cristianos dejan de estar pasmados y empiezan la tarea de llevar esa experiencia a todos los hombres. Dejan de mirar hacia el cielo y comienzan a mirar a la tierra. Recordemos que los cuarenta días, no es una medida cronológica. Se trata de un tiempo simbólico (kairos) que da paso al desarrollo de la nueva comunidad.

Meditación-contemplación
Jesús nos ha marcado el camino de la plenitud humana.
Durante el año litúrgico vamos examinando los pasos que dio.
Hoy nos fijamos en la meta a la que llegó,
que es, al mismo tiempo, el punto del que partió.
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Si creemos que nuestro objetivo es alcanzar la misma meta,
está claro que tenemos que caminar en la misma dirección.
Todos hemos salido del Padre y hemos llegado al mundo.
Todos tenemos que dejar el mundo y volver al Padre.
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Ese Padre sigue en lo más hondo de nuestro ser
y allí tenemos que penetrar para encontrarlo.
Si me empeño en buscarlo en otra parte,
me encontraré con un dios a mi medida, pero falso.
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Fray Marcos

EL DIOS DE JESUS ES UN DIOS DE MISERICORDIA no lo olvides

"Hoy vuelvo a ser viajero sin billete hacia donde nadie me espera" (Sartre)
17 de mayo, domingo VII. La Ascensión del Señor.
Mc 16, 15-20
El Señor Jesús, después de haber hablado con ellos, fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Jesús tuvo la audacia de limpiar el espejo de Dios que, con el transcurso del tiempo, empañaron con su vaho de literalidad y egoísmo todas las Religiones oficiales. Un Dios prepotente y justiciero, premiador de buenos  y castigador de malos.  Como el Pantocrator de muchos muros de nuestros monumentos románicos, apenas ha podido ser debidamente restaurado. La miopía inoculada por nebulosas doctrinas nos impidió ver con nitidez su bella imagen durante siglos.
Los Hechos de los Apóstoles nos lo relatan cuando dicen de Jesús que "en su presencia se elevó y una nube se lo quitó de la vista (Hch. 1, 9). La "Ascensión del Señor" que en esta fecha celebra la Iglesia, no puede encerrar la certeza de que un héroe fue elevado a los cielos, como el gigante Orión por el Padre Zeus. La nube estaba tintada de cerrazón y oscurantismo.
En Dios es otra cosa, Ed. Mensajero 1981, Ignacio Cacho Nazabal nos dice que a diferencia de los Vedas, el Corán y la Biblia, el Dios de Jesús es la imagen invertida de toda Religión. No es el Dios de la Ley sino del Amor y de la Misericordia que supera a toda Ley. De él señala el ilustre teólogo jesuita en varios enunciados de su obra, que es la humanidad de Dios, su rostro humano, el rostro divino del hombre y del universo, el Dios revelado en la existencia del hombre. Todo lo cual somos –o debiéramos ser- a su vez cada uno de nosotros. Estamos igualmente más allá de todo precepto, pues "El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado" (Mc 2, 27).
Preguntarse por quién es Dios, no es nuevo. Lo hicieron en su día todos los textos sagrados que conocemos. En consecuencia, que no parece muy ético seguir fundamentando nuestra fe sobre molinos de viento de Don Quijote. ¿Quién se atreverá a maniatarle y encerrarle en la mazmorra hasta que vuelva a entrar en sus cabales? Y sin embargo la misión de Jesús está ahora en manos de su Ecclesia: "Id por todo el mundo proclamando la Buena noticia a toda la humanidad" (Mc 16, 15).
El fundador y primer obispo de la la Iglesia de Alejandría, posteriormente proclamado patrono de Venecia, cierra su evangelio con el mítico relato de la Ascensión. Jesús culmina su misión elevándose a los cielos ante la atónita mirada de sus apóstoles, que apenas se enteraron de que la inmensa tarea de misión emprendida por el Maestro era ahora responsabilidad de los discípulos. El problema se centraba particularmente en el hecho de descubrir que el Dios de Jesús era otra cosa, y tenía poco que ver con el que ellos habían adorado hasta entonces en el templo de sus creencias. La Iglesia oficial continuó echando de menos las ollas de los egipcios y retornó a sus dioses.
¿Continuaremos siendo con Sartre, viajeros sin billete hacia donde nadie nos espera? ¿O sería más sensato rebelarse frente a leyes que al constreñirnos desde fuera nos impiden vivir dentro? Para esto, nos dice Pablo en Efesios 4, 11-13, nombró Jesús pastores y maestros: para que "seamos hombres cabales y alcancemos la edad de una madurez cristiana".
¿No deberíamos preguntarnos igualmente si también Jesús es otra cosa, para poder ser y alcanzar lo que el Apóstol nos propone? Su Dios sí es otra cosa: El que el Papa Francisco predica. El que escuchándole le hace decir a Raúl Castro convencido: "Si el Papa sigue así volveré a rezar y regreso a la Iglesia".

