miércoles, 29 de mayo de 2019

COMO ENTENDER LA ASCENCIÓN HOY

Lc 24,46-53
Empezamos con la oración de Pablo. “Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de revelación para conocerlo; ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cual es la esperanza a la que os llama...” No pide inteligencia, sino espíritu de revelación. No pide una visión sensorial ni racional sino que ilumine los “ojos” del corazón. El verdadero conocimiento no viene de fuera, sino de la experiencia interior. Ni teología, ni normas morales, ni ritos sirven de nada si no nos llevan a la experiencia interior.
Hemos llegado al final del tiempo pascual. La ascensión es una fiesta de transición que intenta recopilar todo lo que hemos celebrado desde el Viernes Santo. La mejor prueba de esto es que Lc, que es el único que relata la ascensión, nos da dos versiones: una al final del evangelio y otra al comienzo del los Hechos. Para comprender el lenguaje que la liturgia utiliza para referirse a esta celebración, es necesario tener en cuenta la manera mítica de entender el mundo en aquella época y posteriores, muy distinta de la nuestra.
El mundo dividido en tres estadios: el superior, habitado por la divinidad. El del medio era la realidad terrena en la que vivimos. El abismo del maligno. La encarnación era concebida como una bajada del Verbo, desde la altura a la tierra. Su misión era la salvación de todos. Por eso, después tuvo que bajar a los infiernos (inferos) para que la salvación fuera total. Una vez que Jesús cumplió su misión salvadora, lo lógico era que volviera a su lugar de origen.
No tiene sentido seguir hablando de bajada y subida. Si no intentamos cambiar la mente, estaremos transmitiendo conceptos que hoy no podemos comprender. Una cosa fue la predicación de Jesús y otra la tarea de la comunidad, después de la experiencia pascual. El telón de fondo es el mismo, el Reino de Dios, vivido y predicado, pero a los primeros cristianos les llevó tiempo encontrar la manera de trasmitir lo que había experimentado. Tenemos que continuar esa obra, transmitir el mensaje, acomodándolo a nuestra cultura.
Resurrección, ascensión, sentarse a la derecha de Dios, envío del Espíritu… apuntan a una misma realidad pascual. Con cada uno de esos aspectos se intenta expresar la vivencia de pascua: El final de “este Hombre” Jesús no fue la muerte sino la Vida. El misterio pascual es tan rico que no podemos abarcarlo con una sola imagen, por eso tenemos que desdoblarlo para ir analizándolo por partes y poder digerirlo. Con todo lo que venimos diciendo durante el tiempo pascual, debe estar ya muy claro que después de la muerte no pasó nada en Jesús.
Una vez muerto pasa a otro plano donde no existe tiempo ni espacio. Sin tiempo y sin espacio no puede haber sucesos. Todo “sucedió” como un chispazo que dura toda la eternidad. El don total de sí mismo es la identificación total con Dios y por tanto su total y definitiva gloria. No va más. En los discípulos sí sucedió algo. La experiencia de resurrección sí fue constatable. Sin esa experiencia, que no sucedió en un momento determinado, sino que fue un proceso que duró muchos años, no hubiera sido posible la religión cristiana.
Una cosa es la verdad que se quiere trasmitir y otra los conceptos con los que intentamos expresarla. No estamos celebrando un hecho que sucedió hace 2000 años. Celebramos un acontecimiento que se está dando en este momento. Los tres días para la resurrección, los cuarenta días para la ascensión, los cincuenta días para la venida del Espíritu, son tiempos teológicos. Lc, en su evangelio, pone todas las apariciones y la ascensión en el mismo día. En cambio, en los Hechos habla de cuarenta días de permanencia de Jesús con sus discípulos.
