miércoles, 22 de junio de 2016

SEGUIR A JESUS ES EL CORAZON DE LA VIDA CRISTIANA

Lc 9, 51-62
Seguir a Jesús es el corazón de la vida cristiana. Lo esencial. Nada hay más importante o decisivo. Precisamente por eso, Lucas describe tres pequeñas escenas para que las comunidades que lean su evangelio, tomen conciencia de que, a los ojos de Jesús, nada puede haber más urgente e inaplazable.
Jesús emplea imágenes duras y escandalosas. Se ve que quiere sacudir las conciencias. No busca más seguidores, sino seguidores más comprometidos, que le sigan sin reservas, renunciando a falsas seguridades y asumiendo las rupturas necesarias. Sus palabras plantean en el fondo una sola cuestión: ¿Qué relación queremos establecer con él quienes nos decimos seguidores suyos?
Primera escena
Uno de los que le acompañan se siente tan atraído por Jesús que, antes de que lo llame, él mismo toma la iniciativa: «Te seguiré adonde vayas». Jesús le hace tomar conciencia de lo que está diciendo: «Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros nido», pero él «no tiene dónde reclinar su cabeza».
Seguir a Jesús es toda una aventura. Él no ofrece a los suyos seguridad o bienestar. No ayuda a ganar dinero o adquirir poder. Seguir a Jesús es «vivir de camino», sin instalarnos en el bienestar y sin buscar un falso refugio en la religión. Una Iglesia menos poderosa y más vulnerable no es una desgracia. Es lo mejor que nos puede suceder para purificar nuestra fe y confiar más en Jesús.
Segunda escena
Otro está dispuesto a seguirle, pero le pide cumplir primero con la obligación sagrada de «enterrar a su padre». A ningún judío puede extrañar, pues se trata de una de las obligaciones religiosas más importantes. La respuesta de Jesús es desconcertante: «Deja que los muertos entierren a sus muertos: tú vete a anunciar el reino de Dios».
Abrir caminos al reino de Dios trabajando por una vida más humana es siempre la tarea más urgente. Nada ha de retrasar nuestra decisión. Nadie nos ha de retener o frenar. Los «muertos», que no viven al servicio del reino de la vida, ya se dedicarán a otras obligaciones religiosas menos apremiantes que el reino de Dios y su justicia.
Tercera escena
A un tercero que quiere despedir a su familia antes de seguirlo, Jesús le dice: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios». No es posible seguir a Jesús mirando hacia atrás. No es posible abrir caminos al reino de Dios quedándonos en el pasado. Trabajar en el proyecto del Padre pide dedicación total, confianza en el futuro de Dios y audacia para caminar tras los pasos de Jesús.

José Antonio Pagola

sábado, 18 de junio de 2016

DÓNDE ESTÁ DIOS HOY?

https://leonardoboff.wordpress.com/2016/06/17/como-experimentar-a-dios-hoy-en-medio-de-una-profunda-crisis/

Servir al Dios de la Vida nos da fuerza frente a todo

Sábado 18 de junio de 2016
Juliana de Falconieri, fundadora (1341)
 
2Cr 24,17-25: Zacarías, a quien mataste entre el templo y el altar
Salmo 88: Le mantendré eternamente mi favor
Mt 6,24-34:  No se agobien por el mañana
Cuando un hogar, comunidad, sociedad o pueblo, como vemos en Israel este día, tiene intereses distintos a los del Dios de la Vida, y buscan justificarlos en dioses o experiencias de fe que no son las que dieron fuerza a sus antepasados para lograr lo que son, ese hogar, esa comunidad o sociedad, puede verse frágil y debilitada cuando toca cuidarse frente a cualquier invasión (política, militar, y sobre todo socio-cultural), y ésta les podría golpear fuertemente al punto de destrozar el proyecto de vida que por años han venido construyendo. No olvidemos que sí hay valores eternos que nos consolidan como personas. Es verdad lo que presenta el Evangelio: nadie puede servir a dos señores. Y más cuando uno es a favor de la vida, el Dios de Jesús; y el otro, si lo damos por “dios”, terminará siendo un ídolo que, como todo lo que ponemos en lugar del verdadero Dios, siempre pedirá sacrificios humanos, en cuanto que no le importa la vida de las personas para erigirse como ídolo. Pero eso no lo hace el ídolo, lo hacemos quienes le vemos como ídolo. Todo lo contrario se da cuando vivimos desde el Dios de Jesús, nuestra unidad es a prueba de fuego, y nuestra fe hace realidad el vivir acogidos por la providencia del Señor, tal como el Evangelio nos propone. ¿Me ayuda este Evangelio a vivir con menos estrés? 

