martes, 29 de septiembre de 2015

EL MATRIMONIO: LUGAR DONDE SE APRENDE A AMAR

Domingo XXVII Tiempo Ordinario
4 octubre 2015

Evangelio de Marcos 10, 2-16        

         En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba:
         ¾ ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?
         Él les replicó:
         ¾ ¿Qué os ha mandado Moisés?
         Contestaron:
         ¾ Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio.
         Jesús les dijo:
         ¾ Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
         En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo:
         ¾ Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.

         Le presentaron unos niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.
         Al verlo, Jesús los miró con ira y les dijo:
         ¾ Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.
         Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.

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APRENDER A AMAR
        
         La sociedad judía admitía el llamado “repudio”, por el que el marido podía abandonar a la mujer, por “motivos” que, según diferentes escuelas de rabinos, eran más o menos exigentes o ridículos.
         Los estudiosos no se atreven a asegurar que el episodio evangélico que leemos hoy hubiera sucedido realmente en la época de Jesús; parece que hay indicios de que se trataría de un debate posterior, suscitado en la comunidad postpascual, que se intentó cerrar poniendo la respuesta en boca del Maestro. En apoyo de esta hipótesis suelen traer la variante que aporta el evangelio de Mateo, donde se reconoce una excepción, en virtud de la cual el divorcio estaría permitido: “Si alguien repudia a su mujer –a no ser en caso de fornicación [adulterio]- y se casa con otra comete adulterio” (Mt 19,9).

         Sea o no palabra de Jesús, el texto se sitúa en el nivel de los “principios” o, si se prefiere, en el “horizonte” hacia el que aspira toda pareja que siente un movimiento interior a compartir su vida. Pero eso no significa tomarlo en un sentido “normativo”.
         Es evidente que, también en el campo de las relaciones de pareja, como en cualquier otro, mucho depende de los condicionamientos que arrastra cada persona, de las condiciones objetivas, de las dificultades propias de toda relación e incluso del nivel de consciencia donde cada cual se encuentra.
         Dentro de todo ese conjunto de factores –muchos de los cuales, a veces los más decisivos, son inconscientes-, ocupa un lugar destacado lo que cada persona haya crecido –o pueda crecer- en capacidad de amor gratuito.
         Porque toda relación –y de un modo especial, la más íntima- constituye un “campo” privilegiado para ejercitarse en la capacidad de amar, haciendo pie en ella, para crecer en desegocentración y entrega; para experimentar el gozo de un amor que quiere ser cada día más gratuito y servicial.
         Al final, el camino de la sabiduría es el mismo que el del amor.  Ambos conducen a una forma de vida desegocentrada. La sabiduría nos lleva a comprender que todos somos uno, compartiendo la misma identidad; el amor nos hace vivirlo. Aquella nos hace ver que el yo es pura ficción; este nos permite hacer pie en nuestra verdad más profunda.
        
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sábado, 26 de septiembre de 2015

JESUS RECHAZA LOS SECTARISMOS

Mc 9, 38-48
A pesar de los esfuerzos de Jesús por enseñarles a vivir como él, al servicio del reino de Dios, haciendo la vida de las personas más humana, más digna y dichosa, los discípulos no terminan de entender el Espíritu que lo anima, su amor grande a los más necesitados y la orientación profunda de su vida.
El relato de Marcos es muy iluminador. Los discípulos informan a Jesús de un hecho que les ha molestado mucho. Han visto a un desconocido «expulsando demonios». Está actuando «en nombre de Jesús» y en su misma línea: se dedica a liberar a las personas del mal que les impide vivir de manera humana y en paz. Sin embargo, a los discípulos no les gusta su trabajo liberador. No piensan en la alegría de los que son curados por aquel hombre. Su actuación les parece una intrusión que hay que cortar.
Le exponen a Jesús su reacción: «Se lo hemos querido impedir porque no es de los nuestros». Aquel extraño no debe seguir curando porque no es miembro del grupo. No les preocupa la salud de la gente, sino su prestigio de grupo. Pretenden monopolizar la acción salvadora de Jesús: nadie debe curar en su nombre si no se adhiere al grupo.
Jesús reprueba la actitud de sus discípulos y se coloca en una lógica radicalmente diferente. Él ve las cosas de otra manera. Lo primero y más importante no es el crecimiento de aquel pequeño grupo, sino que la salvación de Dios llegue a todo ser humano, incluso por medio de personas que no pertenecen al grupo: «el que no está contra nosotros, está a favor nuestro». El que hace presente en el mundo la fuerza curadora y liberadora de Jesús está a favor de su grupo.
Jesús rechaza la postura sectaria y excluyente de sus discípulos que solo piensan en su prestigio y crecimiento, y adopta una actitud abierta e inclusiva donde lo primero es liberar al ser humano de aquello que lo destruye y hace desdichado. Este es el Espíritu que ha de animar siempre a sus verdaderos seguidores.
Fuera de la Iglesia católica, hay en el mundo un número incontable de hombres y mujeres que hacen el bien y viven trabajando por una humanidad más digna, más justa y más liberada. En ellos está vivo el Espíritu de Jesús. Hemos de sentirlos como amigos y aliados, nunca como adversarios. No están contra nosotros pues están a favor del ser humano, como estaba Jesús.