Solo Lc al final de su evangelio y al comienzo de los “Hechos”, narra la ascensión como un fenómeno externo. Si los dos relatos constituyeron al principio un solo libro, se duplicó el relato para dejar uno como final y otro como comienzo. Para él, el evangelio es el relato de todo lo que hizo y enseñó Jesús; los Hechos es el relato de todo lo que hicieron los apóstoles. Esa constatación de la presencia de Dios, primero en Jesús y luego en los discípulos, es la clave de todo el misterio pascual y la clave para entender la fiesta que estamos celebrando.
El cielo, en todo el AT, no significa un lugar físico, sino una manera de designar la divinidad sin nombrarla. Así, unos evangelistas hablan del “Reino de los cielos” y otros del “Reino de Dios”. Solo con esto, tendríamos una buena pista para no caer en la tentación de entenderlo materialmente. Es lamentable que sigamos hablando de un lugar donde se encuentra la corte celestial. Podemos seguir diciendo “Padre nuestro que estás en los cielos”. Podemos seguir diciendo que se sentó a la derecha de Dios, pero sin entenderlo literalmente.
Hasta el s. V no se celebró la Ascensión. Se consideraba que la resurrección llevaba consigo la glorificación. Ya hemos dicho que, en los primeros indicios escritos que han llegado hasta nosotros de la cristología pascual, está expresada como “exaltación y glorificación”. Antes de hablar de resurrección se habló de glorificación. Esto explica la manera de hablar de ella en Lc. Lo importante del mensaje pascual es que el mismo Jesús, que vivió con los discípulos, es el que llegó a lo más alto. Llegó a la meta. Alcanzó la identificación total con Dios.
La Ascensión no es más que un aspecto del misterio pascual. Se trata de descubrir que la posesión de la Vida por parte de Jesús es total. Participa de la misma Vida de Dios y por lo tanto, está en lo más alto del “cielo”. Las palabras son apuntes para que nosotros podamos entendernos. Hoy tenemos otro ejemplo de cómo, intentando explicar una realidad espiritual, la complicamos más. Resucitar no es volver a la vida biológica sino volver al Padre. “Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo el mundo para volver al Padre”.
Nuestra meta, como la de Jesús, es ascender hasta lo más alto, el Padre. Pero teniendo en cuenta que nuestro punto de partida es también, como en el caso de Jesús, el mismo Dios. No se trata de movimiento alguno, sino de toma de conciencia. Esa ascensión no puedo hacerla a costa de los demás, sino sirviendo a todos. Pasando por encima de los demás, no asciendo sino que desciendo. Como Jesús, la única manera de alcanzar la meta es descendiendo hasta lo más hondo de mi ser. El que más bajó, es el que más alto ha subido.
El entender la subida como física es una trampa muy atrayente. Los dirigentes judíos prefirieron un Jesús muerto. Nosotros preferimos un Jesús en el cielo. En ambos casos sería una estratagema para quitarlo del medio. Descubrirlo dentro de mí y en los demás, como nos decía el domingo pasado, sería demasiado exigente. Mucho más cómodo es seguir mirando al cielo… y no sentirnos implicados en lo que está pasando a nuestro alrededor.
En lo que hemos leído se encuentran todos los elementos de los relatos pascuales: el reconocimiento; la alusión a la Escritura; la necesidad de Espíritu; la obligación de ser testigos; la conexión con la misión. Se contrapone la Escritura que funcionó hasta aquel momento y el Espíritu que funcionará en adelante. Jesús fue ungido por el Espíritu para llevar a cabo su obra. Los discípulos son revestidos del Espíritu para llevar a cabo la suya.