jueves, 16 de junio de 2016

CÓMO REZAR EL PADRE NUESTRO

El Papa Francisco nos invita a una reflexión y una introspección ante la oración que Jesús nos enseñó

https://www.aciprensa.com/noticias/el-papa-invita-a-rezar-el-padre-nuestro-y-perdonar-de-corazon-a-los-que-hacen-dano-24400/

miércoles, 15 de junio de 2016

JESUS ES LO HUMANO EN PLENITUD

Lc 9, 18-24
Los tres sinópticos relatan el mismo episodio, aunque con diferencias notables. Se plantea abiertamente el significado del mesianismo de Jesús. Tema que no quedó resuelto hasta después de la experiencia pascual. No se trata, pues de un relato estrictamente histórico, sino de un planteamiento teológico del tema más importante y complicado de todo el NT. Ni para ellos fue fácil aceptar al verdadero Jesús ni lo es para nosotros, pues seguimos sin aceptar que el ser cristiano lleva consigo renunciar al ego y darse a los demás.
El evangelio dice que el único que estaba orando era Jesús, aunque los discípulos estaban allí. Sin tener en cuenta esa oración de Jesús nada de lo que fue y predicó puede explicarse. La forma en que Jesús habla de Dios, se inspira en su experiencia personal. La experiencia básica de Jesús fue la presencia de Dios en él. Jesús experimentó que Dios lo era todo para él y él debía ser todo para los demás. Tomó concien­cia de la fidelidad de Dios-amor y respondió vitalmente a esta toma de conciencia. Al atreverse a llamar a Dios "Abba" (Papá), Jesús abre un horizonte completamente nuevo en las relaciones con el absoluto.
Para Jesús, como para cualquier ser humano, la base de toda experiencia religiosa reside en su condición de criatura. El hombre se descubre sustentado en Dios. El modo finito de ser uno mismo, demuestra que es más de Dios que de sí mismo. Sin Dios no sería posible nuestra existencia. Jesús descubre que el centro de su vida está en Dios. Pero eso no quiere decir que tenga que salir de sí para encontrar su centro. Descubrirse fundamentado en Dios, es fuente de inesperada plenitud. Dios será en él, revelación de la más alta humanidad.
Jesús de Nazaret nunca se presenta como el absoluto. Para él lo único absoluto era Dios. Él se consideró siempre como un ser humano más. “El Mesías de Dios” de Simón se convierte en boca de Jesús en “Hijo de hombre”, el modelo de hombre, un ser humano que vive su plenitud. No es el triunfador, el poderoso, el que está por encima de los demás, sino el que aguanta, el que sufre, el que tiene que padecer las iras y rencores de los suyos, el humillado y despreciado, precisamente por no renunciar a ser “humano”.
El Mesías de Dios. Mc dice simplemente: Tú eres el Mesías. Mt dice: tú eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito. La opinión de la gente indica ya una alta consideración de la persona de Jesús, pero está lejos de acertar. La opinión de Pedro, parece acertada; pero “el Ungido”, era la manera de designar al Mesías que el pueblo esperaba. Un Mesías nacionalista que traería la salvación política, económica y religiosa. Esa opinión no debe ser divulgada porque es también, falsa. Los primeros cristianos superaron la dificultad asociando la idea de Mesías a la de Hijo. No entendieron la filiación como nosotros sino como representante de Dios.
El que quiera salvar su vida la perderá; no es una exageración. Hacer que todo gire en torno a nuestro falso “yo”, es dar importancia en nosotros a lo que menos vale. No dejaremos de ser egoístas si mantenemos el apego al “ego”. En la medida en que ponga como objetivo último salvar mi ego, seré egoísta y por lo tanto me deshago como persona. En la medida en que me desprenda de todo apego, incluido el apego a la vida, a favor de los demás, estaré amando de verdad, y por lo tanto creciendo como ser humano. Mi Vida con mayúscula se potenciará, y la vida con minúscula, cobra entonces todo su sentido.            
La pregunta que se hicieron aquellos primeros cristianos tenemos que hacérnosla nosotros hoy. ¿Quién es Jesús? La mejor prueba de que no es fácil responder, es la falsa alternativa, que se planteó en el siglo pasado, entre el Jesús histórico o el Cristo de la fe. Los discípulos compartieron su vida con el Jesús de Nazaret y aceptaron a aquel ser humano que les proporcionó una paz, una alegría y una seguridad increíbles; pero mientras vivieron con él, no fueron capaces de ir más allá de lo que veían. Solamente a través de la experiencia pascual se adentraron en el verdadero significado de aquella persona fuera de serie.