José Antonio Pagola

viernes, 18 de septiembre de 2015

SERVIR POR AMOR

Mc 9, 29-37
También hoy hemos saltado dos episodios en la lectura del evangelio: la transfiguración y la curación de un muchacho que los discípulos no pudieron curar. Pasamos al segundo anuncio de la Pasión. Tiene su lógica, porque el tema principal que leemos hoy es el mismo que leímos al final del domingo pasado y que no comentamos. Jesús atraviesa Galilea camino de Jerusalén, donde le espera la Cruz. El evangelio nos dice expresamente que quería pasar desapercibido, porque ahora está dedicado a la instrucción de sus discípulos. Esa nueva enseñanza tiene como centro la cruz. Trata de convencerles de que no ha venido a desplegar un mesianismo de poder sino de servicio a los demás, pero no lo consigue.
Este segundo anuncio de la pasión es prácticamente repetición del primero. No deja lugar a dudas sobre lo que Jesús quiere transmitir. Los discípulos siguen sin comprender, a pesar de que ya el domingo pasado nos decía que se lo explicaba “con toda claridad”. Si les daba miedo preguntar es porque algo intuían que no les gustaba. Esa indicación nos muestra que más que no comprender, es que no querían entender, porque la muerte ignominiosa de Jesús significaba el fin de sus pretensiones mesiánicas. Hasta que no llegue la experiencia pascual, seguirán sin entender la parte más original del mensaje.
¿De qué discutíais por el camino? Jesús quiere que saquen a la luz sus íntimos sentimientos, pero guardan silencio porque saben que no están de acuerdo con lo que Jesús viene enseñándoles. Entre ellos siguen en la dinámica de la búsqueda del dominio y del poder. Tenemos que recordar que en aquella cultura el rango de las personas se tomaba muy a pecho, y era la clave de todas las relaciones sociales.
Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos”. Exactamente el mismo mensaje del domingo pasado. Y lo encontraremos una vez más en el episodio de la madre de los Zebedeos, pidiendo a Jesús los primeros puestos para sus hijos. No nos pide Jesús que no pretendamos ser más, al contrario, nos anima a ser el primero, pero por un camino muy distinto al que nosotros nos apuntamos. Debemos aspirar a ser todos, no sólo “primeros”, sino “únicos”. En esa posibilidad estriba la grandeza del ser humano. Pero esa grandeza está en nuestro verdadero ser, no en añadidos que nos distingan de los demás.
Dios no quiere que renunciemos a nada. A veces los cristianos hemos dado a los de fuera la impresión de que para ser Él grande, Dios nos quería empequeñecidos. Jesús dice: ¿Quieres ser el primero? Muy bien. ¡Ojalá todos estuvieran en esa dinámica! Pero no lo conseguirás machacando a los demás, sino poniéndote a su servicio. Cuanto más sirvas, más señor serás. Cuanto menos domines, mayor humanidad. La sabiduría me hará ver que el bien espiritual (el mío y el del otro) está por encima del material. Si me pongo en esta perspectiva nunca haré daño al otro buscando un interés egoísta a costa de los demás.
Acercando a un niño lo puso en medio... El chiquillo abrazado por Jesús, está muy lejos de ser una estampa bucólica. No es fácil descubrir su sentido y la conexión con lo que antecede. Para ello es precisa alguna aclaración. En tiempos de Jesús, los niños no gozaban de ninguna consideración; eran simples instrumentos de los mayores que lo utilizaban como pequeños esclavos. Por otra parte, la palabra griega “paidion” que emplea el texto es un diminutivo de “país”, que ya significa niño y también criado y esclavo. En algún códice lo pone con artículo determinado, que indicaría “el chiquillo”, no uno cualquiera. Sería, el pequeño esclavo, el botones o chico de los recados. El último en la escala de mandados.
Tampoco se trata de un niño pequeño digno de lástima sino de un muchacho que ya puede desenvolverse en la vida. En el contexto de la narración, sería el chico de los recados de la casa donde estaban o que el grupo tenía a su disposición. Aquí descubrimos la relación con el texto anterior. El niño estaría en la escala más baja de los que se dedican a servir.