Meditación
El espíritu es una energía vital que nos transforma.
Es el “nacer de nuevo” de Jesús a Nicodemo.
No se trata de un mayor “conocimiento” intelectual.
No es la mente la que debe iluminarse, sino el “corazón”.
Aquí está la verdadera batalla
para nosotros los occidentales cartesianos.

Fray Marcos

domingo, 26 de mayo de 2019

ÚLTIMOS DESEOS DE JESÚS

Jn 14, 23-29
Jesús se está despidiendo de sus últimos discípulos. Los ve tristes y acobardados. Todos saben que están viviendo las últimas horas con su Maestro.¿Qué sucederá cuando les falte? ¿A quién acudirán? ¿Quién los defenderá? Jesús quiere infundirles ánimo descubriéndoles sus últimos deseos.
Que no se pierda mi mensaje. Es el primer deseo de Jesús. Que no se olvide su Buena Noticia de Dios. Que sus seguidores mantengan siempre vivo el recuerdo del proyecto humanizador del Padre: ese «reino de Dios» del que les ha hablado tanto. Si lo aman, estos es lo primero que han de cuidar. «El que me ama, se mantendrá fiel a mis palabras... el que no me ama no las guardará».
Después de veinte siglos, ¿qué hemos hecho del Evangelio de Jesús? ¿Lo guardamos fielmente o lo estamos manipulando desde nuestros propios intereses? ¿Lo acogemos en nuestro corazón o lo vamos olvidando? ¿Lo presentamos con autenticidad o lo ocultamos con nuestras doctrinas?
El Padre os enviará en mi nombre un Defensor. Es el segundo deseo de Jesús. No quiere que se queden huérfanos. No sentirán su ausencia. El Padre les enviará el Espíritu Santo que los defenderá del riesgo de desviarse de él. Este Espíritu que han captado en él, enviándolo hacia los pobres, los impulsará también a ellos en la misma dirección.
El Espíritu les «enseñará» a comprender mejor todo lo que les ha enseñado. Les ayudará a profundizar cada vez más su Buena Noticia. Les «recordará» lo que le han escuchado. Los educará en su estilo de vida.
Después de veinte siglos, ¿Qué espíritu reina entre los cristianos? ¿Nos dejamos guiar por el Espíritu de Jesús? ¿Sabemos actualizar su Buena Noticia? ¿Vivimos atentos a los que sufren? ¿Hacia dónde nos impulsa hoy su aliento renovador?
Os doy mi paz. Es el tercer deseo de Jesús. Quiere que vivan con la misma paz que han podido ver en él, fruto de su unión íntima con el Padre. Les regala su paz. No es como la que les puede ofrecer el mundo. Es diferente. Nacerá en su corazón si acogen el Espíritu de Jesús.
Esa es la paz que han de contagiar siempre que lleguen a un lugar. Lo primero que difundirán al anunciar el reino de Dios para abrir caminos a un mundo más sano y justo. Nunca han de perder esa paz. Jesús insiste: «No os inquietéis ni tengáis miedo».
Después de veinte siglos, ¿Por qué nos paraliza el miedo al futuro? ¿Por qué tanto recelo ante la sociedad moderna? Hay mucha gente que tiene hambre de Jesús. El papa Francisco es un regalo de Dios. Todo nos está invitando a caminar hacia una Iglesia más fiel a Jesús y a su Evangelio.

José Antonio Pagola

domingo, 19 de mayo de 2019

EL PAPA Y LA IGLESIA DE JESÚS

Incentivar la reflexión sobre la construcción de una economía sana frente a una economía que mata. Y mientras sigue existiendo esa economía, apoyar a los más débiles para que no sucumban en su intento por vivir con dignidad.

-Ser responsables de la co-creación, aumentando la sensibilidad y el compromiso por proteger el  Planeta, sin supeditar este cuidado a intereses económicos de explotación, dañando la Naturaleza. 

-Proteger la  Amazonía como pulmón del planeta y recuperar y desarrollar propuestas de una Iglesia inserta en ella, escuchando a los pueblos indígenas,  generando comunidades en las que Palabra, Eucaristía y Vida estén conectadas.

-Reconocer y aceptar la diversidad como algo que nos enriquece y aumentar la acogida, la protección y la inclusión, superando cualquier tipo de marginación, xenofobia  o racismo.

-Promover en profundidad el diálogo interreligioso con la mirada puesta en la Paz, a la que todos somos llamados desde nuestras respectivas confesiones, que debe andar de la mano de la justicia y del reconocimiento amoroso de la dignidad de todo ser humano.

-Ser testigo de una Iglesia fundada sobre Jesús, que se vive en comunidad y que escucha al Espíritu que sopla, con libertad, buscando como actualizar la Tradición al servicio de una Iglesia toda ella servidora.

-Denunciar con valor los abusos sexuales en el seno de la Iglesia; y  ayudar a que los que han delinquido respondan a la justicia sin privilegios y que las víctimas sean reconocidas y resarcidas en lo posible.

-Prevenir abusos de todo tipo dentro de la Iglesia, criticando el clericalismo y caminando hacia una Iglesia participativa y corresponsable, en la que todos y todas encuentren su lugar se ser y hacer Iglesia.

-Escuchar con sencillez a todos, a los más sencillos, a los que están en "otra onda", hablar con claridad, alejándose de lenguajes crípticos y de las "torres de marfil" de alguna teología.