Al morir Jesús, se preguntaron si con la muerte de su líder se había acabado todo. Solo entonces empezaron a trascender la figura aparente de Jesús y descubrieron lo que se escondía detrás de aquella realidad visible. Fueron dándose cuenta de que allí había algo más que un simple ser humano. Entonces fueron conscientes de que el verdadero UNGIDOya se encontraba en el Jesús de Nazaret. Este Mesías, descubierto en pascua, no coincide con el que esperaban los judíos y los propios discípulos, antes de esa experiencia. Ahora se trata de Jesús el Cristo, Jesucristo, genial integración del Jesús histórico y el Cristo de la fe.
Cristo no es una idea abstracta surgida en la primera comunidad sino la realidad de Jesús visto con los rayos X de la experiencia pascual. Cristo ni se puede identificar con Jesús ni se puede separar de él. Durante tres años, sus seguidores convivieron con él sin enterarse de quien era, pero una vez que desapareció su figura sensible, fueron capaces de descubrir lo que en aquella figura humana se escondía. No se puede separar el valor de una moneda, de la cantidad y la forma del metal que la constituye. La moneda tiene tal valor, porque está acuñada y tiene tal forma. Todo lo que hay de divino en Jesús está en su humanidad.
¿Quién es Jesús para nosotros hoy? No se trata de dar una respuesta teórica ni una cristología aquilatada que responda a todas las cuestiones formales relativas a la persona de Jesús. Mucho menos, dogmas que definan su naturaleza divina. Lo tenemos crudo, porque los evangelios nos hablan de Jesucristo desde la experiencia pascual, y es muy difícil descubrir al Jesús de Nazaret que ellos conocieron y del que partieron para llegar a Cristo. Los cristianos de hoy empezamos la casa por el tejado y cuando nos damos cuenta, resulta que carecemos de muros y sobre todo de cimientos. Sin experiencia pascual no hay cristiano
Estamos lejos del encarnar en nosotros ese valor supremo, que Jesús encarnó. Echemos una ojeada a nuestras oraciones y descubriremos la idea que tenemos del Mesías. La misma que Pedro propuso y rechazó Jesús. Lo hemos colocado a la derecha de Dios; le hemos dado plenitud de poder y gloria; le hemos hecho juez de vivos y muertos para, a renglón seguido, decir que “el que cumpla con lo que dijo se sentará con él a juzgar a los infieles”. Estas cosas ya las dice el NT, en contra de la misma actitud de Jesús.
No es nada fácil salir de la dinámica del hedonismo que nos empuja a dar satisfacción a los sentidos, a buscar lo más cómodo, lo que me agrada, lo que menos me cuesta. Mantener estas actitudes hedonistas y llamarse cristiano, es una contradicción. Pero tampoco debemos caer en la trampa del masoquismo. Dios quiere para cada uno de nosotros lo mejor. Quiere que disfrutemos de todo lo que nos rodea, de las personas y de las cosas. Todo es positivo, siempre que tengamos claro que lo primero es el bien integral del hombre.
No se trata de machacar una parte de nuestro ser para salvar otra. Se trata de descubrir un fallo en nuestra percepción de nosotros mismos, es decir, que con frecuencia creemos ser los que no somos y vivimos engañados. Se trata de liberarnos de todo aquello que nos ata a lo caduco y nos impide elevarnos a la plenitud que nuestro verdadero ser exige. La liberación llega cuando hemos establecido una auténtica escala de valores y somos capaces de dar a cada faceta de nuestra compleja vida, la importancia que tiene, ni más ni menos.
Por eso Jesús se presenta como plenitud de lo humano. No es la humanidad la que tiene que convertirse en divinidad. Esta trampa nos ha metido por callejones sin salida. Toda la divinidad se hace presente en la humanidad. Ser cada día más humanos es lo que nos convierte en manifestación de lo divino. La oposición, y más aún la lucha entre lo divino y lo humano es absurda, en Jesús y en cada uno de nosotros.