El que acoge a un niño como éste, me acoge a mí. No se trata de manifestar cariño o protección al débil sino de identificarse con él.Al abrazarle, Jesús está manifestando que él y el muchacho forman una unidad, y que si quieren estar cerca de él, tienen que identificarse con el insignificante muchacho de los recados, es decir hacerse servidor de todos. Uno de los significados del verbo griego es preferir. Sería: el que prefiere ser como este niño me prefiere a mí. El que no cuenta, el utilizado por todos, pero sirve a los demás, ese es el que ha entendido el mensaje de Jesús y le sigue de verdad.
Y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Este paso es muy importante: acoger a Jesús es acoger al Padre. Identificarse con Jesús es identificarse con Dios. La esencia del mensaje de Jesús consiste en esta identificación. Repito, el mensaje no consiste en que debemos acoger y proteger a los débiles. Se trata de identificarnos con el más pequeño de los esclavos que sirven sin que se lo reconozcan ni le paguen por ello. Esa actitud es la que mantiene Jesús, reflejando la actitud de Dios para con todos.
Después de dos mil años seguimos sin enterarnos. Y además, como los discípulos, preferimos que no nos aclaren las cosas; porque intuimos que no iban a responder a nuestras expectativas. Ni como individuos ni como grupo (comunidad o Iglesia) hemos aceptado el mensaje del evangelio. La mayoría de nosotros seguimos luchando por el poder que nos permita utilizar a los demás en beneficio propio. Siguen siendo inmensa minoría los que ponen su vida al servicio de los demás y les ayudan a vivir sin esperar nada a cambio.      
Hay dos maneras de servir: una es la del que voluntariamente se somete al poderoso para conseguir su favor y aprovechar de alguna manera su poderío. Esto no es servicio sino servidumbre, y lejos de hacer más humana a una persona la envilece. Esta actitud es muy criticada por Jesús. En torno a todo poder despótico pulula siempre una banda de aduladores que hacen posible el despotismo. La diaconía que se desarrolló en la primitiva Iglesia, significaba, en su acepción civil, “servir a la mesa”. En cristiano indicaba el servicio a los más necesitados, por lo que no tenían obligación de hacerlo. Este servicio es el que humaniza. 
Si es la esencia del mensaje. ¿Por qué ha fracasado estrepitosamente? El domingo dijimos que no podía conocer a Jesús si no me conocía a mí mismo. Dando un paso más, decimos hoy que sin ese conocimiento, es imposible llegar a ser auténtico cristiano. Ahora bien, como llegar a conocerse a sí mismo es muy difícil, la iglesia trató de racionalizar el mensaje con razones externas. Resumiendo mucho, tal vez demasiado, podíamos resumirlo en dos: 1ª Es la voluntad de Dios. 2º Si lo cumples, Dios te premiará, si no lo cumples, te castigará.
A la 1ª hay que decir: esa pretensión es tan etérea y difusa que con la mayor facilidad se puede tergiversar y deteriorar sin que tengamos posibilidad de advertirlo. Por otra parte, ¿Quién me asegura que esas exigencias son la voluntad de Dios? La 2ª es aún más burda. Bastaría caer en la cuenta de que es la misma técnica que utilizamos los seres humanos para domesticar a los animales: palo y zanahoria. ¿Cómo hemos podido llegar a pensar que Dios nos tiene que tratar como animales para que alcancemos nuestra meta?
Hoy hemos superado la idea de un Dios antropomórfico con cualidades humanas y motivaciones exactamente iguales a las nuestras. Como no nos han conducido por el camino del conocimiento de nosotros mismos y el Dios que nos habían propuesto es absurdo, los cristianos nos hemos quedado con el “culo al aire”. Ni somos capaces de descubrir las exigencias del evangelio en lo hondo de nuestro propio ser, ni encontramos razones externas suficientes para que nos motiven. Hemos quedado en la inopia.