-Renovar la Curia para que cumpla su función de servicio. Hacer una Iglesia más sinodal y conciliar, según las propuestas ya recogidas en el Vaticano II

-Dar pasos firmes en el diálogo ecuménico, superando barreras de siglos, reconociendo  a los otros, respondiendo en profundidad al mandato de Jesús de  "Ser todos Uno".

-Presentar una Iglesia gozosa, alegre, entusiasmada por la Buena Noticia del Evangelio, que nos  abre a la verdadera Esperanza. Una Iglesia que tiene más un rostro de madre y padre que acunan en sus brazos, que cuida y limpia las heridas, que promueve el desarrollo de cada ser,  que perdona  a quien se arrepiente, que de Juez implacable que acusa y condena. En definitiva, una Iglesia que trata de mostrar las entrañas de Misericordia de Dios.

Y todo esto, no por ningún capricho, ni ideología particular, sino fruto del discernimiento y  la obediencia a Jesús y a la comunidad que el quiso que fuéramos. Y para eso nos dejó su Espíritu y la oración como herramienta para contactar con esta realidad, que es a la vez inmanente y transcendente.

Pues bien, esto son sólo algunas pinceladas de lo que el papa Francisco está intentando hacer, con más o menos éxito, con el consenso y la colaboración activa de una parte importante de la Iglesia;  y que, fácilmente podemos reconocer a través de muchas noticias de los medios.

Pero, ahora, con más fuerza que en otros momentos, o tal vez como al principio de su pontificado,  se están  produciendo reacciones virulentas contra el papa, en las que se adivina cierta connivencia  de sectores de Iglesia retrógrados y alejados del Evangelio, aliados con fuerzas económicas que consideran este proyecto de Iglesia una amenaza para sus intereses y con medios de comunicación que les sirven como esbirros fieles, utilizando la difamación, la calumnia, los falsos testimonios y la maledicencia, sin ningún tipo de escrúpulos. No quiere decir que se pongan de acuerdo, algo de lo que no hay pruebas, sino que sus intereses son coincidentes, al menos en parte y actúan de manera similar.

miércoles, 8 de mayo de 2019

ES FÁCIL INSTALARNOS EN LA PRÁCTICA RELIGIOSA

Jn 10, 27-30
Era invierno, Jesús andaba paseando por el pórtico de Salomón, una de las galerías al aire libre, que rodeaban la gran explanada del Templo. Este pórtico, en concreto, era un lugar muy frecuentado por la gente pues, al parecer, estaba protegido contra el viento por una muralla.
Pronto, un grupo de judíos hacen corro alrededor de Jesús. El diálogo es tenso. Los judíos lo acosan con sus preguntas. Jesús les critica porque no aceptan su mensaje ni su actuación. En concreto, les dice: «Vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas». ¿Qué significa esta metáfora?
Jesús es muy claro: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco; ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna». Jesús no fuerza a nadie. Él solamente llama. La decisión de seguirlo depende de cada uno de nosotros. Solo si le escuchamos y le seguimos, establecemos con Jesús esa relación que lleva a la vida eterna.
Nada hay tan decisivo para ser cristiano como tomar la decisión de vivir como seguidor o seguidora de Jesús. El gran riesgo de los cristianos ha sido siempre pretender serlo, sin seguir a Jesús. De hecho, muchos de los que se han ido alejando de nuestras comunidades son personas a las que nadie ha ayudado a tomar la decisión de vivir siguiendo sus pasos.
Sin embargo, esa es la primera decisión de un cristiano. La decisión que lo cambia todo porque es comenzar a vivir de manera nueva la adhesión a Cristo y la pertenencia a la Iglesia: encontrar, por fin, el camino, la verdad, el sentido y la razón de la fe cristiana.
Y lo primero para tomar esa decisión es escuchar su llamada. Nadie se pone en camino tras los pasos de Jesús siguiendo su propia intuición o sus deseos de vivir un ideal. Comenzamos a seguirlo cuando nos sentimos atraídos y llamados por Cristo. Por eso, la fe no consiste primordialmente en creer algo sobre Jesús sino en creerle a él.
Cuando falta el seguimiento a Jesús, cuidado y reafirmado una y otra vez en el propio corazón y en la comunidad creyente, nuestra fe corre el riesgo de quedar reducida a una aceptación de creencias, una práctica de obligaciones religiosas y una obediencia a la disciplina de la Iglesia.
Es fácil entonces instalarnos en la práctica religiosa, sin dejarnos cuestionar por las llamadas que Jesús nos hace desde el evangelio que escuchamos cada domingo. Jesús está dentro de esa religión, pero no nos arrastra tras sus pasos. Sin darnos cuenta, nos acostumbramos a vivir de manera rutinaria y repetitiva. Nos falta la creatividad, la renovación y la alegría de quienes viven esforzándose por seguir a Jesús.