jueves, 9 de junio de 2016

DEJAMOS ESPACIO EN NUESTRO CORAZÓN PARA LA MISERICORDIA Y EL PERDÓN?

Lc 7, 36-50
Este texto es tan expresivo en sí mismo, tan rico en símbolos, gestos y palabras que pienso que, quizás, el mejor comentario que se puede hacer de él es, sencillamente, una invitación a leerlo despacio, saborearlo, contemplarlo sin prisas… Propongo que pongamos en juego todos nuestros sentidos y miremos con calma, contemplemos la escena, escuchemos las palabras de cada personaje… e incluso olamos, toquemos y nos dejemos tocar… Seguro que no nos resulta difícil identificarnos con cualquiera de los personajes y orar con el texto.
Por si ayuda, aporto algunos datos que nos pueden servir para contextualizar el texto, conocerlo más y así, ojalá, entrar mejor en oración.
Quizás, para ello, convendría comenzar a leer no sólo estos versículos, sino desde el inicio del capítulo 7 de Lucas, pues el evangelio de hoy es el último de un grupo de episodios. El primero narra el encuentro en Cafarnaún entre Jesús y un grupo de ancianos que acuden a interceder ante él por un extranjero, un centurión -un pagano- que se había portado muy bien con ellos. Los ancianos lo describen como alguien “que ama a nuestro pueblo” y Jesús responde al amor de ese hombre sanando a distancia a su siervo y proclamando públicamente su admiración por la fe que muestra: “Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande” (7,9).
De Cafarnaún pasamos a Naín, donde, en la entrada del pueblo, Jesús se encuentra con la comitiva que acompaña a una viuda a enterrar a su hijo único. Jesús se compadece de esta mujer (que nos recuerda a la que en 1 Reyes 17 acoge y alimenta a Elías en su exilio) y al resucitar a su hijo, la resucita también a ella, pues le hace recuperar las posibilidades de vida en un contexto en el que, sin parientes próximos (véase el subrayado de “hijo único”) podría quedar en una situación verdaderamente difícil para ella. Esta experiencia hace que los que han contemplado lo ocurrido proclamen: “Dios ha visitado a su pueblo” (7,16).
Y esta experiencia, contada por los discípulos de Juan el Bautista a su maestro, hace que éste envíe seguidores a Jesús con la pregunta: “¿Eres tú el que tiene que venir o hemos de esperar a otro?” (7,19). Jesús les responde primero actuando, realizando numerosos gestos de sanación y después, a través de una narración que recordaría a los oyentes, sin lugar a dudas, las palabras del profeta Isaías con las que describía el tiempo de Salvación (Is 29,18; 35,5ss; 42,7).
Quien ha seguido el evangelio de Lucas hasta aquí y escucha ahora el texto que la Liturgia de este domingo nos presenta ya no se encuentra indiferente ante la persona de Jesús. Sabe que él es un profeta y ha visto que actúa como tal, siendo así signo de contradicción y de cuestionamiento. Sabe que ha venido para hacer que los ciegos vean, los cojos anden, los leprosos queden limpios y los sordos oigan, que los muertos resuciten y a los pobres se les anuncie la buena noticia. Ha escuchado directamente “y dichoso quien no encuentre en él motivo de tropiezo”… Es entonces cuando aparece la figura de Simón, un fariseo que invita a Jesús a comer.
El escenario, en este momento, es un banquete y podemos imaginarnos a Jesús reclinado en un diván, comiendo. No eran extrañas estas comidas en las que un personaje con cierto reconocimiento social y con poder económico invitaba a predicadores o a otras personas relevantes para dialogar, hacerles preguntas o simplemente para ser vistos con ellas. Eran comidas públicas y por eso no tuvo que serle complicado a la mujer acercarse a Jesús.