El que quiera ser primero que sea el último.
Debemos estar muy atentos a esta lección.
En la medida que sirva a los demás sin esperar nada a cambio,
en esa medida me estaré acercando al ideal cristiano.
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Aunque sea muy frecuente entre nosotros,
el confiar en las obras para esperar una gloria mayor,
no deja de ser una visión raquítica de Dios
y una visión raquítica del ser humano.
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Si me doy a los demás hasta consumirme,
¿Dónde colocaré los adornos (la gloria) que pretendo alcanzar?
Si estoy pensando en mí mismo, cuando me doy al otro,
¿Qué clase de entrega estoy llevando a cabo?
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Fray Marcos

viernes, 11 de septiembre de 2015

SUPERAR EL EGOISMO PARA ALCANZAR LA PLENITUD HUMANA

Mc 8, 27-35
Nos hemos saltado la segunda multiplicación de los panes y la curación del ciego de Betsaida. El relato presenta a Jesús en la región de Cesarea de Filipo, que está río Jordán arriba, en las estribaciones del monte Hermón, donde nace. Este episodio  marca un antes y un después en el evangelio de Mc. Por una parte, Jesús comienza a proclamar un nuevo mensaje, el de la cruz. En esta enseñanza Jesús va a traspasar el límite de lo comprensible. Comienza también el “camino” hacia Jerusalén donde se consumará su obra.
Seguramente no es un relato histórico. No puedo imaginarme a Jesús preocupándose de lo que pensaban de él los demás. Toda su vida la empleó en descubrir su verdadera identidad; no es verosímil que esperase de los seguidores un conocimiento de su persona y menos aún un reconocimiento de lo que era. Sabía de sobra que no habían entendido nada.
La doble pregunta de Jesús parece suponer que esperaba una respuesta distinta. La realidad es que, a pesar de la rotunda respuesta de Pedro: “tú eres el Mesías”, la manera de entender ese mesianismo, estaba  lejos de la verdadera comprensión de Jesús. Pedro, como se manifestará más adelante, sigue en la dinámica de un Mesías terreno y glorioso. Para él es incomprensible un Mesías vencido y humillado hasta la aparente aniquilación total. A penas tres versículos después, Pedro increpa a Jesús por hablarles de la cruz.
El Hijo de hombre tiene que padecer mucho. “Hijo de hombre” significa, perteneciente a la raza humana, pero en plenitud. Por cierto, “este hombre” es el único titulo que se atribuye Jesús a sí mismo. “Tiene que” no alude a una necesidad metafísica o a una voluntad de Dios externa, sino a la exigencia del verdadero ser del hombre. “Padecer mucho” hace referencia no solo a la intensidad del dolor en un momento determinado (su muerte), sino a la multitud de sufrimientos que se van a extender durante el tiempo que le queda de vida.
Jesús proclama, con toda claridad, cual es el sentido de su misión como ser humano. Diametralmente opuesta a la que esperaban los judíos y la que también esperaban los discípulos de un Mesías. Nada de poder y dominio sobre los enemigos, sino todo los contrario, dejarse matar, antes de hacer daño a nadie. Pedro se ve obligado a decirle a Jesús lo que tiene que hacer, porque su postura equivocada le hace pensar que ni Dios puede estar de acuerdo con lo que acaba de proponer Jesús como itinerario de salvación.
Como Pedro habla en nombre de los apóstoles, Jesús responde de cara a los discípulos, para que todos se den por enterados del tremendo error que supone no aceptar el mesianismo de la entrega al servicio de los demás y de la cruz. Ese mensaje es irrenunciable. Pedro le propone exactamente lo mismo que le propuso Satanás en el desierto: el mesianismo del triunfo y del poder, por eso le llama Satanás. Claro que esa manera de pensar es la más humana que podríamos imaginar, pero no es la manera de pensar de Dios.
Lo que acaba de decir de sí mismo, lo explica ahora a la gente. “Si uno quiere venirse conmigo, que se niegue a sí mismo…” No es fácil aquilatar el verdadero significado de esta frase; sobre todo si tenemos en cuenta que el texto no dice negar, sino renegar de sí mismo. Aquí el ‘sí mismo’ hace referencia a nuestro falso yo, lo que creemos ser. El desapego del falso yo es imprescindible para poder entrar por el camino que Jesús propone.