José Antonio Pagola

Jn 10, 27-30. Mis ovejas escuchan mi voz: yo las conozco y ellas me siguen.

Jesús no llegó a pronunciar el discurso del buen pastor. Fue la comunidad de Juan la que expresó su fe con esta imagen tan elocuente, llena de simbolismo en cada una de sus enigmáticas frases. Mis ovejas escuchan mi voz (la buena nueva) y me siguen (se ponen en marcha). Yo les doy vida definitiva (la misma que Jesús ha recibido de Dios). El Padre y yo somos uno (Jesús, viviendo para los demás, está identificándose con lo que es Dios)

miércoles, 1 de mayo de 2019

UNA ESCUELA PARA MADURAR NUESTRA ESPIRITUALIDAD

En el siguiente enlace encontrarán todos los temas de las charlas y cursillos que se han realizado y a los cuales pueden acceder.

http://www.feadulta.com/es/proyecol3.html

NECESITAMOS TESTIGOS DE JESÚS

Jn 21, 1-19
En el epílogo del evangelio de Juan se recoge un relato del encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos a orillas del lago Galilea. Cuando se redacta, los cristianos están viviendo momentos difíciles de prueba y persecución: algunos reniegan de su fe. El narrador quiere reavivar la fe de sus lectores.
Se acerca la noche y los discípulos salen a pescar. No están los Doce. El grupo se ha roto al ser crucificado su Maestro. Están de nuevo con las barcas y las redes que habían dejado para seguir a Jesús. Todo ha terminado. De nuevo están solos.
La pesca resulta un fracaso completo. El narrador lo subraya con fuerza: «Salieron, se embarcaron y aquella noche no pescaron nada». Vuelven con las redes vacías. ¿No es esta la experiencia de no pocas comunidades cristianas que ven cómo se debilitan sus fuerzas y su capacidad evangelizadora?
Con frecuencia, nuestros esfuerzos en medio de una sociedad indiferente apenas obtienen resultados. También nosotros constatamos que nuestras redes están vacías. Es fácil la tentación del desaliento y la desesperanza. ¿Cómo sostener y reavivar nuestra fe?
En este contexto de fracaso, el relato dice que «estaba amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla». Sin embargo, los discípulos no lo reconocen desde la barca. Tal vez es la distancia, tal vez la bruma del amanecer, y, sobre todo, su corazón entristecido lo que les impide verlo. Jesús está hablando con ellos, pero «no sabían que era Jesús».
¿No es este uno de los efectos más perniciosos de la crisis religiosa que estamos sufriendo? Preocupados por sobrevivir, constatando cada vez más nuestra debilidad, no nos resulta fácil reconocer entre nosotros la presencia de Jesús resucitado, que nos habla desde el Evangelio y nos alimenta en la celebración de la cena eucarística.
Es el discípulo más querido por Jesús el primero que lo reconoce: «¡Es el Señor!». No están solos. Todo puede empezar de nuevo. Todo puede ser diferente. Con humildad, pero con fe, Pedro reconocerá su pecado y confesará su amor sincero a Jesús: «Señor, tú sabes que te quiero». Los demás discípulos no pueden sentir otra cosa.
En nuestros grupos y comunidades cristianas necesitamos testigos de Jesús. Creyentes que, con su vida y su palabra, nos ayuden a descubrir en estos momentos la presencia viva de Jesús en medio de nuestra experiencia de fracaso y fragilidad. Los cristianos saldremos de esta crisis acrecentando nuestra confianza en Jesús. A veces, no somos capaces de sospechar su fuerza para sacarnos del desaliento y la desesperanza.

José Antonio Pagola