La mujer va directamente a él. Lo conoce. De hecho parece claro que no es la primera vez que se encuentra con él pues el texto nos dice que ella sabía que estaba allí (“al enterarse que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo”) y nos muestra que su intención, premeditada, estaba cargada de gratitud y reconocimiento. Si nos fijamos un poco más vemos que, en realidad, su intención seguramente era la de ungirle con el perfume que lleva en el frasco de alabastro pero, una vez que está a los pies de Jesús, el perfume se mezcla con unas lágrimas incontenibles que intenta enjugar con sus cabellos y sus besos.
Si imaginamos la escena podemos hacernos cargo de la tensión del momento. Lucas se ha preocupado de señalarle como “una pecadora pública”. Por tanto, para Simón y para el resto este acontecimiento certifica los rumores que se decían de él: “ahí tenéis a un comilón y a un borracho, amigo de los publicanos y pecadores” (7,34).
Quizás sólo fueron segundos, unos minutos, pero podemos imaginar las caras de estupor de las personas que estaban en la comida y lo gestos decididos de la mujer. Podemos contemplar también a Jesús, que se deja hacer, que no retira los pies. Impresiona cuando, después de escuchar la reprimenda de Simón y narrarle la parábola de los deudores con la intención de abrirle los ojos, Jesús sigue hablándole a la vez que se vuelve hacia la mujer (7,44). Es decir, hay algo que está claro y es que Jesús pone sus ojos en ella haciendo que sea de nuevo el centro de atención de todos, pero esta vez restituida a través de sus palabras.
Con respecto a la mujer hay algo interesante que señalar. Nuestras traducciones dicen: “y una mujer de la ciudad, una pecadora…”. Pero el texto griego utiliza el imperfecto del verbo ser (h=n). Es decir, la mujer “era”… ya no es lo que había sido en el pasado. También Jesús dirá “si da tales muestras de amor es que se le han perdonado sus muchos pecados”. No se dicen cuándo ni cómo fueron perdonados los pecados. Pero quienes contemplan la escena son incapaces de reconocer a la nueva mujer y simplemente juzgan lo que ha sido hasta ahora. De hecho resulta curioso que Jesús pregunte a Simón “¿ves a esta mujer?” (7,44), como para forzarle a abrir sus ojos de una manera nueva.
Jesús, en cambio, no le ha juzgado en ningún momento. Sabe quién es y ve también cómo es su corazón, reconociendo y aceptando la gratitud de la mujer hacia él. Entonces se vuelve a Simón para contarle una historia que habla de deudores, de denarios y de amor. Una historia que puede ayudarle a él y a todos los que le escuchan a comprender lo que hace. E invitándole a mirar a la mujer con ojos nuevos, Jesús le enumera a Simón la lista de las “faltas” en su hospitalidad: no hubo agua, ni beso de paz, ni aceite en la cabeza… No hubo, en el fondo, verdadero interés y hospitalidad hacia el invitado… La mujer ha compensado esa escasez con un derroche de amor. Con sus palabras, la mujer queda para Simón y para todos como modelo, como referente a quien deben mirar e imitar.
A la mujer ser le perdonaron muchos pecados. También a Simón, y a todos los que le escuchan, y a nosotros, se nos perdonarán nuestros pecados si somos capaces de ver y reconocer a Jesús como el Señor ante el que se doblan nuestras rodillas; si dejamos espacio en nosotros para la misericordia, el perdón y la bondad de Dios; si permitimos que Él transforme nuestra mirada para ver con ojos nuevos la realidad que nos rodea. Entonces dejaremos que fluya en nosotros el Amor de Quien nos llama siempre a una vida nueva, nos restituye y nos invita al banquete de la misericordia.