“El que quiera salvar su vida la perderá…” No está claro el sentido de ‘psykhe’: no puede significar vida biológica, porque diría ‘bios’; tampoco significa alma  porque los judíos no tenían el concepto de alma, propio de los griegos. No se trata de elegir entre dos vidas, sino buscar la plenitud de la vida en su totalidad. El que no es capaz de superar el yo y no dejar de preocuparse de su individualidad, malogra toda su existencia; pero el que superando el egoísmo, descubre su verdadero ser y actúa en consecuencia, dándose a los demás, dará pleno sentido a toda la vida y alcanzará su verdadera plenitud humana.
La inmensa mayoría de los cristianos seguimos en la postura de Pedro. La esencia del mensaje de Jesús sigue sin ser aceptada porque nos empeñamos en comprenderlo desde nuestra raquítica racionalidad. Ni el ADN ni los sentidos ni la razón podrán comprender nunca que el fin del individuo sea el fracaso absoluto. Por eso hemos hecho verdaderas filigranas intelectuales para terminar tergiversando el evangelio. Si creemos que lo importante es lo sensible, lo material, lo que me da seguridades egoístas, lo defenderemos con uñas y dientes y no dejaremos que lo que vale de veras cobre su importancia.
¿Quién es Jesús? La respuesta no puede ser la conclusión de un razonamiento discursivo. No servirán de nada ni filosofías ni sicologías ni teologías. Los análisis externos de lo que hizo y dijo no nos lleva a ninguna parte, porque no son comprensibles. Solo una vivencia interior que te haga descubrir dentro de ti lo que vivió Jesús, podrá llevarte al conocimiento de su persona. Jesús desplegó todas las posibilidades de ser que el hombre tiene. La clave de todo el mensaje de Jesús es esta: dejarse machacar es más humano que hacer daño a alguien; morir a manos de otro es más humano que matarle.
Debemos seguir preguntándonos quién es Jesús. Pero lo que nos debe interesar es un Jesús que encarna el ideal del ser humano querido por Dios, que nos puede descubrir quién es Dios y quien es el hombre. La pregunta que debo contestar es: ¿Qué significa, para mí, Jesús? Pero tendremos que dejar muy claro, que no se puede responder a esa pregunta si no nos preguntamos a la vez ¿Quién soy yo? Porque no se trata del conocimiento externo de una persona: Cuándo y cómo vivió, quienes son sus padres, en qué cultura se desarrolló, cuál era su entorno social y religioso. Ni siquiera se trata de conocer y aceptar su doctrina. Se trata de algo más profundo y vital: responder a la pregunta, con mi propia vida.
Dios no puede querer ninguna clase de sufrimiento. Dios quiere siempre el bien total del hombre. El hombre, como fruto de una larga evolución, es un ser complicado. La razón, recién llegada, se sustenta sobre una estructura biológica, fruto de 3.800 años de evolución. La razón no puede funcionar sin apoyarse en lo biológico, pero puede ir más allá de sus planteamientos. Aquí está el verdadero conflicto. Hay dos mecanismos que la han hecho posible el desarrollo biológico: Todo aquello que favorece la vida biológica y la seguridad del ser vivo, le produce placer el individuo lo buscará con ahínco. Todo aquello que deteriora su estructura física, le producirá dolor y el individuo huirá de ello por todos los medios.
Pero el hombre no puede tener como principal objetivo la seguridad biológica, sino lo específicamente humano. La razón puede dejarse llevar de las exigencias biológicas y ponerse a su servicio; puede utilizar toda su capacidad para buscar el placer o para huir del dolor. Pero el hombre, desde su vivencia interior, puede descubrir que su meta no es el gozo inmediato, sino alcanzar la plenitud humana, que le llevará más allá de lo que le ofrecen los sentidos y apetitos. Si la mente no cede a las exigencias de la parte inferior, y pretende imponer su criterio de buscar el bien superior, la biología reaccionará  produciendo dolor. Este dolor es el que Jesús propone como inevitable para alcanzar la plenitud.
La cruz, como símbolo de la entrega total, es la meta de la vida humana. La hora de la plenitud de Jesús fue la hora de la muerte en la cruz. Ahí consumó su carrera. Se identificó con Dios que es don total. Ya no necesita más glorificaciones ni exaltaciones; entre otras razones, porque no hay después, sino un eterno ser en Dios. Jesús vivió y predicó que lo específicamente humano, es consumirse en la entrega al bien del hombre concreto.