LEGAL REBELIÓN
La tormenta de Leyesme atormenta.
Me siento prisionero en las esclusasque voces extranjeras fabricaronen mi inocente río,curvando su oriundo cabalgarhacia inciertos destinos.
Intento derribarlas ¡Vano empeño!Son leyesque al constreñirme desde fuerame impiden vivir dentro.
Leyes amasadasen cemento de ideas refractariasy fraguadas en dogmáticos hornosde anti-sentimientos.
La tormenta de Leyesme atormenta.
Mas no me rindo. Tampoco las acepto.Hago que la corrientede mi inocente río se incremente.Que suba a superficie,que plante cara a la tormentay siga su camino de libertad y ensueñoa su destino...¡el fin del Mar!¡El Mar Eterno!
(EN HIERRO Y EN PALABRAS, Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

martes, 12 de mayo de 2015

PENTECOSTES

Hemos recibido un espíritu de hijos que nos hace clamar: "¡Abba! Padre" (Rom 8, 15). Y porque este espíritu está alrededor, somos capaces de vencer a los miedos de cada día. Somos capaces de perdonar en un mundo que tanto necesita la reconciliación. Y somos, como los apóstoles, capaces de vivir llenos por dentro y lanzados hacia fuera. De esto se trata.

jueves, 7 de mayo de 2015

NO DESVIARNOS DEL AMOR

Jn 15, 9-17
El evangelista Juan pone en boca de Jesús un largo discurso de despedida en el que se recogen, con una intensidad especial, algunos rasgos fundamentales que han de recordar sus discípulos a lo largo de los tiempos para ser fieles a su persona y a su proyecto. También en nuestros días.
«Permaneced en mi amor». Es lo primero. No se trata solo de vivir en una religión, sino de vivir en el amor con que nos ama Jesús, el amor que recibe del Padre. Ser cristiano no es en primer lugar un asunto doctrinal, sino una cuestión de amor. A lo largo de los siglos, los discípulos conocerán incertidumbres, conflictos y dificultades de todo orden. Lo importante será siempre no desviarse del amor.
Permanecer en el amor de Jesús no es algo teórico ni vacío de contenido. Consiste en «guardar sus mandamientos», que él mismo resume enseguida en el mandato del amor fraterno: «Este es mi mandamiento; que os améis unos a otros como yo os he amado». El cristiano encuentra en su religión muchos mandamientos. Su origen, su naturaleza y su importancia son diversos y desiguales. Con el paso del tiempo, las normas se multiplican. Solo del mandato del amor dice Jesús: «Este mandato es el mío». En cualquier época y situación, lo decisivo para el cristianismo es no salirse del amor fraterno.
Jesús no presenta este mandato del amor como una ley que ha de regir nuestra vida haciéndola más dura y pesada, sino como una fuente de alegría: «Os hablo de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». Cuando entre nosotros falta verdadero amor, se crea un vacío que nada ni nadie puede llenar de alegría.
Sin amor no es posible dar pasos hacia un cristianismo más abierto, cordial, alegre, sencillo y amable donde podamos vivir como «amigos» de Jesús, según la expresión evangélica. No sabremos cómo generar alegría. Aún sin quererlo, seguiremos cultivando un cristianismo triste, lleno de quejas, resentimientos, lamentos y desazón.
A nuestro cristianismo le falta, con frecuencia, la alegría de lo que se hace y se vive con amor. A nuestro seguimiento a Jesucristo le falta el entusiasmo de la innovación, y le sobra la tristeza de lo que se repite sin la convicción de estar reproduciendo lo que Jesús quería de nosotros.

José Antonio Pagola

domingo, 3 de mayo de 2015

NO DESVIARNOS DE JESUS

Jn 15, 1-8
La imagen es sencilla y de gran fuerza expresiva. Jesús es la «vid verdadera», llena de vida; los discípulos son «sarmientos» que viven de la savia que les llega de Jesús; el Padre es el «viñador» que cuida personalmente la viña para que dé fruto abundante. Lo único importante es que se vaya haciendo realidad su proyecto de un mundo más humano y feliz para todos.
La imagen pone de relieve dónde está el problema. Hay sarmientos secos por los que no circula la savia de Jesús. Discípulos que no dan frutos porque no corre por sus venas el Espíritu del Resucitado. Comunidades cristianas que languidecen desconectadas de su persona.
Por eso se hace una afirmación cargada de intensidad: «el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid»: la vida de los discípulos es estéril «si no permanecen» en Jesús. Sus palabras son categóricas: «Sin mí no podéis hacer nada». ¿No se nos está desvelando aquí la verdadera raíz de la crisis de nuestro cristianismo, el factor interno que resquebraja sus cimientos como ningún otro?
La forma en que viven su religión muchos cristianos, sin una unión vital con Jesucristo, no subsistirá por mucho tiempo: quedará reducida a «folklore» anacrónico que no aportará a nadie la Buena Noticia del Evangelio. La Iglesia no podrá llevar a cabo su misión en el mundo contemporáneo, si los que nos decimos «cristianos» no nos convertimos en discípulos de Jesús, animados por su espíritu y su pasión por un mundo más humano.
Ser cristiano exige hoy una experiencia vital de Jesucristo, un conocimiento interior de su persona y una pasión por su proyecto, que no se requerían para ser practicante dentro de una sociedad de cristiandad. Si no aprendemos a vivir de un contacto más inmediato y apasionado con Jesús, la decadencia de nuestro cristianismo se puede convertir en una enfermedad mortal.
Los cristianos vivimos hoy preocupados y distraídos por muchas cuestiones. No puede ser de otra manera. Pero no hemos de olvidar lo esencial. Todos somos «sarmientos». Solo Jesús es «la verdadera vid». Lo decisivo en estos momentos es «permanecer en él»: aplicar toda nuestra atención al Evangelio; alimentar en nuestros grupos, redes, comunidades y parroquias el contacto vivo con él; no desviarnos de su proyecto.

José Antonio Pagola