Inma Eibe, ccv

jueves, 2 de junio de 2016

RENOVAR LA IGLESIA ES HACER ACTUAL EL 'RECUERDO PELIGROSO' DE JESÚS

Lo que instituyó Jesús fue un "proyecto de vida", que se expresa simbólicamente y que hace presente la persona y la vida de Jesús, en nuestras vidas y en nuestra sociedad    
Si la Iglesia quiere renovarse en serio y a fondo, una de las primeras cosas que tendría que hacer es renovar en serio y a fondo el recuerdo de Jesús. No meramente recordando lo que sucedió cuando Jesús andaba por el mundo. Sino actualizando lo que ocurrió entonces.
Es decir, la liturgia tiene que celebrarse de tal manera que se haga presente, en lo que vivimos ahora, lo que Jesús vivió, hizo y decidió cuando estaba en esta vida. Concretamente lo que ocurrió la noche aquella en que cenó, por última vez, con el grupo de personas que le acompañaron y compartieron lo que él vivió y cómo lo vivió. En aquella ocasión, Jesús dijo: "Haced esto en recuerdo mío" (1 Cor 11, 24. 25; Lc 22, 19). Lo cual quería decir: "Haced esto para que me tengáis presente", como en seguida explicaré.
Lo que acabo de indicar se basa en un presupuesto previo: la última cena de Jesús con sus discípulos no fue un ritual religioso. El ritual de la "cena pascual" que celebran los judíos, con motivo del pèsaj, la fiesta del cordero, que marcó el punto de partida de la liberación de los judíos esclavos en Egipto (Ex 12). Por supuesto, sabemos que, según los evangelios sinópticos, la última cena fue la cena de Pascua (Mc 14, 12; Mt 26, 17; Lc 22, 7). Pero el evangelio de Juan, que se escribió después que los sinópticos, puntualiza este dato capital indicando que la cena se celebró antes de la Pascua (Jn 13, 1; 18, 28), de forma que Jesús murió el día de la Preparación de la Pascua (Jn 19, 14; cf. 19, 31. 42). Y san Pablo, que nos ha conservado el recuerdo más antiguo de la cena, ni menciona la Pascua (1 Cor 11, 23).
Además, en ninguno de los relatos de la Cena se menciona el cordero pascual, ni se habla de las hierbas amargas, ni hay alusión alguna a los mazzen, ni de la haggadà, ni del primer hallel, ni se mencionan las cuatro copas que eran esenciales en el ritual judío de la Pascua. No hay, pues, traza ni indicio alguno de que allí se estuviera celebrando un ritual sagrado (Ulrich Luz, El evangelio según san Mateo, vol. IV, Salamanca, Sígueme, 2005, 138-139).
Ahora bien, si aquello no fue un "ritual sagrado", sino una "cena", en la que se vivieron una serie de experiencias muy fuertes, cuando Jesús les dice a sus "amigos" (Jn 15, 14-15): "Haced esto en memoria mía" (1 Cor 11, 25) o sea,"Haced esto para que me tengáis presente", sin duda alguna, el término "esto" (toûto) engloba la cena entera, no únicamente el pan, sino el conjunto de experiencias vividas allí aquella noche (François Bovon, El evangelio según san Lucas, vol. IV, Salamanca, Sígueme, 2010, 282-283).
Hacer lo que allí dijo Jesús no es repetir rutinariamente un ritual, sino actualizar (hacer presente y operante hoy) lo que allí se vivió aquella noche. El "recuerdo", la "anamnêsis", según la raíz original zkr, quiere decir "hacer presente el pasado" (H. Patsch, en Diccionario Exegético del Nuevo Testamento, vol. I, Salamanca, Sígueme, 2005, 251-254).
Pero, ¡atención!, estos datos no son meras matizaciones - por lo demás, muy elementales - de erudición. Nada de eso. Aquí se juega el ser o no ser de la autenticidad o del fracaso de lo que Jesús quiso. Sabemos que Jesús no fue amante, ni practicante de ritos, ceremonias, altares y templos. Jesús centró sus preocupaciones en tres cosas: el "sufrimiento humano" (curaciones), la "alimentación compartida" (comidas y comensalía, sobre todo con pobres y pecadores), las "relaciones humanas" (sermón del monte, en Mt, o de la llanura, en Lc). Al proceder así, Jesús desplazó la religión: la sacó del templo, la disoció de los "rituales" y la puso en el centro y en el conjunto de la "vida".