nino-mar

Hoy traigo una pena que todo lo inunda.
La imagen de un mundo inhumano que a todos golpea.
Una playa turca sí acepta la víctima limpia de una guerra sucia.

La nana del agua durmió para siempre al niño de Siria.
El ara de arena ofrece a los dioses la sangre inocente.
Y solo la espuma con gesto de madre, le abraza y le besa.

Un gendarme lo recoge en sus brazos como frágil joya.
Con gesto distante, respeta su sueño y lo deposita en la tierra firme.
Dejando a la vista la suma vergüenza de la raza humana.

También yo en la distancia que creo me ampara,
Soy culpable del drama infinito de tanta injusticia.
Mi terco egoísmo golpea siniestro a tanto inocente.


Fray Marcos

jueves, 3 de septiembre de 2015

VENCER LA INDIFERENCIA PARA CONQUISTAR LA PAZ

“Vence la indiferencia y conquista la paz”

Carlos Ayala Ramírez

ALAI AMLATINA, 01/09/2015.-  El Pontificio Consejo Justicia y Paz dio a conocer el tema del mensaje del papa para la 49° Jornada Mundial de la Paz que se celebrará el 1 de enero de 2016: “Vence la indiferencia y conquista la paz”. Según Francisco, la indiferencia está hoy asociada a varias formas de individualismo que producen aislamiento, ignorancia, y egoísmo que lleva al desinterés. Para él, el aumento de la información no es sinónimo de mayor atención a los problemas si no es acompañado por una apertura de las consciencias hacia la solidaridad. En consecuencia, el mensaje pretende ser un punto de partida para que todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y en particular aquellos que laboran en la educación, la cultura y los medios de comunicación, actúen para construir juntos un mundo más consciente, solidario y misericordioso.
 
En otras palabras, se trata de sensibilizar y formar sentido de responsabilidad respecto a las gravísimas cuestiones que afligen a la familia humana, como el fundamentalismo y sus masacres, las violaciones de la libertad y de los derechos de los pueblos, el abuso y la esclavitud de las personas, la corrupción y el crimen organizado, las guerras que causan el drama de los refugiados y de los emigrantes forzados, entre otros. El lema, pues, representa una exhortación a vencer la indiferencia o indolencia frente a los flagelos de nuestro tiempo. Es un llamado a no pasar de largo ante el sufrimiento infligido, a superar la tentación de naturalizar el dolor, de acostumbrarse a la injusticia y la impunidad.
 
El lema constata un hecho inquietante: en nuestro mundo, la fraternidad, la compasión y la condolencia, propios de una cultura del encuentro, son valores secundarios, tolerados, pero no promovidos. Se fomenta más el individualismo que la solidaridad, el éxito personal que la búsqueda del bien común, la ética utilitaria más que la ética de la responsabilidad. Es decir, sobre la cultura del encuentro predominan las culturas de la violencia y de la indiferencia. Se define la cultura de la violencia como aquella en la cual la respuesta violenta ante los conflictos se ve como algo natural e incluso como la única manera viable de hacer frente a los problemas y disputas. Por su parte, la cultura de la indiferencia es entendida como la ausencia de sensibilidad frente a los graves problemas que acontecen en el mundo. Desde esta realidad que constituye una amenaza o negación de la paz, Francisco advierte que esta no será posible sin esfuerzos, sin conversión, sin creatividad y sin dialéctica.
 
Ahora bien, si ubicamos la idea fuerza del mensaje papal en la realidad salvadoreña, podemos decir que en la actualidad la lucha por la paz también pasa por vencer la cultura de la indiferencia y de la violencia. Hoy en día corremos el peligro de que la escalada de homicidios (en agosto se registraron más de 800, un promedio de 30 asesinatos diarios, cifra sin precedente) nos lleve a inmunizarnos y a aceptar que lo “normal” es la demencia, no la decencia humana. Es decir, todavía no terminamos de ponderar el impacto de tanta violencia en la vida de los salvadoreños.
 
En el pasado, Ignacio Martín-Baró, mártir de la UCA y precursor de una psicología social latinoamericana y liberadora, al examinar el impacto que tenía el conflicto bélico en la salud mental de nuestra población, hablaba de un círculo deshumanizador que incluía tres momentos. En primer lugar, en una sociedad donde se vuelve habitual el uso de la violencia para resolver problemas, sean grandes o pequeños, las relaciones humanas se truncan de raíz, la razón es desplazada por la agresión y el análisis ponderado de los problemas es sustituido por los operativos militares. En segundo lugar, se desencadenan dinamismos de polarización social que tienen como consecuencia el desquiciamiento de los grupos hacia extremos opuestos, desapareciendo la base para la interacción cotidiana e incluso la posibilidad de apelar a un sentido común. Finalmente, decía que el círculo se cerraba con la mentira, que va desde la corrupción de las instituciones hasta el engaño intencional en el discurso público. En definitiva, ese camino termina resquebrajando los cimientos de la convivencia y produce un agotador clima de tensión socioemocional.
 
En la presente coyuntura, una de las consecuencias previsibles de la violencia como mal de cada día, generadora de incertidumbre, impotencia y temor, es la indiferencia. Como se sabe, el miedo paraliza la acción. Conmina a la defensa, y, cuando esta no puede hacerse a través de los mismos mecanismos violentos (que requieren muchas veces contar con el resguardo o amparo del poder), la respuesta más factible es la indiferencia, el no-involucramiento. Por eso, dejarse afectar por la angustia que vive el otro, reaccionar con eficacia para salvaguardar su vida y sentir gozo por haber logrado ese objetivo son aspectos que no solo contrarrestan el círculo deshumanizador del que hablaba Martín-Baró, sino que también ayudan a generar una nueva mentalidad que fortalece el sentido de lo comunitario.
 
La conquista de la paz social, por tanto, supone encarar las expresiones deshumanizantes de las culturas del desencuentro, de la indiferencia, de la violencia y de la esclavitud. Supone, por otra parte, cultivar la cultura de la misericordia que transforma, es decir, una de solidaridad y fraternidad que nos lleve a una civilización verdaderamente humana. Según el papa, la misericordia no es zapping, no es silenciar el dolor; por el contrario, es padecer con el otro. Es la lógica que no se centra en el miedo, sino en la libertad que nace de amar y poner el bien del otro por sobre todas las cosas. Esto, para los creyentes, tiene una exigencia central: “La Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor de la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas”.
 
Desde luego, el término “misericordia” hay que entenderlo bien. Jon Sobrino, en su libro El principio-misericordia, afirma que el concepto puede connotar cosas verdaderas y buenas, pero también cosas insuficientes y hasta peligrosas. Puede significar sentimiento de compasión (con el peligro de que no vaya acompañado de una praxis); obras de misericordia (con el peligro de que no se analicen las causas del sufrimiento); alivio de necesidades individuales (con el peligro de abandonar la transformación de las estructuras); y actitudes paternales (con el peligro del paternalismo).
 
El principio misericordia es comprendido por Sobrino como la actitud fundamental de la reacción ante las víctimas de este mundo. El sufrimiento ajeno se interioriza y ello mueve a una re-acción, sin más motivos que el mero hecho del dolor del prójimo. Esa misericordia, si efectivamente quiere ser transformadora, debe, según Sobrino, historizarse. Es decir, la re-acción apunta en una u otra dirección, de acuerdo a los desafíos estructurales e históricos que presentan las personas y pueblos excluidos. En consecuencia, esa historización en un mundo que margina y empobrece puede exigir trabajar por la justicia y poner todas las capacidades humanas, intelectuales, religiosas, científicas y tecnológicas al servicio de las mayorías injustamente oprimidas.
 
Para vencer la indiferencia y conquistar la paz, se requiere, por tanto, de una actitud fundamental: la misericordia. Esta, según Sobrino, puede despertarnos del sueño de cruel inhumanidad, puede cambiarnos el corazón de piedra en corazón de carne. Y según el papa, es la misericordia la que puede conducir hacia una cultura de solidaridad, diálogo y cooperación, que atienda el clamor de los pueblos más pobres de la tierra. ¿Cuál es el desafío que nos deja el mensaje? Frente a la cultura de la indiferencia, sembremos la cultura humanizadora de la misericordia.