Aquí y en esto está la clave y el secreto de todo lo demás. ¿Por qué? Porque hoy está sobradamente demostrado que los ritos constituyen un factor tan importante en la pervivencia de las sociedades humanas, que, desde hace incontables generaciones, los ritos (religiosos, políticos, sociales...) son decisivos en la integración o exclusión del individuo en la sociedad y, en general, en el sistema establecido (Walter Burkert, La creación de lo sagrado, Barcelona, Acantilado, 2009, 60 ss; ID., Homo necans, Barlona, Acantilado, 2013, 50-61). Pero no se trata de esto solamente. Porque los ritos integran al sujeto en el sistema de tal forma, que, al mismo tiempo que el sujeto hace suyos los valores del sistema, por otra parte, esos mismos ritos no modifican la conducta del sujeto que los cumple. Concretamente, un piadoso creyente se puede pasar cuarenta años comulgando a diario, y al cabo de ese tiempo sigue teniendo los mismos defectos que tenía el día que inició su comunión diaria. Y es que el ritual, por sí solo, no solamente no modifica la conducta, sino que además tiene la virtualidad de tranquilizar la conciencia del observante.
Entonces, ¿qué quiso decir Jesús cuando afirmó en la Cena: "Haced esto en memoria de mí"? No se refería simplemente a repetir lo que llamamos ahora "las palabras de la consagración". Porque esta referencia al recuerdo o memoria (anamnêsis) lo introdujo san Pablo (1 Cor 11, 24. 25), del que depende el relato de Lucas (22, 19), para motivar a la comunidad de Corinto, al decirles a aquellos cristianos que lo que ellos hacían - y tal como lo hacían -, en realidad aquello ya no era la Cena del Señor. Literalmente: "eso ya no es comer la Cena del Señor" ("oúk éstin kyriakòn deipnon phagein") (1 Cor 11, 20) (H. Patsch, o. c., 252-254). O sea, en Corinto, realizando exactamente el rito, realmente no celebraban la eucaristía. ¿Por qué? Porque la comunidad de Corinto estaba dividida. No por ideas teológicas, sino por la forma de vida que llevaban. Concretamente, porque allí había ricos y pobres. Y cuando se reunían para la eucaristía, los ricos comían hasta emborracharse, mientras que los pobres se quedaban con hambre (1 Cor 11, 21).
Es decir, lo que pasaba en Corinto es que allí se repetían las palabras del Señor, pero allí no había una comunidad unida en la que quienes tenían dinero y comida lo compartían con los demás. Cada cual iba a lo suyo. Y Pablo afirma: donde hay división entre ricos y pobres, por mucho y muy bien que se repitan las palabras de Jesús, en realidad la memoria de Jesús está ausente. No se recuerda a Jesús. En esas condiciones, se dirá misa, pero allí no está Jesús. (J. D. Crossan, J. L. Reed, En busca de Pablo, Estella, Verbo Divino, 2006, 398-405).
Conclusión: la Eucaristía no consiste en "decir misa", observando exactamente lo que manda la Sagrada Congregación de Ritos (o del Culto divino). Se puede hacer eso y no celebrar la Cena que quiso Jesús. Y tal como la quiso Jesús: haciéndonos esclavos unos de otros (Jn 13, 12-15), queriéndonos unos a otros, como él nos quiso (Jn 13, 33-35), mojando todos en el mismo plato, como él lo hizo (Jn 13, 20). Celebrar la Eucaristía no es repetir literalmente un "ritual". Eso es una misa que nos tranquiliza (incluso nos da devoción). Pero eso no es lo que instituyó y quiso Jesús: el "recuerdo peligroso" (J. B. Metz, La Fe en la historia y en la sociedad, Madrid, Cristiandad, 1979, 100-102; 210-211), que hace actual la subversión de esos presuntos valores que se sostienen repitiendo los ritos.
Lo que instituyó Jesús fue un "proyecto de vida", que se expresa simbólicamente y que hace presente la persona y la vida de Jesús, en nuestras vidas y en nuestra sociedad. El día que resulte más "peligroso" ir a misa que acudir a una manifestación, ese día empezará a ser cierto que celebramos la Cena del Señor, en la que los cristianos vivimos la presencia, en el recuerdo vivo, de aquel Jesús que "aceptó la función más baja que una sociedad puede adjudicar: la de delincuente ejecutado" (G. Theissen, El movimiento de Jesús, Salamanca, Sígueme, 2005. 53). Entonces será cierto y la gente palpará que la misa no es un mero "rito", sino un "recuerdo peligroso".

José María Castillo

LA COMPASIÓN ES EL ESTILO DE VIDA PROPIO DE JESÚS

Lc 7, 11-17
Jesús llega a Naín cuando en la pequeña aldea se está viviendo un hecho muy triste. Jesús viene del camino, acompañado de sus discípulos y de un gran gentío. De la aldea sale un cortejo fúnebre camino del cementerio. Una madre viuda, acompañada por sus vecinos, lleva a enterrar a su único hijo.
En pocas palabras, Lucas nos ha descrito la trágica situación de la mujer. Es una viuda, sin esposo que la cuide y proteja en aquella sociedad controlada por los varones. Le quedaba solo un hijo, pero también este acaba de morir. La mujer no dice nada. Solo llora su dolor. ¿Qué será de ella?
El encuentro ha sido inesperado. Jesús venía a anunciar también en Naín la Buena Noticia de Dios. ¿Cuál será su reacción? Según el relato, «el Señor la miró, se conmovió y le dijo: No llores». Es difícil describir mejor al Profeta de la compasión de Dios.
No conoce a la mujer, pero la mira detenidamente. Capta su dolor y soledad, y se conmueve hasta las entrañas. El abatimiento de aquella mujer le llega hasta dentro. Su reacción es inmediata: «No llores». Jesús no puede ver a nadie llorando. Necesita intervenir.
No lo piensa dos veces. Se acerca al féretro, detiene el entierro y dice al muerto: «Muchacho, a ti te lo digo, levántate». Cuando el joven se reincorpora y comienza a hablar, Jesús «lo entrega a su madre» para que deje de llorar. De nuevo están juntos. La madre ya no estará sola.
Todo parece sencillo. El relato no insiste en el aspecto prodigioso de lo que acaba de hacer Jesús. Invita a sus lectores a que vean en él la revelación de Dios como Misterio de compasión y Fuerza de vida, capaz de salvar incluso de la muerte. Es la compasión de Dios la que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento de la gente.
En la Iglesia hemos de recuperar cuanto antes la compasión como el estilo de vida propio de los seguidores de Jesús. La hemos de rescatar de una concepción sentimental y moralizante que la ha desprestigiado. La compasión que exige justicia es el gran mandato de Jesús: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo».
Esta compasión es hoy más necesaria que nunca. Desde los centros de poder, todo se tiene en cuenta antes que el sufrimiento de las víctimas. Se funciona como si no hubiera dolientes ni perdedores. Desde las comunidades de Jesús se tiene que escuchar un grito de indignación absoluta: el sufrimiento de los inocentes ha de ser tomado en serio; no puede ser aceptado socialmente como algo normal pues es inaceptable para Dios. Él no quiere ver a nadie llorando.

José Antonio Pagola