- Carlos Ayala Ramírez es director de radio YSUCA, El Salvador.

martes, 1 de septiembre de 2015

ABRIR EL CORAZÓN A DIOS

Domingo XXIII Tiempo Ordinario
6 septiembre 2015

Evangelio de Marcos 7, 31-37

En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, no podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:
¾ Effetá (esto es, «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:
¾ Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mundos.

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LA VIDA ES UN ABRIR PUERTAS

Nuestra curiosidad queda frustrada cuando pretende saber qué fue exactamente lo que ocurrió en cada una de la situaciones en las que el evangelio habla del poder sanador de Jesús.
Sin embargo, tampoco eso tiene mucha importancia. Indudablemente, algo objetivo tuvo que haber para que la gente proclamara que “todo lo ha hecho bien”. Pero, más allá del dato histórico –que, si se absolutiza, se reduce a mera anécdota carente de significado para nosotros-, lo que importa es la lectura simbólica (profunda), que es atemporal y, por eso mismo, capaz de “tocarnos” hoy también el corazón.

El autor del evangelio transmite la palabra clave en el propio idioma de Jesús, el arameo: “Effetá”, ábrete. En la lectura simbólica, a poca atención que pongamos, en cuanto se pronuncia, cuestiona: ¿A qué o en qué necesito abrirme?
El sordomudo necesitaba abrir los oídos y la lengua, pero todos nosotros tenemos necesidad de abrir alguna dimensión de nuestra persona, o tal vez alguna capacidad dormida o bloqueada.
Es probable que, por lo general, la apertura sea progresiva: a medida que accedemos a abrir algo en nosotros, se nos mostrará el paso próximo a dar. Como si se tratara de un juego de puertas que se suceden una tras otra, así parece ser nuestro mundo interior. Cada apertura nos coloca ante otra nueva “puerta” que pide ser abierta. Y en el camino nos vamos adentrando en espacios cada vez más genuinos e interiores, hasta llegar a reconocernos finalmente en la Espaciosidad sin límites que somos. Pero, habitualmente, el acceso a esta espaciosidad original requerirá todo el camino anterior.

¿Qué puertas hay que abrir? Capacidades dormidas (amor, ternura, alegría, generosidad, solidaridad, libertad…), defensas protectoras que se han convertido en armadura oxidada (miedos, retraimiento, imagen idealizada…), “manías” en las que nos hemos instalado, costumbres y rutinas que nos mantienen encerrados en una jaula de llevadero confort…
Lo que parece cierto es que la apertura a espacios interiores va acompañada de la apertura a los otros seres y a toda la realidad. Ese parece ser el camino que conduce al descubrimiento de que somos uno.
El gran Leonardo da Vinci escribía que "el color del cuerpo iluminado participa del color del cuerpo que ilumina". Como si de un juego de espejos se tratara, todos nos reflejamos en todo, porque todo es uno y solo hay una única luz, que en todo se espeja.
Esto mismo es lo que han visto los místicos. Ramakrishna (1836-1886) contaba que una muñeca de sal quiso medir la profundidad del mar. Cuando puso sus pies en el agua, se empezó a hacer una con el mar. Cuanto más andaba más le fascinaba el océano; se dejó tomar por el agua y todas sus partículas de sal se disolvieron en el mar. Había venido del océano y retornó a su fuente original. Lo “diferenciado” se había vuelto a unir a lo “indiferenciado”. Al–Hallaj (857-922) exclamaba: “Entre Tú y yo hay un «soy yo» que me atormenta. ¡Apártese de nosotros mi «soy yo»!”. Y Teresa de Jesús (1515-1582), en la séptima morada de su Castillo interior experimentaba que el alma se unía a Dios “como si un arroyico pequeño entra en la mar, que ya no habrá remedio de apartarse; o como si en una habitación estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz: aunque entra dividida, se hace todo una luz”.
Místicos y sabios, hombres y mujeres que, al abrir puertas sucesivas, desde las más sencillas a las más complejas, llegaron a experimentar aquella Espaciosidad compartida por la que suspira nuestro Anhelo, y a la que conducen todas ellas.

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